Pepe Ribas, fundador de la mítica revista Ajoblanco, ha escrito las que sin duda son las auténticas memorias de la Barcelona de los 70s. A través de sus propias experiencias, reconstruye aquella escena underground que nació en la capital catalana y se expandió como una ola libertaria por el resto del país.
En Zenda publicamos las primeras páginas de Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler (Libros del KO), de Pepe Ribas.
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DÍAS DE PLAYA, VERANO DE 1975
Me veo desnudo en la orilla de una playa encajonada entre rocas rojas recortadas por la tramontana. Contemplo el mar. Hace un momento, lo que parecía una tribu prehistórica armada con palos nos ha lanzado varios pedruscos desde lo alto, entre gritos guturales, por bañarnos en pelotas. Por suerte no ha aparecido la Guardia Civil. Tras el bárbaro incidente, la quietud ha vuelto al paisaje. En las playas de la bahía no hay nadie. El divulgador de la contracultura norteamericana Luis Racionero, repuesto de la negociación con los nativos, se ha dormido bajo la sombrilla junto a Carmen Iglesias, mecido por el suave batir de olas contra la orilla.
Los efectos del sacramento van a la baja mientras las dudas bailan al son de los recuerdos. Cuando me asusto ante el reto que debo asumir, veo imposible la continuidad de la revista Ajoblanco. Tengo veintitrés años. Pienso en el otro camino, en mis compañeros de Derecho y en la seguridad futura que ofrece un equipo de abogados. Enseguida me da el brote y decido tomar una actitud en el lado opuesto de la duda. Me estoy inventando una vida y, aunque el mundo en que nací me tiente, navego por un paraje rebelde en busca de otro tipo de hacienda.
El ácido ha multiplicado los colores, los brillos del paisaje y de mi mente, y vivo en la otra realidad. Formo parte de la naturaleza y soy un átomo ínfimo que contiene el todo. El alucinógeno no tiene anfetamina y he traspasado un bucle de iluminaciones.
Fernando, Carmen, Luis y yo hemos huido de Barcelona para instalarnos en Menorca, donde mi madre ha arreglado una casita de huerto.
Tres puntales de la contracultura nos hemos visto obligados a desaparecer de escena: los dibujantes underground de El Rrollo Enmascarado, a una casita perdida en Ibiza por temor a que la policía registre la que fue sede de su creatividad compartida. El Ministerio de Información y Turismo ha suspendido la revista Star de forma indefinida. La editorial que edita la revista Ajoblanco debe tres facturas a la imprenta y dos meses de alquiler. Desde hace más de un mes, el despacho de Ajoblanco se ha quedado sin gente. No tenemos dinero.
En ese momento mi mente viaja al 26 de julio de 1975, al festival de Canet Rock. Revivo la furia y energía de treinta mil jóvenes venidos de toda España escapando del autoritarismo franquista y del ordeno y mando de los partidos clandestinos que solo buscan tomar el poder; por detrás de una piedra aparece el fantasma de Pau Riba, el Frank Zappa catalán, vestido con el pankini verde fosforito y la guitarra de colores colgada al hombro, como un espectro que recita verdades: «Si a Franco lo ves como un elefante en busca de la caverna donde morir, dejas de tenerle miedo».
Pau lleva ocho años en guerra contra la familia patriarcal, contra el catalanismo conservador al que llama cultureta, contra la España negra, contra la imposición derechista de la América de Nixon-Kissinger-Ford y contra el sistema capitalista que solo piensa en ganar más y más dinero sin importar el cómo. «Ja s’ha mort la besàvia!», recita en una de las canciones de Dioptria, un disco antológico que grabó con el grupo Om de Toti Soler. En el 68, Pau descubrió el hipismo y fundó una comuna pionera en las faldas del Tibidabo, punto de encuentro de fumetas, músicos rebeldes de aquí y de Sevilla, escritoras incipientes como Montserrat Roig, poetas, dibujantes, viajeros, periodistas en busca de la ruptura con el mundo impuesto tras la Segunda Guerra Mundial.
Pau dice:
—Las campañas en contra del LSD en las revistas Life y Blanco y Negro las leía como un poseso. Fueron el mejor reclamo, explicaban con todo lujo de detalles los efectos que provocaba. Lo probé y desperté a otra realidad: el hippismo, la reivindicación de la naturaleza virgen de capitalismo, el amor libre, el pacifismo y el antirracismo.
En un extremo del recinto del Canet Rock, los organizadores de Zeleste y de Pebrots han creado una Rambla con los puestos de venta de la contracultura hispana. Los jóvenes se dejan atrapar por el reclamo dibujado por Toni Puig en nuestro tenderete: «Se pintan caras». Muchos jóvenes están ansiosos por hacerse con un ejemplar atrasado del Ajo, se sientan en la tumbona de nuestro puesto y Toni Puig u Hormaza Ben Zohar, el rey de los freaks, les pintan las caras. Fernando Mir y Quim Monzó van de un lado a otro en busca de chicas.
En el chiringuito contiguo, el vendedor de fanzines y pósteres alternativos Picarol cambia duros a cuatro pesetas y, en el siguiente, Nazario, el rey de las historietas underground, en plena jarana con los otros dibujantes de El Rrollo Enmascarado, ofrece a cualquiera que pase una papelina llena de aceitunas; dispara los huesos con la boca, apuntando al agujero que ha dibujado en el centro de un culo gordo y peludo: «Tiro al ano». Fernando se come una aceituna, escupe el hueso y da en el blanco.
