Hace unos años, en concreto en 2010, apareció en castellano un libro que se titulaba Artefactos importantes y propiedades personales de la colección de Lenore Doolan y Harold Morris, incluidos libros, ropa y joyas. Lo publicó la editorial Duomo y su autora se llamaba Leanne Shapton, de quien no tenía noticia, aunque muy pronto se convirtió en algo así como una heroína de quien lo quise saber todo, todo, todo, como diría la gran Wisława Szymborska. El libro se promocionaba por aquel entonces con las señas de identidad de una novela, sin ser una novela al uso. Realmente, era un catálogo de los objetos intercambiados entre Lenore Dolan y Harold Morris a lo largo de los años que duró su relación, y también de objetos compartidos por ambos durante su vida en común en un apartamento neoyorquino. Se trataba de algo más de mil fotografías, dando cuenta de la fiesta de Halloween donde se habían conocido, ella vestida de Lizzie Borden y él de Harry Houdini, hasta el momento en el que un último objeto los vinculó, poco antes de su separación definitiva. Las fotografías eran una cuenta atrás, similar a cualquier álbum donde se narra de manera cronológica una historia familiar, convertida aquí en una historia de amor con el único final posible que puede tener una historia, cualquier historia, si de verdad quiere llegar a su final.
Yo me había divorciado no hacía mucho cuando apareció el libro, y quizás por eso me convertí en su lector perfecto sin esforzarme demasiado. Nadie tuvo que venir a convencerme de que se trataba de una novela, porque yo mismo tenía la sensación de vivir en aquella extraña época de mi vida una novela no escrita, llena de capítulos en blanco allí donde echaba en falta los libros de la biblioteca que mi exmujer y yo habíamos repartido al separarnos o cuando buscaba inútilmente un instrumento de cocina sin darme cuenta de que ya no era mío ni estaba en el cajón de costumbre, en el nuevo piso adonde me había ido a vivir tras nuestra ruptura, porque allí aún no había un «cajón de costumbre». La literatura para mí ya era un asunto expandido en aquel momento. Por eso me gustó tanto el libro de Leanne Shapton, tanto que le regalé un ejemplar a mi exmujer, por si podía provocarle las mismas sensaciones que a mí, pero jamás obtuve de ella ni una nota de agradecimiento ni un comentario, recuperando el libro cinco o seis años más tarde, después de que ella quedase conmigo por última vez, tal como me recalcó entrecomillando «por última vez» en su mensaje de correo electrónico, con tres días de antelación a una cita en el restaurante adonde solíamos ir los últimos años de nuestra relación y adonde ella no fue en aquella ocasión y envió en su lugar a su novio, de quien recibí todas las cartas que yo le había enviado a ella durante nuestros años de relación, las más recientes ni siquiera abiertas, como en la que le había metido el libro de Leanne Shapton. Su novio me dijo que no volviese a llamarla por teléfono, porque —según me aclaró él— mi voz la hería, y que tampoco le escribiese cartas o mensajes por correo electrónico, porque no pensaba leerlos y mucho menos contestarlos. Era hora, tal como me dijo él, de poner punto y final a nuestra historia en común; era hora, como también me dijo él, de que las heridas cicatrizasen y mi ex mujer y yo dejásemos de sangrar.
Ahora mismo acaba de aparecer un nuevo libro de Leanne Shapton, esta vez en Ediciones Comisura, titulado Libro de visitas: Historias de fantasmas. Como le sucedía al que os comentaba al comienzo de estas líneas, este no es un libro convencional. ¿Se trata de una novela? ¿Un conjunto de relatos? ¿O un álbum fotográfico? Sea lo que sea, es un libro que tienes que vivir o haber vivido si de verdad lo quieres disfrutar. Con esto quiero decir que no puedes tener una idea demasiado rígida sobre la literatura, de lo contrario puede desarmarte, o algo mucho peor, como resultarte naíf o directamente insustancial. Tiene una portada muy insinuante donde se muestra un pasillo con una zona a oscuras, bastante parecido a los pasillos de algunas películas de David Lynch, siniestro e incitante al mismo tiempo. Uno desea adentrarse en él y, sin embargo, teme hacerlo. Da igual si en el interior del libro algunas historias son jocosas, casi siempre sentimos un escalofrío al pensar en ellas, unas veces por las fotografías que las acompañan y las dotan de ambigüedad, impidiéndonos estar seguros de si son reales o no; y otras por las minuciosas plantas de casas o pisos en los que alguien ha bloqueado la puerta de su dormitorio desde dentro, pregunta por sus hermanos muertos o se niega a ir al cuarto de baño porque para llegar a él es necesario atravesar pasillos oscuros como el de la portada o como los de algunas películas de David Lynch.
