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Manuel Vilas: «Yo no sé qué coño hago en este mundo»

Manuel Vilas: «Yo no sé qué coño hago en este mundo»

Hay libros raros, hay libros excéntricos, hay libros locos. Y luego está lo de Manuel Vilas (Barbastro, 1967). Resulta difícil de explicar la inyección emocional que provoca en el lector la lectura de El mejor libro del mundo (Destino), la última novela del escritor y poeta aragonés que no somos siquiera capaces de calificar como «incalificable». Una exaltación que invita a salir a la calle a golpear las señales de tráfico y gritar obscenidades a pleno sol. Una elevación del gozo lector que uno no comprende bien, pero que genera adicción mientras las páginas vuelan en el tiempo suspendido.

A Bob Dylan le preguntaron por qué siempre estaba de un lado para otro y contestó: «¿Qué hay en casa?». Aquí el gran Vilas, en aeropuertos y hoteles de una vida en tránsito, entre congresos, presentaciones y ferias librescas, va devanando los hilos de una vida de entrañable literato «muerto de hambre» a quien ni siquiera el descomunal éxito de su novela Ordesa le acaba de decidir a gastarse un mísero euro en una botella de agua mineral. Parecen estas páginas cuajadas de confesiones que no son tales y de miserias que tampoco. Presentan a un hombre vulnerable como lo somos todos, pero también lleno de ganas de vivir: «Cuando me despierto tengo miedo a no haber escrito el mejor libro del mundo, es decir, la mejor vida del mundo».

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—¿Qué le ocurre en la cabeza cuando cumple sesenta y se pone a escribir esta locura de libro?

"Los cincuenta pueden resultar ambiguos, pero con sesenta años uno sabe ya que tiene más pasado que futuro"

—Es un libro salvaje. A ver, yo cumplo sesenta años y, de repente, me invade una certeza matemática, la presencia del seis. Los números son de una objetividad aplastante. Los cincuenta pueden resultar ambiguos, pero con sesenta años uno sabe ya que tiene más pasado que futuro. Lo que hay delante es la muerte, la pura extinción. Pensé entonces que podía permitirme el lujo de escribir un libro sin filtros, algo que todo narrador debiera intentar alguna vez. Contar mi vida como ser humano y escritor sin límites de expresión. El resultado es muy punki, claro.

—Yo conocí al Vilas poeta y facebookero del Listen to Me. ¿Qué queda y qué falta en el Vilas multipremiado, y aún más leído, en el que se ha convertido?

—Hay un centro temático en este libro, que es la vulnerabilidad. A veces la gente no acaba de entenderlo. «Si te va bien», me dicen. Pero el síndrome de vulnerabilidad sigue ahí igual de fuerte. Hemingway se pegó dos tiros, Virginia Woolf se suicidó y Bruce Springsteen confesó hace unos años que la depresión le había acompañado toda su vida. La exposición pública constante del artista, ante la aprobación o la censura, le deja al descubierto. Yo soy un escritor vulnerable y he comprobado que otros también lo son. Voy a un club de lectura y una señora me dice que mi nueva novela no le ha gustado nada y automáticamente siento un fracaso vital. Cuando te va la vida en lo que escribes, la decepción de cualquier lector resulta casi insoportable. Al menos para mí. Otros tal vez no lo reconozcan.

—¿Hablamos de miserias soterradas?

"Toda esa cara B de la literatura, los anticipos, los premios, las jerarquías, las envidias necesitaba ser contada"

—Por ejemplo, el TOC que casi todos los escritores tenemos y ninguno hace público, cuando publicamos un libro, de recorrernos las librerías para ver cómo lo han colocado. Y si no están bien puestos, o directamente no los ves, caes en un pozo negro. Y le pasa también a los más grandes. Jesús Trueba me contó que Javier Marías fue un par de veces a su librería a ver si estaban sus libros y le hizo notar al librero que faltaba un título suyo. Toda esa cara B de la literatura, los anticipos, los premios, las jerarquías, las envidias necesitaba ser contada.

—Arranca con un curioso prólogo póstumo. ¿Toda obra acabada es de alguna forma póstuma?

