En su documental de 1973 F for Fake (titulado Fraude en español), Orson Welles promete al espectador que todo lo que va a ver durante la siguiente hora es real, y lo que sigue es la historia de Elmyr de Hory, un falsificador de arte afincado en Ibiza sobre el que, hacia el final de la película, se revela una rocambolesca trama que implica a la propia pareja de Welles, Oja Kodar, y a Pablo Picasso.
Atendiendo al ejemplo de Welles, aunque a la inversa, me toca avisar que la historia que sigue, la de Pedro Ramón Ciaram, el primer asesino en serie de Extremadura —y uno de los primeros de España—, es absolutamente falsa, por más que durante el último siglo, y más especialmente en estos últimos años, se haya difundido por distintos medios —prensa o programas de radio— como si fuera real.
Al final del texto haré las aclaraciones pertinentes.
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Nacido en Jaráiz de la Vera en 1817, en una familia de clase media-alta, Pedro Ramón Ciaram pasa sus primeros años de vida en Madrid, de donde era originaria su madre —profesora de primera enseñanza— y donde, cuando Ciaram era un niño, se instala toda la familia. Ciaram estudia en los Escolapios y más tarde aprende el oficio de ebanista, hasta convertirse, siendo todavía muy joven, en uno de los más reputados de la capital del reino.
Una enfermedad de pecho le obliga a dejar Madrid y regresar a su Extremadura natal, donde al poco tiempo contrae matrimonio con una joven llamada Gabriela, hija de un cirujano afincado en Casas de Belvís, una pequeña aldea cercana a Navalmoral de la Mata.
En el contexto de las Guerras Carlistas, se convierte en alférez de la Compañía de Voluntarios en defensa del Valle del Tiétar y la Vera; la misión de estas compañías es defender las zonas rurales de las partidas de los “latrofacciosos” carlistas que campan por todo el territorio español y que a menudo eran simples grupos de bandoleros sin ninguna ideología política.
En su municipio, Casas de Belvís, y pese a la buena procedencia de su familia y la de su esposa, Ciaram pronto se gana fama de hombre retorcido, llegando incluso a ser procesado por desacato a la autoridad y falsificación de documento, aunque se le declara inocente. Entre sus amistades, además, se cuenta uno de los bandoleros más famosos de la zona comprendida entre Navalmoral de la Mata y Talavera de la Reina, un sujeto apodado El Tuno, a quien Ciaram finge perseguir por los montes en su calidad de miliciano, aunque secretamente son cómplices en diversos delitos.
En cierta ocasión, Ciaram llega a un acuerdo con El Tuno para asaltar la vivienda de un rico comerciante de Casas de Belvís: el comerciante, llamado Mateo Benito, ha confiado a Ciaram el lugar donde esconde una gran parte de su fortuna, y El Tuno y sus secuaces torturan a la esposa del comerciante y se hacen con el dinero, que luego reparten con Ciaram, sin que jamás se sospechara de la participación de este.
Más adelante, también en complicidad con El Tuno, Ciaram participa en el asalto a la casa de un amigo suyo en La Pueblanueva, localidad anexa a Talavera de la Reina, adonde viajan desde Belvís de Monroy una noche. Para evitar que lo reconozcan, Ciaram asesina cruelmente a una criada, siendo este el primero de sus crímenes. Esta vez sí que se sospecha de él y llega a ser procesado, pero un error en las fechas de unas actas judiciales le sirve de coartada y lo libra del presidio.
Con la certeza de haber sido delatado por su amigo El Tuno en el crimen anterior, Ciaram decide vengarse y tiende una trampa al bandolero, que es apresado en un pueblo de la Vera. Ya en prisión, El Tuno muere poco después sin revelar nunca su relación con Ciaram.
Ciaram comete su siguiente crimen en solitario. Tras una timba de cartas en la casa del vicario de Belvís de Monroy, un tal Manuel Pérez Romero, se esconde en un armario para, en mitad de la noche, robar el dinero que este planeaba llevar a Cáceres al día siguiente. Lo hace tras asesinar a sangre fría al propio vicario, a la madre de este y a una criada. A su amigo el vicario prácticamente lo decapita. En total son ya cuatro las víctimas mortales en su cuenta.
De nuevo Ciaram es considerado sospechoso y es encarcelado, pero resulta otra vez absuelto por falta de pruebas. Todos en el pueblo desconfían de él, por lo que abandona Belvís de Monroy para instalarse en el cercano pueblo de Almaraz, donde vive una de sus hijas, ya casada.
