Sue Goyette es una poeta y novelista nacida en Sherbrooke, Quebec, en 1964. Ha publicado los siguientes libros de poemas: The True Names of Birds (1998), Lures (2002), Undone (2004), First Writes (2005), Outskirts (2011), Ocean (2013), The Brief Reincarnation of a Girl (2015), Penelope (2017) y Anthesis (2020). Presentamos una selección de Oceáno, traducido al español por Adalber Salas Hernández y publicado por la editorial Pre-Textos en 2024, una obra que funciona como una elegía marítima de un pueblo marinero en el que se representan todos los elementos identificables de cualquier sociedad de la historia y los conflictos inherente a su paso a la modernidad. Un mito fundacional en el que la autora, a través de imágenes sencillas pero potentes que juegan con lo clásico y lo contemporáneo, plantea una pregunta que sobrevuela todas las páginas del libro: ¿es posible escapar de dónde somos y, sobre todo, de lo que somos? Y si es así, qué herramientas necesitamos para hacerlo. Los poemas de Sue Goyette brillan como los tesoros que todavía nos esperan en viejos buques mercantes o navíos de guerra escondidos en el fondo del mar.
***
Cuatro
Al principio, inventamos el correr para estar en dos lugares
al mismo tiempo, pero entonces entendimos cómo, con los bolsillos vacíos,
también podríamos cosechar el tiempo. Inventamos la hospitalidad
para atraer sucesores al hogar, y para ofrecerle al amor una bebida
muy necesaria. Inventamos las sillas para poder descansar tras
la persecución. Inventamos la persecución luego del correr e, inadvertidamente,
el robo. Inventamos los suburbios después de chocar por accidente
con la disputa y sus hermanastras confabuladoras, la discusión
y la irritación. Algunos de nosotros requerían más espacio.
Descubrimos la muerte bajo un puente
y alguien insistió en que la lleváramos a casa, en que necesitaba
nuestra ayuda. En ese mismo día inventamos el pañuelo
y el susurro. Cuando se sentó, cuando nos observó con los dientes
de su apetito agazapados en sus ojos, descubrimos
el aleteo de las palabras intentando escapar de nuestros oídos
y algo que nos martilleaba el asta plateada del corazón.
Ese día desenterramos el miedo, nuestro primer acto de arqueología
real. Entiende: en ese punto, los mapas registraban caminos
y los senderos humildes entre los rumores se torcían
con amor. El océano ocupaba la mayor parte del espacio
con la fuerza de su marea y sus bestias tentaculadas que inventaban
sus propias recetas. Algunos días sabíamos que no éramos nada
más que ingredientes; otros, nos sentíamos como los invitados de honor.
Pero el día en que limpiamos el polvo de la frente del miedo
y miramos sus manos, bueno, nuestros mapas cambiaron
y el océano se hizo más grande; nuestras noches, mucho más bestiales.
***
Treintaitrés
Como el motor del océano nunca se agotaba,
supimos que estábamos en presencia de algo
especial. Le compramos zarcillos elegantes porque
a menudo lo tratábamos como a una oreja. Le compramos
monedas para la rocola que era a veces. Nuestros poetas
declararon que el océano era una versión editada de su ser pasado,
que alguna vez estuvo enjoyado con muchos adjetivos
más y se prolongó como una endecha. Algunos de nosotros
pintamos nuestros labios y pechos con él. Queríamos
llevarlo como una medalla o una bandera; queríamos ser
una versión editada de nuestros seres pasados y, como él,
queríamos movernos con nubes a nuestras espaldas
y una insinuación de orcas en nuestra voz.
***
Dieciséis
Había muchas historias sobre lo que sucedía
bajo su superficie. Algunos le rezaban a la niña
que lloraba perpetuamente, sentada en una mecedora al fondo
del crujido de su suelo, la que cuidaba su tristeza como a una hija.
Cuando la superficie del océano estaba quieta, creían
que había dejado de mecerse y estaba junto a una trampa de langostas
esperando el retorno de su hermana. Era su soledad la que
pescaba a nuestros nadadores, nuestros marineros, en esas aguas.
Todas esas voces amontonadas en su sótano eran lo que a veces
escuchábamos. Por eso bebíamos, por cómo sabían nuestros nombres,
por las cosas que pedían, insidiosos como el viento atravesando
la ventana, revolviéndonos el cabello.
