Nace un amante sarnoso

Puede que estén en lo cierto quienes sostienen que Groucho Marx es el cómico más influyente de todos los tiempos. De ser así —y si la risa es tan beneficiosa para la salud como se dice—, otro dos de octubre, el de 1890, la humanidad asistió a uno de sus momentos estelares, comparable al descubrimiento de una vacuna milagrosa. En este caso, la cura lo sería contra la estulticia y el tedio, porque un día como hoy nació un amante sarnoso. Al menos eso es lo que le hubiera gustado ser al gran Julius H. Marx, el niño que vio la luz por primera vez aquel dos de octubre —jueves para más señas— en la Nueva York de hace 134 años.

Memorias de un amante sarnoso tituló su autobiografía de 1963, la primera, Groucho y yo, data de 1959. Y lo primero que llama la atención, habida cuenta de esa media docena de títulos que integran la bibliografía del marxista más heterodoxo que la historia registra, es que escribiera sus voluminosos textos mientras esperaba a que su mujer se arreglase para salir juntos. Ciertamente tuvo tres esposas y aquellas esperas debieron de ser largas y numerosas. Según sus detractores, llevó a las tres al alcoholismo. Muy por el contrario, en las páginas de la Freedonia Gazette, se afirma que aquellos murmuradores no son más que los eternos enanos, siempre dispuestos a criticar a Gulliver.

"Pero será mejor no incidir demasiado en el cine. Hoy celebramos al humorista más influyente de todos los tiempos, un príncipe del lenguaje que jamás entraría en un club donde admitiesen a gente como él"

“Groucho” habría de llamar por primera vez a Julius el monologuista Art Fisher durante una partida de póker jugada en Galisburg (Illinois). Eso fue el cinco de septiembre de 1915, en la noche en que los cuatro hermanos Marx, fueron apodados atendiendo a las características de cada uno de sus personajes. Julius interpretaba al gruñón —grouchy en inglés— y fue llamado Groucho. Por un procedimiento semejante, el crítico teatral Alexander Woollcott, gran admirador de su trabajo, puesto a describir su comicidad caótica y enérgica ya andando los años 20 llamó a los Marx “los cuatro jinetes de la apoplejía”. Amén de Chico y Harpo, aún actuaba junto a ellos Zeppo, el galán del cuarteto, el sensato. Y, quizás por ello, el primero que abandonó a sus hermanos para dedicarse a la ingeniería mecánica.

Pero no adelantemos acontecimientos. Centrándonos en Groucho, cuya gloria imperecedera hoy celebramos, sí que hay dos cosas inciertas en torno a su figura: ni su padre fue el peor sastre de Yorkville, cuya mala reputación llegaba hasta el Bronx y Brooklyn, ni en la inscripción que reza en la lápida de su tumba pide disculpas por no levantarse ante el visitante. Esto último, afirmado en el emotivo obituario que le dedicó Freedonia Gazette, publicación apócrifa, ni que decir tiene, ya que Freedonia —Libertonia en la versión española de Sopa de ganso (1933)— era el país al que nos llevó en las secuencias de aquel filme Leo McCarey.

"En aquel obituario de la Freedonia Gazette se afirmaba que aquel fue el día en que el futuro Groucho aprendió a levantar las cejas, por encima de los cristales de las gafas, como le veríamos hacer mil veces en las películas"

Pero será mejor no incidir demasiado en el cine. Hoy celebramos al humorista más influyente de todos los tiempos, un príncipe del lenguaje que jamás entraría en un club donde admitiesen a gente como él. Todavía es ahora cuando el personal del siglo XXI, al escuchar por primera vez este chiste, se ríe con las mismas ganas que se hacía en 1959, cuando el gran Groucho remitió la carta al Friars Club de Beverly Hills. En aquella ocasión, con aquella gracia, el más heterodoxo de todos los marxistas —tanto que era un auténtico ácrata— hizo historia.

Unos sesenta y tantos años antes, contando el pequeño Julius sólo cuatro primaveras, viviendo junto a sus padres y hermanos en el número 179 de la calle 93 Este de Manhattan —entre Lexington y la Tercera Avenida—, descubrió el encanto de las damas en la persona de una tía. Casada con un artista de vodevil —en la familia de su madre todos eran artistas— según recuerda él mismo en Memorias de un amante sarnoso, aquella señora: “Tenía el cabello rojo, los tacones altos y unas formas ondulantes que se acentuaban donde deben acentuarse las formas. Lamento que mi extremada juventud me impidiera concertar una cita con ella”.

"A decir verdad, el cine interesó a Groucho mucho menos de lo que parece. De hecho llegó a él tras perder todo el capital ganado en Broadway con el crac del 29"

En aquel obituario de la Freedonia Gazette se afirmaba que aquel fue el día en que el futuro Groucho aprendió a levantar las cejas, por encima de los cristales de las gafas, como le veríamos hacer mil veces en las películas. Aquella tía de tantas sugerencias, que despertó en el aprendiz de amante sarnoso sentimientos que el niño todavía no entendía, elogió su mirada. “¿Sabes, Minnie que Julius tiene los ojos pardos más hermosos que he visto en mi vida?”, comentó a la señora Marx. “Su presencia llenó la casa de una exótica fragancia evocadora de insólitas tentaciones, que más adelante identificaría con el aroma característico que se percibe en todos los burdeles”.

A decir verdad, el cine interesó a Groucho mucho menos de lo que parece. De hecho llegó a él tras perder todo el capital ganado en Broadway con el crac del 29. Parece ser que personalmente, siempre dio más importancia a sus espacios radiofónicos y a su show televisivo: You Bet Your Life. Sin embargo, ha sido en las películas que rodó junto a sus hermanos en los años 30 y 40 donde, todavía le siguen descubriendo las generaciones venideras. Sí señor, el 2 de octubre de 1890, la humanidad, esa humanidad que según Groucho, “surgiendo de la nada ha alcanzado las más altas cotas de la miseria”, vivió con el nacimiento de su humorista más influyente uno de sus momentos estelares.

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