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Álex Fidalgo: «Los oyentes han sido los mejores terapeutas»

Álex Fidalgo: «Los oyentes han sido los mejores terapeutas»

Conocí a Álex Fidalgo hace varios años, y he tenido la suerte de poder vivir de cerca el crecimiento de su pódcast Lo que tú digas. Más allá de que me parezca un producto exitoso, serio, original y de gran calidad, lo que siempre me llamó la atención fue Alex y su tremenda personalidad, su gran capacidad para abrirse y contar aquello que a muchas personas les daría autentico pavor, y en muchos casos hacer que este tipo de sentimientos los compartan invitados en su programa con su audiencia.

Hace un tiempo descubrí el análisis DAFO, que entre otras cosas se utiliza para poder trabajar tus debilidades y convertirlas en fortalezas. No sé si Álex se lo planteó alguna vez, pero desde luego que ha seguido ese proceso y le ha llevado a muy buen puerto. Durante el verano hablamos de la creación de su nuevo estudio (estaba con la obra del local) y concretamos que una vez lo tuviese listo me acercaría por allí para hacer este reportaje.

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—¿En qué ha cambiado el Álex de las primeras entrevistas de LQTD al de hoy?

—Me gusta pensar que hoy soy más seguro, más maduro y más sereno. El Álex que empezó el pódcast no tenía dinero, no tenía empleo y no tenía autoestima. Tenía una depresión grave, miedo y autocompasión. Necesitaba pastillas para salir de la cama y más pastillas para volver a ella. Paradójicamente yo, el de hoy, admiro a aquel. No me explico cómo, en las circunstancias en las que estaba, pude iniciar un proyecto y sacarlo adelante. Me veo incapaz de repetirlo. En lo estrictamente profesional, sigo lleno de dudas e inseguridades, pero creo que muy en el fondo sé que ya no tengo que demostrar nada a nadie. Y eso es lo que me aporta una serenidad, que para mí, con mi historia personal, es inédita.

¿Cómo ha sido levantar un proyecto desde cero sin ayuda ni patrocinadores? ¿El hambre agudiza el ingenio?

"Yo tenía que explicarle a mis compañeros periodistas lo que era un pódcast, y era un formato que los profesionales de la comunicación miraban por encima del hombro"

—Hay que tener en cuenta que yo no empecé Lo que tú digas pensando que iba a vivir de ello, pero es que era impensable. Estamos hablando de mayo de 2017. Yo tenía que explicarle a mis compañeros periodistas lo que era un pódcast, y era un formato que los profesionales de la comunicación miraban por encima del hombro; lo veían como un hobby, una forma de ocupar el tiempo que te dejaba el desempleo. Como si fuese un futbolista que no da la talla para vivir de ello y tiene que conformarse echando pachangas con los amigos del barrio mientras busca un trabajo que le pague las facturas. Nadie vivía de su pódcast. Así que ganar dinero con ello era, como te decía, impensable. No estaba en mis planes. Mi idea era que, por algún casual, alguien con mando en un medio de comunicación o en algún programa de radio escuchase Lo que tú digas y pensase en recuperarme aunque fuese para presentar una sección o llevar cafés. Yo venía de estar en Onda Cero y en la Televisión de Galicia, dos sitios donde, a todas luces, no me querían, y veía desesperado cómo cada vez se iba haciendo más difícil que volviese a entrar en esa rueda. Las puertas se iban cerrando un poco más cada día. Viviendo en casa de mis padres, en Coruña, intenté trabajar en Decathlon y en el almacén de Inditex, donde antes lo había hecho un primo mío, pero me descartaron en ambos sitios. Después hice una entrevista para repartir revistas puerta a puerta —juraría que era para Círculo de Lectores—, y ahí sí me seleccionaron. Iba a empezar a trabajar en eso cuando me salió una sustitución de un mes en verano, en un periódico en Sarria, un pueblo de 10.000 habitantes del interior de Galicia (donde por cierto tuve el placer de hacer un reportaje sobre unas vacas que ganaban muchos concursos de belleza). Yo creo que de este periplo salía la fuerza que tenía entonces: de la desesperación y de la sensación, a pesar de mi autoestima agonizante, de que merecía algo más. De que yo tenía algo más que ofrecer a la gente. En definitiva, del hambre, como bien dices. 

—¿Lo que tú digas ha sido tu mejor terapia? 

