Cuando no tengo nada mejor que hacer, me pongo Los Soprano. No para disfrutar de una de las mejores series de todos los tiempos (según reiterado consenso, la mejor, de hecho), sino para tratar de entender por qué tiene esa consideración entre los expertos, el público aficionado y los periodistas. Seguramente la mafia está de mi lado. Seguramente a la mafia tampoco le gusta Los Soprano.
No llegué tarde a Los Soprano, como sí llegué tarde (y bien) a Lost o The Wire. Mi primer intento por ver la mejor serie del universo fue en DVD, un pack que me saqué de la biblioteca José Hierro en Usera (Madrid). No me gustó, pero ya el DVD parecía entonces cine a pedales, vinilo malo, un soporte que iba en contra de lo que soportaba. Así que pensé que Los Soprano era cutre porque lo estaba viendo en DVD.
Luego llegó a España HBO, años después, y, una tarde tonta (seguramente una noche tonta) me obligué a ponerme al día con la mafia de ficción. De nuevo, no me gustó nada. No es que no fuera para tanto, o que le encontrara valles y sombras y paréntesis tediosos o irritantes. Era que no me decía nada por ninguno de sus rincones.
Así, debo de ser una de las personas que no ha visto entera Los Soprano que más veces ha visto entero su primer capítulo.
La cosa empieza en el diván de una psicóloga sexy (o psiquiatra o terapeuta o quién sabe). Es una idea que habíamos visto en Una terapia peligrosa (1999, Harold Ramis): qué pasa si un mafioso poco cultivado se enfrenta a la pacífica y enrevesada (y, desde luego, muy sofisticada para él) conversación profesional curativa. En Los Soprano se incluye la tensión sexual no resuelta (en Una terapia peligrosa es Billy Crystal el que trata a Robert de Niro), pero el resto de los conflictos propios de encuentros de esta naturaleza se repite: el secreto profesional, la mentira, el miedo a represalias de un cliente acostumbrado a mandar matar, etcétera.
La primera sesión viene parcelada por constantes flash backs que buscan iluminar los motivos por los que Tony Soprano tuvo una crisis nerviosa y acabó en las manos de una psicóloga. Estos flash backs van poco a poco minando mi interés en la serie. Muchas veces son obvios o groseros (en el sentido de poco elegantemente concebidos), y, otras, insustanciales. Quizá, como tantas veces, es una cuestión de expectativas: yo quiero ver (y además es lo que se me promete) una serie de mafiosos, y lo que encuentro es una serie sobre una familia con sus cosas de familia que, al margen, da palizas a gente que le debe dinero. No me imagino a un mafioso de verdad, a un capo, persiguiendo con un coche a un pobre hombre y dándole de puñetazos porque le debe dinero. Mandaría a alguien a hacer ese trabajo.
Aunque el Tony Soprano de Gandolfini no carece de carisma (al actor ya le pillamos esa fantástica cara de psicópata en True romance, 1993), el resto del reparto me resulta de baratillo, particularmente los miembros de su familia directa. Todas las escenas con la esposa y la hija, y creo que hay un chaval también, me parecen tomas falsas de Matrimonio con hijos, probaturas fallidas que quedaron en un cajón antes de encontrar al reparto adecuado (Ed O´Neill et alia). Los mismos mafiosos me parecen cutres, y esto es raro, porque en Uno de los nuestros, a diferencia de El Padrino, los mafiosos de aluvión (o sea, los que comen todos juntos o están amontonados a la puerta de un restaurante) también son cutres, y sin embargo resultan verosímiles y atractivos. Aunque en Los Soprano lleven la misma ropa (corte y marca), coman lo mismo (pasta con tomate) y maten más o menos igual, no me los creo y, nuevamente, me parecen encarnados por actores erróneos o de muy baja categoría.
Pienso que quizá las tramas (que no recuerdo, sinceramente) no ayudan a un interés sostenido por la serie. Es como si las tramas (me lo invento) fueran más propias de El príncipe de Bel-Air o de Padres forzosos que de una historia de criminales asentados. No me refiero a las tramas específicamente familiares, sino a las tramas violentas: son también como de andar por casa. No tienen épica.
El primer capítulo, patos mediante, presenta también a una madre como idiota que, al mismo tiempo, intuimos que es un demonio. Luego la primera temporada termina, según vi en diagonal, con esa madre ordenando el asesinato de su propio hijo, algo que me pareció true crime provinciano. No es como cuando en El Padrino II se ordena el asesinato del propio hermano. Es más como Puerto Hurraco en las noticias. No va más allá del impacto.
Como pasa con todo en el cine, la serie no disfruta de la exigencia técnica que vino después, donde hasta la peor serie del mundo está filmada con un mimo innegociable. Al igual que en The Wire, durante los primeros capítulos de Los Soprano uno se siente viendo televisión de toda la vida, ficciones hechas a toda prisa para acabar pronto y que, total, son sólo basura para que la gente pueda no hablar con su cónyuge a la hora de cenar. Esto no ayuda a mi visionado de Los Soprano.
Sin embargo, en The Wire la cutrez cinematográfica no me molestaba tanto, y enseguida me creía a los polis y a los narcos y a los desgraciados que había entre medias, por mucho que las oficinas de la autoridad y los bloques de los desgraciados parecieran filmados con un móvil de 1996.
Hace poco, hice el tercer (si no cuarto) intento de ver la serie. Después de fracasar (aunque me gustó que sonara una canción de Tindersticks en el capítulo cuatro o seis de la primera temporada), cambié de estrategia y fui directamente a Imdb a ver cuál era el mejor de todos los capítulos, y cuál el segundo mejor, y luego en HBO me los puse, como quien ve vídeos en Youtube con los mejores goles de Garrincha.
La verdad es que no me parecieron grandes goles mafiosos, los de estos capítulos. El mejor, o el segundo mejor, iba de un bosque, una cabaña y mucha nieve. Alguien iba allí a matar a otro, luego pasaban mucho frío. Me dio totalmente igual. He visto matar mejor.
Por ejemplo, en La organización criminal (1973, John Flynn), que empieza de hecho con un lance clásico de mafiosos: alguien localiza a un traidor o renegado o enemigo, que se esconde en el campo y vive como un campesino o lugareño humilde, y lo ajusticia. Es una secuencia impresionante; mimada, sí. Hasta William A. Wellman en El enemigo público (1931) cuidaba más estos momentos climáticos que los responsables de Los Soprano.
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Lo que no entiendo es cómo se puede puede publicar tamaña tontería… En fin, así está el nivel.
Yo la vi casi entera. Pero más por innercia que por interés. Hay momentos en los que parece que por fin va a arrancar esa gran serie de mafiosos. Pero no. Su principal interés, a parte de un Gandolfini imperial, es ver la realidad de la mafia moderna: ropa hortera, mal gusto, poco nivel conversacional, alcohol y drogas… Pero a mí me gusta mas que me engañen con mafiososo elegantes, coches caros y gustos refinados. Qué le vamos a hacer.
Boh.
Aquí te has pasado, algo estás haciendo mal.
Tengo clarísimo que no tengo que hacer ni caso de las recomendaciones del señor Olmos, es que no da una, el pobre. Cuando le he hecho caso, error. Las chorradas que dice de Los Soprano…, de antología. Sus artículos se dejan leer, eso sí, no aburre, pero sin que sean una maravilla.