Foto de portada: Dahlia Katz
Crímenes, cadáveres, violencia, sangre, sexo, armas y venenos son ingredientes indispensables del thriller, un género que ha experimentado un gran auge estas últimas décadas y una deriva hacia posiciones extremas. Mientras unos autores enfatizan lo truculento, mórbido y macabro en el terreno del hard boiled, como previsible reacción surge hace unos años el cozy crime o «crimen acogedor», cuyos representantes eluden o pasan de puntillas por los aspectos escabrosos de la muerte y el sexo para centrarse en el humor, un amable costumbrismo y la psicología de los personajes. Los protagonistas no son policías ni detectives ni periodistas o abogados, sino ciudadanos de a pie con ocupaciones sencillas, involucrados casualmente en un crimen que logran resolver. El género femenino domina en esta línea, que ha conquistado su propio nicho en el mercado con una estética propia en las portadas, y un lógico aire British, pues sus referentes son Agatha Christie y autores como Anthony Berkely, Dorothy L. Sayers o Freeman Wills Crofts.
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—¿Cómo surgió en tu cabeza el peculiar personaje de Molly Gray?
—La inspiración es algo curioso. A veces la sientes actuar instantáneamente y otras trabaja de una forma más misteriosa. En mi caso la idea se me apareció de repente, como si me hubiera caído un rayo. Me pasó luego de cruzarme con una camarera en un hotel de Londres donde me alojé durante un viaje de negocios. Un día, luego de una reunion fuera del hotel, regresé a mi cuarto y sorprendí a la camarera que estaba doblando los pantalones de gimnasia que había dejado hechos un gurruño encima de la cama. Nada más entrar entrar en la habitación, ella se retrajo inmediatamente hacia una esquina oscura. Unos días después, en el avión mientras volaba a casa, sentí la voz de Molly. Tomé un bolígrafo y una servilleta y escribí el prólogo de un tirón. Aunque todavía no lo sabía en ese momento, acababa de comenzar a escribir mi primera novela.
—¿Al adjudicarle el oficio de camarera pretendías dar protagonismo a los trabajadores invisibles?
—Sí, definitivamente quería explorar la invisibilidad de aquellos que hacen trabajos manuales, y las camareras son especialmente invisibles, porque limpian cuando los huéspedes no están. Por eso su trabajo pasa desapercibido con frecuencia. Es un trabajo agotador que requiere discreción, resistencia y ojo para los detalles, cualidades que también sirven para resolver crímenes.
—Molly padece un trastorno leve de autismo. ¿Es algo que ya conocías previamente o tuviste que documentarte para crear el personaje?
—A Molly a veces le resulta difícil interpretar las señales sociales, y por lo tanto puede confundir las intenciones de las personas. Para mí era muy importante que no se la etiquetara al comienzo. Mis libros tratan sobre qué significa ser igual a los demás pero al mismo tiempo completamente diferente. Mi preocupación era que si le asignaba una etiqueta a Molly los lectores se enfocarían demasiado en su diferencia, la verían como un «otro» y se perderían lo más importante: que Molly también se parece a todos nosotros. Antes de convertirme en editora trabajé como maestra para chicos de instituto que tenían capacidades diferentes. Muchos de los jóvenes con los que trabajaba venían con etiquetas asignadas, etiquetas que recordaban a los educadores que debían tener empatía y debían adaptar sus métodos de enseñanza a cada caso individual. Sin embargo, en el mundo real nadie tiene un cartel en la frente que anuncie qué es y qué no es, y aun así hay muchos que lo identifican y deciden enfrentarse a ello con su peor cara. Cuando llevaba a mis estudiantes a visitar el «mundo real» me enfrentaba con frecuencia a la crueldad cotidiana con la que los trataban las personas supuestamente normales. Esto tenía un lado positivo: tenía la oportunidad de verlos fortalecerse, volverse más resilientes, más empáticos y más adaptables que las personas «comunes». En otras palabras, los veía actuar con una valentía extraordinaria, y nunca lo he olvidado. En cierta forma creo que he dotado a Molly con algunas de esas cualidades que tenían mis antiguos alumnos que tanto respetaba. Espero que los lectores descubran, mientras avanzan en la novela, que lo que hace diferente a Molly es, en realidad, su mayor ventaja.