—Sin duda. Los oyentes han sido los mejores terapeutas. Empecé el pódcast con unas expectativas muy bajas, ridículas, que pronto se vieron ampliamente superadas por los resultados. Y la audiencia me dejaba comentarios llenos de buena energía, valorando positivamente lo que hacía y dándome a entender que quizá había un sitio para mí en el mundo de la comunicación después de todo. Por fin entraba algo de oxígeno en mis pulmones. Además, yo en aquel momento hablaba abiertamente en el pódcast de mis problemas de salud mental, tratando de encontrar orientación por parte de mis invitados. Es importante subrayar que en aquellos años, aunque hoy —y más en el mundo del pódcast— nos parezca asunto recurrente, el tema de la enfermedad mental era tabú. A mis padres y conocidos, comprensiblemente, les aterraba que yo estuviese hablando a tumba abierta de ello y con tal crudeza y honestidad en mis charlas, y me pedían que no lo hiciese, porque creían que nadie querría contratarme ni tenerme cerca. Nadie querría en su trabajo a una persona inestable y con tendencia a la melancolía, ya no digamos como pareja. Sin ir más lejos, en el episodio 3 hablo con un psiquiatra que investigó acerca de los escritores e intelectuales que sufrían estas dolencias del alma y terminaron por quitarse de en medio. En aquel momento, yo estaba pasando por el mismo proceso y fantaseando con el mismo final.

—¿Cómo es la planificación y la producción de un episodio?

"Para mí es más fácil estudiar información escrita; tengo menos paciencia para ponerme vídeos o escuchar entrevistas"

—Pues el primer paso es elegir al invitado: normalmente un experto en un tema que quiero tratar o alguien a quien me gustaría conocer y con quien me gustaría charlar. Afortunadamente, en estos momentos me están ayudando Cristina y Gianfranco a contactar con los protagonistas y buscar fechas. Los primeros años lo hacía yo absolutamente todo, como imaginarás. Después me preparo las conversaciones, principalmente leyendo. Para mí es más fácil estudiar información escrita; tengo menos paciencia para ponerme vídeos o escuchar entrevistas. Dependiendo de con quién vaya a hablar, la preparación es más o menos concienzuda, pero mi trabajo, tal y como yo lo concibo, es encontrar el difícil equilibrio entre saber quién es la persona que tengo delante y que continúe siendo un misterio para mí.

¿Necesitaba esta evolución y renovacióel proyecto? ¿Ha sido una decisión más personal o una necesidad por los cambios en el sector?

—Lo necesitaba el proyecto y lo necesitaba yo. Lo necesitaba yo, porque después de siete años no puedo apoltronarme. Al contrario, tengo que ilusionarme de nuevo y tengo que hacer una serie de cambios para que mi cerebro diga: «¡Eh! Esto es nuevo, ¿no?». Que haya cosas que no reconozca, que tenga que adaptarse de nuevo, que se sienta estimulado. La forma de hacer Lo que tú digas ha cambiado; el espíritu es el mismo, yo soy el mismo, pero ahora tenemos un estudio, cámaras, luces, un técnico… Es un formato nuevo. Por otra parte, el proyecto lo necesitaba. Lo que tú digas figura prácticamente desde su nacimiento en el top 10 – top 20 de las principales plataformas de podcasting del país. En YouTube también está entre los más consumidos, con alrededor de 700.000 suscriptores y más de 125 millones de visualizaciones. Me parecía imperativo ofrecerle a su audiencia y a sus espectadores algo a la altura, lo mejor que esté en mi mano, en coherencia con la confianza y la fidelidad que han ido depositando en lo que hago. Hasta ahora —y tú lo sabes bien— todo se llevaba a cabo en una habitación diminuta de mi piso, iluminada con una bombilla desnuda y con tres teléfonos móviles de segunda mano que yo dejaba grabando con la esperanza de que no se apagasen (cosa que alguna vez pasó). A pesar de que muchos seguidores ahora echan de menos la pizarra o recuerdan con cariño aquel espacio, no era un sitio cómodo. Era bastante asfixiante. La calidad de vídeo era deplorable, y a mí también me estaba pasando factura lo de estar metiendo a gente en mi modesto piso día sí y día también. Era todo muy estresante. El de ahora es un estudio al mismo nivel que los que tenían aquellos que me inspiraron a empezar esta travesía hace tantos años. Diría que es la culminación de un sueño pero, como te he explicado, mis sueños no apuntaban tan alto.

—¿Te has dejado llevar en algún momento de este proyecto por los números, seguidores, visitas o impactos de personas para invitarlas a charlar, o siempre te has mantenido al margen de ello? 

