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Mito y sentido, de Joseph Campbell

Mito y sentido, de Joseph Campbell

En 1949, Joseph Campbell revolucionó la mitología comparada al publicar El héroe de las mil caras, un ensayo en el que demostraba que todos los mitos esconden en su seno una estructura similar. Ahora se publica una larga entrevista en la que el autor reflexionó sobre su aportación a la historia de los relatos universales.

En Zenda reproducimos el arranque de Mito y sentido (Atalanta), de Jospeh Campbell.

***

Capítulo I

El abecedé de la mitología

Existe una percepción común de que los mitos pertene­cen al pasado —de que son un campo de estudio árido y polvoriento que conviene dejar en manos de los eruditos—, y, a pesar de ello, décadas después de que El héroe de las mil ca­ras se publicara en 1949, su obra sigue gozando de una gran popularidad. ¿Cómo explica este interés por la mitología?

He dado muchas conferencias por todo el país desde que me jubilé de la enseñanza y encuentro un enorme interés adondequiera que voy. Puedo decir por experiencia propia —pues llevo unos cincuenta años enseñando esta materia— que cuando a las personas se les abre una dimensión mí­tica, también se les abre la felicidad, la alegría y un sentido de lo que podría llamarse la «potencialidad de uno mismo». Se les proporciona la imagen salvadora de la autoestima humana y una nueva apreciación de su valor como seres humanos.

¿Cómo definiría el mito?

El mito es un lenguaje universal que adopta sus propias formas locales en cada sociedad. No se trata sólo de la fan­tasía de esta o aquella persona. Un mito es un símbolo oní­rico, una leyenda que es parte de otras leyendas que, juntas, constituyen una mitología. Una mitología es un sistema or­ganizado de imágenes y narraciones simbólicas que compo­nen una metáfora de las posibilidades de la experiencia y los logros humanos en una sociedad y una época determinadas.

Las mitologías ponen a los miembros de una cultura en contacto con inquietudes más profundas que las de la eco­nomía y la política cotidianas. Las culturas surgen de sus mitologías, no de la economía. Una cultura está determi­nada por el dinamismo del espíritu humano, y este dina­mismo se activa y presta una declaración suprema gracias a cosas que trascienden esas preocupaciones económicas. En realidad, los campos de la economía y la política se pueden ver como manifestaciones de las potencialidades espirituales del ser humano.

Cuando uno repara en que cada una de las antiguas civilizaciones se basaba en una mitología, cobra consciencia de la fuerza de esta grandiosa herencia que hemos recibido.

¿La economía siempre pasa a un segundo plano frente a la mitología?

Los valores económicos de una sociedad están de­terminados por la mitología de esa sociedad. Aquello que ven­des y te va a reportar un beneficio depende de lo que quiera la gente. Y lo que quiere la gente es una expresión de sus valo­res. Si quieren crucifijos, pues fabrica crucifijos. Y si quieren televisores, pues fabrica televisores. La mitología orienta la vida de las personas.

Basta con fijarse en la India. Allí hay gente hambrienta. No comerán carne. La carne campa a sus anchas, por todas partes hay vacas que se comen los alimentos que interesan a todas esas personas. Explique esto en términos económicos.

¿Qué le lleva a caracterizar los motivos mitológicos recurrentes como elementos de un lenguaje universal?

Al convivir con estas cosas todo el tiempo, he podido ver que existen ciertos patrones universales para estas manifes­taciones. Un chamán de los navajos o del Congo dirá cosas tan parecidas a lo que, pongamos por caso, decían Nicolás de Cusa, Tomás de Aquino o C. G. Jung que a uno no le queda más remedio que admitir que estos ámbitos de la ex­periencia son comunes a la raza humana.

Es el reconocimiento de esta recurrencia de ciertos tópi­cos y motivos en todas las literaturas, mitologías y religio­nes del mundo lo que me ha fascinado toda mi vida. Y estos motivos son metáforas de los misterios y las energías de la psique humana.

¿Puede ofrecer un ejemplo de imagen universal?

Pues bien, el mito del diluvio aparece casi en todas par­tes, a excepción de algunas regiones muy pequeñas. Podría dar algunos ejemplos de pueblos muy distantes entre sí.

Primero, de América, los pies negros de Montana. Po­seen una historia del diluvio que se viene contando desde mucho antes de la llegada del hombre blanco. El héroe de esta historia en particular es el propio creador, al que lla­maban el Anciano. Aparece en sus relatos como una figura solitaria, errante y sombría que en sus primeros años de existencia se desplaza sobre la tierra dando forma a las mon­tañas y a los valles fluviales, creando animales y poniéndoles nombre. Poco después de haber comenzado su obra, un di­luvio arrasó toda la creación. Entonces tomó a los animales y subió con ellos a una balsa, y durante semanas navegaron a la deriva en aquellas aguas que se extendían sin límite.

