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Escribir la herida

Escribir la herida

No resulta precipitado decir que nos encontramos en el punto álgido de la autoficción. ¿Cuándo se producirá el giro hacia su paulatina pérdida de interés? ¿Cuándo se cuestionará de más para desestimarla y abrir la veda a otras tendencias más nuevas o mejor recicladas de anteriores que se tenían por olvidadas? De momento, me parece que el hecho de mantenerse vigente se debe a que los escritores que la practican han sabido añadirla a la rueda. En sus textos está vivo el debate de sus propiedades y defectos, con mayor carga de unos o de otros según quién los defienda.

El último libro de Javier Ruescas, muy popular entre sus seguidores por sus varias novelas de narrativa juvenil y fantástica, pero también por su canal de YouTube y redes sociales, en los que lleva años compartiendo sus lecturas y apreciaciones sobre las mismas —ahora incluyendo también series y películas y reflexiones sobre los hábitos de lectura—, se coloca en ese tipo de narración que hace muy tenue la línea que separa lo que realmente ocurrió y la ficción que lo ha remozado para que adquiriese el estado de novela. Es completamente deliberado en este caso, ya que el tono de denuncia acerca de lo acontecido mantiene su vivacidad, su algo de cólera atemperada, no por ello menos válida para ser reconducida mediante el afán literario.

"Hay que tener en cuenta, ejerciendo de abogado del diablo, que un libro como este corre el riesgo de perderse en el morbo y el regodeo victimista"

Lo que pasó es una avanzada seria pero firme en su carrera. Es casi una crónica del abuso que vivieron él y, más exactamente, su marido, Andrés Quinzaños, en las fiestas del Orgullo a inicios de julio del año 2021. No se oculta: es patente la intención de Ruescas para con el lector, y que de este modo no se pierda de vista lo verdadero que ha dado a parar en novela, después de todo el doloroso periplo de juicios, desestimaciones, impotencias y demás vericuetos judiciales y personales que escapan a nuestro conocimiento, más allá de lo que el autor tiene a bien contarnos en el epílogo.

Hay que tener en cuenta, ejerciendo de abogado del diablo, que un libro como este corre el riesgo de perderse en el morbo y el regodeo victimista. Dejándonos guiar por impresiones a priori, recorriendo entrevistas o meditando las potentes frases publicitarias, uno puede pensar que el único interés, que su solo gancho, es que se pueda tratar de otro libro en el que unos son muy buenos y otros son muy malos, con páginas repletas de señalamientos, omisiones elocuentes y heridas brillantes de tan relamidas. Pueden considerarse todas ellas como algunas de las exigencias comunes cuando se narran hechos similares mediante la autoficción. Sufrir es algo tocante a todos los mortales. Si se hace literatura con ello, visto el nivel de exigencia actual, se pedirá a quien escribe algo más. Cuanta más carnaza y controversia, mejor. Esto es preocupante, dado que enturbia la ficción hasta hacerla parecer un revoltijo de pretensiones amarillistas, sin más intención que la de compartir el suceso y engrandecer su crueldad y oscuridad.

"El encadenamiento de casualidades y desastres y aciertos te agarra para continuar tras cada capítulo"

Una agresión homófoba. Un tortazo por parte de un agente de policía a Daniel, lejos de los controles que cierran las diferentes calles cercanas a la Gran Vía durante las fiestas del Orgullo madrileño, es el golpe que irá haciendo caer todo, desencadenando los menores y mayores eventos en consecuencia entre su novio Víctor y él, en sus respectivos trabajos, en sus familias, entre su grupo de amigos, testigos de la agresión, y conocidos o relacionados. El encadenamiento de casualidades y desastres y aciertos te agarra para continuar tras cada capítulo. Ruescas ha elegido muy inteligentemente este proceder para que la tensión entre nuestra atención hacia lo que sucederá y la niebla en la que se mueven los personajes no decaiga, para que el ritmo acelerado de aquel que se ha sentido alguna vez vulnerado o también acosado o agredido reverbere hasta el momento de su culminación.

Me gusta el toque cronista que decía antes. Lo que pasó, aparte de su correcto uso del suspense, sirve al autor para adentrarnos en las dificultades posteriores a las denuncias, de los procesos judiciales que no nos cansamos de ver y oír en medios periodísticos y televisivos o por testimonios ajenos, pero que suponen un terreno intransitable cuando nos llega el turno de cruzarlo. Me gusta menos que en ocasiones roce lo panfletario al exponer datos o recalcar lo reprobable, olvidándose que debe formar parte del tejido narrativo, quedando demasiado expositivo. Se recupera y luce cuando el foco se vuelve a dirigir a lo íntimo de los personajes y los secundarios. Ahí gana y escuece como la vez primera. En el capítulo de apertura queda resumido a la perfección el sentimiento de estupor y la sensación de desconocer la explicación de por qué tuvo lugar aquello. Esas páginas conmueven.

Un libro, en definitiva, tan reivindicativo como demostrable del talento de su autor a la hora de enhebrar su relato, uno que no hubiera sido necesario sufrir en carne propia para poner sobre la mesa la penosa actualidad de las agresiones hacia el colectivo LGTBIQ+. Más allá del trasfondo real y la etiqueta que pueda colocarse, lo repito: una buena novela.

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Autor: Javier Ruescas. Título: Lo que pasó. Editorial: Crossbooks. Venta: Todostuslibros.

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