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¿Por qué llevas corbata?

¿Por qué llevas corbata?

Todo atildado caballero cuyo trabajo no guarde relación con las labores de oficina se ve confrontado de continuo a esta demanda por parte de la plebe: “¿Por qué llevas corbata?”. Te lanzan la pregunta a bocajarro, sin darte siquiera antes los buenos días. El peor de todos es el que lo hace toqueteándote el nudo. A ese lo mataría. Que me manoseen la corbata es como que me agarren el cimbel. Me siento violentado. Quita tus sucias manos de mi corbata.

En mis primeros años de corbateo (y cuanto más joven seas, mayor hostilidad será la que despierte ese simple trozo de tela), para obtener la bula de tanto tribunal inquisidor, solía optar por la vieja táctica de que no hay mejor mentira que la que contiene una parte de verdad. Así, les respondía: “Es que la garganta es mi talón de Aquiles. Y como es mi instrumento de trabajo, tengo que protegerla bien”.

"A nadie le preguntan: ¿Por qué llevas chanclas con uñas sucias? ¿Por qué llevas esa camiseta marronácea de tantos sudores superpuestos y con el cuello vencido?"

Con el tiempo he ido ganando confianza y sintiendo cada vez mayor lástima por todas esas personas que son incapaces de comprender lo evidente: que uno hace lo que hace simplemente porque le gusta. Ahora, para no aburrirme siempre con la misma respuesta a la pregunta de por qué llevo corbata, la voy variando según mi estado de ánimo. Hay momentos en que adopto una actitud melodramática y suelto: “Porque en un mundo sin ética, lo único que nos queda es la estética”. O bien digo: “Para añadir una chispa de belleza a la miseria de mi vida”. En ocasiones intento recurrir al humor: “Mi madre siempre me dice que tengo caminar recto y no encorvado, así que llevo la corbata para que haga un efecto de plomada”. Otras veces me limito a encogerme de hombros y a despachar con una media sonrisa: “¿Por qué no?”.

Es curioso que los únicos que nos vemos compelidos a dar explicaciones sobre nuestra vestimenta somos los que usamos corbata, porque a nadie le preguntan: “¿Por qué llevas chanclas con uñas sucias?”, o “¿Por qué llevas esa camiseta marronácea de tantos sudores superpuestos y con el cuello vencido?, o “¿Por qué llevas esos pantalones pitillo que provocan una disonancia entre tu torso de portero de discoteca y tus canillas de bailarina de ballet, y que te crean una bolsa flácida por detrás, una fosa de las Marianas de antimateria, porque no tienes nada de culo?”. A nadie le preguntan estas cosas. Pero si llevas corbata, sí. Si llevas corbata, la gente te interpela, te inquiere, te interroga, y no se detiene hasta agotar todos los sinónimos. Una corbata es percibida como un hecho insólito, un objeto colgante no identificado, una anomalía en el sistema, una rareza cósmica equiparable a la suspensión de la gravedad. Algún día tendré que ir al programa de Iker Jiménez a explicar por qué llevo corbata.

"Para ser sincero, he de confesar que, cuando veo a un tipo con corbata, también me asalta un interrogante similar al que a mí me plantean"

Donde no podré ir a explicarlo es al club más exclusivo de todo Madrid. Hace unos días leí la noticia de que este club —cuyo nombre no recuerdo y tampoco me voy a poner ahora a buscarlo— iba a abrir sus puertas en breve. El titular especificaba que estaba prohibida la entrada a los perros y a la gente con corbata. En los años del fascismo europeo, había comercios que prohibían la entrada a los perros y a los judíos. Ahora los parias de la tierra somos los encorbatados. Algo hemos avanzado.

Pensemos también en cómo esta proscripción de la corbata está hermanando a colectivos aparentemente antagónicos. La única diferencia entre el club más exclusivo de todo Madrid y un centro okupa es que en el centro okupa los perros sí que pueden entrar.

Para ser sincero, he de confesar que, cuando veo a un tipo con corbata, también me asalta un interrogante similar al que a mí me plantean, aunque en mi caso le añado un demostrativo, y por eso no me pregunto: “¿Por qué lleva corbata?”, sino: “¿Por qué lleva ESA corbata?”.

Está el mundo lleno de hombres con corbatas mustias, anudadas sin gracia, de tejidos desapacibles y patrones repulsivos. Son hombres convencidos de ir bien vestidos por el mero hecho de llevar corbata. No solo no comprenden los fundamentos de la elegancia, sino tampoco la verdad más elemental de la existencia, y es que la vida ya es lo bastante jodida como para añadirle una corbata horrenda. De todos estos garrulos, el que más me inquieta es el que lleva una corbata de niño, porque es un fenómeno al que no logro encontrarle una explicación. ¿Dónde ha comprado una corbata de esas dimensiones? ¿Quién se la ha vendido? ¿Por qué nadie de su familia ni sus amigos le han dicho que así no puede ir a ningún lado?

Frente a tanta corbata brillantosa que campa a sus anchas con total impunidad, yo soy más propenso a los tonos mates y las texturas rugosas. Siento predilección por las corbatas shantung, un tipo de seda salvaje con unas irregularidades que el no iniciado puede confundir con el desgaste, hasta que capta su esencia y se enamora de este tejido para siempre. También me complacen las corbatas grenadine, con sus variantes de garza grossa y garza fina (esta última, por su gran versatilidad, es la corbata todoterreno). Las corbatas de punto no me seducen en exceso (y las pocas que tengo procuro que acaben en punta de flecha y no en horizontal), aunque sí que me divierte una variedad de estas últimas muy poco difundida y que solo produce un telar en el mundo. Se trata del tejido cri de la soie (grito de la seda), así llamado por el gemido que emite al apretarlo.

"Porque la belleza es parte irrenunciable de mi vida, llevo corbata. Por eso llevo ESTAS corbatas"

Shantung, grenadine, garza grossa, garza fina, cri de la soie… Aunque no logréis visualizar de qué os estoy hablando, hay una sonoridad en estos nombres que logra transmitirnos su magia y su belleza. Sucede lo mismo con las flores (lirio, azalea, jazmín, madreselva, nomeolvides…) o con las piedras preciosas (rubí, amatista, turmalina, zafiro, lapislázuli…). Nada que ver, sin embargo, con la fealdad de los términos relacionados con las operaciones financieras: hedge funds, subprime, criptomonedas… Por eso mis corbatas no se parecen en nada a las de un tiburón de Wall Street. No quiero tener nada que ver con esa gentuza.

Porque la belleza es parte irrenunciable de mi vida, llevo corbata. Por eso llevo ESTAS corbatas. Si no os ha quedado claro, dejad de preguntarme de una maldita vez por qué llevo corbata, porque ya no sé cómo explicároslo.

Tras varios meses de calor sofocante, han empezado a bajar las temperaturas en Lisboa. Y se acerca el día tan ansiado en que recobraré mi plenitud porque podré ponerme corbata. Siento que todo va a empezar de nuevo. ¡Qué alegría de vivir! ¡Y qué ganas de volver a enamorarme!

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