La solución al problema pasaba por crear una tierra nueva, porque el nivel del agua no descendía. Así que el Anciano decidió mandar un pequeño animal al lecho de las aguas para que intentara encontrar algo de barro. Envió a la rata almizclera, de la que durante mucho tiempo no se tuvo noti­cia alguna. Hasta que apareció flotando, exhausta, y dijo que no había podido encontrar el fondo de las aguas.

Así que el Anciano envió a continuación un pájaro bu­ceador, y este pequeño pájaro emergió sin vida. Fue el turno de una tortuga, que tardó mucho en emerger y también lo hizo sin vida. Pero miraron dentro de su pequeña boca y encontraron un poco de barro. El Anciano lo recogió, lo echó al agua y pronunció un encantamiento. Movió la mano e hizo que el barro se pusiera a girar sobre sí mismo. Y en­tonces creció cada vez más.

Al cabo de varios días pensó: «Ya es lo bastante grande». Así que envió a un zorro a recorrerlo para ver cuánto tar­daba en volver. Y el zorro regresó al día siguiente. Enton­ces el Anciano dijo: «Aún no es lo bastante grande». Hizo girar el barro un poco más, y tres o cuatro días después mandó salir al zorro, que tardó una semana en volver. El Anciano envió al zorro por tercera vez, y el animal nunca regresó. Entonces el Anciano dijo: «¡Todos a tierra!». Ha­bía un nuevo mundo y la vida podía volver a empezar.

¿No podría tratarse simplemente de una versión defor­mada de la historia del arca de Noé recogida en la Biblia?

Esa historia ya existía mucho antes de que pudiera re­cibir cualquier influencia de los relatos bíblicos. Se supone que los indígenas llegaron por primera vez al continente americano alrededor del 20.000 a.C., y hubo continuas mi­graciones a lo largo de los siglos posteriores.

El héroe de esta historia es el propio creador, cuya crea­ción se le va de las manos.

Pero hay mitos que tratan de inundaciones que arrasaron a civilizaciones humanas enteras. Y éstas se deben normal­mente a algún tipo de castigo por una ofensa contra una deidad o demonio al que el pueblo hizo enfadar.

Por ejemplo, hay una tribu de las islas Andamán, en la zona birmana del golfo de Bengala, que tiene una historia del diluvio. Entre sus miembros existe la prohibición de hacer ruido cuando canta una cigarra. Pues bien, un día uno de ellos hizo ruido mientras una cigarra entonaba su canto. Esto enfureció a las deidades, que provocaron un diluvio. El crimen no fue muy grave desde nuestro punto de vista.

En este caso la gente se enfrentaba al problema de salvar su fuego, porque no sabían cómo encender uno nuevo. Una mujer metió el fuego en una olla y lo subió a la copa de un árbol de gran altura, y toda la gente trepó al árbol tras ella. Era el árbol más alto del mundo. La inundación no dejó de crecer y sólo la copa del árbol quedó a salvo. Luego, con el descenso del agua, todo el mundo volvió a bajar. Y una vez más la civilización entera emprendió un nuevo comienzo.

Son historias antiguas que se han transmitido durante miles de años.

De generación en generación.

¿Cree que estas historias se enriquecieron sobre la marcha?

Las inundaciones difieren considerablemente de un lugar a otro y varían de un narrador a otro. En realidad, hay todo tipo de pequeñas variaciones. Aun así, los patrones funda­mentales se mantienen a lo largo de toda la tradición.

¿Sabemos cuál fue el primer mito del diluvio?

Bueno, la historia más antigua de la que se tiene cons­tancia se encontró en una tablilla de arcilla rota de una de las antiguas ciudades de Mesopotamia, perteneciente a la civilización sumeria. La historia habla de una inundación enviada por los dioses del mundo superior. Ahora bien, se sabe que estaban enfadados, pero no el motivo; la tablilla está rota, y esa parte del relato no aparece.

Pero entonces el dios de las aguas inferiores, cuyo nom­bre es Enki, se apiadó de la humanidad. Se dirigió a un rey temeroso de Dios, misericordioso y humilde llamado Ziu­sudra y le enseñó a hacer una gran barca a la que el monarca hizo subir a su familia y a todos los animales de los alrede­dores. Y entonces flotaron sobre las aguas del diluvio. Al cabo de incontables semanas las aguas descendieron y el rey y su familia desembarcaron. Entonces presentaron ofrendas a las deidades del mundo superior que habían enviado el diluvio. Estas deidades se apiadaron de ellos, los volvieron inmortales y les entregaron un lugar donde vivir por toda la eternidad en la tierra del sol naciente.

