Imagen de portada: fotograma de la película ‘La muerte de un burócrata’ (1968)
Di una charla en un sitio precioso en algún momento de 2024 y, acabado agosto, me acordé de que aún no me habían pagado. De hecho, envié dos mensajes en cinco minutos para consultar a dos entidades distintas (pública/privada) cómo iba lo mío. Estaba la charla que les digo y estaba un artículo para una revista. Algo agotador de ser autónomo es que tienes que acordarte constantemente del dinero que te deben, y empezar a preguntar por él.
Normalmente, en cualquier charlita o “bolo”, uno envía por email una factura y ya está.
Llegado septiembre, me puse a pensar en el dinero que el mundo me debía. Nada, eran dos cosas, que no sumaban ni mil euros. Pero uno tiene que pensar en que algún día el mundo no le deberá ni mil euros, y hay que preocuparse por cobrar, ahora que puedes, hasta el último céntimo. Esto es lo que se llama “filosofía de autónomo”. Es una hipótesis de pobreza y desamparo.
No sean autónomos. Sean funcionarios.
La organización me dijo que tardaba siempre un poco en pagar, lo que no me preocupaba demasiado. Yo había hecho mi pos-trabajo: recordar que me paguen. Es algo que me irrita mucho, tener cosas pendientes. Por eso, cuando algo tiene un plazo, y me presento o me toca presentarme, lo hago el primer día. Soy el primer español que hace la declaración de la Renta. No quiero estar tres meses recordándome que tengo que hacer la declaración de la Renta.
Sin embargo, la organización volvió a escribirme. Ahora era otra persona. Me decía que no me habían pagado porque no había presentado la factura, es decir, que habría fallado en el procedimiento. Eso decían: “No has presentado la factura”.
Me dio un gran bajón, porque recordaba el traumático papeleo que me había llevado una semana en el mes de julio.
Pero, de pronto, me sobrevino una epifanía autónoma: ¿no tenía yo un justificante del asunto? Lo busqué y se lo envié. “Oye, si aquí dice que OK todo, que la factura está presentada…”.
Entonces me dijeron que había ubicado, dentro de la endiablada web, esa factura en “documentos” y no en “facturas”, y que ese era el problema. Debía mover la factura, o volver a subirla (esto no me quedó claro), de “documentos” a “facturas”.
Otro bajón.
Me fui a dormir con el bajón, y el sueño hizo el resto. Me volvió rebelde.
Porque a la mañana siguiente me levanté con una de esas ideas viciosas en la cabeza, que se van imponiendo en tu ánimo hasta que se convierten en una decisión. Que le dieran por culo a todo. Esa fue la idea viciosa.
No me apetecía hacer una factura, hacer otra factura, meterme otra vez en la web, cometer otro error, recordar otra vez que debía recordar otra vez a la organización que me pagara, recibir una nueva negativa que me llevara de nuevo al punto de partida. Por 400 euros.
Por 340 euros (-IRPF).
Por —una vez hecha la declaración de la renta— 200 euros como mucho.
De hecho, 170, si quitamos mis gastos personales en destino (comer, un café).
Por 170 euros debía hacer trabajo de funcionario; lo que yo considero que es el trabajo de un funcionario. El Estado, de esos 400 euros, se lleva 200 para pagar a funcionarios. ¿Qué hacen los funcionarios?
Pues, de pronto, no me daba la gana.
Para cobrar una charla que di hace poco me solicitan Cl@ve. En algún momento fiscal del pasado, me registré. Olvidé la contraseña, que no se puede recuperar, y además he cambiado de n° de teléfono. Acompáñame en esta aventura burocrática. 👇
— Alberto Olmos (@alb_olmos) July 3, 2024
Sabía perfectamente que un funcionario podía validar mi factura, estuviera en “documentos” o estuviera en “danzas regionales”. Sabía perfectamente que un amigo de un amigo, un tío, un cuñado, una amante, cobrarían sus facturas al día siguiente y sin presentarlas a través de la web. Sabía que para robar dinero público no hace falta Cl@ve.
Además, me di cuenta de que primero me dijeron que la factura no había sido presentada, y sólo cuando yo demostré que había sido presentada, me dijeron que había sido mal presentada. Esto quería decir que alguien había visto la factura, había decidido no hacerle caso (está en “documentos” y no en “facturas”) y había decidido salir a desayunar. Ese tal “Alberto Olmos”, que se joda.