A finales de 1867, Ciaram comete la que será su última fechoría. Junto a su hijo y otros cómplices asalta la casa del administrador de una finca próxima a Almaraz. Para llegar a ella asesina al mozo de barrera de un puente a la salida del pueblo, y luego, ya en la vivienda, al propio administrador y a su esposa embarazada, sumando así tres víctimas más a su historial.
La Guardia Civil los descubre en pleno asalto y se produce un tiroteo. Los criminales escapan, aunque uno de ellos resulta herido de un disparo. Ciaram, pese a que con ayuda de su esposa se había preparado una coartada fingiéndose enfermo, es detenido cuando el asaltante herido, que se había refugiado en los montes, se entrega a las autoridades por el mal estado en que se encuentra, delatando luego a sus compañeros.
Todos ellos son condenados a la pena capital, salvo el hijo de Ciaram, que recibe una cadena perpetua. El juicio tiene lugar en Cáceres en agosto de 1868, y una semanas después, cuando se está preparando el patíbulo para la ejecución de los reos, en una ventana de la prisión aparece colgado un cartel que imita el formato de un cartel taurino, en el que los propios reos, junto con otro condenado a muerte de la localidad de Sierra de Fuentes, se presentan como astados dispuestos a morir para entretenimiento del público. Ciaram, por supuesto, es el autor de la broma macabra.
En los días anteriores a la ejecución se inicia en toda España la Revolución Gloriosa, y el nuevo gobierno concede a los reos la conmuta de la pena capital por la perpetua. Aun así, Ciaram muere en prisión al poco tiempo a causa del maltrato al que le someten regularmente sus cómplices, encerrados junto a él.
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La historia de Pedro Ramón Ciaram es tan increíble que, nada más conocerla a través de algunos medios de los que hablaba antes —crónicas periodísticas actuales y podcasts sobre crímenes—, quise ahondar en ella.
El true crime está más de moda que nunca; yo mismo publiqué un libro acerca de un crimen terrible y lleno de misterios ocurrido en mi pueblo, Moraleja, en 1915 —el crimen de Malladas—, y en mi condición de autor del género, y también de vecino de la provincia de Cáceres, informarme sobre Ciaram se me antojó una especie de obligación profesional. Sencillamente, no podía concebir no saber nada del primer asesino en serie extremeño, y traté de poner remedio a la situación lo antes posible.
Lo primero que hice fue acudir a Google, por supuesto. Pero allí, exceptuando las referencias más próximas en el tiempo, que ya conocía, lo único relevante que encontré fueron algunos artículos académicos en torno al bandolerismo, en los que se citaba un pliego anónimo de 1877 titulado Historia del famoso ladrón y asesino Pedro Ramón Ciaram. El propio pliego estaba digitalizado y disponible en formato facsímil en distintas webs, entre ellas la de la Biblioteca Digital de Castilla y León, y lo leí y estudié con atención. Enseguida volveré a él.
La búsqueda la continué en las hemerotecas digitales históricas más importantes de nuestro país: la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica —dependiente del Ministerio de Cultura— y la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. En ellas, para mi sorpresa —y pese a probar distintas variantes del nombre y apellido del protagonista y de otros personajes de la historia—, no hallé más que una única referencia al asunto. Ninguna había, en cambio, en las hemerotecas digitales de diarios ABC o La Vanguardia, que si bien no habían sido fundados aún en los años en que Ciaram cometiera sus crímenes, podían haber recogido alguna información sobre estos en décadas posteriores.
La ausencia casi total de noticias sobre Ciaram ya me puso en la pista de que algo raro sucedía. Para colmo, la referencia solitaria que mencionaba antes estaba fechada más de sesenta años después del crimen, en diciembre de 1930. Se trataba de un artículo publicado en Nuevo Día: Diario de la provincia de Cáceres y firmado por un tal José Ibarrola, escritor y abogado vasco afincado en Extremadura, el cual se ubicaba en una sección titulada a su vez “Recuerdos del tiempo viejo”.
José Ibarrola no había podido conocer de primera mano los crímenes de Ciaram porque ni siquiera había nacido cuando estos sucedieron: lo que publicó Ibarrola fue mero un resumen de la vida y obra de Ciaram tomando como única fuente el ya citado pliego de 1877, la Historia del famoso ladrón y asesino Pedro Ramón Ciaram, considerándola una fuente historiográfica fidedigna. Y ese fue, ya lo adelanto ahora, el error que lo complicó todo.
