“Siempre imaginé que el Paraíso
sería algún tipo de biblioteca”.Jorge Luis Borges
Viajar a Arequipa y conocer la Biblioteca Personal de Mario Vargas Llosa significó hacer realidad un anhelado sueño y, al mismo tiempo, vivir una inigualable experiencia. En pleno centro histórico, muy cerca de la iglesia de San Francisco y del Monasterio de Santa Catalina, las dos casonas coloniales del siglo XVIII tienen gran presencia en la blanca ciudad. Al pie del majestuoso y elegante volcán Misti, gigante blanco de 5,822 metros, testigo mudo de la historia, todo parece de miniatura. Los habitantes se ven igual que en Liliput, del libro Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Esta imponente montaña infunde una mezcla de respeto, autoridad, admiración y temor. De vez en cuando expele una fumata gris y la tierra tiembla, sobre todo cuando alguien se atreve a husmear cerca de su cráter o atentar contra la naturaleza de su monumental entorno y le quita la paz.
Donarlos al lugar que lo vio nacer, a través de varias remesas de filosofía, arte, cine, teatro, literatura, poesía e historia, fue una decisión relevante que tomó al poco de la concesión del Premio Nobel. Hoy en día, la cantera de libros de Vargas Llosa suma más de 35.000 ejemplares, entre clásicos, modernos y contemporáneos, de diversos autores a los que leyó con fervor durante su vida: Jorge Luis Borges, García Márquez, Julio Cortázar, Gustavo Flaubert, Faulkner, Sartre, Camus, Victor Hugo, Malraux, Alejandro Dumas, Verne y muchos más. Hace unos años, la ciudad de su nacimiento se ha convertido en un semillero para futuros escritores. Si bien desprenderse de los libros que amó y que fueron sus lecturas alimenticias es una experiencia triste, le consuela saber que “esa mudanza de mi biblioteca particular a Arequipa va a servir para que muchos arequipeños, compatriotas míos, vivan las mismas experiencias que esos libros me hicieron vivir”.
“Siempre recuerdo cómo estaba la ciudad […]. Me emocionó y tomé la decisión de donar mis libros a la biblioteca, que son testimonios vivos no sólo de mi formación como escritor y hombre de cultura, [sino] también de mi trayectoria, porque son muchas historias de los países y lugares que he vivido”.
Decía André Maurois que todo deseo estancado es un veneno, y cuánta razón tenía. Todos tenemos una lista de deseos o sueños que esperan su turno o se cumplen con retraso. Sin embargo, cumplir los deseos en lugar de dejar que nos envenenen produce una infinita satisfacción. Mi viaje a Arequipa, del brazo de Francisco Umbral y de Vargas Llosa, a través de Arquetipos femeninos: Francisco Umbral y Vargas Llosa, obras y vidas paralelas, estuvo unida al propósito de sembrar una semilla. Presentar el libro como un puente que une Europa y América, a través de todos los lazos que unen a ambos autores, fue una tarea que estaba pendiente de realizar. Ahora que los ejemplares forman parte de la magnífica Biblioteca del Premio Nobel puedo decir «¡reto cumplido!». Mi gratitud a Guissela Gonzales Fernández, profesora de la Universidad Mayor de San Marcos, y a Alfredo Herrera Flores, director de la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa, que hicieron posible este anhelo. En la actualidad, esta amplísima biblioteca cuenta con más de 57 mil ejemplares, y acaba de exhibir toda su bibliografía existente, conformada también por las donaciones de muchos escritores, poetas e historiadores que pasaron por allí. Un singular territorio abonado por grandes intelectuales del mundo entero.
Estar en Arequipa resulta muy emotivo, porque te enfrenta a las huellas mnémicas del pasado y te invita a quedarte, a sentir su aroma, a tocar sus paredes labradas y a contagiarte de la vitalidad de sus calles. Uno camina por allí con la misma ilusión de un niño que descubre cada rincón y se asombra. La impresionante Plaza de Armas te rodea imponente, mientras sientes el abrazo de la inmensa catedral que te respalda. Los soportales de los cuatro lados te seducen para subir a los balcones y quedarte extasiado con el panorama. Las palmeras como centinelas te saludan y el sol te acompaña. Aquí no hay prisa para nada, el tiempo se estanca, el día se alarga y caminar es una auténtica gozada. Las alpacas, estatuas como copos de nieve, lana amorosa y suave, posan apacibles, habituadas a las caricias. Te unes al ritmo calmado de los transeúntes o te detienes en las casonas para admirar su arquitectura labrada, sus fuentes y patios interminables. Miras los escaparates o te sumerges en el colorido y llamativo mundo de la lana de alpaca bebé o de vicuña, las más caras del mundo. Saboreas el rocoto relleno y otros platos típicos picantes, aunque te quemen el paladar. Pruebas el queso helado, un manjar delicioso y refrescante que te transporta a la niñez. En el mirador de Yanahuara tu mirada se pierde en las laderas del Misti e imaginas alcanzar la cima. Disfrutas de las campiñas y sientes que la vida allí fluye a tope. ¡¡Cuesta despedirse de la llamada novia del Perú!!
Así como el sueño de Alejandro, en su afán de conocimiento y expansión, logró un territorio común e hizo realidad la Biblioteca de Alejandría y con ella unió las fronteras entre griegos, egipcios, judíos, iranios e indios, igualmente Arequipa, cuya biblioteca ya es un faro de luz, este año se convertirá también en el centro del Hay Festival. Sin duda, la blanca ciudad resplandecerá aún más con este evento literario que congregará a escritores de distintos países, entre los que figura Irene Vallejo, autora de El infinito en un junco, un libro híbrido entre el ensayo, la crónica y la autobiografía.
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