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5 poemas de Sagrados territorios, de Waldo Leyva

5 poemas de Sagrados territorios, de Waldo Leyva

Sagrados territorios es, tal y como lo define en el epílogo Niall Binns (poeta y catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Complutense), un «libro de memorias», pero de memorias emocionales, de memorias poéticas. El libro se articula en torno a un gran poema central, «Conversación con Dylan Thomas», que, aunque situado como colofón del poemario, actúa como deus ex machina de la puesta en marcha de la evocación del recuerdo, un recuerdo tanto vital como intelectual del autor. El resto de los poemas, dedicados a personajes admirados y a otros próximos y queridos, completan esa puesta a punto de la memoria en forma de agradecimientos y reflexiones sobre la trayectoria vital del autor. Los sagrados territorios de Waldo Leyva, nos dice Niall Binns, están hechos de aquellos instantes de privilegio que sobreviven al olvido.

Zenda comparte cinco poemas de Sagrados territorios, de Waldo Leyva (El Envés).

***

Memoria del padre

Mi padre viaja.
En el herido resplandor de la tarde viene.
Sobre el lomo de la jaca jobera
que no fue suya nunca, viene.
Yo lo veo venir, pero se escapa,
se vuelve niebla.
Siento un olor intruso.
Alguien pasa
junto a mis doce años asustados.
No es mi padre,
no lleva su camisa.

A lo lejos,
empapado en el agua del arroyo,
un hombre, que puede ser mi padre,
se deshace sobre el último resplandor
del sol sobre los rieles.

Hay un hueco en mi pecho,
un vacío que quema;
no soy nadie, nadie viene.
Se astilla, con un lamento de catástrofe,
la incorruptible traviesa de caguairán
bajo mis pies.

Cierro los ojos.

Lo veo venir desde otro sitio
en horas diferentes.
Tiene puesto su sombrero de paño,
me sonríe,
su mano izquierda
me desordena el pelo,
me empuja suavemente
para que recorra el trillo de las piedras,
el que conduce a la laguna,
donde sigue muriendo
el buey dorado,
el antiguo toro que vi gemir
cuando a maceta
y sin misericordia lo castraron.

Abro los ojos para abrazar a mi padre
pero no está.
Lo busco donde la línea del tren
junta sus rieles,
pero solo hay humo, o niebla,
o silencio sin ruido.

***

Un aviso para César Vallejo

Los negros pájaros, revuelven mi sueño,
graznan en la memoria,
insisten en devolverme la sabana,
la lámpara de kerosén quemando sombras,
el Agua de Florida del abuelo,
el espartillo bronco de la infancia.

Pero era noviembre
y no era jueves y llovía en París.
Vallejo cruza el puente
de los regresos postergados.
Deja un candado prendido a la baranda,
un aviso para César Vallejo.
Camina hacia mí
y soy yo quien tiene la mirada oscura
huérfana de mundo.

Los pájaros de la infancia
revolotean sobre el Sena
desdibujando el agua.
La mañana pálida de París
crece sobre mis hombros.

Ignoro que unas horas después,
unos meses más tarde, un año antes,
estaré detenido frente a la ventana
por donde sigue entrando el cuervo de Poe.
En la pequeña casa de Baltimore
se borra cada día la sombra del poeta.
El graznido sigue allí
pero el pájaro es falso, solo existe
para las fotos del turista sin sexo.
La silla puede ser la suya.
La cama contra la pared
y las botas apuntando
hacia la soledad de la ventana
tal vez le pertenecieron.
Lo único real sigue siendo
la ruta del cuervo.

Nunca más, dice Vallejo,
y pasa a mi lado, siempre de espalda.
El Sena fluye indiferente
al oscuro graznido de mis pájaros.

***

Lírica griega

El tañedor de flauta viaja en la noche.
El mar está preñado de enemigos
y él debe tocar para salvar la patria.
Los hombres que ayer yacían
en cama caliente
junto al cuerpo desnudo de sus mujeres,
los jóvenes atletas que corrían descalzos
o lanzaban contra el horizonte
sus pesados discos o sus afiladas jabalinas,
hoy cavan trincheras en la costa.

Sus ojos van y vienen con las olas
mientras riela la luna
y es de plata el océano
y tibio el aire.
El tañedor de flauta busca en su bolsa
los versos que debe decir para inflamar,
en el pecho de los guerreros,
el amor a la tierra de sus antepasados.

Sus versos glorifican el escudo
que es pecho y mortaja.
Cantan a la lanza
como prolongación del brazo,
como azagaya de los dioses
que corta las paredes del viento
y taja sin piedad
la carne y los huesos del enemigo.

El tañedor de flauta recuerda cada estrofa.

La noche avanza detrás de sus sandalias.
Se anuncia la mañana
más allá de los oscuros riscos.
Cuando despunte el día,
el tañedor de flauta de Mileto
verá cómo la muerte
tiñe de rojo la anfibia arena
y hombres simples,
de varias lenguas y sangre igual,
se acuchillarán sin piedad.
Sabe que quienes provocaron esa guerra
por ambición, soberbia o imprudencia,
duermen tranquilos a la vera de sus hetairas
o beben el vino rojo de la madrugada
contemplando la luna, amparados
por el toldo púrpura de sus anchas terrazas.

