Correspondencia manuscrita del Maestro de la República Abel Bravo del Rincón, dirigidas al canónigo Bruno Morey Fiol, durante los años de 1943 a 1960. Entre ambas circunstancias, con palabras sinceras, silencios naturales, fechas y recuerdos, consiguen ambos narrar el equilibro entre la confrontación y lo natural de sentir, pensar, convivir y así sobrevivir.
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1944
El expediente del penado Adriano Abel Bravo y Rincón constata que su nacimiento ocurre en 1887, en Santa Cruz de Moya (Cuenca), que es hijo de Amós y de Constanza, y vecino de Baños y Mendigo. Pudo vivir desconociendo el contenido de este dosier, pero las acusaciones ahí son varias y, aunque reiterativas, son duras y descarnadas. La biografía carcelaria se limita a los medios de vida como Maestro, y a precisar que en 1936, tras las elecciones, Abel fue nombrado Secretario de la Casa del Pueblo de Santa Cruz de Moya, y «que se hizo cargo de los cálices y vasos sagrados de la Iglesia Parroquial, y de las ermitas de La Pareja y Del Vizconde, los cuales entregó al Gobierno Civil, a las autoridad rojas, sin que hasta la fecha de su detención hiciera gestión alguna para recuperarlos de los mismos.» (6 de septiembre 1939). Es sentenciado el 22 de septiembre por el Consejo de Guerra permanente de Murcia, por auxilio a la rebelión con circunstancias atenuantes, y será condenado a seis años y un día. Entrará en prisión con su «ropa de uso», el 15 de noviembre de 1939, a los 52 años. Figura sin matrimonio, sin hijos y sin delitos anteriores.
«Quiero mucho a Valldemosa. Ahora y antes. Me vine llorando… Pienso constantemente, con obsesión de enamorado, en Valldemosa y en mis antiguos discípulos. Aquel Brunito era un muchacho muy despierto, tenía buena memoria, facilidad para aprender idiomas. Hablaba muy bien el castellano, idioma nuevo para él, y le gustaba hablarlo. Tenía aspecto de pensador… Cuando estaba a punto de venirme, apareció su vocación… No creo merecer tantos elogios por tu parte.»
Parece incidir el canónigo en querer saber, «y saber», algo más sobre aquel arte de enseñar. Acaso Bruno pedía las proporciones justas como si se tratara de una receta a cocinar, o a desentrañar, de aquella vida sensible, de conocimientos que pertenecen a una época y a una Europa consciente, que se aleja del castigo corporal y de la indefensión del alumno; hay una sensibilización y un concepto que en Alemania denominan «suceso elemental». No se puede improvisar, es acumulativo, progresivo e instintivo, pretende acompañar y no invadir, incitar pero no empujar, y así genera un organismo sano que se vincula con naturalidad, espontaneidad y curiosidad. Rompe con la rudeza y los castigos, con la memorización sin lógica alguna, y se centran en «despertar» la curiosidad y alentar la vida. En aquella enseñanza está implícito, también, un apartarse de lo denominado «ario», la super-raza, el superhombre (y mujer), que confunde el trabajo de fortalecer un organismo —para lo que sea que necesite afrontar en un futuro—, con potenciar cualquier concepto de superioridad. Es curioso que se quiebre y lastime esta base de enseñanza cuando se llega al final de una II Guerra Mundial y con un Holocausto en medio. Además. Advirtiendo.
«Recuerda que el cine que compramos no tenía motor. Sólo podía funcionar cuando había luz, por las noches… Yo conté una vez que lamentaba que no pudiéramos trabajar con él durante el día por no tener un motor que valía 40 pesetas. Esto lo decía yo un día a las 12 y a las dos de la tarde habíais reunido ya las 40 pesetas.» De la misma manera indica que así nacieron ellos tan lectores. «…Al saber que varios alumnos compraban la misma revista, Nuevo Mundo, Blanco y Negro, La Esfera, y otras de deportes, sugerí que comprando cada uno un periódico distinto, que es lo que querían, y prestándolo después, podían leer casi todas las publicaciones que deseaban… Aquello fue el Huevo de Colón. Así fue como se puso en marcha la biblioteca…». Lo mismo comenta con la publicación Mundo Gráfico, que solían comprar los alumnos «Bernardo Ripoll [C]arder, Jaime Mas Estrades y me parece que Felio Calafat… ¿Y cuándo fuimos a Palma a ver la Escuadra Inglesa? A las 12 os decía que si cada uno de vosotros aportaba 5 pesetas, para gastos de viaje, iríamos a verla, si no, Nequà Quam…., y fuimos a verla en viaje de grato recuerdo… Lo de la elaboración de la sidra que mencionas en tu carta, fue una cosa parecida… Unos tenían las manzanas…», otros acudían con un mortero y la maza para aplastarlas, y otros con las botellas y embudos, a iniciativa de unos chicuelos que habían nacido hacia 1911.
Comprender cómo llega Abel a la zona de Murcia, Alcantarilla, tras nacer en Santa Cruz de Moya, sí requiere de nombres, y saber dónde se origina su particular deambular por el país. De no ser así, se pierde la progresión y el razonamiento de una época muy compleja, y quedaría también aislado y sin tesitura el siguiente párrafo: «… Otro detalle de excursiones de la Normal, es que nos llevaban al Arsenal y nos enseñaban los buques de guerra y los submarinos. [En] lo profesional…Terminada la carrera de Maestro, me enviaron a Bilbao (Vizcaya). Aquello, con respecto a España, era un Mundo Aparte. Allí estuve 2 veces, desde octubre de 1909 hasta febrero de 1917. Había más escuelas que en ninguna otra parte. Y bien organizadas.» Su sueldo era de cuatro mil pesetas mensuales, y parece su primer trabajo cuando ya se había «establecido» como maestro en 1903.
