Es probable que Cantos de Ezra Pound sea el poema épico más importante del siglo XX. Un poema total en el que todos los rasgos del ser humano están presentes. Y, aun así, nadie los había traducido íntegramente al castellano hasta ahora. La editorial Sexto Piso ha subsanado esta carencia publicando la traducción de Jan de Jager, con prólogo de Giorgio Agamgen.
En Zenda reproducimos el primer y segundo canto de Cantos (Sexto Piso) de Ezra Pound.
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CANTO I
Y entonces descendimos a la nave,
Enfilamos la quilla a la rompiente, a la mar divina, y
Erguimos el mástil e izamos la vela en la nave prieta,
Embarcamos ovejas y nuestros propios cuerpos
Agobiados de llanto, y los vientos en popa
Nos impulsaban con velas panzudas,
De Circe esta nave, la diosa del peinado minucioso.
Nos sentamos en el sollado, el viento trababa el timón,
Y con velas tirantes cruzamos el mar hasta el final del día.
El sol a su modorra, sombras cubren el océano,
Llegamos a los confines de las más altas aguas,
A las tierras cimerias, y ciudades pobladas
Cubiertas de niebla de apretada trama, jamás perforada
Por destello de luz solar
Ni tachonada de estrellas, espiando desde el firmamento
La noche más prieta amortajaba a estos infelices mortales.
El océano revertía su curso, llegamos entonces al sitio
Que Circe predijo.
Aquí Perimedes y Euríloco realizaron los ritos,
Y empuñando la ceñida espada
Excavé el hoyuelo de un codo de ancho;
Derramamos libaciones para cada muerto,
Primero la hidromiel y luego vino dulce, agua mezclada con
harina blanca.
Entonces recé muchos rezos a esas tétricas calaveras;
Como es costumbre en Ítaca, toros estériles de los mejores
Para el sacrificio, amontonando ofrendas en la pira,
Una oveja sólo para Tiresias, negra y con un cencerro.
Obscura sangre fluyó a la fosa,
Almas del Érebo, cadavéricos despojos de doncellas muertas
El día de su boda, de jóvenes y ancianos que mucho
soportaron;
Almas maculadas de lágrimas recientes, tiernas niñas,
Hombres tantísimos, eviscerados con lanza de bronce,
Despojos de batalla, empuñando sus armas aún sangrantes,
Todos éstos me atosigaban; con sus gritos,
Con palidez, clamando a mis hombres por más víctimas;
Faenamos los rebaños, ovejas a bronce abatidas;
Derramamos ungüentos, clamando a los dioses,
A Plutón poderoso, alabando a Proserpina;
Desenvainada la filosa espada,
Me planté para apartar a los impetuosos difuntos impotentes,
Hasta que pudiese oír a Tiresias.
Pero primero vino Elpénor, nuestro amigo Elpénor
Insepulto, yerto en la dilatada tierra,
Sus miembros que dejamos atrás en la casa de Circe,
Sin lágrimas ni mortaja sepulcral, urgidos por otros trabajos.
Lastimero espíritu. Y exclamé con palabras presurosas:
«Elpénor, ¿cómo has llegado hasta esta oscura costa?
»¿Has venido a pie, aun así aventajando a los navegantes?».
Y él con graves palabras:
«El hado adverso y el vino abundante. Dormía en la morada
de Circe.
»Y bajando por las altas escalas, descuidado,
»Di contra el contrafuerte y caí,
»Desnucándome, y el alma buscó el Averno.
»Pero tú, oh rey, te imploro me recuerdes, al inllorado,
insepulto,
»Amontona mis armas, sea mi tumba en la playa y su
inscripción:
»Un hombre sin ventura, y su nombre por venir.
»Por estela, el mismo remo que fatigué junto a mis
compañeros».
Y vino Anticlea, a quien aparté de un golpe, y luego Tiresias el
tebano,
Alzando su vara dorada, me conoció, y habló primero:
«¿Por segunda vez? ¿Por qué, hombre desastrado,
»Ante los muertos sin sol y en esta región infeliz?
