«Nací en luna nueva del setenta y uno, a la vera de agosto y sus exilios de playa. ¿Acaso eso me hace distinto a ti?, ¿no temo como tú el caer de la noche?, o, ¿lo que traiga el día siguiente?, ¿no aspiro, como tú, a que cuando el primer rayo de sol toque nuestro cabello, sepamos cuál es la voluntad del sol? Mi camino está hecho de rosas y de cardos, se ha fraguado en niños amordazados que no osaron tirar piedras a las ventanas. ¿No has venido aquí para que a ese niño que olvidaste arrinconado le crezcan flores en las manos? ¿pétalos en los labios? ¿pájaros en los bolsillos que le eleven más alto que el aire?». Con estas palabras se presenta Francisco Javier Expósito Lorenzo, poeta, escritor, periodista y editor, del cual ofrecemos a continuación una selección de sus aforismos.
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De Pájaros en los bolsillos (La Huerta Grande, 2015)
Génesis de Dios
Y la luz, se hizo.
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Juan Gallina
Juan nunca salió del granero. Sus padres, vecinos nuestros, le tenían encerrado a cal y canto porque no querían que nadie en el pueblo se enterara. De pequeño, mi hermano y yo, nos escapábamos de clase para verlo, recorriendo un pasadizo que habíamos cavado bajo el vallado de separación de las granjas. Acurrucado en su nido, Juan temblaba, sonreía, y piaba un poco al advertir nuestra presencia. Nunca dijimos nada a los mayores, sólo nos mirábamos con tristeza cuando la madre de Juan llegaba a casa y le traía a la mía los huevos que religiosamente pagábamos. «¿Os ha hecho algo la tortilla?, ¿por qué no mojáis la yema?», solía regañarnos mi madre viendo que no tocábamos el plato. Nosotros, niños que éramos, nunca entendimos que tuvieran a Juan encerrado en el granero sólo por poner huevos de vez en cuando.
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El asesinato de Petra Aparecida
A Petra Aparecida la mataron un año sin calendario, en un pueblo sin nombre, a la puerta de una iglesia por construir, delante de sus hijos no nacidos, con una pistola sin balas, un enamorado falto de corazón. Nadie, nadie, pudo llorar su cuerpo.
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De Juegos de empeño y rendición (La Huerta Grande, 2016)
Por qué te empeñas.
Porque soy yo
Pues deja de ser tú.
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¿Alguna vez viste al sol o a la luna empeñarse?
¿Alguna vez les notaste esforzados en el cielo?
¿Alguna vez tembló su luz o faltó un solo día?
No, el sol y la luna estaban rendidos en el cielo
Y se sostenían sólo con ser lo que eran…
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Dicen los ángeles que «los seres humanos son tortugas recién salidas de sus huevos que temen aventurarse hacia el mar».
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Despertarse es, no lo dudes, comenzar a vivir con ese desconocido que eres. Pasar de la montaña a la nube y de la nube a la montaña. Hacerse viento y agua el día menos pensado.
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¿No te has dado cuenta? Soltar el comienzo del hilo es desvanecer el laberinto. Ser parte del ovillo que contiene la madeja que da de beber a todos los hilos.
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Si no soltamos de pequeños ni un peluche, cómo no nos va a costar de adultos soltar nuestros viejos pensamientos, nuestras antiguas fotos, los hábitos que repetimos, los seres queridos…Soltar comienza por la s de solo. Y hay que estar solo para saber soltar. Renunciar a lo adquirido un día para abrirse a lo nuevo que habita en nosotros…olvidarse de que se fue alguna vez dueño, de que alguna vez algo fue poseído…
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Cuando mi alma dejar de participar en la belleza del mundo aparece el mal.
