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Sólo quedará don Quijote

Sólo quedará don Quijote

Hay algunos críticos —alguno de ellos de cierto renombre, de los que producen temor y temblor con sus reseñas a los indefensos escritores— a los que la prosa de Vilas se les hace bola en la garganta. Allá ellos y sus estrechas tragaderas. Les pasa por no haberse operarado de las anginas cuando eran pequeños.

Por no hablar de esos otros reseñistas que han investigado hasta la saciedad, como si les fuera la vida en ello, todo lo relacionado con la tan traída y lleva autoficción, asunto que, en el fondo, no interesa a nadie, ni siquiera a los propios estudiantes en los centros en donde enseñan. A este propósito, dado que la palabra “autoficción” estuvo, en su momento, a punto de convertirse en el vocablo del año dentro del ámbito de la cultura literaria, decía el genial Ángel Basanta, sin cortarse un pelo, y con esa ironía y ese humor tan gallegos que se gasta, que “una autoficción no es una autobiografía ni una novela; tampoco es una autobiografía novela ni una novela autobiográfica. ¿Qué es entonces una autoficción? Si te digo la verdad, te miento”.

"El propio título de la obra, El mejor libro del mundo, ya es pura ironía; la alargada sombra de esa impotencia que corroe a todos los escritores inteligentes que saben de antemano cuáles son sus limitaciones"

Todo ello viene a propósito de la novela, que ahora sale a la luz, del aragonés Manuel Vilas que, como es costumbre en él, se deja la piel y, acaso, la vida, en cada frase, en cada capítulo, como si fuera lo último que se le permitiera escribir. Y siempre con una sinceridad asombrosa, sin cobardía alguna —Umbral ya habló en su día de la escritura cobarde, que con tanta alegría y poco rubor se practica en este país—, apelando a la verdad verdadera, que diría Marsé, aunque su estrategia le pueda acarrear más de un disgusto y más de un enemigo que se sienta aludido.

El propio título de la obra, El mejor libro del mundo, ya es pura ironía; la alargada sombra de esa impotencia que corroe a todos los escritores inteligentes que saben de antemano cuáles son sus limitaciones y la imposibilidad de llegar a ciertas alturas en donde hace demasiado frío y la atmósfera, por falta de oxígeno, resulta irrespirable. Y es, justamente, eso lo que se deja bien patente a lo largo de estas páginas, cuando Vilas se refiere a autores de la talla de Kafka, al que ha llevado a cuestas toda su vida, “el mejor escritor de la historia”, el único que no envejece, “porque era un enviado de Dios, como Jesucristo”.

"El autor nacido en Barbastro, lugar tan querido por él y que no deja pasar la ocasión para citarlo en estas páginas, conmemora sus sesenta años de vida hasta convertirse en el leit motiv de la obra"

Y como el escritor checo, otros personajes como Amy Winehouse, “el mayor talento que yo he sabido escuchar del siglo XXI”, con permiso, claro, de sus queridos Elvis, Johnny Cash o Lou Reed, que para él resultan intocables, como hermanos a los que defendería con todas sus fuerzas en caso de ser atacados. A Vilas se le podría reprochar —no seré yo, tan amigo de la contundencia y de las palabras claras y directas, quien tire esa piedra— que ponga demasiada carne en el asador. O toda la carne, no guardándose nada en la despensa para el libro siguiente. Y que lo haga con tanta convicción, con tanto convencimiento, con una pasión que es capaz de contagiar al lector.

El autor nacido en Barbastro, lugar tan querido por él y que no deja pasar la ocasión para citarlo en estas páginas, conmemora sus sesenta años de vida hasta convertirse en el leit motiv de la obra, en la obsesión constante que recorre el libro, como un fantasma que se filtrara por todas las habitaciones de un castillo repleto de sorpresas, de viejos recuerdos, de sensaciones, de opiniones ciertamente polémicas —algunas no van a gustar a algunos críticos, ni a algunos escritores, ni a algunos profesores— que tiene que sostener, más que con sólidos argumentos, a punta de espada, puñal en mano.

"Vilas emprende el viaje a través de sus sesenta años, que son los años justos para decir las verdades que se han ocultado hasta entonces, y habla de diversos y variados escritores que jalonaron su carrera literaria"

Vilas es el hombre que va a cumplir sesenta años. Una edad que ya le permite ciertas alegrías, llamar a las cosas por su nombre. En tal sentido, me viene ahora a la memoria aquella frase de Proust, recogida en Por el camino de Swann, en la que el escritor francés aseguraba haber llegado ya a una edad “en que hay que abanderarse y decidir para siempre a quiénes vamos a querer y a quiénes vamos a desdeñar”. Y añade: “y atenerse a los que queremos sin separarse nunca de ellos para compensar el tiempo que hemos malgastado con los demás”. Santa palabra, que Vilas convierte en su catecismo, en su propia poética.

