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Lina Romay, la amante esposa y musa del tío Jess

Lina Romay, la amante esposa y musa del tío Jess

En ese centenar largo de películas que abarca su colaboración, Lina Romay y Jesús Franco concibieron todo un florilegio de imágenes sicalípticas, lujuriosas, deliciosamente impúdicas. El cineasta y su musa fueron de los primeros que rodaron sexo explícito en nuestro país. Según recuerda el propio Franco en Memorias del tío Jess, esa autobiografía profesional publicada en 2004 con el sello de la editorial Aguilar, la guardia civil se presentaba en sus rodajes para pedirles permisos, que meses antes habían dejado de ser preceptivos para emplazar la cámara, al ver a los intérpretes corriendo desnudos por playas abandonadas.

Si señor, Franco y Lina Romay fueron quienes llevaron el cine erótico autóctono de la “S” a la “X” a comienzos de los años 80. Puestos a ello, concibieron todo un repertorio de imágenes memorables que para sus detractores —a excepción de Fernando Fernán Gómez, buen amigo del tío Jess desde sus colaboraciones en los años 60, lo fue casi todo el cine español— no fueron más que un catálogo de técnicas del retozo o algo así. Yo lo dejaría en estampas poderosas, sumamente sugerentes del placer.

"Tanto o más que en los coitos, felaciones y demás prácticas sexuales, recreadas por docenas a las órdenes de Jess, emocionaba ver a Lina Romay, prematuramente envejecida"

Coincidí con ellos en el año 83 en Arcofón, unos estudios de sonorización y montaje que había en la madrileña calle de Vallehermoso. Ellos, que entre uno y otra se hacían toda la película, tan solo contrataban a uno o dos técnicos y a un par de actores más, se empleaban entonces en Gemidos de placer (1983). Me llamó la atención lo poco afectados que se mostraban y eso que él era amigo de Orson Welles. Simpaticé con su absoluta entrega a la cinta que les ocupaba. Parecían hacer cine de autor. Y en el fondo puede que a su manera lo estuvieran haciendo.

Pero, hoy por hoy, la imagen que más me conmueve del realizador y su actriz, es aquella en la que Lina empuja la silla de ruedas en la que el cineasta —su pareja durante décadas; su marido solo en los últimos años— se vio postrado al final de sus días. Tanto o más que en los coitos, felaciones y demás prácticas sexuales, recreadas por docenas a las órdenes de Jess, emocionaba ver a Lina Romay, prematuramente envejecida. De aquella ingenua, tremendamente sensual, que fue su prototipo en un principio, no quedaba ni el recuerdo cuando empujaba la silla de ruedas de su ya anciano marido en la entrega de los Goya de 2009, donde fue distinguido con el de honor. Pocas veces he visto una estampa más certera que aquélla de esos amores más poderosos que la vida. En el resto de los festivales que rindieron el merecido tributo a Jesús Franco al final de su carrera, igual. Aquellas instantáneas de los festivales, de una mujer valiente y valerosa tuvieron que hacer morderse la lengua a muchos de los que hablaron mal de ella con anterioridad.

"A mitad de camino entre el fantaterror español y el porno duro, el renombre de la actriz Lina Romay estuvo estrechamente ligado al de su marido"

Esa imagen última se me antoja la prueba irrefutable del amor que se profesó una pareja que —a decir de muchos— hizo del exhibicionismo su profesión. Demostración, igualmente incontestable, de que el cariño puede persistir cuando el sexo ha tocado a su fin. Y yo, que abomino del amor libre —de las parejas abiertas, quiero decir— tanto como de ese puritanismo que prohibía la pornografía en España cuando el tío Jess y Lina Romay volvieron de Francia para empezar a rodarla aquí, tengo esa imagen última del ya matrimonio Franco en lo más alto, allí donde rindo culto a quienes solo La Parca pudo separar, que es como mueren cuantos se amaron mucho.

Hay una cinta que es toda una epifanía, una de esas realizaciones gloriosas del gran Max Ophüls, El placer (1952). Basada en tres relatos del gran Guy de Maupassant sobre la búsqueda del goce de la carne —La casa de Teiller, Una máscara y La modelo—, en el último de estos segmentos, Simone Simon interpreta a la modelo en cuestión. Perdidamente enamorada de Jean —el artista recreado por Daniel Gélin—, cuando éste la desprecia, ella se tira por la ventana. La modelo no muere, queda postrada en una silla de ruedas, que Jean empuja primorosamente en el último plano del filme.