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Lo afirmo, lo decido, lo decreto, me rindo…a las azucenas, a los mirtos, a los ruiseñores, a las águilas, al agua de los torbellinos, al agua de los manantiales, a los tumultos, a las soledades, al dolor que nace de mi boca, a la caricia que dora mi carne, a la estrechez de la tristeza, a la abundancia de la alegría…
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De Somos Tierra Santa. La Paz de Melville (La Huerta Grande, 2019)
Todos somos Tierra Santa, Melville, lo sabes ya en tu sin tiempo…tu viaje no es más que un intento de encontrar esa paz buscada sin consuelo a través de la escritura, ese huevo de Dios que al romper el cascarón de tu mente, alumbre tu alma.
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Una peregrinación es una inmersión en las profundidades de un mar abierto. Hay que atreverse, se esté o no en el misterio.
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Una comprensión nueva se abrió camino, se hizo presente esa noche mientras contemplaba el cielo en la cima del Monte Carmelo, a solas con mi alma. Somos los Santos Lugares como lo son los luceros y las nubes, alumbremos o velemos, acogiendo todo lo que nos ilumina y oscurece. Somos Tierra Santa porque en nosotros moran la muerte y la resurrección…había venido al viaje, sí, pero no había Santo Lugar que ir a buscar, porque el Santo Lugar era mi alma y la de cada uno de los otros; no había Tierra Santa a la que peregrinar, porque la tierra estaba en mí y en todos, nuestros cuerpos eran tierra santa…
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Nada mejor que caminar sobre el barro para ser más consciente del cielo, o acaso ¿hay algún santo que antes de su iluminación no haya sido partícipe de algún vicio o desmesura?
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El espíritu no necesita más casas que el aire que entra y sale de nosotros a cada momento, en cada inhalación y exhalación, como un camino perpetuo que nos llena y vivifica. Al espíritu no se le pueden colocar muros ni adjudicar ruinas.
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¿Hay algún artículo de derecho en nuestras constituciones que respete y garantice la libre expresión interior del ser humano, y guarde su dedicación a ella al menos una vez al día?
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Intenté llevarme agua del Jordán, deseé meter el río en una botella de plástico y retener su fuga, frenar lo irrefrenable, capturar la vida y separarla de su cauce. Supongo que por eso ennegreció el agua al poco de sentirse atrapada en el plástico. No me di cuenta de que el río ya lo llevaba en mis adentros…el Jordán era estoy que soy. Agua santa.
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Los muros se pueden usar siempre de dos formas cuando ya están levantados: como barrera de defensa o como punto de fuga hacia la libertad mediante su derribo. Este muro de Jerusalén es el símbolo de los símbolos, contiene lo uno y lo otro, como la luz contiene su sombra o el amor al odio…en este sacrosanto sitio reposan la unión y la fe más verdadera y también la división y el rechazo más ardientes. Esta es la contradicción que habita en muchos de nosotros, el entregado y el resistente, el empeñado y el rendido.
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Sentirse es reconocerse, reconocerse es amarse, amarse es fundirse, fundirse es soltarse, soltarse es perderse en el otro como si el otro fuera uno mismo y sentir lo que siente, amante y amado, amado y amante, llama y ojo, ojo y llama.
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Todo fueron momentos como piedras que sirven al propósito de no bajar de la montaña a por más piedras. ¿Y puede uno negar que esto no fue parte del camino y sentido para que llegara lo otro? ¿habría luz sin estar antes todos a ciegas?
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La tierra no es de nadie porque nos fue dada a todos. Saber eso da tranquilidad. Que son patrias, naciones, Estados, propiedades, sino el derecho que se concedieron algunos a sí mismos para negar a otros de su especie aquello que nunca tuvo dueño. No hay tierra palestina o árabe como no hay tierra judía ni cristiana. La casa la lleva uno siempre a donde va, porque donde está uno, allí está su propio templo, su tierra santa, el santo lugar que es. Y esa tierra es de todos como lo es nuestra alma.
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De Comprender el desierto es comprender el mar (La Huerta Grande, 2021)
Entendí que comprender el desierto es comprender el mar, que el desierto que ahora es desierto devendrá mar, y el mar que ahora es mar devendrá desierto, porque mar y desierto son lo mismo, misma cosa de lo uno y su vacío que es todo.
