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Venezuela y Canarias, escritores de Canarias y Venezuela

Venezuela y Canarias, escritores de Canarias y Venezuela

La literatura venezolana cuenta con uno de los últimos premios Cervantes, el poeta Rafael Cadenas, y, como resulta evidente, se trata de una literatura de especial interés para las islas Canarias debido a los profundos vínculos históricos que unen a ambos territorios, con migraciones de ida y vuelta a lo largo de su historia. En el propio origen de Venezuela se encuentra inserta la participación de no pocos canarios o hijos de canarios como Francisco de Miranda y Andrés Bello: “La historia de mi país no se concibe ni puede escribirse sin que en ella ocupen largos capítulos los hombres de Canarias”, escribió Arturo Uslar Pietri.

Desde el FHE hemos querido preguntar a algunos de nuestros invitados por su doble vinculación venezolana y canaria. Entre ellos, el que más ha escrito sobre la islas es el narrador Juan Carlos Méndez Guédez, que obtuvo el premio Libro del año en Venezuela precisamente por una obra que se maneja virtuosamente entre ambas orillas: la novela corta Arena negra, publicada en segunda edición española por Ediciones La Palma. Por su parte, el poeta y crítico canario Ernesto Suárez mantiene vínculos familiares con Venezuela, pero además es conocedor de numerosos proyectos editoriales venezolanos, especialmente de poesía. En el caso del escritor venezolano Antonio López Ortega, ahora reside en Tenerife, pero su familia procede de la isla de La Palma y, cuando se decidió a abandonar Venezuela, no le cupo la menor duda de que se asentaría en las islas. Igualmente, la familia de Lena Yau emigró a Venezuela desde Canarias: “Mi papá era tijarafero, mi mamá es de Puerto de la Cruz”. En el caso de la profesora de la ULL Nieves María Concepción Lorenzo, es canaria pero su especialidad es la literatura hispanoamericana y se ha dedicado muy especialmente al estudio de algunos de los más importantes escritores venezolanos, como, por ejemplo, Adriano González León, y es una de las investigadoras invitadas a participar en un importante libro reciente, Venezuela en España (Capítulos de una historia literaria extraterritorial), editado por Gustavo Guerrero y Ángel Esteban, en el que se desgrana la importancia de España en la vida de los autores venezolanos a lo largo del siglo XX.

“Mi padre nació en Granadilla de Abona, un pueblito encantador de montaña al sur de Tenerife, que se encuentra en una de las rutas para subir al Teide, cerca del pueblo más alto de España: Vilaflor. Adoro todos estos lugares hijos del sosiego, alturas apacibles desde donde se ve el mar quieto, aéreo, sublime, eterno”. Quien comenta es Francisco Javier Pérez, venezolano residente en Madrid, lingüista y secretario de ASALE, Asociación de Academias de la Lengua Española. Francisco Javier suele veranear en Tenerife: “Ser venezolano, hijo de canarios, me exigió desarrollar una situación de doble pertenencia: sin dejar de ser venezolano era también canario. El conocimiento de lo canario estuvo siempre en una condición recesiva. Paulatinamente fui entendiendo esto y capitalizando lo que ello significaba para asumir no solo mi propia condición personal, sino la de mi país que era también parte de Canarias sin dejar de ser Venezuela (creo en la riqueza de esta constitución doble y no en la retórica hueca, interesada e ideológica que ha desgastado el noble aporte que supone la simetría histórica). Nada fue más hermoso que cuando descubrí el privilegio que tenía al poder vivir a Canarias desde Venezuela y a Venezuela desde Canarias, que percibía intensamente cada vez que me encontraba en las islas. Cada hallazgo canario, principalmente intelectual, en sus vínculos venezolanos era y sigue siendo para mí una gran alegría”. 

