Almudena López Molina ha escrito una novela sobre los vínculos que construimos con los demás en una época dominada por la ilusión de estar permanentemente conectados a través de las redes sociales. A caballo entre el diario íntimo, la novela de flujo de conciencia y el ensayo social, esta narración reflexiona sobre el fracaso de toda una generación.
En este making of Almudena López Molina profundiza en las razones últimas de Cómo encender un fuego (El Rey de Harlem).
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Todo empezó la tarde que vi arder Notre Dame de París y mi mirada se quedó fascinada en la contemplación de la belleza de las llamas. Era 15 de abril de 2019 y yo, no la protagonista de mi novela, tenía el móvil en la mano. Veía un vídeo tras otro, hipnotizada por aquel incendio, incapaz de compartir el dolor que veía en otros, quizá más responsables y racionales, menos viscerales o estetas, más preocupados por la pérdida del patrimonio, horrorizados por el desastre y capaces de obviar el placer del fuego mismo. Tomar conciencia de ese choque entre el duelo de aquellos y mi disfrute personal me asustó. Unos días más tarde escribí las primeras páginas de Cómo encender un fuego como un mero desahogo, sin intención de convertirlas en una novela. Las emociones de esas primeras dos páginas, en las que me disfrazaba de otra persona, una inventada para poner distancia ante mi propio desasosiego, no fueron una invención.
Reflexionaba sobre la insensibilidad ante el dolor ajeno, sobre hasta qué punto entendemos como reales o como algo ilusorio, fabricado, esas imágenes consumidas en torrente a través de las pantallas, en cómo nos apelan y nos afectan. Quizá había ahí una historia sobre ese desapego, esa insensibilidad ante el mundo. Y decidí continuar a partir de esas primeras páginas construyendo un personaje a medida: debía presumírsele una gran sensibilidad estética y dedicarse a la creación de imágenes, así que inventé una diseñadora gráfica.
En la primavera de 2019 no tenía más que eso: el esbozo de un personaje y el deseo de explorar esas emociones de estupor y desafección, sin una dirección ni una trama construida. Al contrario que en el proceso de creación de mi primera novela, para esta no pasé meses planificando toda la estructura —y, más tarde, capítulo a capítulo, hasta la extenuación—, sino que me dejé llevar por la improvisación de la escritura en ese formato, el de diario íntimo. Así podía abordar un poquito cada día, lo que me permitieran las fuerzas y el trabajo. Y sería la propia escritura la que me iría revelando las preocupaciones de la protagonista, los temas a tratar y hacia dónde podía conducir esa trama todavía en construcción. Además, intuía que en esa insensibilidad ante el dolor ajeno había mucho de incomunicación y aislamiento, así que escribir algo que pareciese un diario iría a favor de la caracterización de ese personaje. Pronto decidí eludir por completo la inclusión de diálogos en estilo directo, que resultarían muy artificiales en ese contexto, romperían el tono de la novela y jugarían en contra de los temas que pretendía explorar.
Avancé muy poco —efectivamente, lo poco que me permitían las fuerzas y el trabajo— durante los primeros meses de escritura. Pero a punto de cumplirse un año llegó el COVID-19 y, con él, el confinamiento y la paralización de todos mis encargos, todos los proyectos profesionales en los que estaba inmersa. No sabía cuánto duraría aquel parón, pero tenía un proyecto de escritura a medias y me sentía en la obligación de aprovechar al máximo las horas sin trabajo antes de que regresara la vorágine. Fue entonces cuando, a partir de la revisión de todo lo escrito hasta ese momento —unas 50 páginas—, desarrollé en un par de folios dos asuntos importantes: la evolución de cada personaje en su relación con la protagonista y, a partir de ello, una cronología de acontecimientos que marcarían la trama, abocada ya al deseo de la protagonista de recuperar la capacidad de emocionarse.
Había una leve estructura, mínima pero suficiente para emprender un trabajo sistemático de escritura, capaz también de ofrecerme la libertad de ir descubriendo a mis personajes y sus emociones conforme iban brotando en mis páginas, sin necesidad de seguir unos patrones predefinidos y limitantes. En ocasiones me vi obligada a parar, retroceder y repensar algunos problemas para los que me costaba encontrar solución, pero el proceso en el que fui revelando la historia, como palpando a ciegas los muros de una casa desconocida por la que me debía guiar hasta llamarla «hogar», fue más emocionante y enriquecedor que otra cosa. Así, en tiempo récord, el 28 de febrero de 2021 —lo recuerdo bien porque es festivo en Andalucía— terminé el primer borrador de Cómo encender un fuego.
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Autora: Almudena López Molina. Título: Cómo encender un fuego. Editorial: El Rey de Harlem. Venta: Todos tus libros.
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