Está claro que, inmersos en el siglo XXI, nos hallamos contemplando un universo en constante cambio. Un mundo donde la incertidumbre y el pesimismo revolotean sobre una realidad en poderosa transformación. Está claro que esa transformación se adhiere a nuestro pensamiento como una sombra de miedo que nos conduce (o eso creo) a un abismo existencial; a una sensación de ahogo, de falta de espacio, en la que la figura del hombre se adelgaza, sumergiéndose en una honda tristeza. Y está claro que esa tristeza nos aboca a la pérdida, al desapego emocional, al abandono de todo criterio que emplace al consuelo. Por ello, quizá hoy, igual que hace algo más de un siglo, nos resulte preciso adentrarnos en la creación artística, en la materia ficcional de un escritor que, siguiendo los pasos de Poe, supuso un punto de inflexión en la literatura fantástica. Hablamos, cómo no, de Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), y lo hacemos apoyándonos en el acertado enfoque ontológico del ensayo A través del abismo (editado por Plaza y Valdés), un compendio de artículos filosóficos en los que su docena de autores, capitaneados por David Soto Carrasco y Giorgia Bertozzi (como editores), nos ayudarán a adentrarnos en la poderosa narrativa de extrañeza del Soñador de Providence.
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Reconozco que tuve mis dudas al respecto de la lectura de este libro, pues tanto se ha dicho de Lovecraft (de su vida, sus historias…) que supuse que no iba a «referirme» nada que no hubiera leído ya. Es cierto que, tal cual señala Roberto García Álvarez en su obra biográfica H. P. Lovecraft: El caminante de Providence (2020): «Lovecraft siempre había sido un hombre contradictorio. Un fervoroso amante de la ciencia que se oponía al progreso, un pobre que no trabajaba para ganar dinero, un escéptico que creía en el racismo, un misántropo que era feliz visitando a sus amigos y participando en animadas tertulias, y ahora, al tiempo que defendía la política de Roosevelt e incluso se había planteado votar por el socialismo de Norman Thomas, defendía a Hitler y decía: “Soy fascista sin reservas”», mas, el asunto era (y se concretaba en mi mente) “por qué”. Pues ¿cómo se gesta una personalidad así, tan increíblemente contradictoria? ¿Es cosa del miedo, del desencanto vital, de la pérdida de identidad? Tal vez Jacques Bergier nos diera la respuesta aludiendo al intenso sufrimiento que debemos experimentar para poder apreciar la literatura de Lovecraft en toda su magnitud. No obstante, me resultaba desalentador, verdaderamente decepcionante pensar que recalábamos en la ficción de horror del escritor de Providence a resultas de calcular la inmensa y dolorosa herida que nos separa como humanidad, en esencia, de la propia de la Naturaleza en la que estamos comprendidos y de la que, sin duda, formamos parte (en paralelismo trascendental). Tal vez el manifiesto pesimista de Houellebecq en H. P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida (2021), asentado sobre un nihilismo de oquedad, me confirió una visión más completa al respecto del desencanto del hombre Lovecraft, del artista, manifestando que empleaba su escritura como escala para descender al vacío de su alma afligida, cansada y atormentada por su resistencia natural a los cambios, por sus miedos a evolucionar (o involucionar) hacia formas de consciencia (o inconsciencia) que lo abocasen a lo monstruoso de lo abyecto que palpitaba en su mente, siempre aquejada por el «mal del extraño», un mal que lo amenazaba con (en) soledad, tristeza e incomprensión hacia una vida que sentía pasar, pero que no podía tocar ni de la que podía formar parte, ni siquiera, como clamaba Pessoa en su Libro del desasosiego, en sus gestos triviales. Todo esto me ayudó a comprender el porqué de su concepción de unas Tierras del Sueño (Dreamlands), el porqué de la configuración de sus mitos (Mitos de Cthulhu) o el porqué de su evocadora narrativa, perennemente orlada con un estilo adjetivado repleto de arabescos que revierten en «lo mucho» para alcanzar lo incomprensible, lo inexplorable de la imaginación del niño-hombre que, tal cual apuntaba Houellebecq, se negaba a crecer. Pues bien, con estos planteamientos previos y sin demasiadas expectativas, inicié la lectura del presente volumen y… Y he de confesar que erré; que mis reticencias se disiparon apenas comenzada la lectura, pues esta cuidada exposición ensayística viene a recoger el testigo intelectual de grandes filósofos (Platón, Nietzsche, Aristóteles, Kant, Schopenhauer…), afrontándolos al concepto de Horror Cósmico desarrollado por Lovecraft. Y lo hace (como apuntan sus editores) estructurando su estudio en tres grandes bloques temáticos. El primero aúna los ensayos que infieren en implicaciones sociopolíticas, culturales y ecofóbicas; el segundo nos habla de la extrañeza y lo siniestro que emana de la revelación (en la esencial identidad del hombre) de lo «no humano». Además, aborda la falta de creencias o el nihilismo «más puro» y desencantado. Para finalizar, contamos con un tercer bloque que departe acerca de la posibilidad de irrumpir en la dimensión de lo incognoscible a través de un lenguaje que ansía llevarnos al límite en cuanto se hace una herramienta más al servicio de la