Juan Carlos Méndez Guédez. Foto: Raquel Méndez Roperti

En el caso del escritor peruano-venezolano (y español) Doménico Chiappe, que reside en Madrid, periodista de Colpisa/Vocento, en los últimos tiempos ha viajado numerosas veces a la isla de La Palma, para cubrir la actualidad de la catástrofe volcánica, y dice que halló a “personas cercanas pero cansadas de correr en un laberinto. Hay huella de desencanto, resignación, vitalidad, fuerza, indiferencia, ganas. Suelo viajar sin expectativas ni prejuicios pero con algunos temas trazados y contactos previos, dentro de lo posible. Prefiero hablar con la gente y menos con los representantes de instituciones u ONG. Moverme, tocar puertas, escuchar. Así encontré la singularidad del palmero. Entender esa relajada anarquía, su fuerte pertenencia familiar y su apego al terruño hizo posible contar sus historias. Sin esa aproximación sería muy difícil escribir sobre la compleja situación que surgió cuando se apagó el volcán”.

Juan Carlos Méndez Guédez suele veranear en Canarias, así que le preguntamos por sus veranos de escritura en las islas, por alguna anécdota de esas estancias, y nos dice que tenía años dándole vueltas a la historia de una mujer canaria abandonada por su padre, que se marchó dos veces a Venezuela. “Tenía la anécdota completa y varias veces me senté a escribirla, pero me salía una historia sin sabor, sin gracia, con un lenguaje plano. Aquel agosto estaba en el Lago Martiánez y comencé a leer un libro precioso, las memorias de Kiki de Montparnasse que publicó Nocturna Ediciones. Aquello era un texto tocado por la levedad, por asociaciones lúdicas, por una intensidad que solo era posible por su orden fragmentario y conciso. La mezcla de lectura, cloro y volcán al fin hicieron saltar la chispa. Al volver a Madrid ya tenía el tono y la estructura de aquella historia, y así nació Arena negra”.

Mi decisión de radicarme en Canarias la tomé en 2017”, dice Antonio López Ortega. “Nunca pensé que yo formaría parte de la llamada diáspora venezolana. Mi madre nació en La Palma, en 1930, y en 1955 tuvo que viajar junto a sus hermanos a Venezuela. Nunca pensé que a mí me tocaría hacer el viaje inverso. Mis parientes le deben mucho a Venezuela, y en esta etapa yo siento un profundo agradecimiento hacia los canarios. Tengo, además, muchos primos queridos”. Le pedimos a Antonio López Ortega que nos cuente cómo se ha colado Canarias en su literatura: “En 2015 recibí una correspondencia de una profesora e investigadora de la Universidad de La Laguna que no conocía, Nieves María Concepción Lorenzo, y al paso del tiempo nos hemos hecho muy amigos. Yo la aprecio y respeto mucho, porque sin duda es una de las venezolanistas más destacadas de la academia española. Nieves me sorprendió con un trabajo exhaustivo sobre los referentes canarios en mi narrativa corta, y me hizo ver aspectos que yo ignoraba. Yo entendí que esa veta la trabajaba de manera bastante inconsciente, pero ella arrojó luz sobre las sombras”. 

Lena Yau recuerda que el primero en emigrar de su rama paterna fue su abuelo. Llegó en un velero fantasma que entró a Venezuela por Higuerote. Eso es lo que le ha contado su mamá, aunque las historias del mar, dice, tienen más de una versión porque el aire las deforma. “Mi abuelo tuvo un ACV en Caracas que lo dejó impedido, así que mi abuela dejó a mi papá y a mis tías a cargo de una hermana y viajó a Venezuela. Allí se hizo enfermera neonatal y trabajó para que sus hijos se reunieran con ella en Caracas. Poco a poco fueron uniéndose a la ruta otros familiares: las tías abuelas, sus esposos, sus hijos. Todos llegaban al apartamento de mi abuela, un piso pequeñito de una habitación. Recuerdo que alguien me contó que en ese piso llegaron a quedarse quince personas que fueron encontrando trabajo, casa y camino. Toda mi familia materna emigró también. Primero los abuelos, luego los hijos, los tíos abuelos, los primos. Papá tenía 18 años cuando llegó a Caracas; mamá, catorce. Se conocieron por azar diez años después”.