Lo que sucede es casi un calco de José Hierro, olvida, tacha, borra, desvanece / esos nombres y números / no intentes moldear la niebla… Pero para avanzar, «y avanzar», debe remontarse cada suceso. Un año después de que Abel naciera, en 1888, su padre Amós Bravo y Romero, por entonces Maestro de la Escuela Pública de niños de Santa Cruz de Moya, fue trasladado allí desde Puebla de Almenara (Cuenca). Pidió no ser transferido, casi lo suplicó, se quedó sin plazos, y tampoco sirvieron las prórrogas pedidas a la Junta Provincial de Instrucción Pública de Cuenca, petición que realiza por determinados asuntos que podrían resumirse en tres; la frágil situación del recién nacido Abel y de su madre Constanza, lo tormentoso de los caminos y viajes, y otro rumor muy constatado, de forma posterior, por lo sucedido a la maestra Plácida Ruiz Salazar, y a otras en su misma condición, como Carolina Cereceda, en la localidad de Santa Cruz de Moya: pedía que se le permitiera abandonar dicha escuela para desempeñar la plaza de interina en cualquier otro municipio, por estar rodeada de la más extrema miseria, ya que no había cobrado ni un céntimo desde el nombramiento, tras unos muy reñidos ejercicios de oposición.
Por entonces, aquella «villa» tenía unas 1.575 almas, y hacía tres años que no se abría la Escuela de niñas. El ayuntamiento presentaba un descubierto, por primera enseñanza, de más de veinte mil pesetas, y ni el gobernador de la provincia, ni el Inspector de Enseñanza, metían en cintura a esa corporación. El diario El día (9 de mayo de 1899) confirma que «mientras las autoridades de la provincia de Cuenca cobran sus sueldos al corriente, los desdichados maestros de Santa Cruz de Moya perecen de necesidad». Hasta 1912 no se presentará en aquel «caserío» un proyecto para la instalación de alumbrado público y, como decía el piloto Oettli cuando se despeñó con su globo Gerifalte en esta zona arriscada, el lugar «carecía de un camino de carro que le pusiera en comunicación con el resto de la tierra». Allí permanecerá toda la familia, hasta que, en 1904, se le propone a Amós ocupar la plaza en Alcantarilla, y así lo hará. Para el adolescente Abel debió de suponer un cambio ver la Semana Santa, donde la máquina del tren era adornada —lo llamaban el tren botijo— con un enorme escudo y guirnaldas, flores y banderas, cuando las personas se subían a los estribos, las portezuelas y los techos de los vagones para celebrar sus fiestas.
Es entrañable que Abel le comente a Bruno el largo camino donde casi lo ha visto todo, y es lógico que compare los lugares, los logros y el cuidado educacional, emocional y humano. «Pero entre todas (las escuelas de Bilbao), sobresalía la del inmenso e insuperable pedagogo D. Santiago García Rivero, el más grande de los grandes. Solo en una cosa les superaban los de Cartagena: en Trabajos Manuales. En Bilbao no los hacían. Pero los discípulos de Rivero, en educación moral, en redacciones, caligrafía y dibujos, les superaban. La escuela de Rivero era el Non Plus Ultra. Había excursiones, colonias, baños de mar, comidas, desayunos, roperos, etc… He trabajado en el mismo edificio que el Sr. Rivero, pero no con él. No obstante, paseábamos juntos antes de entrar en clase… Yo era su ojo derecho. Le gustaban mucho mis maneras de trabajar y de ser. Y a mi más las suyas». Será casi el primer nombre que Abel le de al canónigo, el del salmantino Santiago García Rivero, y la etapa en la Escuela Nacional de Niños al norte de España. Para cuando Abel está por completo vinculado y entregado a esta escuela, en 1910, un padre protestaba desde Alcantarilla por un acto realizado en la residencia de los Jesuitas, advirtiendo que la oratoria en contra de las Escuelas laicas, o el definirlas como una peligrosa educación proletaria y revolucionaria, eran del todo inadmisibles. Es factible que por esta razón Abel se esmere, a través de lo epistolar, en desplegar toda una sincera espiritualidad que lo aleje de lo que el extremista Andrés Manjón señalaba que «la Escuela laica, por ser atea, es antieducadora», o para no ser vinculado a ello, o al menos salir indemne de algo en aquel devastador periplo. Abel desconocía que el canónigo Bruno empezaba a mediar a su favor, o intermediaba, y no percibía lo muy al tanto que estaba de aquel expediente penitenciario en cuanto recibió la primera carta de su maestro. «Que desde el 5 de julio estoy fuera de la fábrica porque me exigían que FUERA MALO con el personal, y he preferido abandonar el cargo antes que «IR PATRÁS» como el cangrejo».
Que Abel insista en su inocencia «carcelaria», a los cincuenta y seis años, con una precisión transparente, debió de conmover a Bruno, y más cuando le manifiesta que: «En la Escuela todo era blanco, las explicaciones y los libros».
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(De entre sus alumnos en Valldemossa, Felio Calafat Morey llegará a ser profesor de francés en varios institutos de Palma y fundará l’Aliança Francesa a Mallorca. Reunió un importante fondo de literatura francesa que la familia Calafat donó a la biblioteca de la Universitat de les Illes Balears. Jaime Mas se refugió en Uruguay, dio a conocer la sobreasada, y en su homenaje, e historia, se elabora allí la Espinagada de llom amb coll para el establecimiento Circus Day —parece ser, en Montevideo—. Santiago García Rivero fue, y es todavía, un muy reconocido padre de la pedagogía moderna. Un bellísimo colegio público lleva su nombre, Maestro García Rivero, en Atxuri.)
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