—Sin duda este libro parece póstumo en el sentido de que lo póstumo resulta más genuinamente verdadero. Como un testamento. Pensé que el lector podría aceptar mejor la verdad, si se trata de la verdad de alguien que ya se había ido. De ahí el artificio del prólogo, supuestamente de mi editora, pero que si se fija bien está firmado por una «M» ambigua, que puede ser también yo mismo.

Muchas de estas páginas están escritas, como si dijéramos, en tránsito. ¿A un escritor de avión y hotel le tienta más de lo habitual la melancolía?

—Por supuesto, cuando ya no sabes qué estás haciendo dando vueltas por el mundo. Mi padre hacía lo mismo que yo, era viajante, vendía. Y yo me veo a mí mismo como vendedor de libros. Voy a los congresos y a las ferias a vender mis libros. Pero nadie te lo dirá. Dirán más bien que vas a exponer tu alto concepto de la vida y de la literatura, tu concepción del mundo, los males del capitalismo, etcétera. Pero no es verdad. Sólo vas a vender libros.

—»Sin memoria todo se lo lleva el terror». ¿Teme más al olvido que a la muerte?

—Hay una idea de la posteridad en el libro que me parece original, y se podría resumir así: Cervantes nos da de comer. Cuando un país produce un libro universal se benefician todos los descendientes de su autor. Viví cuatro años en EEUU y comprobé cómo todas las universidades y los colleges americanos tienen departamentos de español que dan trabajo a miles y miles de profesores que pagan facturas y dan de comer a sus hijos gracias a Cervantes. Cervantes no solo preside la historia de la literatura universal. Cervantes es el gran empleador de la cultura en español.

—Hasta los 55, literariamente, Manuel Vilas escribe que fue un muerto de hambre hasta los 55… y entonces publicó Ordesa.

"No me interesa ni me llena tanto la admiración, pero sí que alguien me diga que el libro le ha curado el alma"

—Más allá de su éxito comercial y de crítica, aquel libro generó una complicidad muy fuerte con los lectores. Y yo me hice adicto a la complicidad del lector. No me interesa ni me llena tanto la admiración, pero sí que alguien me diga que el libro le ha curado el alma. Esa es la fraternidad profunda que puede lograr la literatura, que autores y lectores nos reconozcamos como hermanos.

—»No se hace igual el amor en una cama de un hotel de cinco estrellas que en una pensión de mala muerte», escribe, y expone una supuesta cicatería que creo que se entiende mejor desde el síndrome del impostor, ¿no cree?

—Eso es por mi origen. Nací en los años sesenta en una familia de clase media baja, y eso te marca para siempre. Mi madre me advertía: «Hijo mío, no seas nunca un muerto de hambre». Y, aunque ahora tenga dinero, sigue presidiendo mi vida la posibilidad de acabar pidiendo en la calle, la necesidad de ganarme la vida. Es casi un trauma que, bien visto, también es hermoso.

—Y cómico, ¿verdad?

—El libro es cómico. El libro huye de la solemnidad y defiende la comedia salvaje como la mejor manera de vivir. Una comedia, ojo, consciente de lo más terrible de la condición humana.

—Asegura, de hecho, que «la obligación de la literatura es la disolución de la moral del gobierno, de cualquier gobierno, y el advenimiento de la risa».

"Siempre he tenido una desafección profunda por la autoridad"

—Siempre he tenido una desafección profunda por la autoridad. Debe de tener que ver, como le pasaba a Buñuel, algo aragonés. Donde más anarquistas hubo en la guerra civil fue en Aragón. Yo quiero que me seduzcan, no que me manden. Cuando no me seduce un presidente del gobierno, sea del signo que sea, malo.

—Confiesa en el libro que tiene una personalidad adictiva.

—La tengo. Soy fan de Antonio Escohotado y me parece fascinante su relación con las drogas, como un alma libre que está más allá de todo. Por eso le dedico un capítulo del libro. Pero fíjese que cuando hablamos de las drogas no solemos reparar en las drogas de farmacia, que son hoy las más abundantes. Y las más baratas. Las llamamos medicamentos, pero es un eufemismo. Son drogas.

—¿Su grafomanía es una extensión de eso que llama personalidad adictiva?

—Yo no sé qué coño hago en este mundo, no sé a qué cojones he venido aquí. Mi único bálsamo es escribir. Cuando escribo, todo se ordena y las cosas parecen tener sentido.

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Antonio
Antonio
1 hora hace

Manuel Vilas es un genio