Antonio López Ortega. Foto: Montaña Pulido

Además, Lena Yau nos cuenta algo que es común a tantísimos venezolanos de su generación: “Yo crecí entre inmigrantes canarios, peninsulares, italianos, alemanes, griegos. Mi universo sonaba a “elles”, palmeras, a fiscos, a Jesús, mi niña, a baifitos y a la música canaria que mi papá ponía todos los domingos a las seis de la mañana. La vida se contaba en postales. Las de ¿allá?, ¿aquí?, eran volcanes. Las de ¿aquí?, ¿allá?, mostraban las torres más altas de la capital de la que en aquel entonces llamaban la octava isla”. 

No podemos dejar de preguntar a los canarios presentes en esta pieza, Ernesto Suárez y Nieves María Concepción Lorenzo —ambos con vínculos familiares en Venezuela—, cómo están viviendo la situación política y social de allá. Nieves María dice que “con preocupación, como la mayoría de canarios, pues, por diversas razones, somos “más allá” de nuestra frontera. Nuestra dimensión se completa con Venezuela”. Ernesto Suárez afirma que lo que sucede en Venezuela siempre lo vive con mucha incertidumbre, con aprensión, tristeza y miedo, enfado incluso. “La crisis venezolana tiene como últimos responsables a Maduro y a las autoridades del régimen chavista. Con el transcurso de los años, la corrupción, la violencia de estado y las desigualdades se han vuelto sistémicas, instalando al país en el desastre permanente. Familiares y amigos sufren allí condiciones de vida indignas. Los sueldos y pensiones apenas les da para vivir. ¿Cómo es posible que tenga que solicitarse ayuda económica entre amistades para que alguien pueda ser tratado de cáncer o ser sometido a una intervención quirúrgica y que su vida peligre si no se consigue el dinero gracias a la solidaridad y la caridad? Por otro lado, la oposición política al régimen no consigue ni fortalecerse ni ilusionar y deriva hacia un modelo cada vez más «miamero» y, por tanto, ineficaz. Desafortunadamente, los sentimientos son de desesperanza. De alguna manera, Venezuela, con sus casi ocho millones de ciudadanos migrantes, refugiados y exiliados, ha perdido el propio país para muchas décadas. También, debo decir que me da vergüenza reconocer todo esto ante mis amigos venezolanos: los intereses económicos y de política geoestratégica dan por buena y rentable esta dolorosa situación. Pienso en los flujos de dinero venezolano invertido fuera del país durante los últimos quince años, por ejemplo, en las islas o en Madrid, en algunos casos extraído de forma muy irregular, por personas tanto cercanas al poder chavista como a la oposición”.

Venezuela le duele a Canarias, y es que Venezuela y Canarias comparten, no solo el idioma —el español de Canarias y el español de Venezuela se encuentran íntimamente hermanados—, sino también su cocina. “Las relaciones, intercambios e interinfluencias entre el español de Canarias y el de Venezuela, dice Francisco Javier Pérez, han sido constantes desde la colonia y hasta nuestros días. Estas dos vertientes de nuestra lengua se han alimentado en igualdad de condiciones y sin hegemonías. Esto ha significado que en muchos casos se desdibuje lo que en origen pertenece a Canarias o a Venezuela y que se confundan de tal manera que resulten formas indistintas y comunes. Si en el pasado se cumplieron estos trasvases, en el presente se intensifican con el retorno de tantísimos canarios venezolanos o de venezolanos que llegarán a ser canarios debido a su nueva residencia. Los aportes interlingüísticos seguirán siendo muy significativos”. 

En cuanto a la cocina común o hibridada, Lena Yau, escritora cuya literatura “está atravesada por la ingesta y cómo esta es un espejo del habla (y viceversa)”, afirma que “la mesa es un tablero de afectos y desafectos; en las manchas del mantel se pueden leer las fobias y las filias, el plato alimenta la memoria propia y la memoria ajena, cada sabor es un vocablo de un gran gastro golosario. En mi caso, la comida venezolana entró tarde. O en el tiempo justo. En casa se comían las islas. Papá no cocinaba, pero los domingos escaldaba gofio en sancocho de pescado. Mamá hacía pulpo a la canaria. Las papas arrugadas y el mojo picón no faltaban. Pero lo que más nos gustaba, lo que más disfrutábamos y lo que más nos conectaba con La Palma, eran las almendras que llegaban en las maletas. Almendras vareadas del jardín de la casa natal de mi papá. Llegaban crudas, garrapiñadas o en forma de queso dulce. Esas almendras tienen un sabor que ninguna almendra puede igualar. Otra pasión: el queso de cabra. Una prima de mi papá tenía una granjita de cabras y hacía queso idéntico al queso palmero. De Tenerife llegaban truchas y rapadura”.

