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Ernesto Pérez Zúñiga: El milagro es el mundo

Ernesto Pérez Zúñiga: El milagro es el mundo

Me adentro en la lectura de Escarcha como quien asiste a una sala de cine: al principio todo está completamente a oscuras, y de pronto irrumpe la entrada de la luz, de la imagen, de los sonidos, de las palabras.

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Escarcha, novela amorosa y compasiva. Se desarrolla en los setenta, durante los últimos años de la España con Franco en el poder. Pero este contexto no es el que me invita a reflexionar, sino que más bien fijo mi mirada en ese acucioso narrador que insiste en buscar en él y en sus personajes una transformación interior que propicie un cambio de su realidad: «Lo recogieron y se lo llevaron cuesta abajo, justo como si no hubiese ocurrido nada. Una nada que dejaba huella: en eso consistía vivir».

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Pérez Zúñiga es un creador, un narrador que busca tanto en la poesía como en sus novelas orientarse hacia una búsqueda espiritual que él sabe es inalcanzable. Por ello en las primeras páginas de Escarcha percibimos una narración lenta, descriptiva, con un lenguaje que bordea lo mítico, como si quisiera poner al lector a prueba. Pero a medida que avanzamos en su lectura el ritmo de los párrafos y de los diálogos se acelera y los personajes sienten sus primeros quebrantos y el agotamiento por la búsqueda de lo trascendente, que pareciera que el autor ha puesto sobre las espaldas de ellos, esto gracias a un altísimo costo, sobre todo vital: «Supo que, solo por caminar, nos enfrentamos cada día a nosotros mismos, a favor o en contra» (…). «Y cuando hayas conseguido interrogarlo todo, es el momento de buscar cuál es tu verdadero destino, el que vive en ti y solamente tú sabes»  (…). «Definitivamente, perderse era el único camino para hallarse».

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No pasa desapercibida la sencilla estructura de la novela, y tiene que ser así, debido a la densidad de su contenido. Escarcha se divide en siete partes o ciclos, identificados con palabras del mundo mítico, religioso e iniciático: «El tesoro», «Comunión», «El secreto», «Sacrificio», «El bosque», «La conjuración», «Hammán». Es decir, en Escarcha la palabra es una ofrenda, también un sacrificio: «La sangre es un espejo y también un aviso».

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Prosa fluida, con ritmo, con dolor: «Una sombra obediente que se desvanece en el umbral». En las dos primeras partes del libro, el narrador lleva el control sobre el destino de sus personajes. A partir de la tercera parte, que se titula «El secreto», los personajes decidirán sobre aquello que se narra: (…) «Y luego suceden —intervino Gaspar—. Esa es la ley.  Enterramos el carbón que recogemos. Inventamos lo que nos pasa».

Sin embargo, recordemos que páginas antes, Monte (el protagonista), como retando al narrador, había escrito en su cuaderno: «Te llamarás Escarcha, ciudad, a partir de ahora. Hielo la noche, desierto de día». Al final, el narrador se impone de nuevo, toma el control del relato y concluye que «El tiempo era una escarcha que se deshacía en la temperatura de la mano».

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Los personajes se debaten en su propio extravío, en medio de tensiones políticas, en un contexto de confrontaciones, de adolescentes que están acompañados de una soledad que nos hiela los huesos. Monte, en su desconcierto frente a su corta existencia, reconoce que su dilema está en acceder o no a otros planos de su propio destino, a intervenir en su futuro: «Sintió que había milagros que compensaban las horas en las que el asombro se une a la desdicha. El asombro también lograba unirse a la felicidad».

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Como si fueran las alas de un inmenso pájaro, con su vuelo, el erotismo, la música y los ancestros atraviesan cada una de estas páginas.

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Comenzamos a leer sin saber por qué la piel se nos va erizando. Es un escalofrío tibio y de agradable sensación. Es algo que nos seduce, hasta que advertimos que es la poderosa fuerza de Eros, una mariposa que con su aliento de miel, cielo de la boca y de Dios, agujero que al llenarse de placer vuelve al silencio y nos cierra los ojos.

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Si bien es cierto que asistimos al despertar sexual de unos adolescentes, quienes nunca cuentan, ni siquiera Monte (el protagonista), qué sienten durante sus encuentros amorosos, más allá de ciertas quejas por algunas frustraciones, será el narrador quien se encargue de darle belleza y profundidad a estas experiencias amatorias, sobre todo las del protagonista: «En el allegro de los grillos, Monte se sitúa encima de ella. Igual que la ha guiado la luna del olivo, ahora le conduce el fragor de la fruta» (…). «Con un placer tan lento y profundo que se parecía al dolor, mientras él la besaba en el cuello y murmuraba su voz con la misma voz que se guardaba los secretos del día».

