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Ouka Lele, la chica que miró a una estrella imaginaria

Ouka Lele, la chica que miró a una estrella imaginaria

Fotógrafa, pintora, diseñadora, escritora, poeta… Antes de ser una de las creadoras más celebradas del panorama artístico español de su tiempo —Premio Nacional de Fotografía (2005), Medalla de Plata de la Comunidad de Madrid (2012), Medalla de Honor del Ayuntamiento de Madrid (2022), etc.—, Bárbara Allende Gil de Biedma era una estudiante de Bellas Artes que integró la primera promoción del Photocentro y los domingos, tras la visita de rigor al Rastro, no era raro encontrarla entre la bohemia de artistas, aún en ciernes, pero que ya se hacía notar en el Madrid de las postrimerías del franquismo. En aquel tiempo, Ceesepe y El Hortelano compartían un piso en el Paseo Imperial. Debió de ser allí donde Bárbara descubrió un cuerpo celeste, en una carta estelar imaginada por El Hortelano, del que tomó su nombre artístico: Ouka Leele. Y empezó a hacer historia tras mirar a esa estrella. En un primer momento, quitó una “e” a “Leele”. El seudónimo obedecía no solo a un afán de querer ocultar su verdadero nombre, también su edad, su sexo y lugar de procedencia. Se trataba de evitar cuanto concernía a su identidad para que ésta no condicionase de ninguna manera el visionado de su obra por parte del espectador. En sus primeros catálogos, en las noticias a ella referidas, de hace 30 o 40 años, aún aparece como “Lele”. No recuperó la doble “e”, de la palabra original con la que El Hortelano llamó a su estrella, hasta muy avanzada su carrera.

"Empezaron a encargarle fotografías en color y decidió colorearlas ella misma con unas acuarelas líquidas"

Interesada por la creación artística desde que siendo niña admiraba con regularidad obsesiva los colores de las telas de El Prado, aquella Bárbara que miró a esa estrella se debatía entre el cómic —“figuración narrativa”, que aún llamaban al noveno arte en los catálogos de la pinacoteca madrileña—, la pintura y la fotografía. En 1976 publicó sus primeras instantáneas en el álbum colectivo Principio, 9 jóvenes fotógrafos españoles, una edición de Diorama. “Seis meses relacionándome con ese mundo y ya sabía hacer fotos. ¡Estaba loca!”, recordaría en 1983 en su texto de otro álbum colectivo: 11 fotógrafos españoles (Ediciones Poniente).

Tras aquella primera publicación le surgieron nuevas propuestas. Incluso publicitarias. Pero Ouka Lele lo dejaba todo: “sabía que la única salida estaba en dedicarme únicamente a realizar mi obra, a investigar”. Hasta que empezaron a encargarle fotografías en color y decidió colorearlas ella misma con unas acuarelas líquidas, que adquiría en una tienda de artistas, que hubo durante décadas en la calle Valverde: “Así llegué a mezclar mi vocación de pintora con la fotografía”.

Pero “el rollo”, que se decía entonces, a finales de los años 70, aún estaba en Barcelona. Instalada en aquella ciudad, la chica que miró a una estrella imaginaria en Madrid, conoció allí los rigores de la bohemia. Dada su limitada dieta siempre recordó muy agradecida las comidas en casa de “las primas Gil de Biedma”. Y también fue en Barcelona donde Ouka Lele realizó Peluquería (1978), la serie de singulares retratos con la que empezó a ser reconocida y no solo en las galerías de la capital catalana.

Corrían entonces los años en los que la revista Star, referencia obligada en la historia del underground español, tras la catarsis punk comenzaba a dejar atrás la contracultura para empezar a decantarse por la postmodernidad juvenil y festiva. Las portadas de los números 48, 52 y 53 fueron obra de nuestra fotógrafa.

"Ya convertida en una de las grandes artistas de la España finisecular —como también lo sería de la España de los albores del tercer milenio—, Ouka Lele regresó a su Madrid natal"

“Soy Ouka Lele, la creadora de la mística doméstica”, respondía entonces preguntada por su obra. Era consciente de que el país asistía a los últimos estertores de aquella histeria del activismo político y añadía. “Digo esto porque creo que la gente se toma mis imágenes como una crítica social y son todo lo contrario: la sublimación de lo cotidiano, de lo doméstico”. Como todo el mundo sabe, eran imágenes coloreadas que mostraban a sus protagonistas con objetos insólitos en la cabeza.

Ya convertida en una de las grandes artistas de la España finisecular —como también lo sería de la España de los albores del tercer milenio—, Ouka Lele regresó a su Madrid natal. Su nuevo estatus en la creación española no pareció afectar a su buena disposición. Era fácil verla en las noches de El Sol, la legendaria discoteca de la calle Jardines, y atendía amablemente a cualquiera que se acercase a saludarla. Nadie hubiera dicho que el Ayuntamiento cerró al tráfico la plaza de Cibeles para que la chica que miró a una estrella imaginaria pudiera representar allí, ante la diosa pagana de Madrid, el mito de Atalanta e Hipomenes. Varios de los notables de la capital de entonces fueron sus figurantes.

Cuando, finalmente, la fotografía entró en El Prado, había imágenes de ella. Con los años, su obra llegó a formar parte de las colecciones del Reina Sofia, el Museo Español de Arte Contemporáneo o la Fundación la Caixa de Barcelona, entre otras prestigiosas salas nacionales e internacionales. Pero siempre que vuelve a ser verano y retornan los Veranos de la Villa, hay algo en el cartel que los anuncia que nos recuerda al que la chica que miró a una estrella imaginaria realizó para el estío de 1996.

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