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El narrador herido, de E. T. A. Hoffmann

El narrador herido, de E. T. A. Hoffmann

La editorial Akal rescata a uno de los grandes románticos alemanes, además de pionero del horror gótico. Los cuentos de este clásico acaso algo olvidado por el gran público vienen en esta ocasión acompañados de las ilustraciones de Natalie Frank.

En Zenda reproducimos el arranque de la Introducción escrita por Jack Zipes a El narrador herido (Akal), de E. T. A. Hoffmann.

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INTRODUCCIÓN

E. T. A. Hoffmann, el narrador herido 

El pasado no tiene por qué permanecer en silencio. Quiere hablar. A veces, tratamos de descartarlo a causa de las heridas que hemos sufrido. Sin embargo, una forma más efectiva de enterrar acontecimientos perturbadores del pasado es afrontarlos con historias. Este es el gran logro de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann.

Hay muchos escritores históricos alemanes de cuentos populares y de hadas, muchos más que los Hermanos Grimm, que fueron y siguen siendo importantes porque eran artistas dotados que supieron cómo traer el pasado al presente, a través del poder y el estilo de sus extraordinarios escritos. A veces, como en el caso de Hermann Hesse, sus cuentos han perdido atractivo porque las ideas y conflictos que describen ya no nos preocupan ni nos conmueven. Esos cuentos se desvanecen y se convierten en recuerdos entrañables de «érase una vez». Dado que estas obras, populares en otros tiempos, no nos gritan, volvemos a ellas sobre todo para satisfacer la nostalgia.

Ese no es el caso, en absoluto, en lo que se refiere a E. T. A. Hoffmann y a sus obras. Sus cuentos de hadas han sido calificados como enfermos, raros, maravillosos, extraños, horribles, oscuros, insensatos, perturbadores y terroríficos. Nunca esclarecedores. No obstante, escritores, músicos, dramaturgos, artistas o cineastas se han sentido atraídos por los cuentos de Hoffmann y, encontrando algo vital en ellos, los han adaptado para el escenario y la pantalla. Es como si su extrañeza tuviera algún valor terapéutico. Algunos de estos creadores se han acercado notablemente a los elementos extraños de las obras de Hoffmann, quizá por haber sufrido como él. En este sentido, podemos fijarnos en Maurice Sendak, que tenía fama de herido y subversivo a partes iguales, como uno de los pocos escritores que ha adaptado con éxito las historias de Hoffmann para los niños. En su mayor parte, estas historias son demasiado complejas e impactantes para la audiencia más joven. Ahora bien, Sendak fue sólo uno de los muchos escritores y poetas importantes que se vieron influenciados por Hoffmann; otros son Iginio Ugo Tarchetti, Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Nikolai Gogol y Charles Dickens, lo que demuestra la capacidad de esta obra para inspirar a la vez que para inquietar.

Paradójicamente, en el mundo occidental, se celebra a Hoffmann sobre todo en Navidad, como el autor del «dulce» y brillante ballet El cascanueces y el rey de los ratones. No obstante, el ballet no estaba basado en la historia de Hoffmann, sino en la adaptación del cuento de Hoffmann, que hizo Alejandro Dumas padre, con música de Piotr Ilich Chaikovski y coreografiado por Marius Petipa. El inquietante trauma que constituye el núcleo de la historia queda, por lo general, borrado, o quizás habría que decir «suavizado». Si algún músico se ha acercado a la comprensión de la esencia de la escritura de Hoffmann, ese es Jacques Offenbach y su ópera Los cuentos de Hoffmann (Les contes d’Hoffmann, 1881). Offenbach había visto la obra Les contes fantastiques d’Hoffmann (Los cuentos fantásticos de Hoffmann), escrita por Jules Barbier y Michel Carré, y, más tarde, colaboró con Barbier para adaptar tres cuentos («El hombre de la arena» [«Der Sandmann», 1816], «El violín de Cremona» [conocido en alemán como «Rat Krespel», 1819], y «El reflejo perdido» [conocido en alemán como «Die Abenteuer der Silvester-Nacht», 1815]) para su ópera, que desgraciadamente no llegó a ver porque murió en 1880, antes del estreno. La ópera es deslumbrante, pues la música y el argumento exploran tanto el sufrimiento de Hoffmann como su incapacidad para cumplir sus sueños de amor y amor a la poesía. Se derrota a sí mismo constantemente. No hay final feliz, y la música exquisitamente misteriosa de Offenbach, creo, capta la desesperación de Hoffmann.