Los que no tenían suficiente para comer, estaban convencidos
de que había un banquete bajo su superficie. Era la tierra materna
de las madres que se inclinaban sobre nuestras mentes dormidas
y arropaban los pies fríos de nuestros aventureros. Sin otra opción,
la llamamos Mer: la puerta sin cerrojo de su corazón, entornada
para nuestra timidez, un tesoro hundido de bienvenidas
mapeado. Sus manos anudaban las horas en días
y encendían velas para los huérfanos que habían acampado en las escaleras
de su esperanza. Cómo extendía el silencio sobre la tormenta
de nuestras preocupaciones, cómo suavizaba las rocas
de nuestros días más duros. Si dolía que no nos dejara quedarnos,
era un dolor que se acicalaba, suave como vidrio.
Bajo el océano hay un anciano que camina
y que ya no puede verse en el espejo.
Se sienta en la mesa de su cocina, dándole la espalda
a la costa. Ignora a sus hijas, que vierten sopa
en su tazón, que vierten canción en su silencio.
Todos sus hijos se han ido y sacado aletas.
Han olvidado cómo solía leerles,
cómo les enseñó sobre el aliento. Su esposa
tragó un anzuelo y se casó abruptamente
con alguien más. El sonido de su corazón al romperse
inspiró tazas de té y violines. Cuando sus hermanos
estaban vivos, lo visitaban con maletas vacías
y robaban tanto de su humor oscuro como podían.
Puede que sea verdad, tras esas visitas, si tenías la suerte
de estar parado en la orilla, había un destello
y luego el brillo de algo nadando
o persiguiendo su propia cola. De cualquier manera, por
un momento te ahogabas en algo que, a falta de un nombre mejor,
llaman alegría.
***
Dieciocho
Algunos creían que el océano no había sido siempre salado,
sino que nuestros ancestros habían sido muy tristes. Se les había prometido
mucho, para que al final la fruta cayera y sus pechos se debilitaran.
Lloraran tanto. Cuando alzaron la vista y lamentaron su destino,
diciendo no haber hecho nada para merecer toda esta ruina, esta sobra,
el tubo de escape de su injusticia formó un programa de opinión
de nubes lluviosas. Cuando miraron la tierra
y rogaron a su felicidad salvaje que dejara de mascar
sus pies, su disgusto sembró hierba de gota y espinosas
cosas prehistóricas. Así, los barcos fueron las primeras formas
de la huida y la autoayuda. Al principio, flotamos en la tristeza
de nuestros ancestros, aguas plagadas por la sal de sus lágrimas, pero
entonces, vivre l’evolution, esas lágrimas sacaron agallas y colas
y pequeños ojos mirones. No es del todo exacto decir que devoramos
eso peces; más bien aceptamos nuestra herencia.
Lo que no previmos fue cómo los ojos de esas lágrimas originales
persistirían, cómo seguirían mirando.
***
Treintaicinco
Fueron nuestros hijos e hijas menores quienes
desataron los barcos mientras dormíamos y zarparon
como pájaros sobre el lomo del océano. Sus notas explicaban
lo cansados que estaban de nuestro miedo. Cómo opacaba
las linternas de su risa y arrancaba plumas
de su alegría tímida y regordeta. El océano
complementaba sus ropas de gala con un sombrero oscuro
y estaban decididos a llegar a su fondo:
exactamente lo que temíamos.
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Autora: Sue Goyette. Título: Océano. Traductor: Adalber Salas Hernández. Editorial: Pre-Textos. Venta: Todostuslibros.
Tanta agonía,
Para el poco! sufrimiento.
Que llegará»
El Momento,
que distraiga
Al universo.
Para qué corras!
Ya que gatear,
No es tu mayor talento.
Vivo! Del actuar
Como paloma»
Que mensaje lleva,
Y no es obsoleta todavía.
En el sueño
Del gigante»
Que se quito un ojo!
Para poder
ser aceptado.
Por la paz»
Que brilla en el cielo.
Podiendo
No existir
En el telar,
Del sombrero».
Complejos., de ser. Humano!!!
Jesús armando Maldonado guerra
Venezuela……..