Marta Sanz plantea una premisa literaria en las primeras páginas de este libro: “cuando escribo –cuando escribimos- no podemos olvidarnos de cuáles son nuestras condiciones materiales. Por eso pienso que todos los textos son autobiográficos”. Este, desde luego, lo es. Está compuesto en forma de dietario, sin anotaciones cronológicas. Cada entrada ocupa unas pocas páginas; una, la mayoría de las veces; o un párrafo; o apenas unas líneas. Se inscribe en la literatura de lo cotidiano. Trata de los compromisos habituales de una escritora, los viajes, las cuentas mensuales de ingresos y gastos, las comidas en casa de la madre, la vida familiar sin hijos,… y, entre todo ello, el dolor: la conciencia de lo inexorable. Su escritura se apoya en los criterios de la literatura testimonial: “las cosas que nos mueven a hablar son las únicas cosas sobre las que merece la pena escribir —explica en la página 157—. Es posible que no haya motivo para marcar una línea divisoria y separar con un bisturí los temas literarios de los temas rutinarios”.
El motivo desencadenante de la escritura es aquí la experiencia del dolor, un dolor físico que se aferra al cuerpo como una garrapata y genera en la narradora el miedo congénito del ser humano a la enfermedad y al sufrimiento. Un terror que “arranca de la época de las enfermedades mágicas”, de la era de los dinosaurios, del principio de la vida. Con el hilo conductor de ese desasosiego, el libro hace un diagnóstico de la vida íntima de una mujer madura acosada por la enfermedad y la menopausia. “Ahora soy una taza de loza de cintura para abajo”, escribe. “Soy una figurita de Lladró. Una orquídea” (pág. 141).
El libro es un conjunto de reflexiones sobre esos temas. Mezcla el discurso con el lirismo, la observación social con los sentimientos personales, la argumentación con la confesión íntima. En el contexto autobiográfico del libro está siempre presente la literatura: la mujer que lee y la mujer que escribe. La escritora que recuerda su novela sobre una mujer que también sufría; o se acuerda de Foster cuando perdió una hija pequeña y escribía entonces “para aferrarse a la vida cuando aparentemente ya no queda nada”.
Marta Sanz escribe del dolor físico, de la melancolía y de la infelicidad: del malestar endógeno al ser humano que genera un sentimiento pesaroso de la vida. Y habla también de la realidad social, con el marido en paro en medio de una sociedad áspera. Llega a enumerar sus gastos e ingresos mensuales; y cuando se embarca en un crucero a Estocolmo, Helsinki, Tallin y San Petersburgo, para “disfrutar de los efectos balsámicos y sanadores del descanso capitalista”, se cuestiona sus propias contradicciones, la conciencia enfrentada de vivir entre “el privilegio y la necesidad” de viajes como escritora a Bolonia, Estados Unidos, La Paz o Montevideo, que le llevan a plantearse: “a lo mejor yo sí soy una de esas señoritas burguesas de las que hablaba Nietzsche” (pág. 191).
Marta Sanz trata de una forma innovadora la visión dialéctica de la sociedad, de los personajes y de sí misma. En la combinación de protesta, queja y lamento que transmite el libro concentra el retrato de una generación, de estos tiempos precarios y de una manera de afrontar la vida. Lo hace con un lenguaje eficaz, con una prosa escueta, impresionista, construida con oraciones simples y con imágenes plásticas. El estilo es contundente y su eficacia se basa en la sugerencia. La exactitud detallada de enfermedades, nombres médicos, conceptos anatómicos y fármacos contrasta con el carácter difuso del malestar y la ambigüedad de las dolencias. La literatura se hace testimonio en este libro, pero también catarsis: “por segunda vez en mi vida escribo para purgarme —reconoce al final— y le tengo fe a la posibilidad catártica de la literatura” (pág. 155).
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Autor: Marta Sanz. Título: Clavícula. Editorial: Anagrama. Venta: Amazon y Fnac
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