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Personajes del periodismo

Personajes del periodismo

Los muchos años que hemos consumido ejerciendo la profesión periodística en los tres medios nos han permitido conocer a periodistas inteligentes, listos, tontos, torpes, protegidos, lumbreras en alguna especialidad, iniciados, terminales, infatigables y fatigados. También auténticos periodistas falsos, impuestos por conveniencia política de los recién llegados al poder. Y no hablo solo de hombres. También incluyo a algunas mujeres periodistas de carnet.

Desde el momento en que faltaban a su independencia profesional, tanto ellos como ellas, pasando a trabajar “al servicio de”, se apesebraban confiando en que el Gobierno controlaba a la empresa, pagando, generosamente con favores tipográficos, números especiales, páginas de propaganda, publicidad institucional, subvenciones y alabanzas al que mandaba, ovacionándole cuando acertaba y disculpándole cuando fallaba; pues era muy rentable pertenecer al partido autodenominado “progresista”, aunque el progreso sea únicamente para sus dirigentes, auténticos autores del retroprogreso de quienes no piensan como ellos.

Los buenos profesionales incontaminados afortunadamente eran más que los apesebrados. Pero a aquellos no se les veía, porque no les gustaba asomar la gaita. La independencia no se simula, se escribe.

Hemos conocido la aventura de falsos periodistas que eran distribuidos por las fuerzas políticas con mando en plaza para poder colonizar el medio, metiendo en plantilla a personajes pintorescos que pasaban por la Redacción (incluso ocupando puestos superiores) para ir ganando terreno.

"El asalto se produjo también en el área técnica, en la que sufrimos crisis de competencia"

Recuerdo que durante un poco de tiempo tuve como director a un personaje procedente de la maltratada Andalucía, que, cuando le nombraron y le pagaron las dietas de traslado, se compró un coche de ocasión que vino conduciendo desde Málaga hasta Valladolid ¡en segunda velocidad!, ignorando que el coche tenía dos velocidades más. Según contaba, le dijeron donde lo compró que era automático. Nos contó que, por el enorme ruido que producía el motor, tenía que ir despacio y parándose en todas las gasolineras y restaurantes de carretera para que se enfriara. Enhorabuena al fabricante: solo se quemó, en el último esfuerzo, la junta de culata cuando faltaban pocos kilómetros para alcanzar su destino. Una grúa los apropincuó a los dos.

Hubo otro cuya principal vocación no era el periodismo sino la ganadería de ovino y el pastoreo, y cuando sus mandamases dieron por terminada su labor de zapa, nada le importó que cambiara su falsa carrera periodística para volver a la ganadería de ovino, tan provechosa en la economía regional. Más de uno envidió su jubilación, bien pagada, y su retiro al campo deleitoso, ni envidiado ni envidioso, ¡oh fray Luis! Fue sustituido por otro que llegó con melena bizarra y, cuando se retiró tras unos años de duro bregar, le raleaba el pelo hasta dejar al descubierto el cartón, caso frecuente en este ejercicio profesional en el que muchos hemos dejado la cabellera. Se le motejó de “periodista de raza” (de raza blanca, supongo, pues no tenía absolutamente ninguna experiencia periodística, ni título que le avalara). Aplicaba bien los reglamentos, era trabajador fatigable y fiel al partido que le regaló una profesión. Leía tan deprisa ante el micrófono, ¡tan a matacaballo!, que era capaz de meter en tres minutos más titulares que ningún otro. El oyente le oía pero no le entendía. Si hubiera actuado con “sosegadas prisas”, como dijo el varilarguero del siglo XIX José Daza que era torear, hubiera sido un buen ejemplo. Nuestro veloz director se enamoró del oficio, al conocerlo de cerca, y tuvo algunos aciertos.

"Así se formaron algunas Redacciones durante los primeros años de la Transición. Con recién llegados al periodismo político, poco rentables para la empresa"

El asalto se produjo también en el área técnica, en la que sufrimos crisis de competencia. Conocí en el Área Técnica a un genio y a un simple. El genio diseñaba y construía unos equipos de retransmisiones, de pequeño tamaño, con conexión de varios micrófonos, que funcionaban perfectamente a pilas y a corriente. Inventó un aparato para encender desde los estudios en la ciudad los equipos emisores, distantes varios kilómetros, mediante impulsos eléctricos enviados por una línea microfónica. Cuando este genio de la técnica se jubiló, ingresó, tras un examen reglamentario, un mozo que venía recomendado “desde arriba”. Cuando digo “desde arriba” no me refiero a Dios Padre, sino a uno que aunque no era dios, era padre y muy influyente entre los políticos recién ascendidos. Cierto día, el joven técnico tuvo que desmontar parte de un emisor, cosa que hizo con presteza. Pero, tras corregir la avería, no supo volverlo a montar correctamente y estuvimos dos semanas emitiendo en vacío, sin que aquel emisor emitiera sonido alguno. Cuando un técnico titulado acudió para arreglar el desaguisado, no paraba de hacer elogios de las habilidades del incompetente.

En aquel tiempo los acólitos del falso progresismo solían saltarse a la torera la deontología profesional, de la que quizás muy pocos habían oído hablar o la creían doctrina del antiguo régimen.

A los redactores que poblaban las Redacciones de aquella radio no les importaba hacer de altavoces de las mayores sansiroladas —eran muchas— dadas a destajo por la bisoñez de los políticos recién llegados.

En aquellas Redacciones había periodistas de dos clases: los que dirigían y presentaban programas, con los que cubrían dos horas de la programación diaria, y los que se dedicaban a redactar noticias. Recuerdo que la producción de algun@s solía ser mínima. Conocí los casos de varios de ell@s que procuraban pasarse toda la santa mañana elaborando una sola noticia política, de un minuto y medio de duración, en la que lo importante era el testimonio oral del político de turno afectado o beneficiado por dicha noticia. Ni que decir tiene que dicho testimonio se estaba elaborando con exquisita precisión en la sede del partido.

Así se formaron algunas Redacciones durante los primeros años de la Transición. Con recién llegados al periodismo político, poco rentables para la empresa, ya que mientras unos producían dos horas diarias otros solo producían un minuto y medio. Muchos de ellos, y de ellas, una vez que eran ascendid@s o trasladad@s a las Redacciones de Madrid, se jubilaban en cuanto podían.

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