El mundo resplandeciente es un originalísimo trabajo que incorpora elementos propios de la filosofía utópica y de la novela de aventuras, y una lectura imprescindible para comprender la mentalidad de la época. Con una mirada moderna y subversiva, la autora desafía convenciones literarias, roles de género, divisiones religiosas y teorías científicas, convirtiendo así el fantástico viaje de una dama hasta una extraña tierra poblada por animales parlantes en todo un reto para la imaginación y el pensamiento contemporáneos.
Margaret Cavendish (1623-1674), Duquesa de Newcastle, fue tan extravagante como genial y osó aventurarse con éxito en las restringidas esferas de la política, las ciencias y las letras, desafiando los roles de género. Fue dama de honor de la reina Enriqueta María de Francia (esposa del rey Carlos I de Inglaterra), a la que acompañó al exilio de su país en 1644, viviendo cierto tiempo en la corte de Luis XIV. Interesada en todo tipo de saberes, publicó diez libros de filosofía natural y fue la primera dama en ser recibida en la Royal Society de Londres, que acogió su famosa colección de telescopios. Falleció a los 50 años, el 15 de diciembre de 1673, y fue enterrada en la Abadía de Westminster de Londres, junto con su esposo sir William Cavendish.
A continuación, puedes leer las primeras páginas de El mundo resplandeciente, de Margaret Cavendish.
Por Margaret Cavendish, duquesa de Newcastle
Echa un vistazo a esta figura.
Pero, como si por casualidad fuera,
no fijes tus ojos, pararlos no debes,
pues, como durante el día las sombras,
solo representa más su belleza
encontrada tras la destreza
del mejor pintor para
abarcar esas adorables líneas de su cara.
Mira la pintura de su alma, su juicio e intelecto;
después lee estas líneas. Las ha escrito
con el lápiz de la imaginación solo dibujadas
con piezas, pero que con justicia puede poseerlas.
A la duquesa de Newcastle,
sobre su nuevo Mundo Resplandeciente
Nuestro viejo mundo, con todas sus habilidades y artes,
solo podía dividir el mundo en tres partes.
Colón, por la navegación afamado,
nombró América a su nuevo mundo hallado.
Pero este nuevo mundo se ha descubierto, no fue construido;
mientras yacía en la sombra del tiempo fue solo encontrado.
Entonces ¿quién eres tú para construir todo un mundo
o una porción sin ningún caos haber encontrado?
Tu imaginación creadora ha logrado
de la nada, con tu mero intelecto, crear todo un mundo.
Tu Mundo Resplandeciente, por encima de lo estelar,
con un fuego celestial todo logra iluminar.
William de Newcastle
Prefacio. Al lector
Si usted se pregunta por qué he unido una obra fruto de la imaginación a mis serias Observaciones filosóficas, piense que no es un menosprecio a la filosofía o una opinión fuera de lugar, como si este noble estudio no fuera más que una ficción de la mente. Es decir, aunque los filósofos pueden errar en la búsqueda e indagación de las causas de los efectos naturales y muchas veces abracen falsedades por verdades, esto no prueba que la base de la filosofía sea mera ficción, sino que los errores proceden de los diferentes movimientos de la razón. Estos movimientos causan distintas opiniones en diversas partes, y en algunos son más regulares que en otros por ser la razón divisible, pues lo material no se puede mover en todas partes de la misma manera. Y, ya que solo existe una verdad en la naturaleza, todos aquellos que no llegan a la verdad yerran, algunos más y otros menos. Por esto algunos pueden llegar más cerca de la meta que otros, lo que pueda hacer parecer su opinión más probable y racional que la de otros, aunque, en la medida en que se desvían de esta única verdad, están errados. Sin embargo, todos basan sus opiniones en la razón, esto es, en las probabilidades racionales. O al menos ellos lo creen así. Pero las ficciones son un tema de la imaginación de los hombres, enmarcadas en sus propias mentes, acordes con sus deseos, sin tener en cuenta si la cosa que imaginan existe o no existe sin sus mentes. Por esta razón buscan en la profundidad de la naturaleza y después persiguen las verdaderas causas de los efectos naturales. Pero la imaginación crea por sí misma todo lo que le place y deleita con su propia obra. El objetivo de la razón es la verdad; el objetivo de la imaginación es la ficción. Pero no me malinterpretes cuando distingo entre imaginación y razón. No quiero decir que la imaginación no sea creada por las partes racionales de la materia, sino que por razón entiendo una búsqueda e indagación racional de las causas de los efectos naturales,
y por imaginación, una creación o producción voluntaria de la mente; siendo ambas cosas efectos, o más bien acciones, de la parte racional de la materia. Por lo tanto, la razón es un estudio más provechoso y útil y también más difícil y laborioso, y a veces requiere la ayuda de la imaginación para recrear la mente y distraerla de sus más serias observaciones. Por esta razón he añadido esta pieza fruto de mi imaginación a mis Observaciones filosóficas y las he unido como dos mundos por el extremo de sus polos. Lo he hecho tanto por mi propio deseo de distraer mis pensamientos estudiosos que empleo para la contemplación como para deleitar al lector con variedad, lo que siempre es placentero. Pero, para que mi fantasía no se alejase demasiado, elegí tal ficción para hacer más agradable el tema que traté en la primera parte. Es la descripción de un nuevo mundo, no como el de Luciano ni el mundo del hombre francés en la Luna, sino un mundo de mi propia creación, al que he nombrado Mundo Resplandeciente. La primera parte es romántica, la segunda filosófica y la tercera es meramente imaginada, o (si así puedo llamarla) fantástica.