»Apártate de la fosa, déjame mi brebaje sanguinario,
»para inspirar mi vaticinio».
Y di un paso atrás,
Y él, vigorizado con la sangre, dijo: «Odiseo
»Retornarás atravesando un Neptuno hostil, por oscuros
mares,
»Perderás a todos tus compañeros». Y entonces vino
Anticlea.
Quédate quieto, Divus. Me refiero a Andreas Divus,
In officina Wecheli, 1538, basado en Homero.
Y navegó pasando Sirenas y de allí desviando mar afuera
Y hasta Circe.
Venerandam,
En la frase del cretense, Afrodita de la dorada corona,
Cypri munimenta sortita est, hilarante, orichalchi, con
doradas
Cintas y pechera, tú, la de oscuros párpados,
Portando la rama dorada del Argicida. De modo que:
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CANTO II
A la mierda todo, Robert Browning,
no puede haber más que un «Sordello».
Pero Sordello ¿y mi Sordello?
Lo Sordels si fo di Mantovana.
So-shu batía el mar.
Seal sports in the spray-whited circles of cliff-wash,
La foca juega en los círculos de espuma blanca que lavan el
acantilado,
La cabeza lisa, hija de Lir,
ojos de Picasso.
Con su capucha de pelambre negra, ligera hija de Océano;
Y la ola corre por el surco de la playa:
«¡Eleonor, ἑλέναυς y ἑλέπτολις!».
Y el pobre Homero ciego, ciego como un
murciélago,
Pero el oído, oído fino para la marejada, murmullo de voces
de viejos:
«Que se vuelva a los barcos,
De vuelta entre rostros griegos, no sea que nos traiga la
desgracia,
Desgracia y más desgracia, y una maldición recaiga sobre
nuestros hijos,
Moverse, eso sí, se mueve como una diosa
Y tiene el rostro de un dios
y la voz de las hijas de Esqueneo,
Y la perdición acompaña su andar,
Que se vuelva a los barcos,
De vuelta entre voces griegas».
Y junto al surco de la playa, Tiro,
Retorcidos brazos del dios marino,
Ágiles tendones del agua, aferrando, estrechándola,
Y el vidrio gris azul de la ola los entolda,
Fulgor azur del agua, rompiente fría, refugio.
Tranquilo trecho de playa soleada,
Las gaviotas despliegan las alas,
picoteando entre las plumas sesgadas;
Las gallinetas vienen a bañarse,
desperezan las coyunturas de las alas,
Extienden las alas mojadas hacia la película de sol,
Y por Quíos,
a la izquierda del pasaje a Naxos,
Roca naviforme recubierta,
las algas se le adhieren a la base,
Hay un resplandor de vino en los bajíos,
el sol encandila con destello de estaño.
El barco atracó en Quíos,
los hombres precisaban agua dulce,
Junto a la hoya rocosa un muchachito embriagado de mosto,
«¿A Naxos? Sí, te llevaremos a Naxos,
Ven con nosotros, chaval». «¡No, por allí no es!».
«Sí, por aquí se va a Naxos».
Y yo le dije: «Éste es un barco recto».
y un exconvicto venido de Italia
me empujó contra el aparejo de proa,
(Estaba requerido por homicidio en Toscana)
Y los veinte todos en mi contra,
Ávidos de vender un esclavo.
Y alejaron la nave de Quíos,
Y cambiaron el rumbo…
Y el muchacho, con todo el alboroto, volvió en sí,
Y miró por encima de la borda,
hacia el este, y hacia el pasaje de Naxos.
Artificio del dios, de pronto, artificio del dios:
El barco inmóvil en medio del remolino,
Hiedra en los remos, rey Penteo,
uvas sin semilla sino espuma de mar,
Hiedra en las clavas de cubierta.
