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Hay tardes en las que no se pone el sol

Hay tardes en las que no se pone el sol

Todos somos Judas. Y para dejar constancia de tal afirmación, el autor de la novela, Toni Hill, que hace tan sólo un par de años ya nos deleitó con su anterior entrega, El último verdugo, insiste en la misma idea, una y otra vez, a lo largo de su relato, amén de la cita de Amos Oz, con la que comienzan estas páginas, en la que apostilla ese pensamiento, dejando, además, constancia de que “incluso tras ochenta generaciones, todos somos Judas Iscariote”.

La hora del lobo es la continuación de El último verdugo. Pero no es menos cierto que Toni Hill, que sabe a la perfección el terreno que pisa y las praderas en las que caza, ha procurado que su nueva entrega posea la suficiente independencia y autonomía como para que el lector que desconozca el primero de estos dos títulos no se sienta defraudado.

"En el Valle, durante las noches sin luna, reina un auténtico y estremecedor silencio, con tardes en las que no se pone el sol y las nubes ocultan el atardecer"

Esta vez, la acción transcurre en dos distintos espacios: la ciudad, representada por la Barcelona de nuestro tiempo, y un idílico espacio exterior, con la presencia, nada casual ni arbitraria, del Valle del Boí que, como ya se encarga el autor de explicar en una “Nota” previa para los que anden flojos en materia geográfica, es un municipio de la comarca Alta de Ribagorça, en el Pirineo catalán. Una zona paradisíaca, con espléndidos paisajes, salpicado de iglesias románicas, con nieve durante buena parte del año, con majestuosas montañas y una niebla espesa que haría las delicias del más exigente de los fantasmas.

En resumidas cuentas, el lugar ideal para una frailuna vida retirada, y, al mismo tiempo, el sitio idóneo para que alguien cometa los más atroces crímenes. Sin embargo, no todo es, al modo de Fray Antonio de Guevara, menosprecio de Corte y alabanza de aldea. En el Valle, durante las noches sin luna, reina un auténtico y estremecedor silencio, con tardes en las que no se pone el sol y las nubes ocultan el atardecer, lo que supone un buen caldo de cultivo para que proliferen los elementos negativos que podemos extraer de esta inquietante visión que se constituye como el telón de fondo de una tragedia que se mastica, que está a punto de estallar.

"Esta situación le va a recordar a más de un lector una de las últimas películas de Kubrick, Eyes Wide Shut, con los incombustibles Tom Cruise y Nicole Kidman en los papeles principales. No es un mal referente"

La novela toma su título de un programa radiofónico así llamado, La hora del lobo, cuyo locutor, Miquel Soler, es un experto en crear el ambiente preciso explicando a sus trémulos oyentes que dicha hora es “el lapso del tiempo que separa la noche de la aurora, cuando la mayoría de gente muere”. Pero aquí lo que verdaderamente importa es esa atmósfera, casi diabólica, en medio de la cual están siendo asesinados unos jóvenes, sin que nadie acierte a conocer las causas, aunque en algún capítulo suelto, para lo que se requiere que el lector preste la máxima atención, aparece un nutrido grupo de adoradores de la figura de Judas Iscariote que tienen la obligación de cumplir a rajatabla las retorcidas reglas de una organización que, como todas las sectas que en el mundo han sido, no se anda con chiquitas y no emplea balas de fogueo cuando es preciso dirimir algún delicado asunto.

Esta situación le va a recordar a más de un lector una de las últimas películas de Kubrick, Eyes Wide Shut, con los incombustibles Tom Cruise y Nicole Kidman en los papeles principales. No es un mal referente. Además, en ambos casos, tanto en la película como en la novela, se logra crear ese clima irrespirable en donde la palabra “miedo” se percibe por todas partes.

"Confieso que no soy muy partidario de esos relatos que tienen por costumbre dejar una puerta abierta para que puedan tener continuación en una siguiente entrega"

Lena Mayoral, la psicóloga y especialista en criminología que ya aparecía, con todo su esplendor y lujo de detalles, en El último verdugo, vuelve a emerger en esta nueva ocasión, aunque ahora con la vitola de famosilla por haber aparecido en la tele después de los sucesos por los que ha tenido que pasar a propósito del Verdugo; autora de un libro que se convierte en uno de los más vendidos, y, en cierta medida, mucho más dueña de sus actos, más madura y con la suficiente frialdad como para capacitarla para analizar los hechos aplicando, sobre todo, la inteligencia. El Verdugo, que actúa bajo el nombre de Thomas Bronte, desde su estatus de presidiario —las escenas carcelarias, sin ser demasiado crudas, resulta verosímiles—, también crece lo suyo a lo largo de estas páginas hasta convertirse en un tipo ambiguo, poliédrico, al que, a pesar de sus muchas e imperdonables fechorías, no le falta un punto de humanidad, un atisbo de buena fe.

El resto de los personajes, desde Javier Jarque, el policía que opera desde Barcelona y amigo, o más que amigo, de Lena, los muchachos que pululan por el Valle jugando a los detectives —Adrià, Arlet, Roger y el Quim— y metiendo las narices en donde nadie les llama, así como el misterioso Klaus Lemm, que hubiera merecido algunos minutos más de gloria, giran alrededor de la protagonista al son del ritmo y de la música que marca la obra.

"Cada uno es dueño de sus actos y nunca hay que subestimar la pensión alimenticia de cada cual al rebufo del éxito de un determinado libro, y del combustible con el que uno pueda contarr"

Por lo demás, hay muchos más elementos en el fiel de la balanza del haber que en la del debe: excelentes diálogos, de una extraordinaria frescura, un lenguaje más que correcto, incluso elegante, sin demasiadas florituras, una estructura no excesivamente compleja pero valiente, a expensas de la labor de montaje que se lleva a cabo con toda limpieza, una intriga bien administrada, en sus justas dosis, y el deseo constante que se percibe de querer ser original, de finiquitar una novela negra que nos se parezca demasiado a las centenares que se exhiben en los escaparates de las librerías españolas.

Confieso que no soy muy partidario de esos relatos —o películas— que tienen por costumbre dejar una puerta abierta para que puedan tener continuación en una siguiente entrega. Aquí, en las páginas de La hora del lobo, el que se concluya diciendo que “nunca descubrimos toda la verdad” es una pista más que evidente de lo que está por venir. Nada que objetar. Porque cada uno es dueño de sus actos y nunca hay que subestimar la pensión alimenticia de cada cual al rebufo del éxito de un determinado libro, y del combustible con el que uno pueda contar.

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Autor: Toni Hill. Título: La hora del lobo. Editorial: Grijalbo. Venta: Todostuslibros.

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