Respetado Dan Brown:
Recuerdo que leí El código Da Vinci, en un primer encuentro con la obra, en circunstancias especiales para mí. Me lo regaló una amiga, y recuerdo muy bien que la novela acababa de salir en España y no la conocíamos. Era, pues, un libro nuevo, y para mí era usted un escritor completamente desconocido. Yo no suelo leer este tipo de libros, pero ya que me lo había regalado esta amiga (por mi santo, recuerdo), me decidí a leerlo, y lo leí. Me sorprendió, mucho, y me divirtió. Era un libro que se leía muy rápido, con capítulos bastante cortos, muy dinámico, con un contenido sorprendente, insisto. La verdad es que la historia y sus ideas calaron en mí, y consiguieron que reflexionara sobre algunos temas, puesto que yo soy creyente y tengo, creo, una profunda fe. Pero también creo en las metáforas, en el lenguaje simbólico, digamos, y pienso que Dios o la Biblia pueden hablar a través de estas metáforas, este lenguaje simbólico. En fin, creo que me estoy metiendo en un terreno problemático. Pero también lo hizo usted, y es posible que parte de su éxito se deba a su valentía al hacerlo.
Recuerdo que luego leí La fortaleza digital, y que incluso escribí una reseña para Qué Leer. Recuero que hasta llegué a hablar con la editora de Umbriel, que había publicado El código Da Vinci, en España, si no me equivoco. Luego un hermano mío me compró El símbolo perdido, en inglés, y lo leí en esta lengua.
Tengo verdadero interés en sus libros y desde luego he deseado aprender de su forma de narrar, de sus técnicas y modos narrativos y literarios, para mejorar yo mismo como escritor. Pero supongo que habrá muchos otros como yo.
También recuerdo que al poco tiempo de salir El código Da Vinci, que tuvo un éxito planetario, por decirlo de algún modo, muchos lo criticaron, y dijeron que era “malo”. Yo no sé muy bien a qué responde todo esto porque me parece muy injusto, pero supongo que la razón última está en sus contenidos, en sus temas, en sus ideas, en la polémica que pueden despertar.
Para mí el libro es vibrante, está escrito para enganchar al lector, para no darle tregua. Es un thriller, si no me confundo mucho. Creo que el autor, es decir, usted, no ha querido emular a Cervantes, por ejemplo, o a otro gran escritor, sino ser eficaz, profundamente eficaz. Creo que se ha documentado cuidadosamente sobre temas apasionantes, temas que tienen un gran potencial para interesar a muchos seres humanos, y de ahí también su gran éxito.
De ahí y que ha sabido plasmar muy bien en una novela, en una aventura, a medias policíaca, a medias caballeresca, a medias académica, también hondamente religiosa, histórica, puede que esotérica… esas ideas, esos contenidos. Pero lo que yo no olvido nunca es que estoy ante una novela, es decir ficción, y puede haber ficción en muchos rincones de la novela, empapándolos o incluso inundándolos. Estoy muy lejos de ser un experto en las materias que El código Da Vinci toca, pero acepto que el escritor ha podido imaginar, fantasear, por aquí y por allí. Y digo esto porque yo lo he hecho en algunas novelas mías, y ahora recuerdo, sobre todo, Fernando el Católico: El destino del rey, que también fue polémica (en mucha menor medida, por supuesto, que El código Da Vinci), y en parte por motivos semejantes, me parece, que el de su novela.
Considero que el arte de la novela también consiste en esa sutil mezcla de la Historia y la ficción, de la verdad y la mentira, o mejor dicho la “verdad de la ficción”, de la literatura. La mezcla asimismo de la Historia de los hombres y de la invención de esos mismos hombres, la invención del autor de la novela en cuestión.
No digo ahora que usted en su novela mienta o dé datos que no son ciertos. Sólo digo que si lo hiciera, para mí podría hacerlo, tendría derecho, licencia para ello, porque está escribiendo una novela, ficción, y seguramente gracias a ello, al menos en parte, su relato mejoraría, tendría más fuerza, más musculatura. Insisto en que yo lo comprendo porque también he escrito algunas novelas, ya bastantes novelas.
El código Da Vinci me parece una “novela reloj”. Esto lo decía Camilo José Cela, un gran escritor español, sobre una de sus mejores novelas, La colmena. Quiero decir que es una novela, El código Da Vinci, muy compleja, en la que todo encaja, y me temo que hay que leerla varias veces para entenderla mucho mejor y disfrutarla mucho más.
A veces tengo la sensación de que el autor, es decir, usted, quiere perdernos un poco, despistarnos, al hacernos avanzar velozmente por el libro. Esta sensación también la tuve al ver la película que hizo Ron Howard sobre la novela, película que también me gustó mucho. Y es una sensación parecida que he tenido al leer, por ejemplo, El nombre de la rosa y ver la película de Jean-Jacques Annaud. En ambos casos me encuentro con una gran riqueza de material, de historia, de ideas; son libros, relatos, laberínticos en los que nos perdemos un poco o un mucho, pero seguramente ahí radica, parcialmente, el placer que sentimos al recorrerlos. Porque es verdad que nos perdemos, pero también nos encontramos. Estas obras constituyen un placer volver a ellas, disfrutar de nuevo de ellas y entenderlas mejor. Entendiéndolas más las disfrutamos más.
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