Un cientista político de gran prestigio y larga experiencia explicó pulcra y objetivamente en televisión los resultados de su última encuesta nacional y unos minutos después nos confió a sus amigos por WhatsApp esta sentencia: “Si Milei fracasa estamos jodidos, y si triunfa también”. Lo primero no requiere explicación; lo segundo es menos evidente, porque alude a los planes que el León tiene para cuando el éxito económico le suelte completamente las manos y le permita rediseñar a su capricho la democracia argentina. No se trata, como parece, de un secreto hermético e inconfesable, sino de una verdadera jactancia que es ya propalada sin complejos melindrosos y a los cuatro vientos. De hecho, fuentes del Triángulo de Hierro se han ocupado en deslizarles a algunos de los más notorios cronistas del país que el eventual triunfo del plan de estabilización financiera y monetaria —si superara sus inconsistencias pendientes— y una consecuente reactivación vigorosa —si de verdad se sintiera a gran escala y en el bolsillo—, habilitarían la chance de avanzar a paso redoblado sobre el sistema político e institucional.
Desembozadamente le han dicho a Jorge Liotti que buscan crear ahora una hegemonía libertaria, y que esta incluiría una reforma de la Constitución nacional; le han contado a Santiago Fioriti que la consigna presidencial interna se traduce en el reconocido lema “es ahora y es con todo”, y le han revelado a Claudio Jacquelin su intención de establecer “un nuevo orden”. Este maximalismo triunfalista, que sin embargo se traduce en fría determinación y se cocina a fuego rápido en la Casa Rosada, recorre como se ve las palabras cristinistas que más escalofríos produjeron en el campo republicano y luego en la sociedad abierta e independiente: ir rápido por todo, meterle mano a la Carta Magna para institucionalizar una sola cosmovisión ideológica y conseguir con ello fundar un régimen de partido único. No se trata, repito, de una inferencia o una especulación de los columnistas, sino de un programa que ya está en marcha, que no es oculto sino explícito, y que por otra parte encaja perfectamente en la teoría del populismo de derecha, que acaba de darle una paliza electoral al liberalismo clásico en los Estados Unidos y que en nuestros lares ha adoptado una astuta pero inquietante praxis en espejo con el populismo de izquierda: todo lo que antes estaba mal ahora está bien, y viceversa. Así funciona esta suerte de kirchnerato invertido con el que el inefable Topo del Estado ha alcanzado no pocos logros en materia gestionaria, en el territorio de la narrativa e incluso en el dificultoso juego de la gobernabilidad.
Esta misma semana lo ha puesto negro sobre blanco otro politólogo célebre y lúcido, Natalio Botana: “El estilo del kirchnerismo no ha muerto, permanece en Milei con mucha vitalidad”. Una cuenta de X, atribuida justa o injustamente a Santiago Caputo, elaboró una suerte de respuesta a todos estos reparos: “Para neutralizar una fuerza se necesita una de igual intensidad y sentido contrario.No se puede combatir al kirchnerismo siendo moderados”. De inmediato el Presidente de la Nación le dio visibilidad y respaldo a esa idea: “Nota para los tibios pelotudos cultores de las formas sobre el contenido. Fin”. El asunto es controversial y espinoso, y apoya la famosa premisa de que para acabar con la antropofagia hay que comerse al caníbal, o que para terminar con la delincuencia podríamos legalizar el gatillo fácil y la policía brava. Exige además que mucha gente cierre los ojos, se traicione a sí misma y le perdone al general Ancap lo que no le perdonaría jamás a la Pasionaria del Calafate. La discusión entre fondo y forma representa, por supuesto, una gran falacia según la cual las reglas no son importantes y pueden ser violadas para alcanzar el objetivo añorado: un camino venenoso que llevó a los argentinos de distintas generaciones a la negación, a la complicidad, al desencanto y luego al más doloroso arrepentimiento. Sabemos más o menos cuál es el “fondo” o el “contenido” en cuestión para alguien que pretende destruir el Estado y entronizar el mercado total a cualquier precio. Y también cómo es imprescindible, para cumplir esa ambiciosa meta, sacar para siempre de la cancha a los “colectivistas” de cualquier pelaje: peronistas, radicales, desarrollistas, socialdemócratas, liberales, librepensadores y conservadores con pruritos institucionalistas. El presunto Partido del Estado (Agustín Laje dixit) y sus “fieles esbirros”: los periodistas que cuestionan el nuevo relato y los jueces que fallan en contra de esta “revolución” reaccionaria. Reducir las “formas” al maltrato verbal que reciben los disidentes es una picardía que disculpa la explosiva agresividad del mandatario y la acción canceladora de sus guerrilleros digitales, pero banaliza todo el problema. Porque, la verdad: ¿serán también simples cuestiones de forma respetar la independencia de poderes y el rol del Parlamento? ¿Y esas y otras “formas” no serán, precisamente, las vigas maestras de la democracia liberal que intentan resetear con ideas hegemónicas de nuevo cuño? ¿Será que nos enredamos en “formas” baladíes quienes defendemos el consenso republicano y preferiríamos no remplazarlo por una “autocracia soft”? Ese último concepto pertenece a otro “comunista” —Paul Krugman— al describir el modelo que Trump insinúa, que Orban abraza y que la Internacional de la Nueva Derecha discute, anhela y acaricia. Está de moda este extremismo derechoso que en nombre de Occidente viene a cargarse la democracia occidental. Pero se pueden tener convicciones firmes y fortalezas para avanzar sobre la burocracia corrupta y desmontar las mafias y desregular una administración absurda y venal, y atraer inversiones sin la necesidad de inventar un régimen ni buscar una eternización o una supremacía. Se pueden tener sueños grandes sin caer en gigantismos, y se puede vencer a los enemigos sin la obligación de adoptar sus mañas y temperamentos. Ya aprendimos: un clavo saca otro clavo. Pero así siempre nos quedamos con un clavo, compañeros. Y es preferible un “pelotudo tibio” que un autócrata caliente. Ojalá que Javier Milei no fracase, ni que al triunfar nos haga fracasar a todos.
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*Artículo publicado por el diario La Nación de Buenos Aires
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