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Vive, y escribe, peligrosamente

Vive, y escribe, peligrosamente

Tras la Primera Guerra Mundial, aquello que Unamuno llamó Yanquilandia, es decir, Estados Unidos, se convirtió en el modelo de civilización a seguir para toda Europa. Así nacieron los “felices años 20”, una época de hedonismo y fascinación por el American Way of Life que también tuvo su expresión en España.

En este making of Juan Francisco Fuentes habla sobre el origen de Bienvenido, Mister Chaplin (Taurus).

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A mis doctorandos les suelo decir que hacer una tesis perjudica seriamente la salud. Con un libro ocurre algo parecido, solo que al menos puedes elegir un tema divertido y estructurarlo a tu manera, libre de las absurdas imposiciones del formato de una tesis doctoral. ¿Dónde está entonces el peligro de escribir un libro? En que te divierta tanto que no lo puedas soltar, que se convierta en una adicción, que todos los días necesites tu dosis y que esa tarea adictiva de escribir unas páginas sin reparar en el cansancio físico y mental te acabe pasando factura. Lo pude comprobar un día en el metro cuando, por primera vez en mi vida, un chico joven, viéndome sin duda agotado, me cedió su asiento.

Escribiendo Bienvenido, Mister Chaplin me he acordado mucho del famoso “vive peligrosamente” de Nietzsche, que tanto le gustaba a Mussolini —a menudo incluso se le atribuye erróneamente a él— y que resume el espíritu aventurero y belicoso de la generación que protagoniza el libro, la de los nacidos a principios del siglo XX. Uno de ellos, el escritor César Arconada, definió esa rebeldía iconoclasta de sus compañeros de generación al responder con estas palabras al cuestionario de una revista literaria en 1928: “Un joven puede ser comunista, fascista, cualquier cosa menos tener viejas ideas liberales”. Él mismo no tardó en hacerse comunista. Les gustaban, pues, el riesgo, las emociones fuertes y las ideologías que ellos asociaban con el vértigo de la modernidad. Pero también la cultura de masas norteamericana, desde el cine hasta el jazz, desde los rascacielos hasta el charlestón. A estudiar su huella en la vida y la obra de la generación del 27 dedico el capítulo “Góngora a ritmo de jazz”. Disfruté mucho escribiéndolo, lo mismo que un epígrafe que titulé “King Kong: el monstruo que no sabía demasiado”, en el que abordo la relación entre “los films terroríficos”, como los llama un periódico, y la política de terror que se pone de moda en los años veinte y treinta.

"El margen que tenemos los historiadores para poner en práctica nuestras ideas está siempre limitado por la verosimilitud histórica. El truco está en encontrar la fuente que te dé un final inesperado y veraz"

La historia que se cuenta en estas páginas es como una gamberrada que acaba en tragedia. Yo sabía cómo terminaba, pero cuando empecé a escribirla solo tenía una vaga idea de cómo contaría el final. La solución me la dio una fuente inesperada y para mí desconocida, una publicación anarquista de la Guerra Civil que hacía realidad las intuiciones más audaces que había tenido durante la redacción del libro. Era como si al guionista de una serie de televisión se le ocurriera el final justo antes de entregar a la productora el guion del último episodio. Con una diferencia: quien cuenta historias de ficción es su propio deus ex machina, aquel que puede dar un final inverosímil, pero ingenioso, a una trama enrevesada, tal vez porque no ha sabido planificarla sin pensar que algún día tendría que rematarla. El margen que tenemos los historiadores para poner en práctica nuestras ideas está siempre limitado por la verosimilitud histórica. El truco está en encontrar la fuente que te dé un final inesperado y veraz, porque mientras los libros de ficción intentan hacer verosímil aquello que no ha sucedido, los de historia deben mostrarnos el lado impredecible de la realidad sin faltar a la verdad. Es una de nuestras servidumbres como historiadores.

"Siento nostalgia del tiempo que dediqué a este libro, pero, en cambio, tengo la suerte de que, a diferencia de sus protagonistas, las secuelas que me dejó la peligrosa aventura de escribirlo están en vías de solución"

A diferencia del escritor trotamundos, que va en busca de sus propias historias, nosotros tendemos al sedentarismo, no tanto por un defecto de nuestro carácter como por la imposibilidad de viajar a la época que estudiamos. Contamos peripecias ajenas, a veces crímenes monstruosos, sin apenas movernos del lugar donde estamos, sobre todo ahora que tenemos a nuestra disposición una ingente cantidad de materiales históricos digitalizados. Pero la imposibilidad de viajar al escenario del crimen —el pasado tiene mucho de museo de los horrores— no debe ser una excusa para que nuestra reconstrucción de los hechos y del ambiente en que se desarrollaron carezca de un aire de época que haga creíble nuestra historia.

El libro tiene, pues, mucha adrenalina, la de quienes pasaron por situaciones divertidas y dramáticas —a veces no es fácil distinguir lo uno de lo otro— y la mía como autor cada vez que me sentaba a escribir unas páginas. Había que sentir el latido acelerado de aquella época para entender a los personajes: poetas, militares, directores de cine, arquitectos, periodistas, músicos, hombres y mujeres de acción que vivieron intensa y peligrosamente una época irrepetible. Uno de ellos, un político socialista que acabó en el exilio, recordará con nostalgia poco antes de morir aquellos años “tan venturosos, a pesar de que entonces no nos lo parecían”. Yo también siento nostalgia del tiempo que dediqué a este libro, pero, en cambio, tengo la suerte de que, a diferencia de sus protagonistas, las secuelas que me dejó la peligrosa aventura de escribirlo están en vías de solución.

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Autor: Juan Francisco Fuentes. Título: Bienvenido, Mister Chaplin. Editorial: Taurus. Venta: Todos tus libros.

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