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Contando los granos de arena no te ganarás el infinito.
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El dromedario es un proscrito de los bereberes que huye cada noche, vacía su rabia en la arena y vuelve cabizbajo al alba, recogido por el camellero como un niño pillado a punto de dejar la escuela.
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No pienses, no pienses, pues el pensamiento es como una mota de polvo que nunca llega a hacerse arena, es como una chispa de agua que nunca llega a hacerse gota.
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No necesito mis ojos, no necesito ver mis pasos, no necesito nada de mí para andar este camino, para seguir hacia el centro que no tiene centro.
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Omar es amor y amar es la rama que lleva al único cielo que conozco.
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…ahora sabes que algo dentro grita muy profundo, «¡tu hogar reposa en el silencio del desierto!, ¡tu hogar arde en la lumbre de la montaña!, tu hogar es el aroma del bosque respiras!»…y llorar al saber que la libertad es tu casa, que ni la tierra que pisa o el universo que intuyes tiene trazo alguno que defina el hogar que es tu alma.
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De Lulu en la jaula. Una fábula de la sabana (La Huerta Grande, 2023)
A veces la jaula nos parece el hogar más seguro. Allí somos pájaros sin alas que al final olvidan hasta incluso que fueron pájaros. Por eso, cuando un día nos abren la puerta, resulta que no entendemos, convertidos en una parte más de la jaula, nuestras plumas de antes ahora barrotes que nos separan de la vida que no es propia.
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A veces uno confunde a su padre o su madre con una jaula o a la jaula con su padre o su madre.
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El miedo nunca da a luz nada que perdure. El miedo se perpetúa con el miedo.
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Si queréis profundizar en la vida de un ser humano, adentraos en sus ojos con el sentir del alma. Hay en el iris de Julius una soledad del tamaño de un hipopótamo. El miedo a estar solo te separa y a la vez te acerca a tu valor más profundo; parece un sinsentido, una afirmación que se niega a sí misma, y sin embargo, ahí reside la chispa del secreto: al huir primero y acercarte después, todo el miedo y el valor se igualan a cero, abriéndose paso lo que aguardaba en el centro mismo sin haber sido visto antes. Lo más valioso del ser humano surge cuando uno confía en la nada.
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«Estos blancos no saben que el águila tiene el don de la clarividencia, que cuando sobrevuela la tierra no ve países, no sabe de fronteras o propietarios, no comprende el significado de una reserva porque desde las nubes el mundo no tiene marcas. El águila sólo contempla árboles, lagos y ríos, seres que van y vienen, cada uno con su vida a cuestas».
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¿No somos acaso hijos e hijas de la Tierra, eslabones de una cadena cósmica que llevan en su ADN el núcleo de la verdad que está más allá del sueño…? Y pese a esta intuición, seguimos fabricando jaulas e ideando reservas, maltratamos a los animales negándoles su esencia divina, aceptamos los designios de los oligopolios y los gobiernos que nos inmolan alentándonos a retarnos en conflictos, apiñándonos como a puercos dentro de un establo.
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Nadie te prepara para el oleaje de la adolescencia llevándote de la mano por el puente que cruza del niño al muchacho. Llega como un tsunami a tu cuerpo y te ahoga. La adolescencia desintegra una parte de nosotros y nos entrega otra que no sabemos de dónde vino, y sin embargo conviven ambas, luchan durante un tiempo, entregadas a la angustia de mirarse de continuo al espejo, de retarse con ese otro yo a zarpazos, a cornadas, a mordiscos, a carreras y cánticos que atiborran el aire de frenético entusiasmo.
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Palabras de Lulu: «Todos llevamos un águila dentro que cuando más abatida parece de repente nos eleva en vuelo. Todos somos también ese pájaro que se acostumbra a estar en la jaula. Y esa es la gracia de ser humanos. Y ese es el misterio de la presencia del Gran Espíritu. Somos la libertad y somos el prisionero, somos el pájaro y somos la jaula. Nosotros elegimos”.
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