Antonio Vega fue muchas cosas, pero sobre todo era un tipo extremadamente sensible. No era un músico común al uso, era un virtuoso, muy alejado del típico cliché de la Movida referente a chavales que triunfaban de alguna manera antes de saber tocar. Antonio era un investigador, un científico en busca de notas nuevas, de acordes imposibles, de afinamientos de guitarra muy particulares para buscar sonidos, para buscar sensaciones y darse cuenta de «lo cerca que ando de entrar en un mundo descomunal, siento mi fragilidad».
La novela es extraordinaria por muchos motivos. Es valiosa por el testimonio directo de Ussía, convertido en narración desde la admiración que profesaba al ídolo con párrafos que atesoran muchos vatios de literatura de altos vuelos. Es valiosa porque relata una parte de la historia que no nos han contado del todo, un genocidio que se perpetró por todos lados y que acabó con la conciencia crítica juvenil de la época. Fueron miles los chavales que murieron jóvenes a consecuencia de las drogas que, por cierto, no se vendían en El Corte Inglés con plenas garantías de calidad y si no le gusta les devolvemos el dinero. No, qué va. Se vendían en sitios como Las Barranquillas, La Rosilla, La Celsa o Los Focos, entre otros poblados chabolistas llenos de peligros, mugre y miseria, con ratas más grandes que gatos que campaban a sus anchas entre chiquillos descalzos y yonquis enfermizos que se buscaban nuevas venas sobre la piel con espejos oxidados y raídos para inyectarse. Porque Antonio se drogaba, sí, como tantas otras estrellas del panorama musical. Y es aquí donde el testimonio de Ussía adquiere un tremendo valor como acompañante del cantante en recurrentes visitas casi diarias a Las Barranquillas en busca de las dosis con las que Antonio se refugiaba en su mundo tétrico-onírico. «Vaya pesadilla, corriendo con una bestia detrás. Dime que es mentira todo, un sueño tonto y no más. Me da miedo la enormidad donde nadie oye mi voz».
La novela también nos habla de una capacidad de trabajo de Antonio, muy superior a la de cualquier persona, capaz de encerrarse trece o catorce horas en los locales de ensayo para perfeccionar un tema o componer una nueva melodía. Y nos proporciona un gran abanico de anécdotas, como la vez que Paco de Lucía le saludó llamándole «maestro», término que le adjudicaban a su vez todos sus compañeros y músicos más o menos coetáneos.
A través de sus páginas conocemos también un mundo, el de la industria musical, que ya no existe, ya que ha ido evolucionando hacia otras formas, otras maneras de trabajar en las que el artista no es precisamente el principal actor. Pasa en música y pasa en literatura. Valga como ejemplo que antiguamente tocabas en una sala y te pagaban. Hoy en día el grupo alquila la sala y si saca la pasta suficiente para cubrir gastos o incluso ganar algo, bien, y si no, ajo y agua. Por no hablar de que la venta de discos murió con Internet y los grupos se ven obligados a multiplicar sus giras y directos. De hecho, la labor de Alfonso con Antonio, ese oficio consistente en hacer la vida fácil al artista, casi ha desaparecido, porque no hay dinero para esas extravagancias.
El vatio es la unidad de potencia y esta no entiende de repartos. Hay veces que se concentra en una sola persona y esa persona fue Antonio, que aun así se sentía como una gota de agua en un universo inabarcable. «En un mundo descomunal, siento tu fragilidad». Vatio es además una novela de aprendizaje del autor, Alfonso, junto a su ídolo, Antonio. Un Bildungsroman que retrata de manera extraordinaria la transición del autor desde un estado inicial (antes de la relación con el músico) a una madurez que quedará marcada para siempre por el recuerdo de Antonio, por su música y por su carácter.
Patricia Lee fue contratada por Steve Paul, mánager de Johnny Winter, para hacer la misma labor que Alfonso con Antonio cuando la cantante de Chicago era solo una joven que trabajaba en una librería y escribía poemas. Patricia Lee se convirtió en Patty Smith a través del músico albino. En Alfonso, un tipo con inquietudes y la voluntad de convertirse en músico, Antonio causó el efecto contrario, ya que comprendió que nunca podría llegar ni a la mitad de la creatividad del que también lideró el grupo ochentero Nacha Pop. A cambio y, visto lo visto, después de disfrutar y asimilar lo leído a través de las páginas de Vatio, hemos ganado un novelista de raza al que desde ahora es imprescindible seguir. «Monstruo de papel, no sé contra quién voy, ¿o es que acaso hay alguien más aquí?».
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Autor: Alfonso J. Ussía. Título: Vatio. Editorial: Coba Fina. Venta: Web de la editorial
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