El pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970). Una semana antes, cuando en las redes sociales los aficionados a la literatura jugábamos a hacer quinielas sobre el Nobel de este año, uno de mis contactos de Instagram apostó por esta autora, que en ese momento no me sonaba. Al buscar las portadas de sus libros en internet sí las reconocí de las mesas de novedades de algunas librerías y sí me sonaba que la había visto recomendada en internet. El mismo día del fallo me acerqué a tres librerías del centro de Madrid y solo en una de ellas —la FNAC de Callao— tenían un libro suyo, La vegetariana (2007), que se tradujo antes al español (en Argentina) que al inglés. En el mundo anglosajón ganó el Booker International Prize en 2016 y esto hizo que su fama y prestigio aumentaran mucho en Occidente.
El marido empezará a comprender que algo extraño ha ocurrido con su mujer cuando la descubra en plena noche vaciando la nevera de cualquier alimento que provenga del cuerpo de un animal, con la mirada perdida.
Intercalados con la voz narrativa del marido, encontraremos en esta primera parte otros fragmentos en letra cursiva con la voz narrativa de Yeonghye; pero, en realidad, no estamos hablando aquí de su voz narrativa cotidiana, sino de aquella que describe los sueños que han empezado a asaltarla, unos sueños en los que muerde trozos de carne cruda y todo está embadurnado de sangre. Estos sueños recogen una sensación de violencia tremenda, de violencia cruda, que se le transmite al lector con la idea de que Yeonghye, tras su apariencia de mujer anodina y callada, se siente, y se ha sentido en el pasado, aquejada por una persistente violencia. Yeonghye ha decidido dejar de comer carne y empezará a adelgazar muy rápidamente. Una de las cosas que han molestado de ella a su marido es su tendencia a no usar sujetador, una prenda con la que ella se siente molesta. El sujetador simbolizará parte de la opresión que Yeonghye ha sentido en su vida por ser mujer, una prenda que, al usarla, se encarga de borrar en parte su condición femenina.
A través de algunas escenas donde se está deteriorando la convivencia de la pareja, el lector podrá atisbar parte de la cultura coreana, o al menos de la cultura de una megaciudad como es Seúl. «Por primera vez en cinco años de casados, salí hacia mi trabajo sin que me ayudara a prepararme y me acompañara hasta la puerta», dirá el machista marido en la página 17; o una página más tarde: «Desde que me habían cambiado de sección, hacía meses que no salía del trabajo antes de las doce», que nos da una muestra de la competitividad de las empresas coreanas.
El marido sentirá vergüenza social ante los cambios que se están produciendo en su mujer, unos cambios que la familia de ella tampoco va a entender. En una fiesta familiar sabremos que el padre de ella educó a Yeonghye y a su hermana ejerciendo la violencia sobre ellas. De hecho, la violencia de la sociedad coreana, sobre todo ejercida contra la mujer, es uno de los ejes centrales de la novela.
La segunda parte, titulada La mancha mongólica, está narrada por el cuñado de la protagonista, el marido de su hermana, que vive de una herencia recibida y que se dedica a realizar vídeo arte. Por otro lado, su mujer trabajará en una tienda de comestibles durante largas jornadas. A pesar de esto, será ella la que se encargue mayormente del hijo de la pareja, de cinco años.
Este cuñado empezará a sentir una atracción cada vez mayor por su cuñada, a la que desea grabar desnuda con su cámara. Le excita saber que Yeonghye aún conserva la mancha mongólica en las nalgas que suelen tener de pequeños los niños coreanos y que luego pierden. Han pasado dos años desde los acontecimientos narrados en el final de la primera parte, y sabremos que la salud mental de Yeonghye ha sido puesta en entredicho.
La tercera parte, titulada Los árboles en llamas, está narrada por la hermana de Yeonghye. La mirada de la hermana sobre Yeonghye será más compasiva que la de los dos narradores anteriores. La hermana, separada ahora del marido, debe sacar adelante su tienda, a su hijo y cuidar de su hermana.
Sin querer destripar más elementos del argumento, señalaré como dato curioso que en 2007, el momento en el que aparece el libro, el adulterio era un delito en Corea del Sur que podía ser penado con la cárcel. Dejó de ser así en 2015.
En realidad, La vegetariana no trata exactamente sobre una mujer que decide hacerse vegetariana por un convencimiento meditado acerca del sufrimiento animal, sino de una persona que, debido a unos sueños que muestran un mundo interior traumatizado, siente rechazo hacia toda la violencia que simboliza la muerte de los animales, los cuchillos para cortar la carne, etc. En este sentido, en la primera parte del libro hay una escena de violencia, que la protagonista recuerda de su infancia, ejercida sobre un perro, que resulta espeluznante y muy significativa. En las páginas del libro, Yeonghye también sufrirá violencia sexual, y algunas de las escenas más crudas del libro lo son en este sentido.
Yeonghye, como Bartleby, el escribiente de Herman Melville, es una persona que un día decide que «preferiría no hacerlo», y al dejar de hacer lo que se espera de ella, su vida apocada será juzgada por los demás, por su entorno familiar principalmente, de un modo bastante drástico. Todos sabemos que Bartleby, el escribiente (1853) es una de las influencias sobre la obra de Franz Kafka, y La vegetariana, que es una obra ligeramente irreal y onírica, sobre la salud mental y la soledad en las grandes urbes, también bebe de uno de los textos más famosos de Kafka: La metamorfosis. En esta novela corta un joven amanece una mañana en su cama convertido en un insecto. Intentará seguir cumpliendo con sus obligaciones, pero los cambios que se han producido en él se lo impedirán, ante, además, el rechazo furibundo de los suyos. En La vegetariana, los cambios que se empiezan a producir en Yeonghye no son realmente voluntarios, pues, tras sus perturbadores sueños, la necesidad de no comer carne se impone a ella más allá de sus intereses y sus decisiones conscientes. De nuevo, como en la obra de Kafka, sufrirá el rechazo de su entorno. La vegetariana acaba siendo una narración simbólica, dura y poética, sobre la alienación y la soledad de las personas en las grandes urbes; de hecho, Seúl es la sexta megaciudad más grande del mundo. Y esta alienación y soledad, parece decirnos Han Kang, afecta de manera más drástica a las mujeres, a las que la sociedad tradicional de su país exige más que a los hombres.
Nunca había leído un libro de un autor coreano y la experiencia ha sido muy gratificante. En mi caso, el Premio Nobel ha servido para descubrirme a una potente escritora. Ya estoy leyendo otra de sus novelas, La clase de griego.
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