Napoleón prohibió los duelos entre sus oficiales en 1803. Era consciente de que estos enfrentamientos debilitaban su ejército —desde 1805 la Grande Armée— con vistas al duelo que él mismo se disponía a mantener contra toda Europa. Hacia 1870 estos combates eran un delito en la práctica totalidad del Viejo Continente. Desde luego lo eran en Prusia, donde pesaba una interdicción sobre los duelos desde 1855. Ello no fue óbice para que los caballeros, la gente de calidad, siguiera matándose mediante este procedimiento. Acaso el más literario de los combates singulares.
Dos días antes, el 25, curioseando entre los papeles que su esposa, Elizabeth von Plotho, guardaba bajo llave en su secreter, el militar llamó al magistrado para preguntarle al respecto: Hartwich lo reconoció y acepto el desafío. Ese otoño, el juez no habría de abrir las ventanitas del calendario de Adviento, con el que, a partir del primero de diciembre, comienzan a contar los días que restan para la Navidad los cristianos alemanes.
Limpio de nuevo su honor de la mácula de la traición de Elizabeth, el barón, estando los duelos prohibidos, como venimos diciendo, fue a la cárcel, contento y orgulloso a cumplir un par de años. Pero Bismarck personalmente le indultó cuando apenas llevaba 18 días recluido.
Ya excarcelado, el barón repudió a su mujer, obtuvo la custodia de sus hijos y reemprendió su vida en otra parte. Y aquel duelo, el “Asunto von Ardenne” lo llamó la prensa de la época, se hubiera quedado en nada de no haber inspirado a Theodor Fontane, máximo exponente del realismo en la literatura alemana, su obra maestra: Effie Briest (1895). Siendo, además, toda una comunión con uno de los géneros de más arraigo en la literatura universal.
La leyenda del corazón comido aparece por primera vez en el lay que canta Tristán a su amada Iseo en el Tristán del poeta anglonormando Thomas d’Anglaterre. Fechado por la erudición hacia 1160, en dicho lay se da noticia del desquite de un marido celoso, presto a vengarse del adulterio de su mujer dándole a comer el corazón cocinado de su amante. Hasta después de haberlo ingerido, ella desconoce el origen del extraño, empero exquisito, manjar del que acaba de dar cuenta. A buen seguro que incluso ese amor cortés —cortesano porque trataba del arte de amar en las cortes señoriales—, que empezaba a estilarse en aquella primera lírica francesa, antes que platónico fue claramente adulterino.
El adulterio, más que un género novelístico, es un género literario en sí mismo, transversal a todas las musas. La Ilíada, la epopeya atribuida a Homero, tiene su origen en un adulterio: el de Paris y Helena, detonante de la Guerra de Troya. Dante envía al troyano y a la griega al segundo círculo del Infierno (¿1304-1308?) de la Divina Comedia, el de la lujuria. Allí comparten condena con otros notables cultivadores de amores desordenados que la historia ha conocido: Cleopatra, Francesca de Rimini, Tristán, Lanzarote y Ginebra. Ya en el siglo XX, Federico García Lorca alude, más o menos tangencialmente, a la infidelidad en La casa de Bernarda Alba (1945). Julio Cortázar, en su poema La mujer del traidor, incluido en Salvo el crepúsculo (1984), su último libro de versos, es mucho más explícito.
Amén de la poesía lírica y dramática concerniente al adulterio, tampoco faltan ensayos al respecto. Simone de Beauvoir, desde una perspectiva feminista, es uno de los temas que acomete en El segundo sexo (1949). En El miedo a la libertad (1941), Erich Fromm también se refiere a estas infidelidades más o menos sutilmente.
Merced a su correspondencia, hay constancia de que Fontane conoció a los protagonistas del drama que inspiró su obra, aunque, como no podía ser de otra manera, se tomó todas las licencias que precisó la novela. Así, parte de un dato que no es cierto. Effie Briest, la joven oprimida por la estricta moral de la aristocracia prusiana, trasunto de Elizabeth von Plotho, no se casó con un antiguo pretendiente de su madre —Gert von Innstetten—, un tipo que le lleva 20 años.
Por lo demás, casi todo fue como se nos ha contado. El autor arremete contra la antigua moral de la nobleza prusiana con esa serenidad que solo dan los años. Punible hasta bien entrado el siglo XX en casi todo el mundo, sostiene la erudición que la infidelidad ha inspirado tanta literatura, acaso más que ningún otro de los placeres prohibidos, precisamente que cualquier otro de los placeres prohibidos precisamente por eso. Y, siempre según la erudición, Effie Briest destaca entre tanta excelencia porque condena a esa moral de la aristocracia prusiana que estigmatizó a Effie —repudiada al cabo por sus propios padres— desde ese sosiego y esa indulgencia que solo da a la vida haber cumplido muchos años.
Effie Briest fue la última novela de Fontane. Otrora muy celebrado por su capacidad para discurrir, aquí lo fue por su don para callar y condenar sin subrayados ni diatribas contra nadie. Fue uno de esos momentos estelares en que los valores se sustituyeron por su defecto. Ya en los años 80 del siglo XX, los menús de las primeras bases de datos ofrecían un procedimiento parecido para buscar ciertas informaciones. Así se escribe la historia.
Sr Memba, usted se refiere en su artículo solamente al adulterio femenino, cómo se llama entonces al comportamiento de concupiscencia casi habitual del varón?
En el tema del sexo, la mujer siempre estuvo sojuzgada, era ella la culpable, según decían, por la atracción que provoca el aspecto femenino en el hombre, como en La letra escarlata.
A las Mata Hari, favoritas francesas, y hasta heroínas como Judith se les tiene cierto respeto porque su trabajo era de un nivel más alto, aunque usasen el cuerpo como las prostitutas para tal fin.
Quizás no esté en la personalidad de las mujeres ser las dueñas del mundo aunque podrían serlo, son inteligentes, trabajadoras, emprendedoras y lo más importante tienen en sus manos la educación de la prole.
Qué pasaría si realmente tomasen el mando educando a los hijos varones en el máximo respeto y admiración hacia la figura femenina y a las hijas en el liderazgo y emprendimiento?
Pudiera ser que, el descenso de la natalidad actual y las numerosas mujeres que están ocupando cargos directivos, se deba al comienzo de la revolución de las mujeres?
Julia
El artículo es tirando a regulero, pero al menos me ha llevado a descubrir, y a comprar en una librería de viejo, la novela de Theodor Fontane.