***

Lo esencial no siempre es lo palpable

Para Andrés Ordóñez

Querido Andrés, La Habana sigue igual,
con la misma rutina de otros días,
silencio a veces, de pronto algarabías,
hoy un sol de justicia, mañana un vendaval.
Vas de nuevo hacia el Este, lo oriental
te convoca a menudo. ¿Tú confías
que podrás descubrir alegorías
sin convertirte en parte del ritual?
Yo sigo en mi rutina cotidiana
tratando de encontrar, en esta Habana,
eso que la convierte en mi Ciudad,
el centro de mi angustia y de mi sueño;
no sé si es por saber, o terco empeño,
porque nada es mentira ni es verdad.

Si recuerdas, Andrés, para Casal
París era una suerte de utopía,
una ciudad que sangra en su poesía
y que fue, sobre todo, su ideal.
Cruza como neblina fantasmal
entre los óleos de Moreau; sería
una traición para su fantasía
que París fuera un hecho. Lo esencial
no siempre es lo palpable, lo tangible,
no hay nada más real que lo imposible
y el París de Casal está en sus versos
no en las piedras que fingen la ciudad.
Ya sabemos, Andrés, que son diversos
los rumbos entre el yo y la realidad.
Pero tuvo Casal otra agonía,
otra angustia ideal, otra poética
que fue moldeando en él, más que una
un modo de aguantar el día a día:
fue su amor por Japón. La artesanía,
la seda del kimono, la cosmética,
el incienso fugaz y la frenética
presencia de la muerte, todo hacía
que el poeta doliente se sumiera
en ese absurdo sueño que no era
sino un escape absurdo de sí mismo.
París en un kimono. ¡Vaya acierto
del poeta que quiso hallar un puerto
y flota todavía en el abismo!

***

Conversación con Dylan Thomas

(Fragmento)

I

Donde sopla su áspero esqueleto

Es curioso, Dylan Thomas,
ayer, en medio de otra noche
marcada por la Peste,
donde era imposible rescatar el sueño,
recordé, con una insólita precisión,
varias escenas de Cenizas y Diamantes.
Volví a esas horas polacas y confusas
del ocho de mayo
de mil novecientos cuarenta y cinco,
a las velas que combatían con la sombra,
a la punzante disyuntiva de los hombres,
atrapados entre la alegría de la victoria,
la presencia de la muerte,
y cierta incertidumbre por el destino del país.
Nunca sabré por qué se me vinieron de golpe
algunos versos tuyos.
Pensé, sin explicación alguna,
que cuando el trágico protagonista
de la película de Wajda moría solo,
entre los desperdicios de su tiempo,
tu estarías, tal vez, en la BBC o paseando,
acompañado por la niebla y la embriaguez,
por la no tan imaginaria geografía de Llareggub.
Quise escuchar tu voz potente.
Me serví un generoso whisky
con la esperanza de encontrar,
en el elíxir milagroso, los timbres hondos
y desgarradores de tu poesía.
Sé que para ti, al igual que para mí,
la poesía representa la mitad de la vida
y toda la demencia.
La noche, el mar, los adoquines sombríos,
los ecos de la guerra,
ciertos pájaros negros de ojos verdes,
tomaban cuerpo en una memoria que no tengo
y te oigo repetir, una y otra vez,
el tiempo pasa, el tiempo pasa, el tiempo pasa.

Todos los desnudos muertos serán uno.
Seguirá la luz naciendo de sus huesos
y no habrá polvo ni ceniza
sino esa sustancia conocida
con que se amasan las estrellas3.
No aceptes con docilidad la noche,
insistía tu voz que nunca oí.
La noche husmea cargada del áspero salitre,
con su aliento marcado por el yodo.
Niégate a la sombra,
aunque los sabios aseguren
que la oscuridad nos absorbe.
Confúndete con los rayos que hieren,
con los latigazos de la luz
que descubren en la piel
el origen de todas las tormentas.
Pienso, Dylan Thomas,
en la muerte de la que tanto hablabas,
en las ciudades arrasadas,
en las crines ardiendo,
en la sal que no ha nacido,
en el agua ceremonial
batiendo contra las rocas.
Locura y lucidez confundidas en la arena
mientras tu voz, sin ocultar la ebriedad,
resuena estentórea,
desde todos los confines de la memoria.

—————————————

Autor: Waldo Leyva. Título: Sagrados territorios. Editorial: El Envés. Venta: Todos tus libros.

BIO

Poeta, ensayista, narrador y periodista cubano. Waldo Leyva (Cuba, 1943) es uno de los poetas más representativos de la lírica cubana. Ha ejercido la docencia universitaria como profesor de Estética y de Literatura Cubana e Hispanoamericana. Como periodista fue fundador y director de revistas culturales, entre las que pueden señalarse: Del Caribe y Letras Cubanas. Es graduado de interpretación y dirección teatral; ha escrito obras dramáticas y fue director-fundador del teatro universitario de la Universidad de Oriente. Entre sus obras se encuentran: De la ciudad y sus héroes (1974), Desde el este de Angola (1976), La distancia y el tiempo (Antología, 2002), Asonancia del tiempo (Vandalia, 2009). Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas y han sido incluidos en múltiples antologías nacionales e internacionales. Ha sido galardonado con el X Premio Casa de América de Poesía americana (2010). Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora (Venezuela, 2012). Autor del Año 2023 por el 29 Festival Internacional de Poesía de La Habana. Premio Nacional de Poesía, “Combate de Uvero”, Cuba; Distinción “Espejo de Paciencia”, Cuba; Premio Rafael Alberti Andalucía-Cuba; Distinción por la Cultura Nacional; Medalla Alejo Carpentier; Orden Félix Varela; Presea al Mérito Cultural y Literario “José María Heredia”, México; Dr. Honoris Causa, México-Marruecos. Reconocimiento del Festival Internacional de Poesía “En Paralelo Cero”, Ecuador.

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