La reciente concesión a Margaret Atwood del Premio Franz Kafka, uno de los más prestigiosos del panorama internacional, que con anterioridad había distinguido a Claudio Magris, Harold Pinter o Eduardo Mendoza, entre otros autores sobresalientes, no necesariamente kafkianos, pero sí de reconocido aplauso internacional, sólo es uno más de los muchos reconocimientos a los que asiste en los últimos meses la canadiense. Celebrada en la nueva narrativa televisiva con su adaptación de El cuento de la criada en Hulu, en uno de los encuentros de la Feria del Libro de Madrid, la editora española de esta novela de Atwood, Sigrid Kraus, se refirió a cómo la serie que ha inspirado ha disparado las ventas del libro de forma sorprendente.
En febrero de 1999, con motivo de la publicación en España de Alias Grace (Ediciones B, 1998), tuve oportunidad de entrevistar para El Mundo a Margaret Atwood. Por aquellas fechas, esta escritora canadiense ya era una de las más leídas en lengua inglesa. Di por sentado que los lectores le dispensaban tanto favor en base a sus inquietudes -el feminismo, los derechos humanos, la ecología- y le formulé en ese sentido mis preguntas. Mi estrechez de miras en aquella ocasión me llevó a tener delante de mí a la autora de una de las grandes distopías de finales del amado siglo XX —El cuento de la criada (1985)—- y volver sobre un tema tan manido como el compromiso en la literatura.
Pude preguntarla sobre la paradoja que entraña que la ciencia ficción, pese a ser uno de los pilares de la literatura fantástica, sea también uno de los géneros más apegados a la realidad —y a la actualidad más rabiosa— del tiempo en que la conciben sus autores. Pero aquel no era mi día y quise saber acerca de la capacidad de la creación literaria para cambiar el mundo. Naturalmente, ella me respondió que la literatura, por mucho que conmueva las conciencias de sus lectores, es irrelevante en ese sentido. El mundo, por más que duela, lo cambian las guerras, los mercaderes y los farsantes.
Treinta años después de su primera edición española, impresa por Seix Barral en 1987, Salamandra recupera ahora aquella traducción de Elsa Mateo de El cuento de la criada. Aunque Ediciones B volvió a llevarla a la imprenta en 2001, esta edición de Salamandra era en verdad necesaria pues la última llevaba algunos años descatalogada. Coincide además con una adaptación televisiva de la novela debida a Bruce Miller —uno de los artífices de la nueva narrativa catódica— que se ha convertido en una de las propuestas estrella de la programación de HBO, una de las plataformas señeras de ese streaming de autor —si se me permite la expresión— que tiene cautivados a sus espectadores.
Pero tampoco es ésta la primera vez que la novela se adapta a la pantalla. Corría 1990 cuando el siempre interesante Volker Schlöndorff —con un guion de Harold Pinter ni más ni menos— llevó al cine la historia de Defred. Offred en la versión original ya que el nombre de la protagonista de Atwood —según la propia autora— “está compuesto por el nombre de pila de un hombre, Fred, y el prefijo que denota posesión”. En fin, la historia de Defred en la República Gilead -trasunto de unos Estados Unidos distópicos y teocráticos para frenar el terrorismo islámico- ha sido objeto de más de cuarenta traducciones a otros tantos idiomas y ha inspirado tanto óperas como novelas gráficas. Es muy probable que sea la novela más celebrada de su autora. Todo un clásico de la ciencia ficción contemporánea que ya empieza a ser parangonable con Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932), 1984 (George Orwell, 1948) o Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953), las tres grandes distopías de mi queridísima centuria pasada.
Sin embargo, tengo la sensación de que se tiende a considerar El cuento de la criada como un clásico de la literatura feminista. Es Atwood quien, personalmente, en la introducción a esta reedición de 2017 apunta que, si por novela feminista se entiende “un tratado ideológico en el que todas las mujeres son ángeles y/o están victimizadas en tal medida que han perdido la capacidad de elegir moralmente”, El cuento de la criada no lo es. Ahora bien, si como tal se entiende “una novela en que las mujeres son seres humanos -con toda la variedad de personalidades y comportamientos que eso implica- y además son interesantes e importantes y lo que les ocurre es crucial para el asunto, la estructura y la trama del libro, entonces sí es una novela feminista”.