En su perspicaz e innovador estudio El narrador herido, Arthur W. Frank afirma: «Este libro presenta a los enfermos como narradores heridos. Espero cambiar la concepción cultural dominante de enfermedad para alejarla de la pasividad –la persona enferma como “víctima de” la enfermedad y, por tanto, receptora de cuidados– para orientarla hacia la actividad. La persona enferma que convierte la enfermedad en historia transforma el destino en experiencia; la enfermedad que separa el cuerpo de los otros se convierte, en la historia, en el vínculo común del sufrimiento que une a los cuerpos en su vulnerabilidad compartida».

Aunque Frank no trata precisamente del trauma, está claro por su uso de las palabras illness y disease que está hablando de los traumas que sufren algunas personas. Muchas gentes sufren sucesos inexplicables o devastadores que les atormentan a lo largo de sus vidas y la narración de historias les ofrece uno de los medios más eficaces para afirmar su capacidad de acción. Frank afirma: «Como heridas, las personas pueden ser atendidas, pero como narradores, son ellas las que cuidan de los demás. Los enfermos y aquellos que sufren pueden ser también sanadores. Sus heridas se convierten en la fuente de la potencia de sus historias. A través de sus historias, los enfermos crean lazos empáticos entre ellos mismos y sus oyentes. Estos lazos se amplían conforme las historias se vuelven a contar. Quienes escucharon entonces se lo cuentan a otros y el círculo de experiencia compartida se amplía. El hecho de que las historias curan hace que el sanador herido y el narrador herido no estén separados, sino que sean aspectos diferentes de la misma figura».

Es posible que la narrativa de Hoffmann tuviera sus raíces en sus propios traumas, y está claro que se convirtió en un sanador para aquellos que estaban dispuestos a escuchar y a leer sus conmovedores cuentos. Él sufrió una niñez infeliz, que le acompañó durante la mayor parte de su vida, pero canalizó esas perturbaciones, al igual que las numerosas desgracias de otro tipo que se encontró, hacia el arte. En mi opinión, esta es la razón por la que los cuentos de Hoffmann siguen teniendo un efecto tan poderoso. Si Hoffmann es importante hoy –y claramente lo es– es porque le preocupaba mucho el trato que recibían los niños y el lugar marginado que ocupaban en la sociedad. Esta preocupación se encuentra en el corazón de su atractivo actual para los lectores a lo largo y ancho del mundo, cuando los derechos de los niños están sujetos a los caprichos de sus cuidadores adultos o a las políticas variables establecidas por gobiernos particulares.

En 2012, Elisabeth Young-Bruehl, psicoanalista estadounidense, publicó un estudio de lo más relevante, Childism: Confronting Prejudice against Children (Infantilismo: afrontando los prejuicios contra los niños), que puede ayudarnos a acercarnos y entender la esencia de muchos de los cuentos de Hoffmann. La principal tesis de YoungBruehl es clara y simple: «Las personas, como individuos y como sociedades, maltratan a los niños para satisfacer ciertas necesidades a través de ellos, para proyectar conflictos internos y odio hacia sí mismos, o para afirmarse a sí mismas cuando sienten que su autoridad ha sido cuestionada. Ahora bien, al margen de sus motivaciones individuales, todos se basan en un prejuicio social contra los niños para justificarse y legitimar su comportamiento».

Dados estos prejuicios generalizados, los adultos que toman las decisiones, a menudo actúan en contra de los niños incluso cuando intentan defender sus intereses. En otras palabras, nuestra sociedad establece una relación autoritaria con los niños, dictando lo que deberían aprender y cómo deberían comportarse, a veces, ignorando sus necesidades y deseos, y despreciando sus capacidades de desarrollo. Gobernamos su educación y su crecimiento. En mayor o menor medida, todos somos culpables del infantilismo, y Young-Bruehl defiende la necesidad de usar términos como childism (infantilismo) o childist (infantilista) para que podamos superar de forma más consciente nuestros prejuicios. Sin embargo, ella no aporta soluciones al infantilismo porque no las hay. Por consiguiente, todos llevamos con nosotros los traumas de nuestras infancias al mundo de los adultos.

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Autor: E. T. A. Hoffmann y Natalie Frank. Título: El narrador herido. Traducción: Pedro Piedras Monroy. Editorial: Akal. Venta: Todostuslibros.

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