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Agosto: ¿el puerto común del amor?

Agosto: ¿el puerto común del amor?

El amor no hace girar al mundo.

El amor hace que el viaje valga la pena.

Franklin P. Jones

Todo hace pensar que a mitad de año ocurren cosas que cambian el rumbo de nuestras vidas. Para muchos, agosto es sinónimo de reposo, reencuentros con la familia, los amigos o con algún amor de verano. Para algunos, simboliza volver al puerto de verdades, a veces, dolorosas, en el pueblo de los ancestros. Para otros, es un viaje de desplazamiento vital y necesario; mientras para unos pocos implica reacomodo, fin de una etapa e inicio de otra, como ocurre con las estaciones. Sin embargo, para los lectores, agosto no significa movimiento, sino descanso, quietud y regocijo con la lectura. Agosto significa encontrar un libro y seguir el cauce de sus páginas fluidas, sin el agobio de la rutina, hasta llegar a alguna isla desconocida de la literatura, sin preguntarse a dónde ir.

Mi travesía, como un puente levadizo, toca un poco las orillas de cada experiencia veraniega. No sólo ha sido un viaje geográfico por el norte de Italia, sino un retroceso temporal hasta el siglo XIII, por los territorios artísticos, míticos y religiosos de la toscana y alrededores. Con casi 40 grados de calor, nuestro peregrinaje se asemejó a los círculos infernales de la Divina comedia, al encuentro con Dante Alighieri, en Florencia y Rávena, ciudad donde se halla el Museo, casa Dante y su mausoleo. Mientras que el ascenso por los casi trescientos escalones a la torre inclinada de Pisa equivalió al camino entre el purgatorio y el paraíso, guiados por las siluetas de luz de los ventanucos donde parecía estar Beatriz. Alcanzar la cima de la torre y tocar el cielo, al repique de las siete campanadas, fue un nuevo renacimiento, al soplo de aire fresco.

"Un monumental libro transgresor y humanista compuesto por cien cuentos que nos sitúan en los escenarios del amor y del erotismo"

En las afueras de Florencia atravesamos la villa donde Giovanni Boccaccio en El Decamerón sitúa la estancia de siete mujeres y tres hombres que desafiaron a la peste en el siglo XIV, gracias a los relatos que se narraban cada día, alejados del mundanal ruido en un paraje natural. En medio de los extensos viñedos parecía que oíamos la voz realista, irónica y reflexiva del propio autor: “¡Oh, amor, cuántas y cuáles son tus fuerzas, cuántos los consejos y cuántas las invenciones! ¿Qué filósofo, qué artista habría alguna vez podido o podría mostrar esas sagacidades, esas invenciones, esas argumentaciones que inspiras tú súbitamente a quien sigue tus huellas?”. Un monumental libro transgresor y humanista compuesto por cien cuentos que nos sitúan en los escenarios del amor y del erotismo en diez jornadas.

Al llegar a Florencia, el arte rebosaba por todos los rincones e iluminaba el puente Vecchio, desde donde disfrutamos la magnífica puesta del sol y anduvimos por sus calles empedradas absorbiendo la belleza nocturna, mientras las estatuas cobraban vida y se unían a los transeúntes. Todas las ciudades tienen un encanto especial por la noche y se respira arte. Al día siguiente, en la Plaza de la Señoría, la fuente con la imponente estatua de Neptuno, tallada en mármol de Carrara, nos dio la bienvenida. En su imperturbable mirada aún se refleja el poderío marítimo de los Medici. Dos seres de la mitología griega, Escila y Caribdis, lo acompañan en el pedestal. Es inevitable no recordar la Odisea de Homero, un clásico de literatura de viajes y aventuras en el mar, con la presencia del dios Neptuno o Poseidón. En la puerta del palacio Vecchio, una réplica de David, de Miguel Ángel, nos observaba atento con el ceño fruncido, reflejo del malestar por el trasiego turístico de los siglos. Sin embargo, su impresionante porte y talla original, con más de 5 metros de altura, en medio de la Galería de la Academia, muestra serenidad y complacencia, al saberse observado y fotografiado por todos los ángulos. En la catedral de Santa María del Fiore, Dante y su poema, la única pintura de Domenico di Michelino, apareció a nuestro paso, recordándonos el camino, mientras que en la Galería Uffizi Sandro Botticelli nos recibió con su Nacimiento de Venus, obra representativa del círculo de filosofía, literatura y arte de la Academia Platónica Florentina. Sin duda, Venus, la diosa del amor, la belleza y la fertilidad, inspiró a escultores y pintores de todos los tiempos, entre ellos a Antonio de Cánovas y su Venus itálica, a Tiziano y su Venus de Urbino, entre otras, del valioso compendio interminable de obras de diferentes épocas de arte italiano.