Con tales planteamientos, desde ciertos puntos de vista, 1984 también puede considerarse feminista. La Julia de Orwell es otro ser humano cuya experiencia es crucial para el asunto: el amor que inspira a Winston Smith terminará por abocarle a la disidencia. Por un procedimiento parecido, Defred abrazará la rebeldía por el cariño que siente por la hija de la que fue desposeída y la admiración que le inspira Moira, la criada que supo alzarse contra el sistema que las condena a la procreación sumisa.
En su momento, Julián Díaz —editor junto a Fernando Ángel Moreno de la impagable Historia y antología de la ciencia ficción española (Cátedra, 2014)— escribió que uno de los valores de El cuento de la criada es que “el feminismo simplista, que late en el fondo de muchas páginas, queda disuelto en otras en las que, diríase, las desgracias que les ocurren a las mujeres de Gilead son fruto, sobre todo, de concepciones anticuadas femeninas (…). Los hombres no son, en ningún momento, satanizados de una forma global, y la obra es, ante todo, un alegato contra el fanatismo”.
Sentado esto, frente a ese grueso de los lectores que considera a Margaret Atwood una autora comprometida, una activista, yo a lo que voy es a reivindicarla como una de las grandes de la ciencia ficción de los años 80, la contemporánea al ciberpunk pero ajena a él. La ciencia ficción me interesa mucho más que cualquier compromiso. Todos ellos son el origen de esos fanatismos que denuncia El cuento de la criada, merecedora en 1986 del primer premio Arthur C. Clarke que se le concedió.
Al cabo, lo que más me interesa es llamar la atención sobre cómo lo que se supone es un futuro distópico, una utopía negativa del porvenir, registra un buen número de inquietantes concomitancias con nuestra sociedad y nuestro tiempo. Del mismo modo que Un mundo feliz es la distopía del paraíso capitalista y 1984, es otro tanto del comunista, El cuento de la criada bien podría ser la distopía de un mundo como el nuestro que, amenazado por el terrorismo islamista, tiende a jerarquizarse.
Bien es cierto que en nuestra sociedad del bienestar —perdido y encontrado, encontrado y perdido— son pocos los hombres que conciben a la mujer únicamente como procreadora. Incluso puede decirse que son muchos más los que tienen a la procreación en el último puesto de sus instintos respecto a la sexualidad femenina. No por ello las analogías entre la distopía de Atwood y nuestro aquí y ahora, dejan de ser incontestables y de operar a diferentes niveles. También es en Afganistán donde tiene su origen el terrorismo contra el que se alza Gilead, en la que alcanzan el paroxismo el secular puritanismo estadounidense y, más en general, el luterano. Las madres únicamente biológicas, como las criadas del cuento, ya se vieron en la Alemania nazi, me recordó Atwood en aquella entrevista del 99 cuando hablamos de El cuento de la criada. Y ahora, con la maternidad subrogada, los vientres de alquiler forman parte del debate cotidiano. También es el caso de las madres a quienes les robaron un hijo al nacer, como a Defred. Práctica relativamente frecuente en las dictaduras, siempre vuelve a la noticia cuando los desdichados que fueron separados de sus progenitores crecen y quieren conocer a sus verdaderos padres.
Como consta en la edición de El Mundo del martes 29 de febrero de 1999 —página 55 para ser exactos—, Margaret Atwood me confesó que el origen de su clarividencia —hay que llamar a las cosas por su nombre— fue la Rumanía de Ceausescu. Nunca me perdonaré no haberla preguntado sobre tanta paradoja.
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Autor: Margaret Atwood. Título: El cuento de la criada. Editorial: Salamandra. Venta: Amazon, Fnac
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