"En aquellas colaboraciones extranjeras, Ardid trabajó con Jesús Franco que por aquel entonces, agobiado por la censura española, solía emplazar su cámara en Francia"

A mitad de camino entre el fantaterror español y el porno duro, el renombre de la actriz Lina Romay estuvo estrechamente ligado al de su marido. Murió prematuramente en 2012, solo tenía 57 años cuando la muerte, bajo la forma de un cáncer fulminante, la fue a buscar. Unida profesional y sentimentalmente al tío Jess —como llaman sus cientos de admiradores a Jesús Franco— durante más de 40 años, además de su musa por antonomasia fue una de las primeras actrices que rodaron secuencias de sexo explícito en España. “Me encanta la idea de promover el amor entre los seres y no la droga o el terror”, declaró la propia Lina en una de las primeras entrevistas que le hicieron a este respecto.

Nacida en Barcelona en 1954, la futura actriz fue inscrita en el Registro Civil como Rosa María Almirall. Lina Romay, su nombre artístico, fue un tributo a la intérprete mexicana así llamada —fallecida apenas unos meses antes que la señora de Franco—, quien fuera vocalista de la orquesta de Xavier Cugat. Estudiante de arte en su ciudad natal, la joven Lina contrajo matrimonio con el fotógrafo Ramon Ardid, quien con el nombre de Raymond Hardy también llevaba una carrera como actor allende nuestras fronteras.

"Ya desde sus comienzos, el cine de terror y el entonces solamente erótico se sucedieron en la filmografía de Lina Romay"

En aquellas colaboraciones extranjeras, Ardid trabajó con Jesús Franco que por aquel entonces, agobiado por la censura española, solía emplazar su cámara en Francia. La muerte en 1970 de la bella y malograda actriz Soledad Miranda había privado al tío Jess de su musa. Corría 1972 cuando la joven Lina, que acompañaba a los rodajes a su marido, se convirtió en la nueva inspiración del cineasta. Bajo sus auspicios, incorporaría a diferentes versiones de Carmilla, el inmortal personaje del gran Sheridan Le Fanu, entre toda una galería de vampiras, gobernantas de prisiones y demás hijas del mal.

Ya desde sus comienzos, el cine de terror y el entonces solamente erótico se sucedieron en la filmografía de Lina Romay. Dentro de esta matemática, tras La maldición de Frankenstein y La hija de Drácula —las dos primeras cintas de la pareja, ambas de 1972—, vino Tendre et perverse Emanuelle (1973), una de aquellas nudies de la época. A la sazón, en Francia y otros países extranjeros, tanto Jesús Franco como Lina Romay ya empezaban a ser objeto del culto cinéfilo.

"Ambos filmes desataron tanta pasión en las audiencias francesas que abrieron a Lina Romay las puertas de una pantalla tan poco dada a la sicalipsis como la suiza, donde la actriz fue un verdadero mito erótico"

Su romance se consolidó en plena Revolución de los Claveles portuguesa. “Lina se separó de su hombre, y los dos, tras varios días de idilio en Madeira, unimos nuestras vidas”, recuerda el tío Jess en sus memorias. “Ya habíamos hecho varias películas juntos y Lina se convirtió, en Francia sobre todo, en una estrella del cine erótico”. Siempre a gusto en su condición, fue entonces cuando, bromeando, la actriz declaró: “Sólo me visto si lo exige el guión”.

Del centenar de cintas que por aquellos años hizo el matrimonio, hay que dar noticia de La condesa negra (1973) y Linda (1975). Ambos filmes desataron tanta pasión en las audiencias francesas que abrieron a Lina Romay las puertas de una pantalla tan poco dada a la sicalipsis como la suiza, donde la actriz —según recordaba su marido— fue un verdadero mito erótico.

Tan dada a los seudónimos como a mostrar sus encantos, si en la cinta aparecía teñida de rubia lo hacía bajo el nombre de Candy Coster; si de pelirroja, con el de Lulú Laverne. Paralelamente a su filmografía erótica, la fantaterrorífica, aún más aplaudida, proseguía en títulos como Los ojos siniestros del doctor Orloff (1973), El sádico de Notre Dame (1974) y Jack the Ripper (1976).

"Ya en los años 90, cuando Jesús Franco fue convertido en un realizador de culto cinéfilo también en España, Lina, como no podía ser de otra manera, gozó del mismo honor"

Ya en España, Lina colaboró con Jorge Grau en Cartas de amor de una monja (1978) y con Ricardo Palacios, aún dentro del llamado cine “S”, en Mi conejo es el mejor (1982). Legalizado el porno, la actriz, además de cómo una de sus cultivadoras españolas, se estrenó como realizadora. Una rajita para dos (1984), Las chuponas (1986) o Phollastia (1987) fueron algunos de los títulos que dirigió.

Ya en los años 90, cuando Jesús Franco fue convertido en un realizador de culto cinéfilo también en España, Lina, como no podía ser de otra manera, gozó del mismo honor.

Retirada con su marido en la Costa del Sol, siguió dirigiendo porno para su distribución en formatos domésticos, hasta unos meses antes de morir. Jesús Franco, apenas sobrevivió un año a su mujer.

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