Foto: Dahlia Katz
—Su entrañable abuela, Gran, parece inspirarse en una persona real. ¿Tu propia abuela, quizás?
—Fue un placer dar vida a Gran. Es una matriarca muy leal que hace todo lo posible para proteger a su nieta Molly. En cierta forma la he basado en mi madre, que falleció hace unos pocos años. Me fascina esa ausencia que deja la muerte y cómo a veces generamos un fantasma de la persona, que tiene cierta presencia aún después de fallecer. Experimento algo similar con mi madre: en ocasiones sigo escuchando en mi cabeza sus palabras sabias o sus chistes. En La camarera, Gran muere unos meses antes del comienzo del libro, y sin embargo Molly la resucita en su mente. Incluso en su ausencia, Gran sirve como una guía moral y una suerte de fuerza de navegación para su nieta.
—¿Por qué crees que las peripecias de Molly han calado tanto en los lectores?
—Cuando escribí la novela no tenía ni idea de cuánto cariño despertaría a nivel mundial. Sin embargo, ahora que he tenido la oportunidad de conocer a lectores de todas partes del mundo, puedo ver que lo que yo pensé que era un personaje muy personal es, en realidad, bastante universal. Todos sabemos cómo se siente no pertenecer; ese es un tema que resuena con personas de todo el planeta.
—La acción se desarrolla en un lujoso hotel pero sin referencias espacio-temporales. ¿Por qué decidiste que fuera así?
—Considero que mis libros son un trabajo creativo hecho en conjunto con mis lectores. Lo primero que hago con los libros es plasmar la historia en un formato legible, pero los lectores completan el libro con sus propias experiencias, su imaginación y su intuición. Por eso para mí es esencial no ofrecer demasiada información de contexto. Así, cuando alguien lea uno de mis libros podrá utilizar sus conocimientos sobre hoteles, personas y ciudades para decidir por sí mismo dónde se lleva a cabo la acción. Así, podremos cocrear algo que tenga mayor significado (y que sea más personal) para el lector, lo cual no podría lograr por mí misma si diera más detalles o referencias explícitas sobre en qué país o qué ciudad sucede el libro. Unas de mis interacciones favoritas son esas en las cuales un lector está convencido de que La camarera y El huésped misterioso tienen como trasfondo una ciudad específica. Si un lector llega a ese nivel de convencimiento y no se percata de que nunca me he referido a un lugar en particular, entonces he hecho bien mi trabajo.
—El detective Colombo, El mago de Oz, Alicia en el País de las Maravillas son algunos referentes de Molly. ¿También lo son tuyos?
—Sí, esas son mis referencias también. ¡La vida de los autores termina inmiscuyéndose en sus manuscritos, aunque intenten evitarlo! Mi madre y yo solíamos ver juntas la serie de Colombo y recuerdo con cariño y nostalgia cómo ella solía hablarle al actor principal, Peter Falk, a través de la pantalla, como si él pudiese oírla. Le aconsejaba que se vistiera mejor y se peinara. Es gracioso cómo, a veces, las pequeñas experiencias personales y genuinas de los autores se abren paso y terminan en las páginas de sus libros, con frecuencia con leves modificaciones.
—¿Te siente deudora de Agatha Christie?
—¡Es la gran maestra del género! Cualquier escritor de novelas de misterio se asienta sobre los pilares que ha construido Christie, porque renovó el género de forma sustancial. Amo y admiro su habilidad para sintetizar un personaje y volverlo inolvidable en aproximadamente tres palabras. Esa economía del lenguaje y, cómo no, su ojo perspicaz para identificar un buen argumento la hacen verdaderamente excepcional.
—¿Qué les dirías a quienes critican las novelas cozy crime?
—Lo mágico del mundo de la literatura es que hay libros para todos los gustos. Si no disfrutas de las novelas sobre crímenes, ¡puedes leer otra cosa!
—¿El gran éxito de tu primer libro ha cambiado mucho tu vida?
—Ya no trabajo en el mundo editorial como hacía antes, pero mi vida sigue siendo más o menos igual. ¡Las exigencias se volvieron demasiado para mi! Extraño editar, y a mis maravillosos colegas, pero tengo suerte de ser escritora y seguir relacionada con la industria editorial.
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