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Noticia de Vicente Núñez a casi veinticinco años de su muerte

Noticia de Vicente Núñez a casi veinticinco años de su muerte

En el verano de 2002 moría Vicente Núñez Casado en Aguilar de la Frontera después de una larga y penosa enfermedad. Había nacido en esa misma localidad cordobesa en 1926. No creemos equivocarnos si afirmamos que Vicente Núñez fue uno de los poetas más singulares de su tiempo. Su obra, no sólo la poética, como veremos, supone ya desde sus primeros libros publicados una genuina aventura creativa e intelectual de una personalidad apabullante que se verá claramente incrementada con sus propuestas literarias a partir de los años 80, cuando retoma su actividad literaria después de más de 20 años de silencio. Y, aunque tardíos, como suele suceder, tampoco le faltaron reconocimientos en los últimos años de vida, como el Premio de la Crítica en 1983 o el de las Letras de Andalucía en 2002. A pesar de estas condiciones propicias en principio para que su obra ocupara hoy un lugar de privilegio, su valoración se ha visto tradicionalmente afectada por cierta simplificación en el juicio que la oficialidad crítica ha emitido sobre el poeta de Aguilar al considerarlo, por un lado, un poeta excéntrico, de difícil clasificación, incómodo, irregular en sus propuestas incluso (y ya sabemos qué caminos toma esa oficialidad cuando se enfrenta a cualquier propuesta que desborde lo fácilmente asimilable), que ha provocado que su obra se encuentre en la actualidad relegada a los márgenes de la poesía española, a ese no-lugar tan densamente poblado y tan necesitado de revisión siempre. Por otro lado, esa misma crítica, digamos, acomodada, no ha ido por lo general más allá de adscribirlo en calidad de epígono al Grupo Cántico cordobés, de enorme importancia, qué duda cabe, en nuestra poesía de mediados del siglo pasado y cuyos componentes principales fueron Juan Bernier, Ricardo Molina y Pablo García Baena, con los que mantuvo desde 1954, el año en que se conocieron, hasta su muerte en 2002, una gran amistad. No faltan razones estéticas para ello, en cualquier caso, sobre todo en sus dos primeros libros. Tampoco desde el punto de vista de su muy estrecha relación personal. Pero, a nuestro modo de ver, esta adscripción sin mayores consideraciones ha permitido la general pereza a la hora de enjuiciar críticamente por sí misma la obra de Vicente Núñez que ha perjudicado el reconocimiento de su singular valía. A pesar de todo, esta adscripción se “formaliza” cuando Luis Antonio de Villena lo incorpora al grupo en su obra El fervor y la melancolía. Los poetas de Cántico y su trayectoria, de 2007, y después Guillermo Carnero lo incluye en la reedición de 2009 de su obra El grupo Cántico de Córdoba, publicada inicialmente en 1976, para lo cual alegaban ambos compiladores las declaraciones al respecto de los propios miembros canónicos del Grupo y su indudable convergencia vital.

"Su dimensión creativa no estaría completa si no atendiéramos también a su extraordinaria personalidad y al fastuoso discurso oral que desplegaba "

Vicente Núñez publicó en 1954 su primer libro, Elegía a un amigo muerto, y poco después, en 1957, el siguiente, Los días terrestres, quizás su libro más en línea con los postulados poéticos del mencionado Grupo Cántico: exuberancia lingüística, hedonismo, sensorialidad, memoria, intimismo, materialidad, etc. Tras estos dos primeros libros guarda silencio hasta que en 1980 publica Poemas ancestrales, una colección de poemas escritos en gran parte durante su largo retiro. A partir de ahí entra en combustión poética y sus publicaciones se sucederán. Citando solo sus obras, digamos, mayores, en 1982 publica Ocaso en Poley, que le valió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 y seguidamente Epístolas a los ipagrenses (1984), Teselas para un mosaico (1985), Sonetos como pueblos e Himnos y texto (ambas en 1989). A estas obras que vieron la luz en vida del poeta se une Rojo y sepia, libro escrito desde 1987 pero que no se publicó hasta 2007, cinco años después de su muerte. En nuestra opinión, esos Himnos con los que se cierran sus publicaciones poéticas en vida, son una cumbre de la poesía intimista y meditativa española contemporánea que enlaza directamente y con igual rango (que no es una exageración, ya sabemos que cuando hablamos de canon, muchos son los llamados y pocos los elegidos) con otras de la misma naturaleza como Animal de fondo, de Juan Ramón Jiménez, Donde habite el olvido, de Luis Cernuda, o, más allá de nuestras fronteras, las Elegías y los Sonetos de Rilke, sobre todo, o el Eliot de los Cuatro cuartetos. Toda esta obra poética, junto con sus “sofismas”, una suerte de aforismos que comenzó a publicar en 1987 en el suplemento dominical del diario Córdoba y a los que se dedicará en exclusiva desde 1989, los recogió en dos volúmenes Miguel Casado en su edición de las obras completas del poeta publicadas por Visor en 2008. A estos dos volúmenes hay que añadir El suicidio de las literaturas, un volumen recopilatorio que se publicó poco después de su muerte en el que se reúnen los artículos, ensayos y prosas varias que a lo largo de su vida fue publicando en diversos medios junto a un buen número de textos que permanecían inéditos.