Tras haberme pasado tres años hojeando prensa y documentación histórica para investigar el crimen de Malladas, si algo tengo claro es que, ya desde mediados del siglo XIX, cualquier crimen medianamente truculento que ocurriera en España, así como su posterior juicio —si lo había—, iba a ser ampliamente seguido y comentado por los periódicos tanto regionales como nacionales e independientemente de la línea editorial de estos; el gusto del público por la sangre y el morbo, huelga decirlo, no entendía de ideologías.
Así, una vez confirmado que los crímenes de Pedro Ramón Ciaram no habían tenido cabida en la prensa de su época, ya no me cabía apenas duda de que este no había existido nunca: toda la información relativa a él o a sus crímenes —la misma que yo he expuesto antes— es la contenida en el mencionado pliego de cordel de 1877, la Historia del famoso ladrón y asesino Pedro Ramón Ciaram. Esto es, la contenida en un texto literario de carácter popular. En una novela, vamos. Una ficción.
Pedro Ramón Ciaram jamás existió fuera de la literatura hasta que José Ibarrola —involuntariamente o con intención de entretener al lector— tomó el pliego de 1877 como fuente para su artículo de 1930. Y a su vez, tomando ese pliego y el propio artículo de Ibarrola como fuentes, otros han reproducido el error ya en nuestros días, y eso a pesar de que en ese pliego —en esa novela— ya había elementos más que suficientes como para desconfiar de su veracidad sin necesidad siquiera de consultar otros documentos judiciales o periodísticos. Bastaba con usar el sentido común.
Para empezar, ¿qué clase de apellido es “Ciaram”? Según algunas webs es un apellido de origen vasco, pero en cualquier caso en el buscador de apellidos del Instituto Nacional de Estadística no consta que sea un apellido extendido por Extremadura —ni por ninguna parte: es tan poco común que no consta siquiera en los registros—. ¿No parece mucha casualidad que el primer asesino en serie extremeño tenga un apellido tan poco extremeño, es decir, un apellido tan fácil de recordar, y por esto mismo tan literario?
Igualmente, ¿qué clase de niño nacido en Extremadura a mediados del XIX emigra a Madrid para estudiar en los Escolapios y aprender luego el oficio de ebanista? ¿Cómo se forja la amistad entre Ciaram y el bandolero apodado “El Tuno” —otro sujeto, por descontado, inexistente según los archivos—? ¿Cómo es posible que alguien sea procesado y absuelto hasta en dos ocasiones por delitos de sangre, como supuestamente lo fue Ciaram tras el asalto a la vivienda de La Pueblanueva y tras la matanza del vicario y su familia, y cómo recorrió, ya puestos, el trayecto de ida y vuelta desde Belvís de Monroy hasta La Pueblanueva en una sola noche, si son más de 180 kilómetros y lógicamente, por las fechas, no disponía de automóvil? Y para terminar, ¿cómo narices pudo Ciaram elaborar el cartel de la corrida de toros con los nombres de los reos estando encerrado en la cárcel de Cáceres, y cómo pudo el autor del pliego de 1877 hacerse con una copia del cartel para reproducirlo al final de su obra, si para entonces Ciaram ya llevaba casi una década muerto?
Podría aportar algún ejemplo más, pero creo que es innecesario. La historia de Pedro Ramón Ciaram solo se tiene en pie observándola como lo que es: un artificio literario escrito por alguien que conocía bastante bien la geografía cacereña y toledana y que, más allá de contar la historia de un asesino, estaba interesado también en abordar el fenómeno del bandolerismo carlista de aquellos años. Un autor anónimo del que solo sabemos —como consta en la portada del pliego— que estaba en la nómina de la imprenta Mares y Compañía, sita en la calle Juanelo, 19 de Madrid, mencionada al parecer por Galdós en una de sus obras y que en su día era conocida precisamente por sus publicaciones fabulosas sobre personajes tanto reales o irreales. Precisamente la última página del pliego recoge los títulos de otras de esas historias, protagonizadas, entre otros, por Roberto el Diablo, Napoleón o hasta el rey David.
Pedro Ramón Ciaram no existió jamás. Y sin embargo, mucho me temo que este artículo no bastará para deshacer el error, y que por el propio mecanismo de reiteración y reformulación de internet y de las redes todavía habrá más de una crónica y más de un programa de podcast que se ocupará de narrar nuevamente sus fechorías, presentándolas como reales.
Aunque a fin de cuentas, como decía Unamuno, tan real es el Quijote como Cervantes. Y tan real será Pedro Ramón Ciaram para el público que lea o escuche sobre sus crímenes imaginarios como lo sería si verdaderamente hubiera existido. Aunque no haya sido así.
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