"La casa de Julieta destila amor y dolor. En el balcón se ha detenido el tiempo y aún las paredes hablan"

Al trasponer Verona por el puente romano, la historia dramática de Romeo y Julieta vino a nuestra mente y nos situó en las calles y plazas del siglo XVI que recoge William Shakespeare en la tragedia. La casa de Julieta destila amor y dolor. En el balcón se ha detenido el tiempo y aún las paredes hablan. “El amor todo lo puede y todo lo soporta… todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera”, como dice el pasaje bíblico. Todavía se oyen los susurros de despedida:

“Julieta: Aquella luz no es luz del día, lo sé muy bien. Es algún meteoro que emana el sol para que sea esta noche tu portador de antorcha, alumbrándote en el camino a Mantua. Así que espera todavía: no tienes que marcharte.

Romeo: Que me detengan, que me den la muerte; estoy contento, con tal de que tú lo quieras”.

Durante el viaje, tarareábamos la famosa canción de Hombres G: “Vamos juntos hasta Italia, quiero comprarme un jersey a rayas. Pasaremos de la mafia, nos bañaremos en la playa”. Cumplimos el deseo, pero no en las playas, sino en las aguas de color turquesa del lago di Garda y del parque termal, al pie de los Alpes. Aparte del goce de la naturaleza, disfrutamos de la música italiana y del Festival de Ópera en el anfiteatro romano, denominado Arena de Verona. Una despedida perfecta con la ópera Carmen, del francés Georges Bizet, y la compañía de Antonio Gades que redondeó el paralelismo de amores frustrados entre Romeo y Julieta.

"Venecia fue el lugar mágico para cerrar con broche de mar, nuestro itinerario y seguir la senda de los escritores que pasaron por allí"

Venecia fue el lugar mágico para cerrar con broche de mar nuestro itinerario y seguir la senda de los escritores que pasaron por allí: Marcel Proust y Lord Byron en el café de la Biblioteca Nacional Marciana, en la esquina de la Plaza San Marcos. Henry James y Ernest Hemingway, que se inspiraron con la atmósfera seductora y nostálgica de Venecia. Thomas Mann, que con su novela Muerte en Venecia difundió la fragancia de la ciudad flotante. Por ello, más que un periplo por la historia, la arquitectura, el arte y los monumentos, ha sido un recorrido por el pasado y por los vericuetos del amor, a través de autores que disfrutaron, en diversos momentos, contextos y espacios artístico-literarios la Italia predominantemente renacentista. Al ritmo del remo de las góndolas, culminó nuestra travesía por el gran canal veneciano, donde es inevitable no sentir “profunda emoción recordar el ayer, cuando todo en Venecia me hablaba de amor”, como la canción de Charles Aznavour. Sin duda, fue un trayecto evocador para conocer la cuna de algunos autores y creadores universales, cuyas obras no pierden vigencia y aún despiertan los sentimientos más divinos.

Casi a punto del retorno, en una librería del aeropuerto, García Márquez nos esperaba con su novela En agosto nos vemos (2024), un libro-colofón tejido con los mimbres flaubertianos de Madame Bovary. En este caso, el viaje de la protagonista, en agosto de cada año, se convierte en un ritual de liberación, de reencuentro con la verdad sobre el pasado enigmático de su madre y con los amores del verano. Una analogía del eterno retorno que ata los cabos de la vida.

En agosto, no solo el amor toca las puertas y ventanas, sino también los libros ponen a prueba nuestra fidelidad, antes de encaminarnos hacia puertos inimaginables y tiempos remotos para hacer las paces con el presente, como ocurre en la novela caribeña de Gabo.

¡En agosto, viajamos con los libros o al encuentro de ellos!

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Ricarrob
Ricarrob
3 meses hace

Excelente artículo. Muy evocador.

Quizás sea la edad, quizàs sea con quién o sin quién hemos visitado los lugares, pero, en mi caso, Venecia es la máxima representación de la decadencia, sobre todo dando un paseo por los canales intrincados y por el interior de la ciudad. Preciosa ciudad pero se respira su decadencia por todos los poros. Quizás su larga historia y el poder que tuvo durante muchos siglos pesen en esto.

Vicente Aguilera
Vicente Aguilera
2 meses hace

Aunque nunca se haya podido viajar, guiados de la mano
de su texto, este nos brinda la posibilidad de hacerlo.
Percibiendo cada paso, cada rayo de luz, Arte, Naturaleza
y sentimiento que desprenden su artículo.
Haciéndonos participe de lo que sus ojos ven y cuerpo sienta.

Nuestra mente es capaz, como si de un sueño se tratara, de poder
ver y sentir, vivencias que no hayamos vivido en primera persona.
El deseo ( con conocimiento y Amor), es el que nos impulsa a vivir
guiándonos por el buen camino.

Muchas gracias Ana por compartir su experiencia y trabajo.
Que bien transmite sus sentimientos y vivencias.
Aunque nunca hubiera ido a Italia, a través de usted
hubiera percibido en carnes propias su viaje.