Sólo cuando yo señalo que está presentada me explican que está presentada un poco mal; antes era no presentada. Y sólo cuando yo reclamo mi dinero me dicen que algo impide el pago. Esto era curioso. Si yo no reclamaba nunca mi dinero, nadie se iba a molestar en escribirme para que corrigiera el impedimento del pago. Los funcionarios están para eso: no prestar nunca ni la más mínima ayuda y, a ser posible, conseguir que hagas tú su trabajo.
Escribí a la organización diciendo que renunciaba al dinero. Adjuntaba la factura y les decía que, si querían pagarla, bien, y si no, también. Luego les comenté que yo no era un funcionario. También les puse el ejemplo de “la amante de un alcalde”. Seguro que a la amante de un alcalde no le hacían vivir este calvario.
Y me quedé muy a gusto, muy masculino, muy cuñado y muy tipo-que-no-está-en-sus-cabales. Era consciente de todo esto.
Pero ahora mismo tengo una preocupación menos.
Qué putadas le hace esta vida al bueno de Alberto Olmos y con qué entereza las sobrelleva…
¡Que fortuna la del que puede aplacar el orgullo herido a cambio de 400 euros!
No le niego que por ser autónomo deba pasar sus sofocos, pero ese lujazo no todo el mundo se lo puede permitir.
O eso creo yo, triste currito hipotecado
Señor Olmos: como ciudadano que, por decisión personal, obtiene sus ingresos (y no tengo otros) en mi quehacer como empleado público (y con un nombramiento funcionaril, lo confieso) comparto con usted un secreto.
A mí también me retienen el IRPF, a mí tampoco me pagan los almuerzos cuando se me obliga a desplazarme a un absurdo edificio ultraperiférico (trabajé muchos años en un punto neutral de la trama urbana de mi ciudad, pero la Administración malvendió, en su día, todo el patrimonio inmobiliario; no recuerdo su artículo-denuncia sobre ese asunto, por cierto) y, a diferencia de usted (que, quizás, cotiza a mínimos para , quizás, dar un acelerón los últimos años), y me muevo en una burbuja de transparencia fiscal absoluta e ineludible.
(…me ha salido muy larga, la frase… le pido disculpas)
Resumiendo: si no puede cobrar emborronando una servilleta (en gris?), y eso le supone una molestia especial, lance una iniciativa legislativa popular para cambiar las cosas. Quizás consiga engrasar las cosas tan bien que esa web llegue a funcionar con los niveles de eficiencia predatoria de Ryanair o Amazon (hay que pensar en los pobres accionistas y, marginalmente, en los empleados públicos irlandeses).
Confío en seguir leyendo sus artículos, que me gustan y entretienen, aún si los pagos desencadenados por el envío de servilletas le permiten retirarse y fijar su residencia en Andorra.
Salud.
Típico cuñado funcionario explicando que él también paga impuestos. Adorable.
Previsible réplica de alguien que no puede dejar un momentito El Hormiguero para entrarle al balón y no al jugador.
No das una, campeón.
Típico sueltababas contra todos los funcionarios.
Usted puede ser un buen funcionario, es decir, de los que cumple con su trabajo (horario, calidad, etc.), lo cual no voy a decir que alabo, porque esa es su labor, pero admiro, dado que es complicado hacerla en un entorno donde un porcentaje elevado trabaja por debajo del nivel exigido o que se debiera exigir. Dicho ello, no negará usted que la Administración es manifiestamente mejorable, y que muchos de los puestos que se ocupan mediante concurso debieran ser simplemente tratados como hacen las empresas privadas: cv y entrevista. No es necesario que un conserje de colegio se vea obligado a aprobar una oposición, y así en numerosos casos. Por otra parte, la pérdida del miedo a ser despedido si no haces objetivamente bien tu trabajo hace que muchos (gracias a Dios no todos) funcionarios se apoltronen y traten al ciudadano como una molestia que les distrae del café, la charla con los compañeros, etc.
Alberto, eres un grande.
Soy autónomo como el Sr. Olmos y, dejando aparte las vicisitudes de su caso, lo innegable es que tratar con la administración a través de las plataformas que dispone para ello, es una tarea que requiere unos conocimientos que exceden los de cualquier ciudadano que no sea informático y en algunos casos incluso siéndolo. Da fe de ello el informático que trabaja para mi empresa.