Lena Yau. Foto: Emilio Kabchi

“Según fuimos creciendo”, continúa Lena Yau, “los platos venezolanos entraron en la cocina y se mezclaron con los canarios: arepa con chorizo isleño, arepa con conejo al salmorejo. Papá y mamá hacían pesca a pulmón. Íbamos mucho a la playa. Recuerdo el día que encontraron lapas en las playas venezolanas. Sus miradas eran de asombro y goce infantil. Mi hermana y yo éramos muy pequeñas, pero no dudamos ni un segundo en probarlas”. 

“Queso, papas nuevas, papas negras, mojo picón y de cilantro, almendras, albaricoques, chicharros, pulpitos, pimienta picona, pimienta de la puta la madre: mis padres nos enseñaron a amar los sabores de sus paisajes”.

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Eres conocedor de la literatura de Canarias. ¿Qué autores u obras de su historia destacarías?

—Antonio López Ortega: Como lector de literatura canaria, he ido poniendo las piezas de un rompecabezas a través de los años. En los 80 me carteaba y leía a autores como Andrés Sánchez Robayna, Jorge Rodríguez Padrón y Alejandro Kravietz. Por algunos viajes posteriores leí a clásicos como Rafael Arozena, Isaac de Vega, Domingo Pérez Minic. Conocí y leí a Fernando Delgado. A saltos he leído a poetas como Luis Feria, Manuel Padorno y Ángel Sánchez, todos magníficos. Los ensayos y el pensamiento de Juan José Delgado me interesaron mucho. Por viajes que han hecho a Venezuela, pude leer a Anelio Rodríguez Concepción y Víctor Álamo. Y ya en estos años recientes he conocido las obras de Cecilia Domínguez, Nilo Palenzuela, Ernesto Suárez, Rafael José Díaz, Bruno Mesa, Ricardo Hernández Bravo y Aída González Rossi. Todavía tengo muchas asignaturas pendientes.

—Juan Carlos Méndez Guédez: Yo cada tanto releo Mararía de Rafael Arozarena, porque en esa historia rural hay un trasfondo mítico que me interesa especialmente; ese es un tipo de narración que me conmueve: hay unos hechos aparentemente reales, pero también hay un discurso subterráneo que alcanza lo oscuro, lo sagrado, la luminosidad que también significa renacimiento y destrucción. Otro libro fundamental para mí es Crimen, de Agustín Espinosa, por su libertad, por su desenfreno. Autores más recientes, te comento que en narrativa he disfrutado mucho de títulos de Dolores Campos Herrero y Víctor Ramírez (Nos dejaron el muerto es un libro al que también me gusta regresar de tanto en tanto); y hay narradores excelentes que paladeo y disfruto muchísimo como Nicolás Melini y Anelio Rodríguez Concepción, el recientemente fallecido Alexis Ravelo, y también he vivido momentos inolvidables con libros de JJ Armas Marcelo y Juan Cruz. Como poetas, Ernesto Suárez es uno de los mejores poetas que puedes leer en español ahora mismo; y no puedo dejar de mencionarte a Selena Millares, Coriolano González Montañés y Andrés Sánchez Robayna.