Si esta obra otorga algún tipo de satisfacción puedo considerarme a mí misma una feliz creadora. Si no, deberé vivir una vida melancólica en mi propio mundo. No puedo llamarle un mundo pobre, si la pobreza es solo deseo de oro, plata y joyas, pues en él hay más oro que todo el que los químicos han creado (realmente así lo pienso) o serán capaces de crear. Por lo que se refiere a las piedras de diamantes, deseo con toda mi alma que se repartan entre mis nobles amigas, y con esta condición de buen grado renuncio a mi parte. Por lo que se refiere al oro, solo necesito el suficiente para reparar las pérdidas de mi noble señor y esposo, pues no soy codiciosa pero sí tan ambiciosa como haya podido ser o pueda ser cualquiera de mi mismo sexo. Por esta razón, aunque no pueda ser ni
Enrique V ni Carlos II, me esfuerzo en ser Margaret I. Y, aunque ni tengo poder ni ocasión para conquistar el mundo como lo hicieron Alejandro y César, y tampoco puedo ser dueña de uno, pues ni la Fortuna ni el Destino me lo darían, he creado un mundo por mí misma, por lo que nadie, espero, podrá culparme, al tener cada cual el poder de hacer lo que desee.
Prefacio. A todas las nobles y dignas damas
La presente Descripción de un Nuevo Mundo se escribió como un apéndice a mis Observaciones sobre Filosofía Experimental y, teniendo cierta similitud y coherencia una con la otra, fueron unidas ambas como dos mundos distintos, por sus dos polos. Pero, ya que a la mayoría de las mujeres no les placen los argumentos filosóficos, he separado algunas de las observaciones citadas y así estas están aparte por sí mismas, por lo que debo expresar mis respetos presentándoles tales imaginaciones como si fueran mis contemplaciones. La primera parte es romántica; la segunda, filosófica; y la tercera es puramente imaginada, o (si así puedo llamarlo), fantástica.
Y si (las nobles damas) tienen la oportunidad de gozar con la lectura de estas fantasías, podría considerarme a mí misma una feliz creadora. Si no, debo recluirme para vivir una vida melancólica en mi propio mundo, que no puedo decir que sea un mundo pobre, si la pobreza es solamente falta de oro y joyas. En mi mundo hay más oro del que todos los químicos jamás hayan creado o, (como pienso) nunca serán capaces de crear. Por lo que respecta a las piedras de diamantes, deseo, con toda mi alma, que se repartan entre mis nobles amigas, y con esta condición de buen grado renuncio a mi parte. Por lo que se refiere al oro, solo necesito el suficiente para reparar las pérdidas
de mi noble señor y esposo, pues no soy codiciosa pero sí tan ambiciosa como haya podido ser o pueda ser cualquiera de mi mismo sexo. Por esta razón, aunque no pueda ser ni Enrique V ni Carlos II, me esfuerzo en ser Margaret I. Y, aunque ni tengo poder ni ocasión para conquistar el mundo como lo hicieron Alejandro y César, y tampoco puedo ser dueña de uno, pues ni la Fortuna ni el Destino me lo darían, he creado un mundo por mí misma. Y así permanezco creyendo o al menos esperando que ninguna criatura pueda o pudiera poder envidiarme por este mundo mío.
Nobles damas, su humilde servidora.
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Autor: Margaret Cavendish. Título: El mundo resplandeciente. Editorial: Siruela. Venta: Amazon, Fnac
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