La muerte de un periódico. Esa es la historia que cuenta Jaime Bayly en Los últimos días de La Prensa. Que nadie se alarme. Este no es el enésimo panegírico sobre cómo Internet mató a las estrellas del periodismo. Estamos a mediados de los años 90 del pasado siglo y el papel aún disfrutaba de una posición dominante. Este periódico de Lima, La Prensa, no se muere devorado por las nuevas tecnologías. Este periódico pasa a mejor vida por la golfería y la corrupción de sus periodistas. Una razón nada romántica para morir en una profesión con delirios de grandeza.
El imberbe Dieguito Balbi consigue unas prácticas —así se llamaba antes a las becas de hoy— gracias a su abuela que activa un enchufe al más alto nivel: el director. Le vende al nieto la proeza ensalzando que “La Prensa es el periódico más moral de Lima… es el periódico para la gente blanca”.
Sí. Estamos en Lima, ciudad de tantos personajes literarios, entre ellos los de Vargas Llosa. Algún día habrá que hablar del gran Varguitas o los muy instructivos periodistas que habitan por ejemplo Cuatro Esquinas: el delincuente Rolando Garro o la soñadora Estrellita Santibáñez.
Volvamos a La Prensa. Dieguito, entre tragos y más tragos, no tardará en adaptarse a la estimulante vida en el periódico. Su juventud y su candidez hacen que sea recibido con los brazos abiertos. Especialmente por Patty, grandioso personaje de secretaria de redacción. Ay, las secretarias de las redacciones. Nunca saldaremos nuestra deuda con ellas.
Patty es mucho más que una secretaria. Es el alma del diario. O la tienes de tu parte o date por muerto.
-“Pídeme no más, Dieguito, que el periódico está para ayudar a la familia”.
No todo el mundo tiene buena opinión de Patty, claro está, pero son pocos los que se atreven a manifestarlo:
-“Cantidad de cabezas he visto rodar por esa bruja cabrona”, advierten a Dieguito.
Por Patty pasan todos los cohechos de la redacción y Dieguito ha de ser muy hábil para no dejarse pervertir sin ser desagradecido con su benefactora.
-“Mira esta es mi tarjetita del canje –dijo enseñándole una tarjeta enmicada, con su foto, que decía ‘Patty Bustíos, VIP, Sheraton Hotel’- Soy VIP Dieguito, ¿qué te parece?”
-“¿Qué es VIP Patty?”, pregunta el cándido aprendiz.
-“No sé hijo. Vieja Puta, seguro”.
Putty, como la llaman sus enemigos, tenía siempre disponible una habitación en el hotel gracias al canje (servicios a cambio de publicidad). Incluso pensaba en mudarse allí para exprimir bien lo que aquí llamamos el intercambio.
Claro que no sólo ella frecuenta los hoteles a media tarde. En uno de ellos, Dieguito llegará a sorprender al mismísimo director, acompañado por una jovencita.
-“El periodismo es un apostolado… Hay que ser periodista las veinticuatro horas del día”, proclama azorado el jefe tras ser sorprendido en actitud lasciva en el ascensor, y camino de la habitación.
En estos tiempos en que las redacciones están llenas de runners, veganos y healthys que van a trabajar con equipación deportiva, es difícil entender que hace no mucho los periodistas eran cualquier cosa menos sanos. Más bien estaban entregados a hábitos malsanos. El alcohol era el primero de ese catálogo de vicios:
-“El periodismo y la borrachera son dos cosas que van de la mano, de la mano, y el que diga que no es que no tiene sangre de periodista.”
Otra proclamación del director de La Prensa, el muy respetado don Antonio Larrañaga, que trataba de instruir a su chico en prácticas:
-“Salud, pues, Balbicito –dijo Larrañaga-. Chupa muchacho. Tienes que acostumbrarte a la rutina periodística: chupar de día y trabajar de noche.”
Los últimos días de La Prensa tiene un gran valor para recordar, con un agrio sentido del humor, cómo fueron nuestras redacciones en aquella época en que uno podía excusar su ineptitud en conceptos ya perdidos como “la tiranía del espacio”. En aquel tiempo, era frecuente que los periodistas llegaran incluso a las manos. La pelea narrada en esta novela es memorable. Un redactor zanja una disputa ideológica lanzando a su enemigo dialéctico por la ventana al grito de
-“Así mueren los comunistas”.
Bayly remata su trama con un sentido panegírico en el funeral de un periodista, todo un símbolo del entierro de aquella prensa que ya es historia y ya está enterrada y bien enterrada:
-“Fue un faro… un periodista de raza, de linaje, de viejo cuño. Un hombre que llevaba el periodismo en la sangre (…) Para él, el periodismo era un apostolado, un servicio público, un combate por la libertad y la verdad, una trinchera desde la cual se batía contra las fuerzas del mal (…) Un coloso del periodismo, un titán de la libertad de prensa, un paladín de la verdad (…) Uno de esos periodistas que ya no se ven a menudo en estos tiempos de incertidumbre y confusión y perversión de los supremos valores morales (…) Periodista fino, agudo, enterado, penetrante, imparcial como pocos (… ) Minucioso en la investigación. Reflexivo y ponderado en el análisis. Implacable en la lucha contra la corrupción, la demagogia, la ignorancia, el oscurantismo. La Prensa, nuestro querido y entrañable periódico, ya no será lo mismo sin ti”.