Esta historia es mil años más antigua que la historia de la Biblia. Data aproximadamente del 2000 a.C. Y muchos estudiosos sostienen que, en realidad, la historia de Noé y el diluvio deriva de este relato. En vez de basarse en una teología politeísta con muchos dioses enfrentados entre sí, la historia bíblica plasma el tópico completo en torno a una deidad que se enfurece con la humanidad, pero salva al único ser bondadoso capaz de hacer que el mundo renazca.

¿Juega siempre el agua un papel destructor en la mito­logía?

La mayoría de los mitos cíclicos terminan en una inun­dación y vuelven a empezar a partir de una inundación. Uno tras otro, los mitos nos dicen que todo comenzó con el agua. Ésta es una de las clases de los mitos que versan sobre el agua. Pero en un contexto desértico, donde el agua escasea —de forma muy patente el agua de la vida—, las ciudades se cons­truyen, por descontado, donde hay agua. El agua es el cen­tro, y además procede de las profundidades abisales, por lo que es un poderoso factor tanto simbólico como económico.

¿Existe en nuestra cultura alguna imagen mitológica o ritual que se inspire en este simbolismo?

El bautismo cristiano. Este ritual se remonta a la anti­gua Babilonia —y, aún más, a la antigua Sumeria—, a los ri­tos de Ea, dios del abismo acuático. Los rituales especiales asociados a él eran rituales de agua e incluían el bautismo: meterse en el agua y volver a salir, una especie de vuelta al útero y renacimiento.

Una curiosidad sobre Ea es que, en el período caldeo de los siglos vi a v a.C., su nombre derivó en Oannes. Y si se pone una J delante de la o y una h después, se tiene Johannes, o John [Juan]. De modo que Juan el Bautista es en rea­lidad el heredero del papel de Ea, señor del abismo acuático que te hace renacer: nacer a la vida espiritual.

Jesús utiliza la misma imagen de forma rotunda cuando dice: «El que no nace de agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de los Cielos».

¿No existe acaso el riesgo de que, al enfatizar los patro­nes universales comunes a todas las mitologías, se ignore lo que es único de una cultura?

Yo diría que, en general, hay dos enfoques aparente­mente contradictorios de la mitología. Uno es el enfoque histórico. Consiste en estudiar las transformaciones locales, étnicas, de los grandes motivos mitológicos. Sin duda, este enfoque me ha fascinado toda la vida.

El segundo enfoque, sin embargo, guarda relación con la relevancia psicológica más inmediata de los símbolos mitológicos. Uno se pregunta: ¿cómo operan sobre nosotros estos símbolos en el día a día?

Me he pasado la vida estudiando las mitologías de di­ferentes pueblos radicados en lugares muy distintos del mundo, y he disfrutado enormemente de ellas, casi hasta el embeleso. Cuando era niño me cautivaban los mitos de los indígenas americanos. Fui educado como católico romano, y ya de joven reconocía los mismos motivos míticos en las leyendas de los indígenas americanos y en las doctrinas de la Iglesia católica romana. Luego, en años posteriores, empecé a estudiar hinduismo y budismo, ¡y ahí estaban de nuevo! Después, pasando del estudio —durante largos años— del hin­duismo, el budismo y el pensamiento oriental a la Grecia clá­sica, encontré las mismas ideas esenciales. Son iguales, nadie puede decirme lo contrario. Han sufrido distintas inflexio­nes y se han aplicado a fines sociales muy diferentes. En eso consiste el factor diferenciador local, y eso es lo que estu­dian como es debido los antropólogos y los historiadores.

Pero, desde un punto de vista psicológico —en un intento por reconocer dónde está la humanidad en todo esto—, uno ve por todas partes los mismos símbolos, y esto pasa a ser el asunto principal. Y lo que transforma la consciencia no es el lenguaje sino la imagen; es el impacto de la imagen lo que constituye la experiencia iniciática.

Si comprendes el sentido de la mitología y ves que aquí se habla de lo mismo que allí, no tienes por qué discutir las diferencias en el léxico.

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Autor: Joseph Campbell. Título: Mito y sentido. Conversaciones en torno a la mitología y la vida. Traducción: Sebastián Burch. Editorial: Atalanta. Venta: Todos tus libros

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