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Casa de Miguel de Unamuno en Salamanca

El verde entre la niebla se carga de matices. El violento claroscuro los ahoga, dice Miguel de Unamuno. Tal vez porque había mamado esto en la infancia. Tal vez porque conocía esos montes entre la niebla y esas piedras que supuraban agua de sirimiri. Digo que, tal vez, Unamuno, que miraba mucho bajo distintas luces, podía ver también sobre distintos  muros.

Desde chico a Miguel le dicen que camine para hacerse fuerte y coge la costumbre de atravesar todos los días kilómetros de ese verde entre esa niebla gris. El pie seguro del buen caminante vasco, como ya de adulto le describiría a Zuloaga.

Huele a chocolate, el de la confitería de su tío bajo su casa en las siete calles del casco viejo de Bilbao. Y ya casi lo saborea, incluso antes de cruzar el puente que salva la ría, que se mueve alegre aun atravesada por restos de hierro y tierra de las huertas que penden en las laderas también en los aguaceros. Esa ría turbia que de niño bien conoce y que sería la única lengua para escapar de un Bilbao sitiado por los carlistas. Tiene entonces diez años y estos acontecimientos, que marcan su infancia, los llevará más tarde a Paz en la guerra (1897), su primera novela

En un edificio de la calle Libreros 25, construido a mediados del siglo XVIII por el arquitecto García de Quiñones, se localiza esta Casa-Museo de Unamuno. En ella se exhiben muchos de sus objetos y enseres personales como su escritorio, la mecedora, o sus famosas figuritas de papiroflexia.

La casa museo fue inaugurada en 1953 con la finalidad de conservar el legado de Miguel de Unamuno. Aunque el escritor solo vivió en ella de 1900 a 1914, año en el que fue destituido por primera vez como rector de la Universidad de Salamanca, no perdería nunca los lazos con ella, ni con la Universidad. Habiendo dejado a su muerte, a la institución, toda su biblioteca personal.

A Unamuno le gustaba leer dentro de la cama, escribir… actividades que facilitaba el atril que aparece en la foto, pero también le gustaba pensar y dormir. “Pero si no se filosofa en la cama, al acabar de acostarse, acurrucadito en postura de feto, esperando el sueño, ¿cuándo se va a filosofar?” (Artículo de Unamuno, “Elogio del dormir”, de 1922)

Ni como estudiante universitario de Filosofía y Letras, ya en Madrid, ni después con el paso de los años en Salamanca ocupando la cátedra de griego (1891), o más tarde como rector de la Universidad (1900), podrá dejar esta impronta de la niñez cuando ahora es un adulto que pasea por calles frías y estrechas hasta las afueras de la ciudad, de nuevo acompañado por la niebla, pero esta vez por la del Tormes en invierno. O cuando es el adulto que se asoma al balcón de la parra de esta casa del rector en la calle Libreros.

Sí, la parra que le da el verde a la piedra arenisca de Villamayor. La que vierte en verano profusamente sus hojas hacia la calle angosta, que si a esa fachada de la calle Calderón de la Barca le faltara ornamento, ya se lo añaden las filigranas de su sombra plateresca.

Al fondo están las torres de la catedral de Salamanca, donde orienta a sus vástagos esa parra, sus racimos verdes apiñados de bolas transparentes bajo la luz que empieza a dibujarse inclinada a finales de agosto.

La parra dominaba en varios balcones de la casa sobre la calle Calderón de la Barca. Actualmente se conserva, la misma que contemplaría el escritor y a la que incluso dedicaría uno de sus escritos.

Manuscrito de Niebla, custodiado en la Casa-Museo. Durante la estancia en esta casa, construida para albergar el salón de claustros y la casa del regidor, Unamuno publicaría Paisajes, De mi país, Poesías, Vida de Don Quijote y Sancho, Del sentimiento trágico de la vida y Niebla.

Casa del Regidor Ovalle Prieto, en la calle Bordadores, donde residió Unamuno con su familia desde 1914 hasta su muerte en 1936.

Dentro en la sala, el sol ya no se queda tanto y va dejando paso, poco a poco, a la luz de la chimenea y a estos otros vástagos, los hijos del escritor, que se inclinan hacia ella para iluminar las páginas manoseadas del Quentin Durward de Scott: “Con su venablo atravesó el jabalí de parte a parte” aparece bajo una de las ilustraciones que adornan las aventuras.

No es el carácter de Unamuno sol o profunda sombra. Es más bien como esa niebla, la que pinta su amigo Zuloaga, la del verde lleno de matices, la de las dudas y las preguntas. La de la búsqueda inquieta de respuestas entre las manos mientras pliega sus trozos de papel, la profunda insatisfacción cuando se sienta en la ventana en espera de la muerte, y fuera la bandera de la República ha dejado de ondear. Cesado por apoyar el alzamiento, cesado por criticarlo. Recluido ahora en la casa familiar de la calle Bordadores, al lado de la Casa de las Muertes, su mecedora se inclina hacia un terreno movedizo, entre el norte húmedo y la Castilla seca, acunando a un anciano en zapatillas. Tal vez busca el destino de esa España que no entiende entre los posos de un brasero, en torno al cual sucederá su muerte.

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Alf
Alf
3 meses hace

Un bello resumen de la vida de Unamuno. Comenzado en su viejo Bilbao asediado y rematado con ese brasero junto al que se apagó su vida en el ultimo día de un año terrible.
Delicadas fotografías también, que nos recuerdan que Unamuno es parte esencial de Salamanca sin olvidar su tierra natal.

victoria
3 meses hace
Responder a  Alf

Muchísimas gracias.