Sí, yo, Acoetes, estuve allí,
y el dios estuvo a mi lado,
El agua cortando por debajo de la quilla
Vía de agua de la popa a la proa,
la estela marcada por la roda,
Y donde hubo borda, ahora hay viñas,
Y zarcillos donde hubo cordaje,
hojas de parra en los escálamos,
Pesada vid en los remos,
Y, de la nada, un resuello,
aliento cálido en los talones,
Fieras como sombras en un vidrio,
una cola peluda que surge de la nada.
Ronroneo de linces, feroz olor a brezal,
donde antes hubo olor a brea,
Fieras de paso afelpado, olfateando,
ojos brillan en el aire negro.
El cielo ceniciento, seco, sin tempestad.
Fieras de paso afelpado, olfateando,
la pelambre me roza la piel de la rodilla,
Rumor de envolturas aéreas,
formas secas en el æther.
Y el barco como quilla en astillero
colgado como un buey en un arnés de herrería,
Las cuadernas encastradas en las guías,
racimos de uvas en los bastidores,
el aire vacío se cubre de pelaje.
El aire sin vida se vuelve tendones,
felina holganza de panteras,
Leopardos olfateando los brotes de parra en las clavas,
Panteras agazapadas junto a la escotilla de proa,
Y el mar azul profundo en torno,
verde cobrizo en las sombras,
Y Lieo: «Desde ahora, Acoetes, mis altares,
Sin temer sometimiento alguno,
sin temer a ningún felino del bosque,
A salvo con mis linces,
alimentando de uvas a mis leopardos,
El olíbano es mi incienso,
las viñas crecen en mi honor».
La marejada se estabiliza en las cadenas del timón,
Hocico negro de d elfín,
donde había sido Licabs,
Escamas de pez recubren a los remeros.
Y yo venero.
He visto lo que he visto.
Cuando trajeron al muchacho dije:
«Tiene un dios dentro,
aunque no sé cuál».
Y me patearon contra los aparejos de proa.
He visto lo que he visto:
el rostro de Medonte como un zenopsis,
Los brazos, a aletas encogidos. Y a ti, Penteo,
Más te valdrá escuchar a Tiresias, y a Cadmo,
o se te va a acabar la suerte.
Escamas en los músculos de la entrepierna,
ronroneo de linces en medio de la mar…
Y en años posteriores,
pálido entre las algas borravino,
Si te asomas por el borde de la roca,
el rostro de coral teñido por la ola,
Palidez de rosa que el agua refracta,
Ileutieria, bella Dafne de los litorales,
Los brazos de la nadadora mudados en ramas,
Quién dirá en qué año,
huyendo de qué banda de tritones,
El ceño liso, visto, y entrevisto,
ahora silencio de marfil.
Y So-shu batía el mar, él también,
y usaba la luna de batidor…
Ágil revoltijo de agua,
tendones de Poseidón,
Negro azur hialino,
ola de vidrio sobre Tiro,
Entonces, agua quieta,
quieta en las arenas rubias,
Aves marinas que estiran las coyunturas de las alas,
chapoteando en los charcos de las rocas y en los
charcos de la arena,
En las olas que muerden la base del médano,
Brillo de vidrio en la ola, en la resolana de la resaca,
palidez de Héspero,
Cresta gris de la ola,
ola, del color de la pulpa de una uva,
Gris olivo en la cercanía,
a lo lejos, el ahumado gris del despeñadero,
Las alas color salmón del halcón marino,
echan sombras grises en el agua,
La torre, como un enorme ganso de un solo ojo,
se empina por sobre el olivar,
Y hemos oído a los faunos increpando a Proteo
en el olor a paja que flota bajo los olivos,
Y a las ranas croando contra los faunos
a media luz.
Y…
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Autor: Ezra Pound. Título: Cantos. Traducción: Jan de Jager. Editorial: Sexto Piso. Venta: Todostuslibros.
En lo personal no me encanta su forma de traducir, pero igual se agradece y aprecia su esfuerzo.