Y así, de ese modo, un tanto arriesgado, conviene señalarlo, Vilas emprende el viaje a través de sus sesenta años, que son los años justos para decir las verdades que se han ocultado hasta entonces, y habla de diversos y variados escritores que jalonaron su carrera literaria, por lo positivo o por lo negativo, por lo civil o por lo criminal, como Javier Marías, “de una amabilidad fría como el mármol”, pero, al mismo tiempo, “el escritor español y en español más importante de estos últimos cuarenta años”; como Rilke, cuya poesía le deja indiferente; como Gil de Biedma, que fue “nuestro Kerouac y nuestro Burroughs y nuestro Ginsberg en un solo hombre”; como Rimbaud, “el poeta más guapo del mundo”; como Juan Benet, en cuya literatura, ratifica Vilas, convencido de ello, “no hay aliento humano sino exhibición de una inteligencia fría y en el fondo anecdótica”. Al tiempo que deja claro que Lorca y Cervantes son los acompañantes silenciosos de todos los escritores, y que, al final, sólo quedará don Quijote.

"El mejor libro del mundo es, a mi entender, una pieza maestra, una obra que, al margen de Ordesa, también va a marcar, de alguna manera, el resto de la carrera literaria de su autor"

Vilas, al referirse a estos últimos años de su vida, no tiene más remedio que volver a Ordesa, al recuerdo de sus padres, de un padre que, cuando volvía de viaje, contaba lo bien y lo barato que había comido, que son los grandes protagonistas de una de las novelas más leídas en Europa. Y regresa, de este modo, a sus cincuenta y cinco años, justo en el momento en el que está a punto de aparecer Ordesa, cuando aspiraba a una vida discreta, cuando sólo había sido, hasta entonces, “un muerto de hambre risueño y franciscano”. Porque en El mejor libro del mundo también se habla de hambre, de esa mala conciencia que siempre tuvimos los pobres de dejar una sola migaja en el plato. De la obsesión por la comida, por la exuberancia de los bufés libres de los buenos hoteles, cuando se convirtió, gracias a sus libros y a su bien ganada fama, en un auténtico yonqui de los viajes. Obsesión, asimismo, por coleccionar los calzadores que se le ofrecen en las habitaciones de los hoteles. Y su lucha contra el sobrepeso, que lo convierte en un maniático, en un exquisito loco de atar, en un verdadero licenciado Vidriera.

La obra de Vilas, pertenezca al género que sea, que es lo que aquí menos importa, posee un estilo en donde se aprecia lo humorístico y lo socarrón, con algo de burla encubierta, con lo que se corre el peligro de ser mal interpretado por quienes opten por una lectura ligera y no sepan seguirle los pasos. Pero, al mismo tiempo, es un libro repleto de verdades que a veces dan miedo; un libro sincero, rebosante de ternura y de poesía con el que se ponen sobre el tapete lo que en verdad preocupa a todos los seres humanos, como el paso del tiempo, que es “una organización terrorista cuya finalidad es desestabilizar el orden político en la tierra”, la amistad, la memoria, la belleza del silencio, el oficio de escribir, la españolidad, que es “un estado de guerra con el vecino”, los placeres de lo más sencillo, la alegría de vivir, la celebración de la luz… y la muerte: estar muerto es el misterio más grande de todos los misterios, y el presente es el oro de la vida, el único reino posible.

"El único sentido de la vida de un escritor es escribir el mejor libro no del mundo sino del universo, siendo consciente de antemano de que una tarea de tal envergadura está condenada al fracaso"

El mejor libro del mundo es, a mi entender, una pieza maestra, una obra que, al margen de Ordesa, también va a marcar, de alguna manera, el resto de la carrera literaria de su autor. Y una obra que atesora, al mismo tiempo, una prosa suelta, sublime y profunda a la vez, como una niebla que, pese a su ligereza, nos impide ver a quien camina a nuestro lado, con soberbios diálogos, con capítulos y apartados que funcionan por su cuenta, como auténticas piezas maestras. El único sentido de la vida de un escritor —así lo deja dicho Manuel Vilas— es escribir el mejor libro no del mundo sino del universo, siendo consciente de antemano —y en ello radica su inteligencia— de que una tarea de tal envergadura está condenada al fracaso. Pero había que intentarlo.

Para quienes, tras la lectura de estas páginas, sufran la tentación de quedarse sólo con la letra pequeña, con lo puramente curioso y anecdótico, me voy a permitir remitirles, una vez más, al gran Marcel Proust, que puso el dedo en la llaga ante parecidas circunstancias: “Preferimos hablar de originalidad, gracia, delicadeza, fuerza, hasta que llega un día en que nos damos cuenta de que todo eso es cabalmente talento”.

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Autor: Manuel Vilas. Título: El mejor libro del mundo. Editorial: Destino. Venta: Todos tus libros.

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