Dos años. Ese tiempo ha transcurrido desde la última vez que el científico Carlos López Otín (Sabiñánigo, 1958) y yo nos empeñamos en encontrarnos. Una buena excusa: hablar de su nuevo libro, La levedad de las libélulas (Paidós) y continuar nuestro serial de conversaciones en Zenda. La primera, con La vida en cuatro letras. La segunda, con El sueño del tiempo. La tercera, con Egoístas, inmortales y viajeras. Varias cosas nada más llegar al lugar donde haremos la entrevista: nos vemos mutuamente bien, nos alegra estar juntos y nos apetece seguir charlando.
—Es un presente muy creativo. La recuperación de la serenidad, de la tranquilidad y la distancia de la toxicidad se interpretó desde fuera como si me fuese a retirar de la actividad profesional. Estos dos últimos años he permanecido en silencio social radical. He escrito artículos científicos que han tenido el máximo reconocimiento y un libro que, como bien señalas, es el libro del presente, del día a día. Caminar, ir a trabajar, pasar por la fontana de Médicis cada mañana y descubrir un universo entero sumergido en dos palmos de agua. Y reflexionar. Y después trabajar. Y después volver a caminar y hacerme preguntas, ya no sólo estrictamente científicas, sino sociales, emocionales y buscar las respuestas en el entorno, en el entorno reflexivo, en el entorno de pensar, sentir y ser, que son tres de mis mantras fundamentales. Los libros anteriores eran una mirada a las claves de la vida, estudiando la complejidad lingüística biológica de la supervivencia y de la existencia. Después las vulnerabilidades: el envejecimiento, las enfermedades asociadas al mismo, al paso del tiempo. A continuación, el cáncer como ejemplo de máxima vulnerabilidad, no porque sea la peor enfermedad, sino porque es la que más nos asusta. Y ahora no toca mirar la vida desde la enfermedad, sino desde la salud, la otra parte de la ecuación. ¿Qué es la salud hoy? ¿Qué es lo que entendemos hoy por sentirnos bien? Físicamente, somáticamente, biológicamente, pero también emocionalmente. Curiosamente, en parte es como una vuelta al pasado, porque las respuestas fundamentales están en la recuperación de valores antiguos, clásicos, que ya vienen de muy atrás. Les faltaba el cómo, pero las ideas estaban. Faltaba convertir la palabra en materia, un verso de José Ángel Valente fundamental en mi vida. La levedad de las libélulas trata de poner estas emociones en materia, en texto, en reflexiones concretas, incluso de personas que traigo desde el pasado al tiempo actual. En mis páginas se difuminan completamente, como si fueran los sfumato de Leonardo, las fronteras de la realidad y de la fantasía. Por eso no es un libro de historia, como algún lector puede pensar al principio. Es un libro que tiene historias, cuenta historias, pero no es de historia, porque esta disciplina relata una serie de hechos concretos con el máximo rigor, pero no es lo que se pretende en mi nuevo libro. Lo que intento es trasladar directamente la imaginación, la mía, a las páginas. Este libro lo construí en la mente durante más de un año, pero no escribí ni una sola línea hasta el uno de enero de este año 2024, que es la fecha de partida de mi Declaración Universal de la Serenidad, la recuperación del espíritu zen que siempre me había acompañado. Lo celebré el uno de enero, un año nuevo, poniéndome a escribir, y acabé el dieciséis de febrero. Todo seguido, casi sin respirar.
—Su libro creo que está más cercano a la parábola. Y luego es un libro que superpone geografías: superpone la geografía de París con la geografía del cuerpo, con la geografía de otros, con la geografía de Darwin, por donde se movió aquel hombre. Pero quiero ir a la primera geografía que le he citado: París. París es el corazón que bombea este libro.
—Absolutamente. Empieza y acaba en un sitio concreto de París. Realidad física. Cada pregunta que hago de mi presente y del de todos, el de la salud, la voy a intentar responder en escenarios diferentes de París, que dicen mucho por sus geometrías, por su elegancia, por su belleza, por su armonía, pero también por lo que han representado en la historia del pensamiento humano. Por ejemplo, saber que puedo ir caminando por el Boulevard Saint-Michel y pensar que allí, en ese mismo semáforo, paró García Márquez a Hemingway y le dijo: «Maestrooooo». Y pienso: ¿dónde estarán hoy estos dos, que no los estoy viendo ahora mismo? Y cruzar la calle e ir caminando hasta el laboratorio de Claude Bernard, que no es tan conocido como otros protagonistas del libro, pero que es una figura esencial en la historia de la Medicina.
—En su libro es clave Bernard.
—Porque fue el primero que asumió con una profundidad nueva que la vida y la salud no son una mera colección de procesos que funcionan milimétricamente y que podemos reproducir con las máquinas que ya había inventado el hombre.
—Aquí se viene Descartes: no somos robots hidráulicos de Versalles.
—Eso es. Es la primera vez que se expresa que lo importante es la constancia del medio interno. Que los seres vivos tienen la capacidad enorme, fundamental, de construirse a ellos mismos y también de repararse. Es una mirada diferente a todo lo que se había escrito… La primera vez que leí Introducción a la medicina experimental, un libro de 1869, muy bien editado aquí en España por Sánchez Ron y Pedro García Barreno, me dije: «Es un libro maravilloso. Qué visión tan avanzada de alguien que fue muy mal estudiante». Es de los que yo llamo estudiantes dispersos.
—Que no somos malos, somos dispersos. Yo fui un estudiante disperso.
—Es que tienes toda la pinta. Nunca me lo dijiste, pero tienes toda la pinta de ser un estudiante disperso. De aquí tu dispersión también mental ahora mismo. ¿En qué sentido? No te da miedo afrontar cualquier cosa, cualquier problema, cualquier libro: tú lo afrontas.
—Volvamos a Bernard, que esta entrevista trata de usted. (se ríe)
—Él habla de la constancia del medio interno.
—La homeostasis.
—Muy importante el término de homeostasis. No lo acuñó él, pero sí la idea de la constancia del medio interno, y después se pasó a la homeostasis, que es el casi equilibrio, porque si estamos en equilibrio total a lo mejor es que estamos muertos. Esta constancia es ese punto de emoción y atención interna que nos permite responder a las irregularidades diarias de la vida cotidiana. Hasta 1953 no sabíamos cómo, y por tanto no podíamos saber cómo se regula y cómo se controla la salud, si ni siquiera sabíamos cómo era la vida. Dos preguntas fundamentales que hago en el libro: ¿cuál es el mecanismo de la herencia? ¿Y en qué se basa la identidad individual? Eso estaba escrito en una estructura helicoidal, en un abrazo de dos moléculas que se abren, se miran al espejo y crean otra igual, otra complementaria, y así de una molécula salen dos. Y esto es lo que llevó al terreno molecular la vida, y lo hizo con un éxito extraordinario, hasta convertirse en iconografía. En el libro mi primer icono es el hombre de Vitruvio. Y me pongo en la mente de Leonardo y trato de imaginarme cómo se le ocurrió dibujar el hombre de Vitruvio. Y sucede lo mismo con Claude Bernard, y trato de imaginarme cómo veía la constancia del medio interno y la homeostasis. ¿Cómo sabe el cuerpo que sabe? Esto requería el avance molecular. Y yo mismo fui educado en ese pensamiento, muy bien educado, pero solo en eso. En lo demás he tenido que ser muy autodidacta y leer mucho. ¿Para qué? Para paliar las insuficiencias. La vida tiene muchas insuficiencias, el intelecto infinitas. Pero hay muchas cosas escritas. Vuestra literatura, la de la psicología, es infinita, pero muy desconocida para mí. Pero si tú miras una disciplina con una perspectiva diferente, desde fuera, la mirada puede ser muy creativa.
—Sí, por ejemplo a mí me fascina el mundo del Derecho o del Periodismo. Y soy ajeno, claro.
—Eso es. En mi campo, una vez que sabemos cómo funcionan las moléculas, triunfa el reduccionismo. Y es lo que ha permitido afrontar enfermedades que nos abrumaron a lo largo de la historia y que hoy algunas se curan, otras se controlan, pero no es suficiente. Ese es el punto adicional. Las aproximaciones reduccionistas son insuficientes para cubrir propiedades emergentes. La vida es una propiedad emergente, el todo es más que la suma de sus componentes, y la más compleja, la más difícil de entender. Pero la poesía también es una propiedad emergente, porque un poema es mucho más que la suma de sus versos.
—Por supuesto. Un poema no es sólo la lingüística, no son sólo sintagmas enlazados.
—Lees un verso y puede conmoverte, pero un poema, un buen poema, tiene que ser algo más. Lo mismo que un libro es más que la suma de los capítulos, una serie de televisión tiene que ser más que la suma de todos los episodios. Algo más. Tiene que ser algo más. Y entonces, en la salud y en la vida nos faltaba algo más. Y el paso siguiente que se afronta en este libro y en el laboratorio es pensar si podemos utilizar aproximaciones integradoras y crear nuevos marcos de pensamiento. Ya sabemos mucho acerca de la salud, ya conocemos de qué está hecho el cuerpo humano y el ADN, y ya desciframos rutinariamente los genomas, los epigenomas y los metagenomas, pero ¿dónde quedan los lenguajes emocionales y sociales en la ecuación? Y esto es lo que he tratado de responder en el libro. Además, hemos trabajado en este ámbito en el laboratorio con mi amigo, el gran investigador Guido Kroemer. De este trabajo científico viene el concepto de adaptación psicosocial como clave fundamental de la salud. Pero el libro da otro paso, que consiste en incluir todos aquellos otros componentes en una ecuación de salud que intenta reflejar el diálogo de nuestro organismo con el entorno y con nosotros mismos. En el libro tengo distintos maestros y mentores. El primero es Leonardo Da Vinci. Para mí es un mito. Si pudiera retroceder en el tiempo, me gustaría compartir una conversación con Leonardo. Y la he disfrutado en el libro porque puedo imaginármelo. Y claro, como estoy en París, pues con Bernard hablo y acudo a su laboratorio o veo un cuadro en el que aparece dando unas explicaciones a sus colegas. Es un cuadro que está al lado de la facultad, en la escuela de Bellas Artes. Y puedo dialogar con él, pero después sigo avanzando. Mi siguiente maestro es Julio Cortázar, porque vivió en Paris e íbamos por los mismos sitios. De nuevo, tu idea de las geografías superpuestas, gracias.
—Geografías en diferentes planos, Carlos. Como calcos, planteadas una sobre otra.
—Y la geografía de Cortázar. ¿A quién no le impactó Rayuela? ¿A qué lector de nuestra generación? No sé, las de ahora igual lo tienen superado, pero para toda nuestra generación fue un libro fundamental porque nos enseñó otra forma de leer, en la que el lector construye la forma y el orden de leer la obra. Fue un avance en literatura, pero también en forma de pensamiento. Y viviendo en París, caminando por la calle donde vivió Cortázar, o yendo al parque de Montsouris en el que él quedaba con Lucía, la Maga, y se les llevó el viento un paraguas, necesito preguntarle por estos detalles porque quiero escribir la rayuela de la salud. Y eso me permite lo que tú dices, que no lo había definido así, pero me parece maravilloso: la geografía. Y junto de nuevo dos geografías convergentes. La de Julio es muy interesante, porque para hablar con alguien tienes que saber mucho de él. Había leído sus libros, pero no sobre él. Ahora leí sobre él y ahí me quedó todo más claro. Y entonces puedo imaginar cómo habla él conmigo, porque en realidad yo soy un mero notario de la conversación, pero quien habla es él, y quien habla conmigo es Leonardo, y es Euler, y es Alzheimer y son todos los demás, y los escucho a todos.
—Hay varias figuras mágicas, evidentemente. Y convergen en el congreso este al que asistes en el libro, que dejas claro al lector que es ficticio, con el uso desde el principio de personajes muertos. El lector entra en ese juego y resulta hasta emocionante, como en estas ficciones sobre viajes en el tiempo.
—Y los pienso por orden alfabético. De repente me doy cuenta de que por la A viene Alzheimer, que es el que descubrió la enfermedad de la nada y del olvido, que está costando muchas vidas, y para la que no hay respuestas claras. En 2050 se calcula que habrá más de cien millones de seres humanos con esta enfermedad. Y después voy a la B del síndrome de Brugada, una patología cardiovascular, y también un homenaje a la medicina española, porque los hermanos Brugada que descubrieron y pusieron nombre a esta enfermedad son españoles.
—Desconocidísimos, por cierto.
—Sí, son poco conocidos para el público, pero no para la cardiología, porque una de las formas más importantes de muerte súbita fue descubierta por ellos: el síndrome de Brugada. Cuando te pones a pensar esto, algo que nunca antes había analizado así, tras la A de Alzheimer y la B de Brugada, comparecen una a una otras enfermedades epónimas, y por la C, Crohn, y por la D, Duchenne, y por la E, Ewing… pero para la ñ no había ninguna, porque no conozco a ningún doctor Ñu.
—La ñ igual es demasiado cómica para nombrar una enfermedad.
—Pero aparte tenía que ser epónima del nombre de quien la bautizó.
—Claro, claro.
—Entonces este momento fue mágico para mí. ¿Por qué? Porque la ñ es muy extraña, pero también hay enfermedades extrañas. Sí, las enfermedades más raras del mundo. Esta semana en la presentación del libro en Madrid estuvimos con alguien que solo es uno ya, el único del mundo: Guille, que tiene el síndrome progeroide de Néstor-Guillermo. Aunque en el libro se habla de unos “primos iraníes” que tal vez tengan esta ultra-rara enfermedad.
—Eso me sorprendió. Ahora que sólo queda Guille, a lo mejor habéis encontrado unos primos en Irán. Pero todavía no hay constancia.
—No, sólo puedo tener constancia cuando lo verifiquemos. No hemos conseguido las muestras, aunque un científico francés fue el que me alertó. Ellos estudian familias iraníes de mucha consanguinidad y en ellas hay muchas posibilidades de encontrar causas de enfermedades. Y entonces me cuenta que han encontrado varias familias que tienen la misma mutación que estos dos chicos, Néstor y Guillermo. Dije: «Vale, genial, pero necesitamos las muestras para verificarlo y ayudarles, y todavía no han llegado». Cuando se lo conté a Guille, me respondió: «Sí, son mis primos. Habrá que ir alguna vez a saludarles y a conocerles». Después le enseñé algunas fotos y dijo sin inmutarse: “Son como yo”. Volvamos a la ñ. ¿Qué enfermedades son extrañas? Pues los centenares de enfermedades minoritarias distintas. ¿Entonces, a quién puedo invitar? La ñ es representada en el I Congreso Solvay de la Salud por Sammy Basso, afectado por el síndrome progeroide de Hutchinson-Gilford: le adjudico la ñ por extraño. Pero había otro problema narrativo: Leonardo no habla inglés y tampoco sabe utilizar el teléfono móvil, aunque seguía vistiendo sus ropas llamativas y estrafalarias. Y sin embargo allí tenía que ser el presidente de mi congreso ficticio y tenía que estar atento a las presentaciones de PowerPoint. Llamé a Sammy y le pedí que fuese representante de las enfermedades raras en este congreso, y además le dije: «Te debo pedir un favor muy especial. Tienes que ser el asistente personal del presidente del congreso». Le digo que es italiano, y lo que pasa es que no habla inglés. ¿Y de dónde es? Digo: «Bueno, pues en el dialecto del Véneto te puedes entender perfectamente con él». Y cuando le dije que era Leonardo Da Vinci, oí carcajadas del nivel de Luis Alegre y tuyas, Edu: Luis Alegre, Edu Galán y Sammy Basso, tres grandes reidores. Al instante quedó tan desconcertado que me dejó por escrito un mensaje: «Has perdido definitivamente la razón, y no puedo tener como mentor a una persona que ha perdido la razón. Así que voy a tener que buscarme otro». Le respondí: «Primero vamos a ver si realmente te logras entender con Leonardo. Y si lo consigues, podemos hablar después de los detalles». Desgraciadamente, a Sammy ya no le ha dado tiempo a ver el libro impreso porque falleció días antes de su publicación, pero sí pudo leer el capítulo donde él es protagonista.
—Eso es una pequeña victoria. A mí me ocurrió con José Luis Cuerda, que conseguimos sacar su última película adelante, Tiempo después (2018). La vio terminada y, como si le dedicase su última fuerza, empezó a entrar en demencia después del estreno. Su voz en off cierra el metraje, hablando del futuro distópico de la Humanidad: «Se querían. Parece ser que no conocían la muerte. Y todo era gratis. Menos la luz». Antes de morir le vi y me preguntó si Tiempo después era la película que hizo con Fernán Gómez. Fíjate: ya estaba disuelta la película en su memoria. Fue como marcar en el último minuto, Carlos, y resulta muy emocionante para mí porque estas cosas no suelen pasar. Y aquí estamos hablando del Alzheimer, de la demencia o lo que fuese que tuvo José Luis al final. Pero me quedo con esta pequeña victoria, como lo suyo con Sammy, me la llevo a la tumba.
—Exacto. Vuelvo a Cortázar y al juego de la rayuela: a veces la piedra te va un poco más para allá, un poco más para aquí, por la fuerza o por la falta de ella. Es como la vida. Cortázar vivió mucho, disfrutó mucho, comió mucho, bebió mucho, fumó todo y amó mucho. Y al final, de repente, un gigante ve su salud deteriorada de una manera brutal. Y él, que en su Rayuela, bajo la identidad del propio Horacio Oliveira, dice que su objetivo era caminar por los puentes de París para encontrar a Lucía la Maga, ahora lo que se preguntaba es ¿dónde está mi salud? ¿Dónde quedó mi salud? En nuestra conversación, le explico a Julio que en la rayuela de la vida, en la rayuela de la salud, las posibilidades son infinitas, los mecanismos de llegar hasta el cielo son múltiples, pero también sucede lo mismo con la enfermedad. Él entiende que su tiempo se ha acabado. ¿Por qué? Porque es vulnerable, ha sentido de cerca la vulnerabilidad. ¿Y su salud dónde queda? Ya quedó muy lejos, ya no puedes volver. Con la salud ya has recorrido tu vida, estás agotando tus tres mil millones de latidos con los que viniste al mundo. ¿Y a dónde llegas? ¿Al infierno, al paraíso? Llegas al final, al final, al último cuadro. Entonces, nuestra conversación acaba con serenidad y ya sólo me queda buscar cómo llamar técnicamente a este factor de salud. Y esta definición que completa la rayuela es la adaptación psicosocial, que es un término vuestro, de la psicología, porque yo lo hubiera llamado simplemente socialidad o socialización. En suma, lo asombroso es sobrevivir. Somos un milagro molecular. ¿Y por qué? Porque tenemos tres mil millones de piezas en el ADN de cada célula que ocupan dos metros si se despliegan y tenemos sesenta billones con b de células, treinta humanas y treinta inhumanas. Y curiosamente, de las inhumanas me fío mucho, porque son bacterianas en su mayoría, y forman parte de nuestra anatomía para ayudarnos y evitar la disbiosis, pero de las humanas es de donde suelen venir nuestras dificultades. ¡Treinta billones de células humanas, cada una con dos metros de ADN! Todo el campus de una gigantesca universidad podría estar lleno solo del ADN desplegado de un único individuo.
—Siempre pienso en la imagen del equilibrista. Somos como el equilibrista que está sobre el alambre pero que de tanto mirar de frente no es consciente de dónde está. Y esa inconsciencia es necesaria, Carlos, creo. Si no, seríamos palomas de Skinner: muertas de miedo porque vamos a morir.
—Eso es alcanzar la serenidad, aceptando que somos imperfectos, frágiles y vulnerables. Pero hay margen para el disfrute, porque la vida, junto con la salud, el silencio del cuerpo, es lo más importante que tenemos, pero ambos son dones provisionales.
—Ese realismo mágico en el que vivimos. Va más allá de la literatura.
—Es que hay que confundir la realidad con la fantasía. Ese es el verdadero realismo mágico. Eso es lo que aprendí de García Márquez. En el epílogo trato de imaginarme mi último día simbólico en París. Me imagino el último día como si fuera Leopold Bloom en Dublín, el 16 de junio de 1904 o por ahí, si mal no recuerdo. Entonces disfruto de ese último día en París, y me voy despidiendo de todos los escenarios en los que allí he pasado mi tiempo. Empiezo por la biblioteca y después por el oráculo. Tengo un oráculo, esto lo conté en público y la gente pensó también que había perdido la razón: es un bar cerrado. Al lado de la facultad hay un bar de estudiantes ya cerrado, se llamaba Acrópolis y me imagino que es mi oráculo. En las ventanas del Acrópolis se pegan carteles de anuncios. Paso cada día por ahí, jardín de Luxemburgo, fontana de Médicis y la rue de l’École de Médecine hasta la facultad de medicina. Qué eje mágico, ¿no? Y llego a la Facultad emocionado ¿Por qué? Porque miro los anuncios y carteles que hay y hago una foto, porque si no nadie me creería. Y entonces leo mensajes como «el viento es una ilusión» o «la gravedad no existe» que conviven con «estás vivo todavía» y otros tan maravillosos como aberrantes, pero siempre sorprendentes. Un día construí un relato visual solo con eso, que termina con una frase de mi hija Laura cuando descubrió quién era Papá Noel. Era muy pequeña y le pregunté qué tal la fiesta de Navidad del colegio. Entonces se me acerca y me dice en voz muy bajita: «Papi, Papá Noel es el director». (nos reímos) En mi relato visual sobre este oráculo particular voy contando todos los mensajes importantes que me han llegado del bar Acrópolis. Y después voy a las catorce librerías escogidas de París. ¿Por qué catorce? Porque ese número corresponde, de acuerdo con Abderramán III, a los catorce días de máxima felicidad que todos podemos disponer. Para mí, catorce días de felicidad tienen que ser catorce librerías. Y así hasta terminar mi largo paseo en el punto de partida: la fontana de Médicis.
—La aliteración del título, La levedad de las libélulas.
—Sí, un título que quise que sonara con la suavidad de un vuelo libelular, pero a la vez un leve homenaje a Milan Kundera, también vecino mío en París.
—¿Qué le cuenta a usted la libélula como organismo?
—Las libélulas son criaturas veloces, maravillosas, absolutamente resistentes. ¿Por qué? Son capaces de volar en todas las direcciones, para arriba, para abajo, para la derecha, para atrás, y tienen además una visión panorámica y elevada del mundo.
—¿Como las moscas?
—Sí, pero poseen todavía más talentos. Son muy resilientes, porque desde que se depositan los huevos de una libélula en un lugar húmedo pueden pasar meses y meses, e incluso varios años hasta que eclosionan. Y son grandes cazadoras, y tan rápidas que parece que se nutren del viento. Tienen múltiples dones biológicos y además son efímeras, con lo cual viven con la intensidad de quien sabe que tiene un final próximo y que hay que aprovechar el tiempo que queda, hay que disfrutarlo.
—¿Cuánto viven aproximadamente?
—Dos meses más o menos. Y tienen que vivir con intensidad este reducido tiempo. El propósito de vida de una libélula es vivirla, como deberíamos hacer nosotros. Vivirla, aprovechar sus días, semanas, meses, sus apenas dos meses de existencia. Son símbolo del equilibrio, porque libélula viene de libella, balanza. Parece que flotan en el aire sin esfuerzo, y de ahí deriva su nombre. Son tan equilibradas que pueden flotar y son capaces, por tanto, de mostrarnos que es necesario el equilibrio en la vida. Y por último, son bellas, con colores bellísimos y con elegancia y geometría en su anatomía.
—A los niños, que son detectores de belleza, una mosca no les fascina, una libélula sí.
—Son fascinantes, pero de repente te das cuenta de que son frágiles, muy frágiles. En el libro las defino como una línea recta, una breve línea recta con cuatro alas de cristal. Un ejemplo de resiliencia. Pueden venir mal dadas, tienes que estar a lo mejor meses, años, en los que no levantas la cabeza. Tienes que tener una mirada elevada, tienes que aceptar que eres frágil y vulnerable. Curiosamente, Leonardo era un gran dibujante de libélulas, pues tenía un don biológico que poseen muy pocas personas y que se llama frecuencia crítica de fusión de parpadeo. Le permitía ver la vida como si sus ojos fueran una cámara de las que se utilizan ahora para parar los movimientos ultrarrápidos.
—Para ralentizar la imagen y ver el aleteo del colibrí, ¿no?
—Exacto. Fue capaz de ver que las cuatro alas de las libélulas se mueven, pero no al unísono. Esto lo observó y lo dibujó. Y casi quinientos años después, se comprobó.
—Es imperceptible.
—Nosotros no podemos. Él podía. Imagínate cómo vería una película. Él podría verla de una manera distinta a como la vemos nosotros, porque los fotogramas por segundo están calculados para que sean apreciados por la población normal. Es increíble. Por estas cosas, también por estas cosas, quería que Leonardo, el creador de mi primer gran icono de la salud, el hombre de Vitruvio, fuera mi guía en mi viaje al centro de la salud. Y también por todo esto las libélulas y el arte sobrevuelan el libro. Es sorprendente que estemos hablando ahora bajo una litografía de Miró, porque un cuadro fundamental en mi vida, y en el libro, es El vuelo de una libélula delante del sol. La salud es tan frágil como el futuro de una libélula en vuelo al sol, algo que para mí es una gran metáfora de la sociedad. El sol ilumina, pero a la vez abrasa.
—El mito de Ícaro, por supuesto.
—Mito clásico. En el final del libro de repente creo ver una gran libélula aleteando en un gran edificio, pero en realidad es un ángel que voló demasiado cerca del sol.
—La salud y la equidad social. Importante en La levedad de las libélulas.
—La salud está también en la equidad social. Para explicarme uso el mural de Diego Rivera El pueblo en demanda de salud. Abruma.
—Miles de imágenes en el mural, incluidas prácticas de la medicina precolombina, si se puede calificar de medicina.
—Hombre, ¿cómo que no? Era una medicina intuitiva y empírica, pero avanzada para su tiempo. Otras culturas no la tenían.
—Hablemos de la muerte. Escribe: «Las células inventaron la muerte». Quizás cuando se acerca estamos demasiado centrados en la muerte, cuando realmente deberíamos estar tan empeñados en vivir como cuando éramos adolescentes. Esto lo hablaba con Maruja Torres, que acaba de publicar Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo.
—Es uno de los mejores títulos que he visto en los últimos años en la literatura. Volvamos a El pueblo en demanda de salud. Reflexiono mucho al respecto porque me impactó. Vi el mural en México con uno de mis discípulos. Me dejó anonadado.
—La muerte.
—Te voy a responder con poesía. Mi profesora de estadística es Wisława Szymborska, más conocida por ser premio Nobel de Literatura. ¿Por qué? Porque nunca escuché una definición más bella de la estadística y de lo que representa, de la estadística de la vida, de los números de la vida y de la adversidad, que su poema «Contribución a la estadística». En este poema hace un análisis de cien personas. Sería una muestra insuficiente para la ciencia actual, pero para las emociones, cien personas me valen. Acudo a clase de estadística de Wisława y tomo apuntes. Ella dice: «De cada cien personas, los que quieren ayudar, siempre que no lleve mucho tiempo, son cuarenta y nueve». Y así va haciendo grupos: «Los dispuestos a admirar sin envidia, dieciocho». Y al final acaba con los mortales, cien de cada cien. Es una lección maravillosa. Va recorriendo todas las emociones, porque habla también de los tristes, de los que quieren ser felices y no lo logran, y al final, de los mortales, lo dicho: cien de cada cien. En el libro reflexiono sobre esta búsqueda de la inmortalidad humana y de las inversiones multibillonarias que están haciendo los grandes gurús del tecno-optimismo para conseguir la inmortalidad. Para ellos solos.
—Desigualdad social.
—Claro, pero aquí hay que ir a la clase de estadística de Wisława, a la clase de evolución del maestro de una escuela de Zanzíbar o si me apuras, a una clase sencilla de biología molecular. Una clase cualquiera. En la primera clase de biología molecular que imparto en cualquier curso académico, en un centro de salud o en una casa de cultura, no hace falta ir a la universidad para esto, se aprende que la inmortalidad es innecesaria e imposible. Es obsceno hablar de ella. Y entonces nos dicen que van a cambiar todo, que una nueva revolución se aproxima. Pero yo he visto de cerca a los gurús y los problemas que tienen: su aspecto y su salud se están deteriorando al ritmo normal o incluso más rápido. Y están haciendo todo lo que sea para disimular este paso del tiempo en ellos, pero no veo que sean capaces de desmontar la verdad biológica de la vida: nuestro tiempo es limitado. Creo que en este tiempo de inteligencias artificiales o Chat GPTs deberíamos tener muy presente que mientras seguimos enseñando a las máquinas, nunca debemos olvidarnos de seguir educando a las personas. Por cierto, así acabó mi charla de presentación de La levedad de las libélulas en la Universidad Nebrija de Madrid.
—Pues detengámonos aquí, sólo con la idea de continuar pronto.
—Muy bien. Muchas gracias por seguir siendo un gran reidor y un gran conversador.
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