Si en Artefactos importantes y propiedades personales de la colección de Lenore Doolan y Harold Morris, incluidos libros, ropa y joyas Leanne Shapton nos contaba, a la manera de Georges Perec en Las cosas, la historia de los objetos que llenaron y dieron significado a la historia de amor entre dos personas, en Libro de visitas: Historias de fantasmas nos cuenta la vida íntima de ciertas imágenes y también la vida íntima de ciertas historias sin imagen, a las que ella les proporciona varias series de acuarelas y dibujos para ilustrarlas. Son, por así decirlo, imágenes con fantasma y fantasmas sin imagen. Son lo que les sucede a nuestros álbumes personales cuando dejan de pertenecernos, por muerte, por ausencia o por cambio de costumbres, y alguien los malbarata en rastros o tiendas de antigüedades, disfrazadas sus fotografías de «documentos de otras épocas», «lugares del crimen» (tal como definía Walter Benjamin a las fotografías de Eugene Atget) o «indicios narrativos» en busca de un detective capaz de ensamblarlos y crear con ellos una historia. Su lectura, por lo tanto, no requiere a lectores convencionales, incapaces de ir más allá de las definiciones clásicas de literatura, sino de exploradores. Yo mismo me veo como alguien adentrándome en la inmensidad blanca de los polos o en la espesura verde de cualquier jungla o bosque, leyendo los diferentes capítulos o narraciones con la sensación de que, más que leerlos, debo vivirlos, más que imaginarlos, debo experimentarlos.
Leanne Shapton nos cuenta historias de tiburones y nos sorprende con el de Groenlandia, porque «es un habitante de los mares profundos del Polo Norte. Sin embargo, de vez en cuando se lo ve por aguas neerlandesas. Su carne es tóxica y solo puede consumirse si se prepara de manera especial. La piel de este tiburón se usa para encuadernar libros. Los tiburones de Groenlandia son omnívoros. Los científicos han encontrado en su estómago restos de reno, perros, gatos e incluso un oso polar. Unos crustáceos llamados copépodos se adhieren a los ojos del tiburón de Groenlandia y lo arañan. Las cicatrices que le causan en la cornea afectan a la vista del tiburón y, con el paso del tiempo, lo dejan ciego. Mi padre solía decir que a la carne del tiburón de Groenlandia le cuesta morirse. Puede estar viscosa, pero la tocas y el tiburón se mueve. Sigue vivo aunque su carne esté podrida». El tiburón mismo se convierte en fantasma, fantasma de las profundidades marinas, en cuya superficie nadamos a menudo con miedos en muchas ocasiones infundados, creyendo que algo bajo el agua puede rozarnos o atacarnos de pronto, del mismo modo que a veces tememos adentrarnos en una casa a oscuras, sobre todo si no es la nuestra, porque nos da la sensación de que alguien o algo puede aparecer repentinamente y reclamarnos algo que no tenemos. Los fantasmas de este libro pueden, de hecho, aparecer en cualquier parte (en casas encantadas, piscinas o cuadros antiguos) y metemorfoseados en animales, plantas, piscinas o sábanas flotantes (que era como nos los imaginábamos cuando éramos pequeños). Libro de visitas: Historias de fantasmas se lee, por lo tanto, con suma inquietud porque es difícil prever en qué momento aparecerán los fantasmas en cada capítulo o historia, pero también de forma muy divertida si los fantasmas son avisos que le llegan a un tenista para que sepa intuir y responder las voleas de su contrario.