El narrador busca la trascendencia en la unión de los cuerpos. Claro, esto no es consciente, esto es algo que ocurre en el alma del narrador, y de allí las descripciones de las escenas y los diálogos. Y también el de algunas voces adultas que sentencian: «¿Para qué sirve un hombre cuando ha fracasado en el amor?».

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La música se filtra entre las vivencias y los recuerdos. Una música que se lee, se mira, se escucha, va marcando sus compases con estrofas de canciones, boleros, piezas clásicas, de jazz (que me hicieron levantar a buscar una pieza para escucharla), y también el sonido de los ríos, de los árboles, de los cuerpos que se juntan, de los murmullos, hasta que «Manuel Montenegro se convertía nada más en un sonido. M de murmullo. M como un canto. M como viento entre las hojas, que las hace vibrar y desaparece».

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Los ancestros. Tropezamos con ellos todo el tiempo, rondan por todas las páginas. Escarcha es una novela polifónica, llena de voces, de ruidos humanos, de las voces de los muertos. Los muertos y los vivos conviven entre ellos, y el lector, en el medio, calla: «Me gusta imaginar que los muertos y los vivos forman una sola comunidad, solo que habitamos sustancias diferentes, igual que hacen los peces en el mar respecto de nosotros».

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En el tratamiento de lo femenino llama mi atención la preocupación y sutileza con la que se plantean ciertos temas, sin mayores pretensiones, sin juzgar, sin prejuicios. El personaje de Elvira (la madre) es estupendo (el narrador nunca la juzga), pero nosotros sabemos, a través de sus acciones, que fue sorda al llamado de su hijo, Miguel, y se dedicó a vivir. Laura (adolescente enamorada), en cambio, se sacrifica por Emilia (su madre). Los personajes femeninos nos hablan, nos incluyen en sus conversaciones, psicológicamente están bien definidos: «Laura comprendía cada una de las palabras, pero no podía encajarlas con su propia existencia».

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En Escarcha los niños, los adolescentes y también los adultos pasan de un estado de inocencia a un estado de frustraciones, se desdibujan, se deshidratan, les ocurren cosas, abusos, muerte del padre y de los abuelos, suicidios, abandonos, asesinatos, el cuestionamiento. «La puerta de la iglesia se iba quedando muda». Destaca la doble moral de la sociedad, «pero la peor ladrona de almas es la sociedad en la que vivimos». La falta de ética, la búsqueda de la redención, los extravíos: «Todas, como él mismo se habían extraviado alguna vez. Y los que estaban más perdidos necesitarían más luz». En Escarcha se honra a la existencia, se respeta el hecho de estar vivo, nos invita a preocuparnos por saber qué es exactamente estar vivo: «Vivimos pero no existimos».

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He visitado Granada una sola vez, me pareció una ciudad hermosa. Pero en Escarcha Granada duele. Granada es la escarcha que nace en el estómago de estos personajes. Es una madre que traga y congela.

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Somos naturaleza, somos sus elementos, agua, tierra, aire, fuego: «Monte, que albergaba una atracción especial por el fuego, se acercó tanto a la llama que acabó con una fogata en los cabellos…».

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Por supuesto, abundan las referencias literarias, musicales, guiños al cine, a los amigos. Los personajes son ficticios, nos advierte el autor, pero nos lo dice al final de nuestra lectura, cuando ya los personajes nos han hecho confesiones y se han apropiado de nosotros. El personaje de Monte (Manuel Montenegro) está tan bien logrado que crees que lo puedes encontrar por allí caminando en la calle, «debemos ver en lugar de creer».

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Escarcha, ola que va ondeando de una narración mítica, a lo histórico, a lo confesional, a lo ficticio, a lo biográfico, a lo literario.

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El lector se identificará con lo que anhela, con sus recuerdos de infancia; en lo personal, como lectora fue imposible no detenerme en esa identificación de Monte con el cordero: «Monte sintió lástima por sus padres, por sí mismo, por el cordero», o con la historia que se cuenta del conejo, que me ha resultado familiar. No es fácil olvidar a Tintín ni a nuestra mascota de la infancia. Yo recordé a mi perro pastor alemán llamado Huracán. Sí, me dolió darme cuenta de que lo había olvidado.

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La palabra de Ernesto Pérez Zúñiga nos recuerda en ciertos momentos a Onetti y a Borges en algunas reflexiones metafísicas sobre el destino y el tiempo. Algunos personajes me resonaron en su soledad, en esa sensación de estorbo a los de Felisberto Hernández: «Me pregunto que será de mí mañana. Quizás una máquina, como tantos otros. Eso es lo que más temo». Quizás este último autor le llega a Pérez Zúñiga por su profunda lectura de Cortázar.

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Autor: Ernesto Pérez Zúñiga. Título: Escarcha. Editorial: Galaxia Gutenberg.

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