No es difícil reunir tal catálogo de tópicos sobre la profesión. Cuánto nos gustan los tópicos a los periodistas. El lector reconocerá el lenguaje churrigueresco. Aún hoy se usa en los homenajes entre colegas.
-“Yo no sabía que había sido tan bueno… Yo pensaba que era un malandrín, un borracho y un pedigüeño que nunca pagaba sus deudas”. Se extraña uno de los asistentes.
-“No compadre. Lo que pasa es que la muerte siempre le mejora a uno”.
Siguiendo ese punto melancólico, que parece escrito hoy mismo, Dieguito, ya convertido en Diego, se despide del periódico tras su cierre hablando consigo mismo:
-“Algún día le contarás a tus nietos que ahí, en ese edificio que se cae de viejo, ahí hubo un periódico, el más conservador e influyente de Lima, guarida de brujas, cacheros, borrachos, huaraperos, putas, chupapingas, sicópatas y gatos techeros. Chau, La Prensa. Thanks for the memories.”
Jaime Bayly, el francotirador
Bayly (Lima, 1965) ha sido una estrella de la televisión peruana. Con sólo 18 años se convirtió en un enfant terrible poniendo contra las cuerdas a los políticos con sus incisivas e irreverentes entrevistas. Enemistado con sus padres siendo un niño, se fue a vivir con sus abuelos. Llegó a ser un muy influyente articulista. Sus columnas, bajo el epígrafe El francotirador, marcaron durante muchos años la agenda política en su país. De hecho, hizo una zigzagueante carrera política, Apoyó a Vargas Llosa —con quien mantiene una muy buena relación— cuando fue candidato y a Keiko Fujimori en las últimas elecciones. Empezó a trabajar en el diario La Prensa, donde fue testigo de su final, la historia que cuenta en este libro. Es autor de notables novelas de explícito contenido homosexual. De hecho, se considera a sí mismo bisexual y ha tenido parejas de ambos sexos. Se casó en 1996 y tuvo dos hijas. En la actualidad, vive en una isla de Miami con una escritora 23 años menor que él. Se casó con ella una semana antes de que diera a luz a la tercera hija del periodista. En los 90, formó parte del grupo de entonces jóvenes escritores —autodenominado burlonamente McOndo— que ponía en duda la vigencia de Cien años de soledad y el realismo mágico. Su amplia producción literaria abarca desde No se lo digas a nadie (1994) hasta El niño terrible y la escritora maldita (2016). Hace cuatro años, anunció que padecía un tumor cerebral irreversible.
44 sugerencias para periodistas amantes de la lectura y con espíritu autocrítico
Aguilar Camín, Héctor. La guerra del Galio.
Bayly, Jaime. Los últimos días de la Prensa.
Bioy Casares, Adolfo. La aventura de un fotógrafo en la Plata.
Böll, Heinrich. El honor perdido de Katharina Blum.
Capote, Truman. A sangre fría.
Carrión, Ignacio. Cruzar El Danubio.
Casas, Fabián. Titanes del coco.
Dexter, Pete. El chico del periódico.
Eco, Umberto. Número cero.
Ellroy, James. LA Confidencial.
Follett, Ken. Papel moneda.
Ford, Richard. El periodista deportivo.
Fuguet, Alberto. Tinta Roja.
Greene, Graham. El americano impasible.
Grisham. John. El informe Pelícano.
James, Henry. Los periódicos.
Kapuscinsky, Ryszard. Los cínicos no sirven para este oficio.
Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser.
Larsson, Stieg. Saga Millennium.
LeCarré, John. El honorable colegial.
Leguineche, Manuel. La tribu.
Malcolm, Janet. El periodista y el asesino.
Martínez, Tomás Eloy. El vuelo de la reina.
Maupassant, Guy de. Bel ami.
Mendoza, Eduardo. La verdad sobre el caso Savolta.
Penn Warren, Robert. Todos los hombres del rey.
Pérez-Reverte, Arturo. Territorio comanche // El pintor de batallas.
Rachman, Tom. Los imperfeccionistas.
Rand, Ayn. El manantial.
Sanclemente, José. Ilusionarium.
Sorela, Pedro. El sol como disfraz.
Tabucchi, Antonio. Sostiene Pereira.
Talese, Gay. El reino y el poder.// Vida de un escritor.
Vargas Llosa, Mario. Conversación en la Catedral.// Las cuatro esquinas.
Verne, Julio. La jornada de un periodista americano en 2889.
Wallraff, Günter. El periodista indeseable.
Walsh, Rodolfo. Operación masacre.
Waugh, Evelyn. Noticia bomba.
Wodehouse, P. G. PSmith Periodista.
Wolfe, Tom. La hoguera de las vanidades.
Zepeda, Jorge. Malena o el fémur más bello del mundo.
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