"Vicente Núñez era un ser desmesurado en todos los sentidos, culto, refinadísimo, con una proverbial capacidad de abordar las cuestiones más elevadas"

Hasta aquí el balance de la obra “física” de Vicente Núñez, toda ella a disposición de aquel al que le pueda interesar. Pero Vicente Núñez es también “autor” de una obra intangible, inmaterial, a la que ya es difícil acceder pero que es de obligada referencia. Su dimensión creativa no estaría completa si no atendiéramos también a su extraordinaria personalidad y al fastuoso discurso oral que desplegaba ante sus atónitos escuchantes. Su oralidad no entendía de clases. Tanto le daba que fueran patricios o plebeyos, que respondieran al nombre de Octavio Paz, de Juan Gil-Albert, de Ernesto Cardenal, que fuera el Presidente de turno de la región o algún poeta bisoño que se le acercara atraído por la legendaria ceremonia que oficiaba en su no menos legendario bar El Tuta de Aguilar de la Frontera. Su chispeante ingenio era capaz de desamar a cualquier oyente. Vicente Núñez era un ser desmesurado en todos los sentidos, culto, refinadísimo, con una proverbial capacidad de abordar las cuestiones más elevadas de filosofía, historia, literatura, lingüística, música, arte, las cuales aderezaba con total naturalidad con los temas más superficiales que se pudiera imaginar, como si quisiera, esto es importante, sustraerle a aquellas su gravedad. Sobre todos ellos reflexionaba en voz alta con la consistencia propia de un hombre que sabe demasiado. Siempre coherente, extremadamente lúcido y nutritivo, siempre ingenioso y divertido. Estar con él era un festín para el oyente por el conocimiento que transmitía y por los retos intelectuales que rara vez no planteaba su discurso arrollador. Era excéntrico, teatral, un ser con una personalidad deslumbrante, única, con un legendario poder de seducción que subyugaba a todo aquel asistiera a su impagable liturgia. No se sabía cuándo hacía más literatura, si cuando escribía o cuando hablaba. Todo lo cual, decimos de paso, no deja de sorprender en alguien que optó por el retiro más absoluto en una pequeña localidad en medio de la reseca campiña cordobesa, en una época muy oscura y muy difícil para todos, y más todavía para él por su condición homosexual. No hay modo ya de comprobar esta íntima y extraordinaria faceta suya. Hay algún breve vídeo en YouTube, pero apenas da cuenta de lo que queremos transmitir (si lo ven, fíjense en el movimiento de sus ojos). Con lo que sí contamos en cambio es con numerosos testimonios escritos de la extraordinaria dimensión humana de Vicente Núñez. Yo mismo he dado fe en algún artículo de esa fascinación que ejercía en el oyente, puesto que desde que lo conocí en 1989 y hasta que se retiró ya definitivamente, no fueron pocas las ocasiones en las que disfruté de su compañía. Nunca en ninguna de mis memorables visitas a Vicente Núñez pude sustraerme a ella. En cualquier caso, la semblanza más certera de Vicente Núñez creo que fue la que hizo Rafael Pérez Estrada en un artículo publicado en la revista malagueña Bazar, y que tan significativamente tituló “El oralista”. En él hace Pérez Estrada la crónica de un encuentro en Málaga en 1994 con Carlos Edmundo de Ory y otros amigos. En la cena, “la oralidad de Vicente Núñez se crece y pasa al ataque”:

  • Entripado anecdótico de contenido social sobre el despotismo. Protagonistas dos ancianas de Aguilar forzadas a convivir en su aislamiento.
  • Recreación de la vida de Descartes […] Núñez recita con exacta memoria las primeras páginas del Discurso del método. De vez en cuando desliza una errata para, de este modo, captar por la vía correctiva la atención del público.
  • Ilustración a manera de espacio publicitario, de una cita de Rilke. La voz bronca, profunda, piel y jazz, se abre espléndida en una selección muy rigurosa de las Elegías.
  • Composición de un extenso sofisma. Cuando todo discurre en apariencia sistemática, y la lógica está alcanzando con su torre el balcón de los reyes, Vicente grita: “¡El mojón!”. Evidentemente está diciendo de hito o señal, sin embargo se percibe una clara referencia a la cuarta —hoy es la quinta acepción en el DRAE—, implicando de este modo una manifiesta agresividad destructora a cuanto él mismo está describiendo. Y así se consuma el salto, no en el aire, sino en el duro fracaso de la pista.

Así era Vicente Núñez, puede que él mismo fuese su obra maestra, quien lo probó, lo sabe, como dejó dicho el clásico. Recordarlo es una necesidad.

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