Este magnífico libro nos advierte sobre algo obvio: las imágenes nos superan con creces, y la mitad ya se han convertido en objetos errantes sin vida. En fantasmas. Ya no representan a nadie en concreto ni nada en concreto. Vagan porque no son reclamadas por sus dueños, seguramente muertos, y tampoco tienen una historia donde cobijarse. Algo así convierte a cualquier historia posible en una historia de visitas y a cada uno de los lectores potenciales de esas historias en huéspedes de imágenes fantasmas. Las llamo imágenes fantasmas o imágenes errantes porque en esta ocasión aparecen con los atributos que les ha proporcionado Leanne Shapton y la próxima vez podrían aparecer con los que les proporcionemos nosotros, si así lo queremos. No son imágenes con dueño, no son imágenes con hogar. Llegan a nosotros y en el momento mismo de entrar en contacto con nosotros, en caso de conseguir hacer su magia, la magia que Leanne Shapton les quiere proporcionar en este libro superlativo, nos sacan de la lectura y nos conducen a otras imágenes, a las que entonces somos nosotros quienes les proporcionamos un hogar, una historia. Este libro nos recuerda nuestras obligaciones con las imágenes, que son nuestras obligaciones con el pasado, con todos los muertos y con todo lo que los definió, con todo lo que les perteneció y que ahora nos pertenece a nosotros y nos define a nosotros, a no ser que solo queramos ser definidos en presente, como si nunca antes hubiésemos existido.
Una de las historias de este libro se titula Patricia Lake, y trata sobre dos amigos o amantes que se ven en dos ocasiones después de haberse separado, con trece años de diferencia entre ambas. Las dos veces él le cuenta al otro o a la otra la misma historia, la primera vez sin que le interese mucho al oyente, que es quien nos la cuenta a los lectores, y la segunda con mejor fortuna. Se trata, por tanto, de una historia contada dos veces, una dentro de la ficción y otra fuera, una contada a un personaje del libro y otra contada a los lectores que leemos el libro. El narrador que cuenta la historia dentro habla sobre el fantasma de una mujer con quien él mantuvo una larga conversación y a la que reconoció porque la había visto previamente en un documental. Ella le expresó su asombro al narrador por vivir en Nueva York, también su sorpresa al comprobar la importancia de los ordenadores en la vida moderna y, poco antes de desaparecer, le dijo que veía cuerpos en las ondas de las emisoras de la radio. La historia se habría quedado ahí si a mí no me hubiera picado la curiosidad el nombre del relato, que no se mencionaba en ningún momento del mismo: Patricia Lake. «¿Quién era?», me pregunté. «Seguramente —pensé— era alguien imaginario. Alguien imaginario como quienes aparecían en el resto del libro, todo él un cúmulo de invenciones con carácter ante todo lúdico». Pero me equivocaba. Cómo me equivocaba. Patricia Lake existió realmente. Fue la hija ilegítima de la actriz Marion Davies y el magnate William Randolph Hearst, algo desconocido para el mundo entero hasta la muerte de ella, cuando uno de sus hijos, siguiendo sus deseos, leyó un comunicado donde ella reconocía ser hija de los mencionados.
Patricia Lake nunca supo su fecha de nacimiento. En la partida de nacimiento aparece 1919, mientras que en el impreso del hospital donde ingresó su madre para dar a luz aparece 1921; en otros documentos las fechas son de 1920 y 1922. Se cuenta que su madre se la dio a su hermana porque esta última había perdido un hijo, para cubrir su ausencia porque ella había intentado suicidarse poco después de la muerte de su primogénito. El primer marido de Marion Davies secuestró a Patricia Lake siendo ella muy niña y creyendo que él había sido su verdadero padre. Poco más tarde, varios detectives contratados por Hearst se la devolvieron a su madre, aunque luego ella tuviese que devolvérsela a su primer marido, después de un juicio devastador. Todo esto, y muchas cosas más que podéis descubrir vosotros haciendo una búsqueda en internet, convirtió a Patricia Lake en el fantasma perfecto, un fantasma en vida y también ya muerta, como aparece en el libro de Leanne Shapton, donde dice ver cuerpos cuando oye la radio, porque ella misma fue locutora de programas de noticias y dramas radiofónicos durante muchos años y sabía, por consiguiente, que nadie puede escuchar una voz o leerla por escrito sin que una imagen se le aparezca de repente, para proporcionarle una forma y una identidad, para convertir esa imagen en un relato.
—————————————
Autor: Leanne Shapton. Título: Libro de visitas: Historias de fantasmas. Editorial: Comisura. Venta: Todostuslibros.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: