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Tono, por Manuel Alcántara

Tono, por Manuel Alcántara

Publicó ininterrumpidamente durante más de sesenta años. Se calcula que escribió unos 30.000 artículos sobre los temas más diversos, de la política a los deportes. En este texto, que le valió el Premio González Ruano, Manuel Alcántara rinde homenaje a su amigo Tono, humorista y dramaturgo adscrito a “la otra” Generación del 27. Sección coordinada por Juan Carlos Laviana.

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Me parece que fue en Peñíscola, donde él se escapaba últimamente. Alguien le dijo:

—Usted es de fuera, ¿verdad?

—Sí.

—Yo también —añadió aquel señor.

—Entonces somos paisanos —respondió Tono.

Es verdad que Tono era de fuera, del ignorado país de los hombres buenos, de un planeta apacible y burlón. Aquel señor que quería pegar la hebra con cualquiera notó que Tono era un ser de otro sitio que por alguna razón piadosa decidió pasar una larga temporada con nosotros y ayudarnos.

"Va a ser imposible, a mí por lo menos no me va a dar tiempo, encontrar un hombre así. Tono nos mejoraba con su existencia"

Teníamos un proyecto de fabada clandestina, con la circunstancia agravante de nocturnidad. Iba a venir con nosotros Mariano Tudela y no se lo pensábamos decir ni a Cloti ni a nadie. Es fácil comprender que con propósitos así no pueda hacer yo un artículo necrológico. Además, me pasan más cosas. Escribir es llorar, que decía el otro, pero yo lo estoy haciendo al mismo tiempo y os juro que es una lata. Cada cosa a su hora. Se ven las palabras emborronadas, como a través de un cristal esmerilado y hay que quitarse estas ridículas gafas que me he comprado para leer. Por otra parte a Tono no hay que hacerle una elegía. En todo caso a los que nos quedamos sin él.

Va a ser imposible, a mí por lo menos no me va a dar tiempo, encontrar un hombre así. Tono nos mejoraba con su existencia. Era algo absolutamente confortador verle fumar o desplegar una servilleta o reírse y achicar los ojos llenos de chispitas invulnerables a la edad. Era el tío Antonio que hemos soñado siempre, benigno y lúcido, sin nervios y sin hiel, entre cachivaches y sucesos, inventando cosas que eran absolutamente imprescindibles, pero no se sabía para qué. Tono lo pasaba muy bien estando. Le sacaba partido a todo y no deseaba nada especial, ni presumía, ni tenía prisa nunca. A Tono no le sacaban de quicio ni siquiera los políticos más esplendorosos, ni esos tipos engreídos que le saludaban mucho en los cócteles y que él saludaba también sin tener una idea clara de quiénes eran. Creo que Tono ha sido una forma de ser y resulta empequeñecedor hablar del humorista o del dibujante. Tono era la máxima cantidad de persona que admite un ser humano, el hombre más real que nos haya sido dado a conocer en este barullo. Habría que definirlo por negaciones: todo lo contrario de un pelmazo, lo más distante de la pedantería, la criatura del mundo más alejada de un orador o de un sabelotodo o de un literato profesional.

"Creo que Tono se me va a seguir muriendo siempre, hasta el final. Quiero decir que lo peor no es que se haya ido ayer, a las cuatro y pico, sino que lo voy a echar de menos para los restos"

Si Tono escribía o dibujaba era porque se le ocurrían cosas. Fueron primero las ocurrencias y no al revés. Una vez que escribió eso de «el tiempo, que no es ningún niño», le dije yo que era un verso como de César Vallejo para arriba. Me decía que no, que había empezado a escribir muy tarde, que él no era eso que se llama un escritor ni nada parecido. Yo le llevaba la contraría, pero daba igual. A Tono no le gustaba discutir. Ramón Gómez de la Sema le hizo justicia y dijo que fue Tono el que trajo las gallinas, el más personal ideador de todos los que abrieron la brecha del humor nuevo. Cuando yo le hablaba de aquel artículo del mago me decía: «Sí, lo leí». Nada más. Luego quedábamos para vernos, dentro de esta misma semana. Siempre dentro de la misma semana. Y como lo pasaba muy bien regalando cosas me traía un encendedor rarísimo o una maquinilla de afeitar. «Quédatela», me decía, «antes de que la convierta en ventilador».

Creo que Tono se me va a seguir muriendo siempre, hasta el final. Quiero decir que lo peor no es que se haya ido ayer, a las cuatro y pico, sino que lo voy a echar de menos para los restos. Él está con Mihura y con Charlot, pero nosotros estamos sin Tono. Pienso en Azcona, en Mingote, que se ha quedado huérfano otra vez y pienso en los que diremos un día «yo fui amigo de Tono, sí, hombre, mucho». Me consuela algo pensar que no fue deficitario de sonrisas, ni de sobremesas, ni de otras cosas. Vivió siendo un caso excepcional de normalidad y nos enseñó que humor y amor vienen a ser la misma cosa. Tono ha sido una criatura afortunada. Por eso no hay que hacer elegías. A Tono le hemos querido mucho y vamos a seguir queriéndole. A él le gustaba la vida y a la vida le gustaba él. Lo que no le perdono es que no pueda quedar, en firme, para vernos. Dentro de esta misma semana.

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Artículo publicado en el diario Arriba el 5 de enero de 1978.

© Herederos de Manuel Alcántara.

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