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Desdecir la certidumbre para recrear la verdad

Desdecir la certidumbre para recrear la verdad

Huir o entregarse a esa lógica que sobreentiende el dolor y lo ignora. Divagar, abrazado al anonimato, o construir, en las esquinas del viento, incompletos refugios que reescriben la belleza. Ahogar, sin llanto ni adjetivos, cuanto pudiese sugerir el destino o morir, fingiéndose escuchado por quienes también sombrean su bienestar. O tan solo desaparecer. Desaparecer en la penumbra de lo salvaje, ansiando el impacto de nuevas ficciones. Desaparecer en un estado de inanidad que no prolongue la extinción de la mirada. Desaparecer, para regresar de nuevo, quizá años más tarde, quizá renovados y limpios, libres ya para reintegrarnos en la sociedad.

Todas las formas de huida, que son el preludio de la soledad, responden a un propósito. Es lícito preguntarnos si sus titulares alguna vez las concibieron con la rara visión de lo definitivo, de lo inevitable, de esa cuadratura existencial que no admite correcciones, mientras fractura la herencia que aún conservamos del deseo. En su poema a La soledad, Emily Dickinson concluía su examen sobre la reclusión y el frío con un verso rozado por la luz:

Hay una soledad del espacio,
Una soledad del mar
Una soledad de la muerte, pero
Todas estas serán
Compañías comparadas con esa
Más profunda intimidad,
Una polar privacidad,
Un alma frente a sí misma:
Finita infinidad.

“Finita infinidad”, o el deseo de que se ensanchen las marmóreas esquinas del aislamiento, quizá por sí mismas, quizá urgidas por el mismo sentimiento del que años más tarde receló Sylvia Plath:

Contra el clima rebelde
que ningún hombre insurgente podría soñar traspasar
con maldiciones, puños, amenazas
ni con amor, tampoco.

Entre la negación y el naufragio en el abismo que niega lo colectivo y nos empuja a preguntarnos por lo invisible, por las heridas que sangran, por la indistinguible irrealidad que desdibuja lo atávico y amaga con quebrantar el futuro inevitable que nos acerca a la muerte sin concedernos un exiguo paréntesis. Podemos, como hace Juan Gómez Bárcena en su imprescindible Mapa de soledades, distinguir entre soledad y solitud, es decir, entre la extinción no deseada y ese estado introspectivo tan unido al misticismo y la trascendencia, a la comprensión de lo insondable y la apología de lo luminoso. Así lo dice el autor cántabro: esas personas que se deben a un público que no existe, condenadas a llevar por siempre una máscara para unos ojos que solo están abiertos en su fantasía.

Están solas doblemente. Solas porque viven para los demás y solas porque los demás ni siquiera están mirando. Trepan un montículo de tierra y lo llaman cumbre; y están tan solas como si efectivamente lo fuera.

Pero no debemos olvidar que no existe la independencia absoluta en este territorio de lo humano. Nuestro comienzo, tan ligado al otro, es el preludio de los muchos adioses que rebajan su gravedad en las palabras del acompañante. Todo lo demás es antinatural, y obligado es protegernos de las muchas corrientes que conciben la soledad como un vehículo de mercantilización, como el cauce, en palabras de la socióloga Eva Illouz, que transforma el amor y la intimidad en bienes de consumo. Por qué, entonces, corremos el doble riesgo de sumergirnos en la soledad sin desearlo, o de sentirnos acompañados, unidos en grupo, en la soledad más abusiva.

"No hay historias secundarias, no hay, casi, ni siquiera una historia principal: es un libro trenzado a base de momentos que pretende mostrarnos cómo podemos enfrentarnos al miedo"

Se trata, pues, de retirar la neblina que envuelve algo tan primario, de trazar las distintas coordenadas en las que el abismo es posible y explicar los porqués. O situar un espejo frente al solitario, para que este sepa en qué medida su desconexión social es voluntaria, irrevocable y justa. Se persigue, pues, una geografía que no renuncie a lo absoluto y arroje luz sobre las despobladas esquinas de la soledad, sobre la ingratitud transformada en territorio. Ahondar en un concepto tan binario y a la vez gris, contradictorio, válido e insuficiente para abarcar todos los estadios de la emoción humana exigía y exige renunciar a una visión estanca de los géneros literarios. Dicho de otro modo, abarcar la miríada de efectos que engloba la soledad requiere diluir la narración en una suerte de género total que hibride diferentes virtudes y consecuencias.

"Al igual que su anterior novela Lo demás es aire, Mapa de soledades es un regreso ramificado a lo común, al espacio que explica esta querencia incongruente por un silencio que no renuncia a los matices"

Al igual que el ser humano solitario, todo autor debe renunciar a todo sin dejar de abarcarlo. El talento de Juan Gómez Bárcena para aunar en una sola obra la recreación histórica, la confesión, la fabulación sobre lo probable, la exposición teórica sobre la duda y lo insondable; su capacidad para convertir la experiencia personal en un ejercicio de metaliteratura sin renunciar a la belleza, adornándose y equilibrando habilidad y equilibrio en la palabra, en la contemplación de los escenarios, en la voluble rectitud de muchos personajes que pueblan nuestro imaginario, es extraordinaria. Y aunque estemos ante su primera obra de no ficción, si es posible catalogarla como tal, Mapa de soledades es la consumación de un estilo único, afilado y profundo, que se vertebra con principios literarios que solo están presentes en quienes conciben y ejecutan con humildad el oficio de escritor.

Al igual que su anterior novela Lo demás es aire, Mapa de soledades es un regreso ramificado a lo común, al espacio que explica esta querencia incongruente por un silencio que no renuncia a los matices, por la salvación puesta en manos del otro mientras amurallamos el último aliento que precede al placer; un atlas, en definitiva, extraordinario que desdice la certidumbre para recrear la verdad.

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Autor: Juan Gómez Bárcena. Título: Mapa de soledades. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros.

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