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La Aldea

La bruma cubría el camposanto y jugaba a enredarse entre las vetustas cruces de piedra. Me había entretenido demasiado y la noche me había sorprendido antes de poder salir. Una extraña incomodidad se había adueñado de mí, tal vez causada por las fotos de los difuntos de las que presumían algunas de las lápidas y que parecían seguirme con su mirada. Apuré el paso. No se escuchaba nada más que mi respiración y mis pisadas sobre la tierra consagrada. Me detuve al pie de los nichos de mis abuelos y recé una oración por su alma. Después, a grandes zancadas, alcancé la puerta y empujé la vieja verja metálica que giró sobre sus goznes chirriando metálicamente. Alcancé mi coche casi al trote y, una vez dentro, me sentí más seguro. Conduje los escasos doscientos metros que me separaban de mi vieja aldea y aparqué en el cruce de caminos.

El silencio y la soledad del pueblo eran sobrecogedores. Hacía poco más de un mes que mi abuelo había fallecido y era la primera vez desde entonces que visitaba su tumba y su vieja casa, ahora abandonada. Me había dejado como recuerdo un reloj de pulsera y su crucifijo de oro y, como vivía lejos y no sabía cuándo podría volver, no quería marcharme sin llevármelos.

"La madera crujía bajo mis pies, remarcando cada pisada. Los polvorientos y viejos muebles dibujaban formas fantasmagóricas bajo la luz de mi teléfono"

Quizás fuese porque ya no quedaba nadie vivo; o tal vez por el frío, el silencio, la niebla y la oscuridad; o, a lo mejor, era culpa de las cuatro casas que a duras penas se mantenían en pie, con las enredaderas creciendo en sus muros, los tejados derruidos y las ventanas vomitando arbustos y matorrales; pero el caso es que el desasosiego volvió a atraparme como si una garra helada arañase la boca de mi estómago.

Un escalofrío recorrió mi espalda mientras subía las escaleras de la vieja casa de mis abuelos. Dentro, la oscuridad aún era mayor. Puse mi mano sobre la pared de mi derecha y comencé a buscar a tientas el interruptor. Mi mente empezó a jugar conmigo e imaginé que a pocos centímetros de mis dedos me esperaba una mano fría y huesuda, un objeto maligno o alguna alimaña peluda… Pero, gracias a Dios, solo encontré el botón.

Como debí haber previsto, la luz ya había sido cortada. De mala gana encendí la linterna del móvil, me quedaba poca batería y no quería gastarla antes de llegar a casa.

Avancé lo más deprisa que pude con la escasa luz que tenía, atravesé el vestíbulo y llegué al salón. Entonces, mis pasos se volvieron más lentos. La madera crujía bajo mis pies, remarcando cada pisada. Los polvorientos y viejos muebles dibujaban formas fantasmagóricas bajo la luz de mi teléfono. No se oía nada salvo mi respiración acelerada, mis pasos y los latidos de mi corazón. Mi garganta se secó y un miedo ancestral subió desde mis entrañas adueñándose de mi ser.

"Quise gritar pero el sonido se quedó atorado en el nudo de terror de mi garganta. Las pisadas siguieron avanzando hasta estar a medio metro de mí, y ahí se quedaron"

Por fin, llegué a su habitación. Mi teléfono alumbró su vieja cama y, justo al lado, la mesilla de noche donde guardaba sus enseres personales. Por el rabillo del ojo vi el contorno de una cabeza, una silueta con sombrero, di un grito y me giré, aterrado, mientras la linterna iluminaba un viejo perchero con el sombrero de mi abuelo colgando de una de sus alas. Suspiré aliviado, e intenté controlar mis nervios y los latidos salvajes que amenazaban con rasgar mi tórax. Quise reírme de mí mismo, pero no fui capaz. Volví a centrarme en mi tarea y enfoqué los cajones de la mesilla de noche. Abrí el primero, pero estaba vacío. Fui entonces al segundo y encontré los pequeños tesoros. Dejé el teléfono sobre la mesilla y me puse el reloj. Cuando iba a hacer lo mismo con la cruz creí oír un ruido en el salón. La madera crujía bajo las pisadas de alguien. Avanzaban hacia mí. Entonces, la linterna se apagó dejándome en la total oscuridad. Me quedé paralizado, incapaz de reaccionar, de moverme, de gritar; aguantando la respiración mientras los pasos se acercaban poco a poco.

ÑIE ÑIE ÑIE hacía la madera. Y entonces llegaron a la puerta de la habitación.

Quise gritar pero el sonido se quedó atorado en el nudo de terror de mi garganta. Las pisadas siguieron avanzando hasta estar a medio metro de mí, y ahí se quedaron. Tenía la sensación de que algo o alguien me veía en la oscuridad, y sabía que no era algo de este mundo. Y entonces lo oí. Una voz sin voz, lejana, gélida, un susurro siniestro de ultratumba, pronunció mi nombre: Óscar

Entonces los pasos reanudaron su marcha mientras el suelo de la habitación gemía lentamente. Llegaron a la pared del fondo, la atravesaron y se perdieron en el bosque oscuro.

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