expresión artística, cuasi mística (en su supremo desapego por lo terrenal), o de la experiencia que, en nuestro encuadre mental, nos genera una prosa atmosférica (sin duda, gomosa, de concomitancias oníricas) que nos inquieta y agobia al replantear lo macabro y lo aterrador desde una perspectiva de aproximación; es decir, desde la perspectiva de acercarnos a todo aquello que nos genera miedo, incluyendo nuestra propia existencia: la nimia e insustancial (dentro de un encuadre natural y cósmico) existencia humana. Porque, como refiere Fernando Broncano en su apartado Cuestión de escala: Lovecraft y la fractura de lo cotidiano: «El modernismo de Lovecraft no sigue las sendas literarias del flujo de conciencia. […], nos permite leer sus relatos como manifestaciones de una estructura de sentimiento que ha recorrido la historia de la humanidad, por miedos que nacen de la misma condición humana, de la conciencia de su fragilidad y finitud […]». Así, este libro ahonda en «el mundo de Lovecraft»: en su modernismo despreciable y despreciado por torturador; en su actitud estética del arte como lenguaje que inventa; en su culto a lo onírico que encuentra, como canal o puerta a lo irracional, la crueldad de lo absurdo en las leyes naturales. En contraste, se nos ilustra sobre la hierofanía de lo monstruoso que se da en muchos de sus relatos; a saber: El que susurra en la oscuridad (1931), El asiduo de las tinieblas (1936), La llamada de Cthulhu (1928) o La sombra sobre Innsmouth (1936). Se nos enseña acerca del porqué de la progresiva trasmutación de su prosa, radical y destructiva, que, a medida que penetra en los parajes solitarios de su alma poética, se ahorma en una alucinación mental que genera negros goyescos. Porque, tal cual apunta Vicente Cervera Salinas, autor del pasaje que analiza la poesía órfico-onírica de Lovecraft: «El camino por el que transita […] viene dado por un modo de inmersión propia del orfismo como actividad inherente a la mirada que se atreve a penetrar en lo oscuro y siniestro, en lo opaco y misterioso, descendiendo a los infiernos desde esa perspectiva abierta a la revelación o su inminencia […]». Es decir, Lovecraft, el escritor que jamás se tuvo por tal, pero que se alentó con el encuadre romántico que le proporcionaba el ejercicio de la poesía, ansiaba abstraerse del marasmo que le generaba su «realidad de encrucijada» para destruir su (nuestra) ilusión del Yo. Luego, como Orfeo, nos sumerge en los umbrales de su mundo infernal (por desconocido), anterior a lo humano e inhumano, el cual, tras mostrársenos, como en revelación, nos suscitará un enorme sufrimiento y un cataclismo de locura. Con todo esto y más, cruzamos el abismo, atravesamos el abismo del hombre Lovecraft, del artista, que contempla mientras grita en base a sus cuentos, pues solo fueron «eso» para la crítica avezada de la época, lo mismo que para muchos de sus coetáneos: historias extrañas, weird, que no pasaban de editarse en revistas baratas donde, las más de las veces, no se hacía justicia al valiosísimo material de ficción que manejaban, cimentado sobre teorías constitutivas y post-constitutivas de clara herencia filosófica (occidental y oriental); cimentado sobre conocimientos e hipótesis científicas y toda una serie de campos del saber que, a día de hoy, nos hacen admirarlas bajo un prisma de maravilla, nos hacen abordarlas bajo el aparataje ontológico que ansía profundizar en ellas para encontrar la Luz.
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En conclusión: es este volumen A través del abismo: H. P. Lovecraft y el horror ontológico (Plaza y Valdés, 2024) una suerte de luz que desciende al oscuro y hondo dolor de un hombre, Lovecraft, de un artista, que compuso sinfonías de horror empleando sus miedos, su apatía vital, su inconformismo social (y natural), sus frustraciones como hombre y escritor; en definitiva, su orfandad ante el mundo. Segura estoy que, de leer este libro y pese a su recato romántico, disfrutaría sabiendo que, otras generaciones ulteriores a la suya (en eones «extraños»), andan diseccionando, con disciplina científica e insubordinación artística, el totum corpus de su trabajo. Y si Lovecraft lo haría, yo, una humilde escritora, que tantas veces siento llegar su sombra a mis noches oscuras…, yo, solo puedo elogiar el rigor y el respeto con el que en este libro se le ha tratado. Porque, en nuestro mundo en constante cambio, es preciso no olvidar.
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Autores: David Soto Carrasco y Giorgia Bertozzi (ed). Títulos: A través del abismo. H. P. Lovecraft y el horror ontológico. Editorial: Plaza y Valdés. Venta: Todostuslibros.
En «Algunas notas sobre algo que no existe» biografía escrita por el propio autor, nos cuenta cómo se sumerge en éste género de ficción poco valorado y aconseja darle al ente o suceso anormal todo el protagonismo dejando en segundo plano a los personajes del cuento o novela- ellos son el medio para resaltar el terror surgido en los primeros dias del mundo,olvidados o sepultados hace eones por los primeros hombres; cita Los sauces como libro preferido…en fin, leyéndola a usted con toda atención, ésa parte del libro que reseña no cambia en nada mi admiración literaria hacia Lovecraft. Exelente análisis.