No hay error en el título de este artículo dedicado a La isla de la Mujer Dormida de Arturo Pérez-Reverte. El cambio de muerta por dormida queda explicado por lo que se ve motivado dos veces, una por condición física y otra emocional, dentro de la propia novela. La geología y relieve alargado de la isla imaginaria de las Cícladas, cercana a Syros, donde decide Perez-Reverte ambientar la obra, permite esa imagen, pero lo importante es el sentimiento de la protagonista femenina de la novela, Helena Katelios, una rusa casada con el dueño de la isla, el barón griego Pantelis Katelios, de quien toma apellido, cuando había nacido Nikolaievna. Muerta proclama Helena, la dueña de la isla, que debería llamarse ésta, acorde con su sentimiento vital de fracaso y desencanto, sentimiento que termina siendo el motor más poderoso, en el terreno no bélico, de la trama urdida por Arturo Pérez-Reverte.
Con todo, Helena Katelios es un personaje diferente al de las novelas anteriores por varios motivos que aquí solamente esbozaré y espero desarrollar en otro momento. Es quizá la vez primera en la obra de Pérez-Reverte que ese personaje de mujer entrada en años, pero siempre poderosa por belleza y carácter, está tocado por el desánimo y sobre todo por una sensación de fracaso, como si se viese vencida en su lucha por la vida, o podría decirse en su batalla de amor. De hecho, esta vez el juego erótico, duro sin dejar de ser sutil, que emprende con el capitán de navío Miguel Jordán Kyriazis, se asemeja bastante al de un náufrago queriendo asirse a la tabla de una salvación que ella siente necesaria al saberse agónica. No revelaré al lector si lo consigue. Llevo años en el oficio crítico y conozco la ley de no desvelar al posible lector el final de una trama, aunque adelanto que lo mantendrá en suspenso hasta las últimas páginas, como debe ser.
Sí comentaré la otra novedad de esta novela que me ha parecido genial. Se trata de la creación de un personaje dúo, el que forman Helena y Pantelis Katelios, y que es dúo diferente de otros anteriores de Perez-Reverte, como fueron Adela de Otero / Jaime Astarloa en El maestro de esgrima o Max Costa / Mercedes Inzunza de El tango de la Guardia Vieja, por convocar dos duetos de excelentes novelas de distintas épocas de su larga trayectoria. Pero allí eran duetos de partituras diferenciadas. El que forman Helena y Pantelis no es un dueto sino un personaje dual, bifronte, especular el uno para con el otro, de tal manera que ambos se miran en el espejo de su desamor, y esa mirada, recíproca y cruel, tiene razones que tampoco debo desvelar aquí al lector que no la haya leído, pero que en su pautado desarrollo, no de minué sino de sonata de violín y piano, podría asemejarse en contrapunto a las de Schubert o Brahms y proporciona una de las novedades más interesantes que he encontrado en la literatura contemporánea reciente. Ya los acordes de esta sonata, que podría haber dado una nouvelle ella misma, sobresalen como ingrediente estilístico y moral de un gran momento en vida de matrimonios envejecidos y tantas vidas rotas en ellos. No le faltan a esta novela, de calidad que advertí maestra en otro lugar, momentos de precisa batalla marina, de acometidas bélicas, de atmósferas del estrecho de Mármara, de espías en su condición más cabal, que es la doblez moral, pero querría que el lector retuviera los diálogos de Helena y el barón Katelios, superiores con mucho a los que uno está habituado a leer sobre parejas y novedad ella misma de su estilo.
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Autor: Arturo Pérez-Reverte. Título: La isla de la Mujer Dormida. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros.
Excelente novela. Y no menos excelente guión/borrador cinematográfico para llevarla al cine.