"Un invitado que venga a decirme que el rey es reptiliano o que deberíamos salir a las calles con bazucas va a tener mejor acogida que un diálogo filosófico con José Antonio Marina"

—¿Me he sentido tentado? Mucho. Casi a diario. ¿He llegado a caer? Nunca. Mi actor favorito es Daniel Day-Lewis. Dejando a un lado el talento y la relevancia (que nadie piense que me comparo, por el amor de Dios), me siento conectado a él. Daniel es un obseso con su trabajo, se involucra hasta lo insano y eso le drena. Acaba cada rodaje sumido en una profunda depresión. Ha renunciado a taquillazos seguros a cambio de películas mucho más modestas pero con papeles que le daban sentido a su oficio. Daniel es celebrado y respetado entre sus compañeros y entre los cinéfilos, pero no es especialmente famoso entre el público palomitero. Además, tiene infinitamente menos dinero que sus compañeros hollywoodienses. Pero ese es el camino que ha escogido. Su plan B cuando empezó a actuar era ser carpintero, y creo que esa profesión está más en concordancia con su mentalidad. Es un artesano. Es algo que va en detrimento de tu ego y de tu bolsillo, pero que es superior a ti. No lo puedes evitar. Es casi temperamental. Yo me siento muy cerca de él en este sentido, y me inspira. Sería muy fácil para mí, y para cualquiera mínimamente avispado, poner patas arriba YouTube y las demás plataformas de pódcast. Petarlo, que se dice ahora. No somos tontos. Todos sabemos cómo funciona Internet y la viralidad. Un invitado que venga a decirme que el rey es reptiliano o que deberíamos salir a las calles con bazucas va a tener mejor acogida que un diálogo filosófico con José Antonio Marina o hablar de paleoantropología con María Martinón-Torres. Lo hemos visto. Es triste, pero es el tiempo que nos ha tocado vivir. Está en nuestra mano no sucumbir a lo fácil y vacuo, tanto consumidores como creadores de contenido. A mí me han ofrecido conversaciones con perfiles con decenas de millones de seguidores que he rechazado sin miramientos. Tú mismo, Jeosm, sabes que apenas se pueden encontrar influencers o streamers en mis conversaciones, y que es un mundo que me es totalmente ajeno. No me interesa, y apenas conozco tres nombres. Me pasa también con la televisión.

—¿Qué te quita el sueño? Son conocidos por muchos de tus oyentes tus problemas para conseguir dormir.

"Creo que en ese infierno del insomnio, en el mío personal, hay dos temas recurrentes: mi trabajo y la muerte"
 

—Creo que en ese infierno del insomnio, en el mío personal, hay dos temas recurrentes: mi trabajo y la muerte. Ambos son árboles con infinidad de ramas por las que me desplazo errático como un mono (mi animal favorito). Respecto al primero, la neurosis se manifiesta en preguntas de este estilo: “¿Cuánto podré seguir así?”. “¿De qué voy a hablar con tal persona si no tengo ni idea de nada?”. “¿Sobreviviría sin esto?”. “¿Por qué tal o cual pódcast tiene mejores datos, qué estoy haciendo mal?”. “¿Soy un impostor?”. “¿Me estoy perdiendo la vida mientras hago esto?”… Hay una frase en una biografía no autorizada de Daniel Day-Lewis, precisamente, que dice: “Quizás en mi lecho de muerte descubra al fin si el trabajo al que dediqué mi vida me estaba manteniendo vivo o me estaba matando. Ahora mismo, realmente, no lo sé”. Aquí es cuando más cerca me he sentido de él. Cada noche, al meterme en la cama, inmerso en mis rumiaciones, pienso lo mismo. Respecto a la muerte, sobre todo mi obsesión se centra más en tener que despedir a gente que quiero, en que la enfermedad les afecte. Creo que desde muy pequeño he estado obsesionado con ese tema, pero el fallecimiento de un buen amigo muy joven en un accidente de coche me descubrió que la fatalidad no responde a un orden, no hay previsión posible ni justicia. Y el descontrol y la incertidumbre son mi kryptonita. Lo es también la certeza, casi absoluta, de que lo peor que voy a vivir aún no ha pasado. Es muy difícil de gestionar para mí.

—¿Qué se va a encontrar el espectador en esta nueva temporada?

—El mismo espíritu y la misma curiosidad. El mismo mimo en la selección de los invitados, en la conducción de los diálogos y en el uso de las palabras. Intento mejorar cada día, aprender y desaprender, para poder ofrecer unos diálogos que aporten e importen. Que tengan peso y dejen poso. Hace poco el neurobiólogo Alfred Sonnenfeld se lamentaba conmigo de que estamos perdiendo el pensamiento profundo y el espíritu crítico. Felizmente, ambos convinimos en que mi pódcast trabajaba, precisamente, en pro de recuperarlos. Esa es la pretensión, ¡otra cosa es que lo consiga! Creo que el oyente encontrará conversaciones aún más íntimas y más cercanas, amparadas y espoleadas por el ambiente tan especial que se crea en el estudio. Quien se acerque a los episodios a través del vídeo, descubrirá que el espacio de encuentro de Lo que tú digas se ha convertido en una suerte de cabaña cálida y acogedora en la que a uno le gustaría pasar las horas dialogando, leyendo y jugando. Ese era mi objetivo y creo que lo hemos conseguido.

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