Clara Ramas es autora de El tiempo perdido: Contra la Edad Dorada: Una crítica del fantasma de la melancolía en política y filosofía. Se trata de un ensayo, pero se lee como si fuese una carta escrita por alguien que se despide de un gran amor. El libro critica la politización de la melancolía y analiza cómo se construyen programas electorales que idealizan el pasado por medio de la patria, la familia, los valores, el género, la naturaleza, la religión… Bajo estas palabras se capitaliza algo profundamente humano: la añoranza hacia los tiempos felices. Uno de esos tiempos es estar enamorado.
Leyendo a Ramas saco la conclusión de que el poder funciona como un sucedáneo del amor, porque ante el miedo y la frustración de vivir exiliados de ese tiempo enamorado, la insatisfacción puede extraviarse de forma narcisista hacia la fama, las riquezas, el control o el anhelo de pertenecer a algo trascendental (formas de compensar la necesidad de ser queridos). En este sentido, si la construcción de un “nosotros” siempre es idílico en la esfera privada, en política el “nosotros” puede ser déspota y manipulador cuando recurre a la melancolía.
Como escribió Rilke, alguien nos dio la vuelta y siempre tenemos la mirada del que se marcha. Es humano echar de menos, ya sea la niñez, una persona, un lugar, un gesto, un hábito o un objeto que condensa una vivencia que no volverá, pero que cobra un significado revelador cuando regresa en forma de recuerdo. Esas vivencias nos impulsan, pero también nos anclan. Cuando el presente a menudo se nos resiste entre fatigas y preocupaciones, en nuestra imaginación retornamos a esos paraísos pasados. El aspecto problemático aparece cuando la política promete de algún modo volver al tiempo donde una vez sentimos que nada nos faltaba. Desde la promesa de traer un pasado glorioso al Make America Great Again, encontramos múltiples fórmulas políticas que nos prometen mitigar nuestra añoranza. Habría una forma inocua de reconciliarnos con lo vivido: narrarlo.
Ramas recurre a la lectura y análisis de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. El autor, en lugar de conducir la melancolía hacia la culpabilización del presente, se preocupa por narrar todo aquello que un día fue amado. Leer también es una forma de escribirnos: «La entera literatura es solo una continuación del gesto adolescente enamorado que decide grabar sus iniciales o un poema en la mesa del instituto». La literatura nos hace conscientes de nuestra melancolía, a diferencia de la política, que narcotiza con promesas el dolor de lo perdido, busca culpables, impone un tipo específico de recuerdo, nos repite que el pasado siempre fue mejor y nos receta de forma programática el modo de retornar, prometiendo un futuro en el que resurgirá el pasado.
Ramas destaca que la añoranza de una Edad Dorada en realidad es una proyección: «El arraigo no sería entonces una necesidad entre otras, ni siquiera la más importante, sino la permanente tentación de suturar nuestro constitutivo estado de falta, que debemos recrear y reescribir cada vez, y a eso se le llama libertad». Nunca fuimos dueños del tiempo, pero podemos recobrar el pasado mediante la narración, que es una ficción con la que abrazamos nuestra propia historia. La literatura, a diferencia de la política, no promete curar las heridas, pero sí puede reconciliarte con ellas para que no te desangres a medida que tienes más pasado que futuro.
Uno de los males de la melancolía es el resentimiento, ese odio hacia el presente, donde todo está mal y nos repetimos que cualquier tiempo pasado fue mejor. En este sentido, Ramas comenta en relación a Proust que «las cosas que más amamos son la que ya hemos perdido; que amor y posesión son contrarios; que vivir y recordar son opuestos; que envejecer es aceptar con serenidad que todo se pierde siempre; que lo valioso en las cosas es el deseo y el amor que nosotros proyectamos sobre ellas». Nuestra pobreza no es ante lo perdido, nuestra pobreza se basa en la carencia de narraciones que hagan transitables nuestras múltiples despedidas. Si buscamos nuestra narración, el tiempo perdido se convierte en tiempo recobrado, porque nos reconciliamos de forma íntima y privada con el adiós, que es la última forma de amar.
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Autora: Clara Ramas. Título: El tiempo perdido. Editorial: Arpa. Venta: Todos tus libros.
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