Inicio > Poesía > 5 poemas de Katya Vázquez Schröder

5 poemas de Katya Vázquez Schröder

5 poemas de Katya Vázquez Schröder

“A veces escribo sin querer escribir”. Hacerlo es una necesidad para Katya Vázquez Schröder. Su obra poética —que remite al desarraigo, la cotidianeidad— está influenciada por los versos de Idea Vilariño, Alejandra Pizarnik y Cristina Peri Rossi. Esta autora argentina, residente en Canarias, resultó ganadora del VIII Premio Valparaíso de Poesía con El corazón es una achura que no se vende (2023).  

A continuación reproducimos 5 poemas de Katya Vázquez Schröder.

******

Lo que se queda quieto, muere

Me acuerdo que mi mamá me ató con una cuerda

para no perderme en el aeropuerto.

 

La muñeca que llevaba debajo del brazo

se quedó sin la cabeza más tarde.

 

Mi mamá estaba preocupada, papá también,

no me acuerdo qué pensaba mi hermana.

 

A los cuatro se nos reconoce una ilusión,

en la foto de la terminal.

 

Alguien debe haber ido a despedirnos.

 

En ese momento llevaba el mismo collar

que no me quito ahora.

 

Éramos nosotros contra el mundo,

el mundo nunca se volvió contra nosotros.

 

Mi familia no estaría de acuerdo

con esta afirmación.

 

Corría el año 2001 en Argentina,

mucha gente tenía mucha prisa.

 

Deseaba un horno en la nueva casa

para comer torta en los cumpleaños.

 

Si no me enganchaban con una cuerda,

me hubiera perdido.

 

Me arrastraron,

o eso dicen.

 

Al avión que vi por el cristal me subí incontables veces,

nunca regresé al mismo lugar.

 ** 

Archivo-letra

Vuelve a contar la historia

de aquellos miserables de La Rioja

que le abrieron el candado del diario

y leyeron el relato

del desembarco en Brasil

los primeros años de infancia

leyeron sin comprender

los días en Canarias, las despedidas

leyeron sin remordimiento

lo que se siente tocar por fin tierra firme

leyeron y leyeron y el secreto

dejó de serlo

el diario ardió en la hoguera

mi mamá miró con horror la memoria

incinerada y olvidó

cuál fue la primera palabra amiga

si hubo una alguna vez.

 

No sé qué sentí.

 

Apenas aprendí a escribir

mi mamá me regaló un cuaderno

verde a rayas.

No tenía candado,

no hacía falta:

 

quien lo toca, se quema.

**

Así no es

Me han puesto en entredicho tantas veces:

tu nombre se escribe con j

tu nombre no es de acá

acá acá aka ka aca kat acá.

 

Mi nombre no es de donde soy.

 

Tu acento de dónde

tu apellido

cómo se pronuncia

(no sé)

¡¿cómo se pronuncia?!

(no sé).

En la puerta de mi habitación: KAT-JA.

No sé cómo se abrevia.

 

Quien te nombró

ya no te nombrará más.

 

¿Quién arrancó

una forma de decirme sin letras?

 

Llamame a través del globo.

Decime cuántos kilómetros me separan.

**

Retablo 

Le tendí la mano. Ella apenas me extendió de vuelta cinco dedos débiles. Tres calles principales hacían bulevar en su palma: Libertador, Ignacio de la Roza y San Miguel.

Un walkie-talkie para aclarar sus coordenadas, el pan, la leche, el mandado cumplido. Hilos deshilachados, la canica, la victoria, la mejor de la escuela, y una estampita de San Antonio para encontrar lo que se ha perdido. Vos le pedís así: porfavorsanantoniotepidoqueaparezca… Y aparecerá.

Por favor, San Antonio: sus piernas, su vals, que se levante de donde sea que esté, sus rodillas, Luis Miguel, su mandado de leche y pan, que vuelva de donde sea que esté, la manguera, las diamelas, los limones, el gallo que canta, que cante un vals, que mueva sus rodillas. El plato de arroz con huevo, su labial, su espejito. Que pierda los lentes. Que le pida a San Antonio encontrarlos.

Entre Libertador, San Miguel e Ignacio de la Roza tenía un raspón de la caída. Me tendió la mano finalmente, se sacudió el polvo, los oídos sordos de San Antonio, las lágrimas, me agradeció, se fue.

**

Finca de Tegueste 

No pasábamos hambre, pero sí desconsuelo.

De repente mi madre traía dos yogures

y éramos ocho hermanas lamiendo el mismo vaso.

Las ocho con la misma tierra bajo la uña

de tanto señorearla.

Cuando sentíamos el clavo de una mirada,

metíamos en el saco de papas un bicho.

El susto se oía hasta acá

y nos reíamos.

No era maldad,

era justicia.

Éramos niñas,

aunque ella fue madre con siete años

de ocho hermanas.

Me enseñó a mirar a los ojos

porque los mantenía enterrados con las papas.

Pero mira y tú,

¿has escuchado alguna vez a un gallo morir?

4/5 (5 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios