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Grietas de la luz, de Federico Díaz-Granados

Grietas de la luz, de Federico Díaz-Granados

Federico Díaz-Granados es un poeta, periodista y gestor cultural nacido en Bogotá, Colombia, en 1974. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 2021. Es director de la Biblioteca de Los Fundadores del Gimnasio Moderno y de su Agenda Cultural. Ha publicado entre otros libros Las voces del fuego (1995), La casa del viento (2000), Hospedaje de paso (2003) y Las prisas del instante (2015) además de varias antologías como Resistencia en la tierra (Antología de poesía social y política de nuevos poetas de España y América) (2014) y Cien años de poesía hispanoamericana (2017).

Es columnista semanal de la revista Cambio y escribe sobre libros y literatura en El Tiempo y El Espectador. Presentamos una muestra de su último libro de poemas, Grietas de la luz (FCE, 2024), en el que el autor aborda la ausencia de seres queridos con una gran sensibilidad y sencillez, una obra en la que los recuerdos se filtran y se mezclan, como la luz en uno de los versos de Leonard Cohen que abren una de las secciones del libro, con cada una de las páginas que componen este viaje que nos habla de la pérdida, pero, sobre todo, de la esperanza.

***

Un Largo adiós

I

Al principio solo eran olvidos leves:
algunos nombres, el sitio de las cosas y las fechas.
Luego vino la pérdida de las llaves
y repetir los relatos a la misma hora.
Llegó el miedo, algunas pesadillas,
cambió mi humor, mi ánimo,
y me hice más irritable y celosa con mi pequeño mundo.

Tenía la impresión de que todos me robaban
el dinero, las joyas o incluso mis nostalgias.

Se empezaron a esfumar las palabras
y las frases se hicieron más cortas e inconclusas.
Comenzaron las caídas.
Dejaba los grifos de la ducha y el lavamanos abiertos.
Era una nueva forma de vivir dentro de mí
de contemplar la caída del agua
y la estufa encendida.
Me arreglé para ir a ningún lado
y volví a ser la niña
que dejaba las luces prendidas
y el desorden de la ropa en un rincón de la alcoba.

Ahora debo aprender nuevamente la vida
y a recobrar las horas insalvables y sus reveses.
Aprendo otra vez la vida
entre desapegos y rostros que huyen.
Espero que la hora del silencio
me deje ordenar los recuerdos y ponerlos en su puesto
así como ordeno mis gavetas de vez en cuando
y vuelvo a guardar las medicinas vencidas,
las monturas sin lentes,
los bolígrafos sin tinta,
todas esas cosas inútiles que acumulo
como una promesa de regresar a un momento
en el que había luz
y la noche era la cumbre
de todas mis dudas.
Espero, tan solo, un poco de silencio
para quitarle el polvo a los asombros
que llenan de terror la celda
en la que se convirtió esta vida de abandonos
y visitas breves.

***

X

No encuentro mi casa dentro de mi propia casa
no reconozco a nadie ni las cosas.
La memoria es la primera pesadilla
y el olvido la última orfandad.

Si no tengo nada en mi mente
y mi corazón no recuerda nada
¿por qué tan nítidas las tristezas?

Por un segundo recordé todos los nombres
y a qué rostros correspondían.
Me voy con esta victoria a los sueños
donde siempre recuerdo todo.

Despertar es otra vez morir
no reconocer nada
ni esas voces
ni esos rostros.

***

XIV

Si existiera una máquina que proyectara los sueños
podría regresar a un instante de la luz
donde todo se ve tan claro y sin pesadumbres.
Al despertar se esfuma todo
vuelve la niebla
¿Sabré nombrar en el olvido cada dolor?

Me desoriento.
Mi casa tiene otros puntos cardinales
el límite entre el espanto y el silencio
en un tiempo de renuncias y puertas clausuradas.
Me quitaron los relojes y los espejos para que no me asuste
porque mi tiempo ya no es de almanaques
sino de termómetros y fiebres.
No sé atarme los zapatos
ni sintonizar la radio.
Veo en la mesa del comedor que hay muchas fotos
¿A quién recordaré?
¿A quién olvidaré primero?

***

XXV

Debo aprender a leer otra vez los números,
el tic tac de los relojes
y los nombres de mis hijos.
Hago planas con esos nombres
y con cada una de las letras
que usé a lo largo de mis días.
Me desprendo del destino,
de la fertilidad de los veranos que no volvieron.
Temo cada paso en la agonía
donde pierdo la voz
y empiezan las renuncias.

Me desprendo del destino.

Recordar es regresar,
sentir la salvación de saberme entre los míos.

***

XXXVI

Morir es entrar a una piscina
sin haber nadado nunca
y ver las estrellas salpicadas
entre el brillo del neón
mientras escuchas las voces de todos
en cámara lenta bajo el agua.

Afuera dejo lo transitorio para entrar en la eternidad
porque allí las voces se ahogan
y me siento más ligera en el fondo
donde todos los miedos empiezan a nevar en lo profundo.

Al fondo no siento el aullido de la casa
ni cómo suena nuestro nombre en otros desiertos.
La vida se llena de posdatas prendidas de mi vuelo
hasta el otro lado del mar.

Allí, al fondo de la piscina nocturna
renuncio a todo aquello que fue la vida
mientras las cenizas se esparcen en el agua
sé que al perder la memoria
perdí también el miedo a la muerte.

***

La última orfandad 

IV

¿En qué idioma hablo en mis sueños?
¿Cuáles palabras traigo desde la infancia
y repito como una plegaria a un dios desconocido?
Soñé que compraba ropa para mis padres
y el sastre no entendía mis palabras.
Cada vestido tenía el nombre de ellos.
Así el polvo no se olvida de su fulgor
ni de los parajes del recuerdo
donde nunca podré curar la casa
ni sanarme de ella
ahora que me hiere cada día
en el costado más débil de la vida.

—————————————

Autor: Francisco Díaz-Granados. Título: Grietas de la luz. Editorial: FCE.

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