—Si algún día te pillo verás cómo descubres para lo que vale un buen rabo —afirma Nazario con voz de cazalla y acento andaluz. Nazario es adicto a las pollas a cualquier hora y en cualquier situación.
—¡Pero si Fernando Mir es un mujeriego de éxito! —exclama Racionero entre risitas de envidia.
Nazario nos conduce a Fernando y a mí a la parte de atrás del chiringuito de El Rrollo, descorremos una tela y nos metemos en el descampado donde un pequeño escenario alternativo aguarda la actuación de Oriol Tramvia. En un rincón de la explanada está aparcada la furgoneta de un melenudo valenciano. El tufo a hachís afgano se cuela hasta los pulmones. Nazario abre el maletero y saca de una bolsa un ejemplar de La piraña divina. Lo hojeamos y nos da la risa.
—Mirad, mirad, el Valle de los Caídos durante la fiebre del sábado noche, cuando un montón de fieles contemplan las eyaculaciones milagrosas de la polla incorrupta de san Reprimonio. —Nazario enciende un porro y se bebe un lingotazo de whisky que lleva en una cantimplora—. Mirad este ángel hermafrodita completamente poseído por el ácido mientras eyacula sobre la lengua del dibujante que soy yo.
Más allá del descampado, hay una alambrada. Y al otro lado, una fila de guardias civiles armados hasta los dientes. Algunos parecen extasiados ante unas parejas que hacen el amor al borde de la alambrada.
Las autoridades han prohibido actuar a Sisa por defender el anarquismo en la revista Fotogramas. Cuando a medianoche suena por los altavoces su canción «Qualsevol nit pot sortir el sol», cesan los abrazos de los durmientes sobre las colchonetas, se desperezan de golpe y se ponen de pie. La oscuridad se puebla de velas, de mecheros encendidos, y una mujer vestida de blanco, con una bengala en la mano en plan estatua de la libertad, emerge de entre una de las torres de sonido del escenario y se eleva colgada de un cable sujeto a una grúa. Vuela entre banderas piratas, petardos y haces de luz.
En algún momento, la Guardia Civil descubre el paquete de ejemplares de La piraña divina. El sargento pregunta: «¿Quién es el autor de esta grosería?», nadie abre la boca y los requisa todos. Dos días después, el juzgado dicta el secuestro de la publicación de la que nunca supieron quién fue el autor.
Aterrados por el secuestro, los miembros de El Rrollo ven policías debajo de las camas, en el fondo de los armarios y en el salón de los espejos. Nazario, bautizado como la Tita mayor, harto de soportar a heteros, se va a Huelva en busca de polvos y nuevas historietas. El resto, capitaneados por Mariscal, emigran a Ibiza, a Cal Americano, una casa en medio del campo, donde perfeccionarán las técnicas del tebeo underground.
Los de El Rrollo no son los únicos que sufren un secuestro editorial. La revista underground Star —que Juanjo Fernández publica usando una licencia de tebeos y álbumes de cromos de su padre— había sacado en junio un número dedicado a El gato Fritz, de Robert Crumb. Un padre maricón, rescatado de «su enfermedad» mediante una serie de electroshocks, compró un ejemplar para su hijo pequeño, creyendo que el gato de la portada era un simpático gato Félix. Al ver el interior y leer as historias, se escandalizó por su contenido pornográfico y lo denunció en una comisaría de policía. A finales de julio, se ordena el secuestro del número trece de la revista, que ya acumulaba varias multas por escándalo público en los números cuatro, seis, ocho, nueve y doce. La portada del número seis, realizada por Farry, el jefe del colectivo de El Rrollo Enmascarado, había satirizado a Hitler y puesto la revista en el punto de mira del Ministerio de Información y Turismo. Tras la publicación del gato Fritz, los funcionarios pudieron por fin colmar su ansia destructiva. «Tú tienes permiso de tebeo y tu publicación no es un tebeo, es una revista. A partir de ahora te secuestraremos todos los números que publiques», le dijeron a Juanjo Fernández.
Los del Ajo también tuvimos que salir zumbando de Canet por razones aún más escabrosas. Toni Puig nos dio el aviso a Fernando y a mí, minutos antes de la actuación que despertó más entusiasmo de aquel Canet Rock, la del grupo teatral Comediants y la Companyia Elèctrica Dharma.
—Desapareced, la policía sigue mi pista y puede buscar también la vuestra. Yo me voy esta misma mañana a Grecia en tren. No regresaré hasta septiembre.
Iñaki Pérez Beotegui, alias Wilson, dirigente de ETA a la fuga, había pasado un día entero en el despachito de Ajoblanco de la calle Aribau. Wilson había participado en la operación Ogro que mató a Carrero Blanco, el presidente del Gobierno nombrado por Franco. Un bombazo oculto en un túnel bajo la calzada por donde cada día pasaba el coche de dicha autoridad cuando iba a misa. El coche voló por los aires y partió la cornisa más alta de un convento de la calle Claudio Coello de Madrid en 1973.
Toni, sabiendo que el despacho estaba cerrado en aquellas fechas, le prestó la llave a Wilson. Días después hubo un soplo, y el 30 de julio la policía lo detuvo. El registro policial en la comuna de Sant Mario fue exhaustivo. Por Ajoblanco no pasaron, al menos, la portera nunca lo comentó y era muy cotilla.
Pero lo más sensato fue desaparecer un tiempo.
Nos fuimos a Menorca.
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Autor: Pepe Ribas. Título: Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler. Editorial: Libros del KO. Venta: Todos tus libros.
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