—Francisco Javier Pérez: Aunque mi conocimiento de la literatura canaria es parcial y selectivo, hay algunos autores (escritores y estudiosos) que quisiera referir. De los antiguos, el jesuita José de Anchieta (siglo XV), fundador de todos los caminos de la lengua; Bartolomé Cairasco de Figueroa (siglo XVI), precursor de Góngora; Antonio de Viana (siglo XVII), el poeta historiador amigo de Lope de Vega; José de Viera y Clavijo (siglo XVIII), el historiador poeta, sabio e ilustrado. De los modernos del siglo XIX y algo del XX, los grandísimos Benito Pérez Galdós (Marianela fue de lo primero que leí de adolescente), Elías Zerolo (además del diccionario, es autor de este actual e interesante trabajo: Usurpaciones de Inglaterra en la Guayana venezolana), Manuel Verdugo (modernista de memoria posromántica) y Tomás Morales (un Rubén Darío de las Islas). De los modernos del siglo XX, Agustín Millares Carlo (sus bibliografías me han acompañado siempre), Domingo Pérez Minik (Entrada y salida de viajeros es uno de mis libros de cabecera) y María Rosa Alonso. De los actuales, tan interesantes, queridos y potentes, no digo nada porque están vivos. Igualmente, dejo por fuera a los artistas y estudiosos de la lengua, pues no terminaría mi lista de afectos científicos.  

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Ernesto Suárez es un rastreador excelente de proyectos editoriales de poesía de gran parte del territorio de la lengua española. Le preguntamos por los proyectos de este tipo, pequeños y singulares, que destacaría de Venezuela.

El desastre económico y el autoritarismo del régimen llevaron hasta el colapso al ecosistema cultural y académico del país. Muchos proyectos editoriales, tanto públicos como privados, han desaparecido debido a la presión política y a la nefasta situación socioeconómica. Aun así, resisten y se desarrollan diversas iniciativas realmente interesantes. Ahí está la Fundación La Poeteca y su premio Rafael Cadenas de poesía joven.

La editorial Eclepsidra se mantiene activa desde hace tres décadas y se ha convertido en territorio ineludible desde el que reconocer la poesía venezolana del siglo XXI. Puede decirse que es la heredera de los mejores proyectos editoriales anteriores al chavismo.

También debo mencionar la revista digital El Cautivo, que dirige María Antonieta Flores desde hace 20 años. La revista de María Antonieta permite acceder a la actualidad poética venezolana y sirve, a la vez, como enlace con la literatura internacional.

Hay además cuatro iniciativas que están generando catálogos de gran calidad, dos desde el interior del país, Editorial Blanca Pantin y Dcir Ediciones, y dos desde el exterior de Venezuela, Luba Ediciones y Kalathos, desde Argentina y Madrid, respectivamente. Todas estas editoriales están dirigidas por escritoras y escritores de gran prestigio. Pese a estar geográficamente desgajada, las iniciativas de difusión de la literatura venezolana siguen mostrando un propósito de independencia, unidad y cuidado maravillosos.

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Poesía de autores venezolanos. Recomendaciones de Ernesto Suárez

La tradición poética venezolana es poderosísima. Ha contado, además, con pensadores y ensayistas como Guillermo Sucre, Miguel Gomes o Víctor Bravo, que la han dotado de un robusto armazón de interpretación crítica y que también la conecta con la mejor poesía hispanoamericana contemporánea. Guillermo Sucre, en una entrevista con Rafael Arráiz Lucca, decía que la identidad o la tradición poética se crea a partir de comparaciones internas. Entiendo que es la lectura misma desde donde se provocan estas comparaciones. Prefiero mencionar así un manojo de libros que han sido excelentes lecturas para mí:

De José Antonio Ramos Sucre, dos libros, Las formas del fuego y El cielo de esmalte.

Los espacios cálidos, de Vicente Gerbasi.

Intemperie y Gestiones, dos libros de Rafael Cadenas.

Animal de costumbre, de Juan Sánchez Peláez.

Trilogía, de Ramón Palomares, que reúne tres de sus obras.

Dos libros también de Eugenio Montejo: Terredad  y Alfabeto del mundo.

Casa de agua y de sombras, de Hanni Ossott.

La quietud  y El hueso pélvico, otros dos libros de Yolanda Pantin.

También dos obras, Ca(z)a y Cuerpo, de María Auxiliadora Álvarez.

El libro de la tribu, de Santos López.

El llano ciego y El muro de Mandelshtam, nuevamente dos libros de Igor Barreto.

La voz de mis hermanas, de María Antonieta Flores.

Cuira, de Carmen Verde Arocha. 

Y Nuevas cartas náuticas, de Adalber Salas.

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