Verano en diciembre ocupa un agradabilísimo puesto intermedio entre dos modismos habituales en el cine español. Porque entre esa comedia comercial financiada por cadena privada con cómicos populares y la obra con más pretensiones paseada por festivales de prestigio media un abismo que se puede, es necesario habitar.
Con guion y dirección de Carolina África, basándose en su propia obra teatral, esta comedia dramática y coral sirve de campo de batalla a un equipo de actrices de distintas generaciones para batirse en duelo como miembros de una misma familia. Sin esgrimir banderas de nada, Verano en diciembre consigue un buen equilibrio entre costumbrismo patrio y retrato genuinamente humano de las ansiedades de la prole de la democracia y más allá, y sin trascender verdaderamente -la película carece de garra visual y cae en algunos recursos típicamente televisivos- sí consigue generar una ilusión de intimidad familiar cuyo halo se extiende al espectador.
Verano en diciembre logra un resultado compacto y erigirse como un buen Magnolias de acero de pata negra, por mucho que la falta de ambición en algunos apartados reste impacto al conjunto. No importa, porque el objetivo de Carolina África está cumplido desde casi el comienzo, y además con algunas luces especialmente brillantes: nos referimos a la impresión de la senectud por parte de Lola Cordón, sin duda las mejores risas y lágrimas del film; la labor de Barbara Lennie y Vicky Luengo como dos hermanas antitéticas y, por último pero no menos importante, la solvencia de Carmen Machi y Beatriz Grimaldos, dos estadios de la madurez femenina a la que ambas aportan todo tipo de matices.
Aunque la película se deshinche un tanto como experiencia puramente cinematográfica, Verano en diciembre consigue transmitir esa calidez familiar dotada de todo tipo de tonos de oscuridad que otorga el no quererse a absolutamente nada. Que el film navegue entre el drama social y la comedia costumbrista típicas de nuestra cinematografía parece casi circunstancial, en tanto su pretensión es mirar con detalle y apreciar los sinsabores de varias generaciones de mujeres. Con las concesiones justas a la galería, el resultado es un “dramedy” con fuerza suficiente como para trascender con autenticidad e ingenio los vicios del género, aunque los recorra casi todos.
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